La historiografía del arte en Colombia tiene una tarea pendiente, esta consiste en identificar el papel que jugó el periodismo cultural en la escritura y crítica del arte, entre la década de 1920 y 1970, a través de medios impresos como revistas y periódicos, específicamente en lo que se refiere a la escritura realizada por mujeres. La existencia de un periodismo cultural, en el que por primera vez puedan participar mujeres, supone cambios sustanciales en el campo social y cultural colombiano. Estos cambios, sin embargo, no se dan a lo largo del territorio nacional, por el contrario, será solo en algunas ciudades capitales en donde se articulen las condiciones necesarias para estos cambios. Comprender y diferenciar el uso de categorías como “feminismo y femenino” del modo como se utilizó en estas primeras décadas del siglo XX en Colombia, contribuye en la reflexión sobre un tipo de ciudanía asignada a la mujer, en la que, si bien se le reconoce el derecho a voto, se le exige ser guardiana de una “feminidad” en riesgo.
El tipo de escritura de Emilia Pardo Umaña ejemplifica aquello que en 1991 propuso Donna Haraway con el nombre de “conocimientos situados”. El conocimiento situado propone hablar de los objetos de estudio poniendo en evidencia el lugar desde el cual se parte, ya que, independientemente del tipo de método empleado, ningún conocimiento está desligado de su contexto ni de la subjetividad de quién lo emite. (Haraway, 1995, Pág. 35), si bien Emilia Pardo Umaña fue una mujer de principio de siglo, en su escritura es posible encontrar esa característica vital de la crítica feminista propuesta décadas después por Haraway, en la medida en que la lectura de sus columnas recrea una visión particular de la sociedad y su cultura, siempre situada y por lo tanto parcial, en esto radica la relación directa que tiene con el tipo de escritura de la crónica. Emilia opina, juzga, comenta, celebra y maldice a través de la escritura, y con esto argumenta a favor de los conocimientos encarnados y contra las formas variadas de declaraciones de conocimiento irresponsable e insituable.
La escritura de María Victoria Aramendía es una escritura crítica. En este capítulo presentamos dos columnas en las que el discurso crítico se presenta a favor o en contra de las obras que la ocupan en ese momento. Seleccionar un texto de esta autora resulta complejo, su producción fue extensa, los temas abordados y el enfoque variado. Nos interesa, sin embargo, aquellos en los que ejerció el papel de crítica de arte, en una época en la que se imponía el modelo de crítica de Marta Traba. Este particular interés parte de una pregunta, que resultó un trabalenguas: ¿Qué se critica cuando se critica a la crítica? Es decir, ¿Por qué en determinadas circunstancias una crítica es legítima y otra no?
Una historia sobre el aporte del periodismo cultural realizado por mujeres a la escritura del arte en Colombia en las décadas de 1920 a 1970 es a la vez la historia de la batalla por el acceso a una educación que garantizara que la mujer no solo podía desempeñar el cargo de administradora del hogar, también a un mundo laboral en el que, como el oficio del periodismo, se exigen unas condiciones intelectuales especiales. La contribución de algunas universidades que garantizaron el acceso a una formación profesional en periodismo es determinante en el estudio de este aporte.
Una pregunta resulta pertinente en relación con las implicaciones de esta experimentación crítica en el teatro, y es sí en las artes plásticas, también se puede hablar de un diálogo complejo entre lo experimental y lo político, es decir, entre transformación del lenguaje artístico, la relación entre el artista y el público, y las posibilidades espaciales de exhibición de las obras.
Ser corresponsal del periódico EL TIEMPO en Nueva York en la década de 1960 significaba ser testigo de dinámicas culturales propias de la Guerra fría, exponer en Nueva York hacia parte de la agenda diseñada para Latinoamérica durante el gobierno Kennedy. La exhibición de arte (comenzando por selección de los artistas, el lugar y el marco teórico que allí se organiza), responderá a un programa político especifico, que, para ese momento de tensión mundial, supone que desde la cultura se hace frente al avance del socialismo. En este programa la fundación de un tipo específico de museo, insiste en las dificultades del concepto de arte moderno.
De forma inmediata, asaltan una serie de preguntas: ¿por qué no aparecen en las lecturas historiográficas del arte en Colombia?, ¿por qué la historia del arte en Colombia no las referencia o lo hace mínimamente? o ¿se trata acaso del tipo de discurso o el tipo de escritura sobre arte que publican?
Más allá del derecho al voto, la década de 1950 en Colombia representó un cambio significativo en la participación de las mujeres en el ámbito público. Estas comenzaron a ocupar cargos de responsabilidad en la gestión de recursos y políticas públicas, consolidándose como sujetos políticos. La gestión cultural, que en esa época se denominaba promoción o fomento cultural, fue uno de los escenarios en los que ellas tuvieron un papel activo. Aunque este período es frecuentemente visto desde la historia del arte de manera homogénea, bajo el dominio del gobierno de Rojas Pinilla, estuvo marcado por cambios drásticos que dinamizaron las artes, lo cual se evidenció a través del periodismo cultural de la época. Este episodio del podcast subraya la interrelación entre cultura, política y género, destacando los avances y desafíos que enfrentaron las mujeres durante este periodo en Colombia.
