Diferentes muestras breves de sonoridades selváticas se pueden encontrar en el catálogo en línea de la Biblioteca Nacional. En su colección física permanecen cintas de carrete abierto que comenzaron a ser grabadas a partir de los sesenta. Conservan, en su entero contexto, un archivo que habla de realidades construidas desde un territorio que se ha ido transformando desde entonces.
En agosto de 1968, por el 39° Congreso Euca-rístico Internacional llevado a cabo en Bogotá, la Conferencia Episcopal de Colombia prensó un trabajo discográfico de distribución cerrada titulado Aspectos de la cultura indígena (Discos Orbe, sin número de catálogo). Un disco de larga duración con «música, canto y voces desde el escenario natural de las selvas colombianas», según la explicación del cuadernillo interno. Estaban todas las latitudes: desde la Alta y Baja Guajira hasta el Amazonas, pasando por el Cesar, el Urabá, Chocó, el Catatumbo, Arauca, Cauca y el Putumayo.
Fruto de los recorridos del Centro Antropoló-gico Colombiano de Misiones, Ethnia, bajo la dirección de fray Javier Montoya Sánchez, el álbum incluyó relatos tradicionales y tonadas en voces e instrumentos autóctonos guajiros, yucos, catíos, motilones, cunas, arhuacos, ingas, uitotos y paeces. El texto de presen-tación resalta el disco como «un valioso aporte de investigación que salva para la posteridad» todas aquellas manifestaciones «antes de que se transculturicen».
Cinco años antes de la aparición de este trabajo, el sacerdote y musicólogo José Ignacio Perdomo escribió lo siguiente en su canónica Historia de la música en Colombia: «La música indígena colombiana parece estar desprovista de realismo y de estética; se nota la ausencia de motivos aprovechables, se caracteriza por el estado primitivo y rudimentario que se nota en los principios de la historia de la música».
Monseñor Perdomo es también el autor de los textos del disco, que sugieren una posible «transculturación» de la música registrada en campo por la comisión Ethnia. Más allá de lo problemático de la pretensión de conservar las sonoridades de comunidades ancestrales en una urna que las mantenga libres de contaminación —como si no hubieran pasado más de 500 años por encima de ellas—, no existe garantía de manutención para dicha pureza en ningún momento histórico.
Cinco años después, en 1973, aparece otro disco similar: The Indians of Colombia (Lyrichord, LLST 7365), resultado de grabaciones de campo del etnomusicólogo sueco Lars Persson por el Amazonas y los llanos colombovenezolanos a finales de la década del sesenta. En medio de ejemplos sonoros de las tradiciones musicales cuna, cuiva, motilona y arhuaca, un corte en particular llama la atención por su aparente trasposición del contexto: Blind Indian Plays in the Midst of Heavy Traffic in Bogota. La descripción completa del corte explica de qué se trata: «Indígena ciego toca en medio del pesado tráfico de Bogotá. Con el pie toca un tambor, mientras que con una mano sostiene la flauta y con la otra, unas maracas». ¿Acaso podría haber un contexto de mayor desarraigo y, a la vez, más lógico para esa grabación, en una Colombia que empezaba a testificar los rigores del desplazamiento?
La música registrada en campo habla exactamente del estado del arte del momento preciso en que se oprimía el botón REC de la grabadora Nagra. Un sustrato de tradición oral y de pasado inabarcable se mantiene presente, sí, aunque permeado en todo caso por varias circunstancias.
La década del setenta ofreció una nueva mirada de las músicas de raíz, contraria a la visión de un folclorismo tópico. Prueba de ello es el acierto de Persson y la aparición de proyectos como el Yaki Kandru, en el seno de la Universidad Nacional en Bogotá, colectivo multidisciplinar que revisó las posibilidades sonoras de los instrumentos musicales indígenas a partir de la premisa inevitable de la evolución, en conjunto con una visión política de izquierda.
Al Yaki Kandru perteneció el antropólogo Benjamín Yépez, director del Centro de Documen-tación Musical de la Biblioteca Nacional entre 1981 y 1993. Su acervo en calidad de colector se encuentra resguardado allí, junto a una treintena de muestras más de la música de comunidades amazónicas, huilenses, del Putumayo, Caquetá y Chocó. La colección da testimonio del empleo de instrumentos tradicionales, canciones dedicadas a las ceremonias, los festejos o las tomas de yagé, cantos para recordar a los ancestros o para conjurar enfermedades; incluso —volviendo a la transculturación— readaptaciones indigenistas del sanjuanito, el vals, el pasillo y otras disciplinas sonoras de indiscutible génesis europea.
El testigo del paso de antropólogos e investigadores por lugares en donde aquellas músicas acaso siguen funcionando en su contexto tradicional muestra una realidad que no necesariamente es la misma hoy. Sin embargo, resulta necesario y vital reconocer esas huellas sonoras que reconstruyen un espacio y una cultura que, en medio de la selva, continúa en permanente transformación.
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