«Nosotros nos apartamos, seria y responsablemente, del criterio de quienes creen que es más útil a la democracia callar o disminuir sus posibles errores o desviaciones, a denunciarlos y pedir que sobre ellos se haga a tiempo, y no después cuando ya todo es inútil, plena claridad y se corrijan»
— Guillermo Cano Isaza. Editorial del periódico El Espectador, 4 de marzo de 1979.
Son varios los homenajes que hacen de 2025 un año especialmente significativo para la exaltación de los derechos humanos en Colombia. En noviembre se cumplirán cuarenta años de los luctuosos acontecimientos que rodearon la toma y retoma del Palacio de Justicia, cuyas secuelas aún persisten en la conciencia nacional. Habrán pasado cuatro décadas, pero para las familias de las víctimas el drama no ha concluido: no solo porque aún esperan el esclarecimiento total de los hechos, sino porque algunas continúan esperando a sus seres queridos desaparecidos. Una prueba más de la atrocidad del crimen de la desaparición forzada, que prolonga el duelo de las víctimas en una agonizante suspensión. Asimismo, y a partir de la declaración del Ministerio de las Culturas del Año Guillermo Cano, se conmemorará el legado humanista de quien, desde su Libreta de Apuntes, defendió con valentía un periodismo ético y responsable, incluso a costa de su vida.
Entre los tesoros invaluables que custodia el Centro de Documentación Musical de la Biblioteca Nacional de Colombia se encuentran tanto las partituras manuscritas como el único registro audiovisual que existe del Réquiem del silencio, Op. 143, para coro mixto y orquesta sinfónica, del compositor colombiano Blas Emilio Atehortúa Amaya (1933–2020). Fue la gestora cultural Gloria Zea (1935–2019) quien, en 1987 y como directora del entonces Instituto Colombiano de Cultura –COLCULTURA–, invitó al compositor a crear una obra enmarcada en el género del réquiem, que en la música occidental cuenta con importantes exponentes: Mozart, Verdi, Fauré, Britten, Ligeti; compositores de diferentes épocas que se inspiraron en el oficio de difuntos como forma de homenaje y recordación. El Réquiem del silencio se estrenó en el Teatro Colón de Bogotá en 1988 y contó con la participación de la Orquesta Sinfónica de Colombia y la Coral Yakaira, a cargo de Germán Augusto Gutiérrez, director colombiano y actual profesor de estudios orquestales en la Texas Christian University (TCU), en los Estados Unidos.
Corrían los años ochenta y, en medio del estupor de la guerra declarada de los carteles del narcotráfico a las instituciones del estado colombiano, el compositor tomó un riesgo mayúsculo al dirigir una obra a través de la cual rindió un homenaje a las víctimas del conflicto armado en Colombia. Lo hizo potenciando, por medio de los recursos musicales adquiridos gracias a una sólida formación musical recibida en el Conservatorio de Música de la Universidad Nacional, el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales en Buenos Aires y una extensa experiencia en la composición, las denuncias y profundas emociones de tres honorables figuras: Guillermo Cano Isaza director del periódico El Espectador, asesinado en diciembre de 1986; Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia asesinado en abril de 1984; y el magistrado Carlos José Medellín Forero, quien pereció durante la toma y retoma del Palacio de Justicia en Bogotá los días 6 y 7 de noviembre de 1985.
Para la creación del Réquiem, el compositor se dio a la tarea de buscar en los archivos del periódico El Espectador los textos representativos que se integran en la partitura y recogen el dolor, la indignación y la fuerza de la denuncia encarnadas en la vida y trayectoria de los tres personajes a quienes está dedicada. Esta labor la llevó a cabo junto al destacado escritor colombiano Guillermo González Uribe –hijo del pionero del fotoperiodismo en Colombia, Sady González (1913–1979)– y autor de libros tan esclarecedores de la crueldad de conflicto como Los niños de la guerra (2002), Los niños de la guerra quince años después (2015) y A pesar de la noche (2017).
El Réquiem del silencio no constituye un caso único de denuncia explícita a través de las artes en el marco del conflicto armado. A partir de su creación y estreno, Atehortúa se inscribe en la misma línea creativa de artistas que, desde la pintura, la escultura, la literatura y otras artes representativas, han contribuido desde mediados del siglo XX a romper el silencio frente a la degradación del conflicto. Fueron ellas y ellos quienes, desde el lenguaje simbólico y las estéticas de las corrientes de vanguardia buscaron sensibilizar a una sociedad que llegó a normalizar crímenes que hoy se reconocen como graves violaciones a los derechos humanos tanto en la jurisprudencia nacional como en la internacional.
La narrativa del Réquiem del silencio está construida en tres capítulos que incluyen los fragmentos literarios que representativos de cada una de las víctimas. En el primero, se acude a textos de denuncia de Guillermo Cano publicados en el periódico El Espectador en 1979 y 1980. El segundo capítulo rescata los célebres discursos del joven y valiente Ministro de Justicia ante el Senado de la República en 1982 y 1983. El capítulo final da una nueva dimensión al hermoso texto del magistrado Medellín: el cuento corto titulado «He muerto». El resultado de la compaginación entre los textos y la música, mediante una batería potente de recursos retóricos y musicales propios de la composición contemporánea, es una experiencia conmovedora que invita a reflexionar sobre el compromiso del artista en contextos de conflicto armado, la importancia de la memoria preservada a través de las expresiones artísticas y la contribución del arte en la construcción de paz, en la denuncia de las violaciones de los derechos humanos y en la sensibilización para la no repetición de hechos tan dolorosos. En este sentido, el Réquiem del silencio se constituye en un repositorio de memoria activa, que preserva también la intención de un compositor que transformó su obra en un vehículo de resistencia frente al olvido.
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