Foto cortesía de la familia Elder.
Betty Elder (1937– 2021) fue una fotógrafa estadounidense que a los veintiún años inició un viaje por Latinoamérica y, después de una serie de estadías en países como Puerto Rico, Argentina y México, llegó a Colombia en 1981. Aquí realizó estudios de fotografía con Abdul Eljaeck, un colombiano ya reconocido por su trabajo en el campo de la fotografía documental, pero también alguien muy interesado por profundizar en ciertas técnicas de composición y color. Elementos que también se verían reflejados en las imágenes de Elder.
Durante sus primeros años como fotógrafa, el trabajo de Betty circuló en periódicos y revistas. Sus fotos se destacaban por registrar una mirada más enfocada en la vida cotidiana y se diferenciaban de las de sus colegas reporteros porque no tenían una intención de denuncia ni la urgencia de la labor periodística. En el trabajo de Betty había interés genuino por vincularse con las personas y, en ese sentido, su labor fotográfica siempre requirió de tiempo.
Así empezó a trabajar con las comunidades de la Ciénaga Grande, Taganga y de Chiquinquirá, en Boyacá, hasta que llegó la tragedia 1985 y se concentró casi exclusivamente en Armero.
El cubrimiento fotográfico de Betty Elder fue siempre radicalmente distinto al de otros periodistas y fotógrafos que acudieron a documentar masivamente la tragedia.
La urgencia de la reportería puso en nuestra memoria colectiva las imágenes de la destrucción de aquel 13 de noviembre de 1985 y de los días posteriores a la avalancha que dejó cerca de treinta mil muertos.
Sin embargo, ella, que llegó unas semanas después a la zona, decidió registrar la vida que quedó. Por más de diez años, Elder realizó viajes continuos, participó en la reconstrucción de Guayabal y se convirtió en parte de la comunidad. Su cámara, más que un elemento invasivo, la acompañó como una forma de testimoniar el paso del tiempo, o lo que algunos han llamado «el renacimiento de Armero». Betty Elder dedicó una década a construir lo que hoy podemos reconocer como un ensayo fotográfico de largo aliento.
Liliana Pérez, habitante de Armero, amiga cercana de Betty y quien hace unos días dio una entrevista en la Biblioteca Nacional de Colombia, la acompañó a finales de los años noventa en la compilación de las fotografías para un proyecto de libro que finalmente no fue publicado. Liliana hoy recuerda la mirada técnica de una fotógrafa exigente, que desechaba un montón de negativos cuando sentía que no lograban su objetivo. Su recuerdo nos ayuda a comprender por qué las imágenes más potentes de Elder se destacan por su manejo del claroscuro —seguramente aprendido bajo la enseñanza de Eljaeck en Bogotá— y por su capacidad para capturar la atmósfera y el color: esos rojos intensos en medio del calor del Tolima y del río Magdalena, a través de los cuales logró transmitir la fuerza de lo que estaba ocurriendo.
Betty Elder no retrataba a una persona, sino la vida que transcurría a través de ella. Y, aunque en los meses posteriores a la tragedia capturó la atmósfera de la impotencia y del dolor —de hecho muchas de sus fotografías sirvieron para que las ayudas humanitarias se aceleraran—, su proyecto se enfocó en registrar toda la resistencia y el trabajo de los sobrevivientes que se quedaron y rehabilitaron la tierra. Con ellos volvieron los cultivos de arroz, la vida social y política del pueblo.
Este trabajo de Armero fue donado este año por sus hijas a la Biblioteca Nacional de Colombia para convertirse en lo que ahora se llamará el Fondo Betty Elder, que llega a constituirse como la primera colección de una mujer dentro de los fondos fotográficos.
Su incorporación expande la mirada que la Biblioteca Nacional ha tenido sobre la fotografía en la historia del país y permite reconocer en la obra de Elder una perspectiva distinta, que registra la resistencia de un pueblo y la fuerza de la vida. Se trata de una reafirmación de que el patrimonio visual debe ser una revisión y una reconstrucción constante de nuestra historia.
Este importante archivo también nos permite reflexionar sobre la memoria visual de un acontecimiento histórico tan doloroso como fue la tragedia de Armero en 1985 y con sus fotografías se amplía su memoria y su relato.
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