En este capítulo abordaremos la teoría de vanguardia desde una perspectiva interdisciplinar, explorando cómo el periodismo cultural de la década de 1950 presentó tanto a las artes escénicas como a las plásticas trabajando de manera articulada. Partimos del aporte de Dina Moscovici, directora de teatro y una de las gestoras de cambios significativos en la conformación de una escena cultural donde las artes se entienden de forma extendida. Según Moscovici, la teoría de vanguardia teatral busca romper con las convenciones tradicionales del teatro para generar nuevas formas de expresión escénica. Se destaca la importancia de la escenografía, no sólo como una decoración, sino como una parte integral en la creación de significados y espacios en la obra, en estrecha colaboración con el director. Esta corriente propone un teatro dirigido a las masas, buscando un contacto más directo con el público sin caer en la banalización o en fórmulas simplistas. Influencias como el teatro épico de Bertolt Brecht o el teatro popular francés demuestran que el teatro de calidad puede ser accesible sin perder su valor artístico.
La teoría de la invisibilidad de Joan Wallach Scott pone de relieve cómo las voces de las mujeres y otros grupos marginados han sido sistemáticamente excluidas de la historia y la cultura. En este contexto, la gestión de Gabriela Samper en la creación de un teatro popular se convierte en un ejemplo clave de cómo visibilizar esas voces y experiencias. Samper desempeñó un papel crucial al acercar las artes escénicas a sectores populares, convencida de que el teatro debe ser accesible para todos, especialmente para los niños, quienes, a través del Teatro del Parque Nacional y a compañías de teatro como El Burrito, accedieron por primera vez a contenidos teatrales de vanguardia. Su enfoque inclusivo buscó conectar con el público a través de obras que reflejan sus realidades y preocupaciones, desafiando la invisibilidad cultural que Scott crítica. Al establecer espacios escénicos que dieran voz a comunidades diversas y promover la colaboración entre artistas y grupos populares, Samper no solo transformó la escena cultural colombiana, sino que también contribuyó a un modelo de arte que educa, inspira y fomenta el diálogo social. Entrevista con Juan Felipe Useche.
Durante las décadas de los 50 y 60 en Colombia, surgieron festivales de teatro, cine y artes plásticas como fruto de la creación colectiva. Estos festivales consolidaron un campo interdisciplinario que facilitó el desarrollo de redes colaborativas y el intercambio de ideas, impactando significativamente las artes plásticas. Los colectivos artísticos, formados a partir de vínculos de amistad y la fiesta, se convirtieron en espacios de creación efímera pero profundamente significativa, desempeñando un papel clave en la consolidación del campo cultural, donde las mujeres participaron activamente en su gestión y producción. Este episodio se dedica a resaltar las dinámicas de los festivales y la colaboración entre las artes, a partir de fuentes audiovisuales y los archivos recuperados sobre el periodismo cultural en Colombia.
En este contexto, la gestión de dos mujeres, Cecilia Iregui de Holguín y Graciela Samper de Bermúdez, fue fundamental en la defensa de los derechos de los artesanos. Ambas trabajaron incansablemente para capacitar a los artesanos y promover su reconocimiento ante diferentes estamentos públicos.
El aporte a la cultura de Rita Restrepo oscila entre la gestión institucional, que exige la vinculación a círculos sociales y sectores políticos de la clase dirigente, y la promoción de obras de arte y artistas críticos de esos mismos sectores. Al inicio de su vida laboral, ejerció como docente en la Universidad de los Andes y la Universidad Nacional, además de ser investigadora en el Hospital Militar. Sin embargo, en 1969 dejó su profesión para vincularse a la Galería San Diego. Sus contribuciones a la gestión cultural se manifiestan a través del periodismo cultural desde finales de la década de 1950, destacándose en septiembre de 1960 cuando fue elegida vicepresidenta de la "Corporación Festival de Teatro". En 1972 organizó el Primer Salón de Artes Plásticas Jorge Tadeo Lozano, junto a Ana de Jacobini (decana de Artes), Yolanda Forero (secretaria administrativa) y Eduardo Serrano, profesor y director de la Galería Belarca. El contexto de este salón, además de ser sintomático de una crisis en el Salón Nacional de Artistas, también refleja la gestión institucional del recién creado Instituto Nacional de Cultura, Colcultura. En este capítulo revisamos las tensiones que rodeaban la gestión cultural en un momento de alta tensión política durante el Frente Nacional.
Diversos textos de Judith Márquez, que conforman el archivo del periodismo cultural, permiten recuperar las tensiones vividas por los artistas en ese periodo. En este capítulo destacamos su labor como gestora y escritora, al tiempo que relacionamos otros artículos sobre los debates que marcaron el inicio y el fin de la asociatividad, coincidiendo con la llegada del Frente Nacional.
Desde la institucionalización de los Sindicatos de la Aguja hasta la creación de programas de Cerámica y de Arte y Decoración de los Colegios Mayores, el capítulo examina cómo las mujeres accedieron a una educación técnica que oscilaba entre la función doméstica y la incipiente profesionalización. Asimismo, se recupera el papel de figuras como Ana Restrepo del Corral y Teresa Santamaría de González en la creación de instituciones educativas femeninas, así como las experiencias de colectivos como Lineico, Idarco y las escuelas de cerámica. El episodio entrelaza estos procesos con los discursos de desarrollo impulsados por las misiones económicas internacionales y muestra cómo, a pesar de los marcos ideológicos restrictivos, las mujeres fueron configurando espacios de autogestión y participación activa en la vida cultural del país.
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