El periodismo del país está fascinado con la noticia de que James Robinson, un viejo conocido de los colombianos, haya sido uno de los ganadores del premio Nobel de economía 2024, junto a sus colegas Daron Acemoglu, y Simon Johnson. Salvo un par de buenas entrevistas, las noticias infortunadamente no se centraron en los estudios que ha hecho el ilustre profesor sobre nuestro país. Los titulares se concentraron en lo que Petro dijo de Robinson o que Robinson dijo de Petro, además de lo anecdótico sobre sus vínculos con este país como sus viajes, sus amigos y amigas colombianas y su esposa.
Sin embargo, el aporte que ha hecho Robinson a la comprensión de la realidad colombiana es muy relevante. Desde hace por lo menos una década ha escrito, sobre todo en revistas académicas y en El Espectador, sobre los conflictos, dilemas y, abiertamente, sobre los fracasos de este país. Para él Colombia no es un país fallido, pero tampoco es una historia de éxito como la han vendido algunos miembros de las élites y académicos en el exterior.
Con análisis de largo plazo, en los que utiliza datos y casos, se ha preguntado por qué la mayoría de los colombianos han vivido bajo la pobreza, la desigualdad y la violencia. Aquí presentamos algunos de los planteamientos de Robinson que, justamente por pertinentes, han resultado incómodas.
La mutua dependencia de las élites del centro y las regiones y la manera como han gobernado. Esta es su tesis central sobre la desigualdad y la violencia en Colombia y la publicó en 2013 en la revista Ensayos de Economía bajo el título Colombia ¿Otros cien años de soledad? Para Robinson ni las guerrillas ni el narcotráfico son causas de la violencia sino apenas el resultado de un modo de gobierno indirecto “en el cual las élites políticas nacionales que residen en las áreas urbanas, particularmente Bogotá, han delegado efectivamente el funcionamiento de las zonas rurales y otras áreas periféricas a las élites locales”. A éstas se les permite gobernar como deseen con tal de dar soporte a los grupos de poder del centro y no desafiarlos “lo que ha creado el caos y la ilegalidad que ha aquejado a Colombia”. Esta es una de las razones poderosas para que grupos armados controlen y ejerzan funciones de gobernanza en buena parte del territorio.
Los grupos armados y el narcotráfico no son el problema, son los síntomas. En julio de 2013 Robinson se quedó atrapado en Quibdó en medio de un paro cívico. En entrevista con Camila Zuluaga, para El Espectador, planteó la justeza de estas protestas y su sorpresa ante el hecho de que no exista una carretera decente entre Chocó y el resto del país. (Tampoco aún). Desde entonces, Robinson advirtió su preocupación de que “si llega a darse la desmovilización de la guerrilla, la gente esté tan satisfecha que crea que el trabajo llega hasta ahí. Y eso sería un desastre. El trabajo de verdad empieza después de firmado el acuerdo. Hay agendas para la transformación, pero no sé si haya el suficiente apoyo político para ello (…) Que las Farc se desmovilicen no va a cambiar a la sociedad, tampoco cambiará la inseguridad en la propiedad de la tierra, ni la ausencia de carreteras o de servicio médico”. Para Robinson el acuerdo era una oportunidad para transformar al Estado y emprender la acción colectiva que cambiara el monopolio sobre el poder.
El problema no es la tierra sino la educación. En un controvertido artículo publicado en El Espectador en diciembre de 2014, titulado ¿Cómo modernizar a Colombia? Robinson declara su extrañeza de que el primer punto de la negociación entre el gobierno y las FARC-EP en La Habana fuera la reforma agraria. Para entonces Robinson había viajado a Montes de María, a Urabá, había entrevistado y documentado el paramilitarismo del Magdalena Medio. Según sus análisis, apoyados en los estudios comparados, consideraba que: “El Gobierno colombiano está todavía promoviendo la noción de que la solución del problema agrario pasa por la restitución de tierras y la redistribución de baldíos y de tierras mal habidas. De esta manera, crecen las esperanzas de la gente, cuando todos sabemos que esto es en realidad imposible de conseguir”. Robinson planteó que el asunto agrario se puede ignorar o dejarse marchitar dado que es un juego de suma cero que puede activar mayores conflictos. En cambio, lamentaba que no hubiese suficiente atención a la educación, que es la que brindaría verdaderas oportunidades para jóvenes de sectores rurales que no querían dedicarse a la agricultura sino a la tecnología.
Esta lectura fue debatida por muchos expertos en Colombia, como Francisco Gutiérrez que consideraron equivocado su planteamiento y sobre todo, absurdo que se estableciera una dualidad entre dos problemas que deben abordarse prácticamente al mismo tiempo: la reforma agraria y la reforma en la calidad y cobertura educativa.
El sistema extractivista y colonial condena a Colombia a la pobreza y la violencia. En su ensayo La Miseria en Colombia, publicado en 2016 en la revista Desarrollo y Sociedad, Robinson hace una extensa exposición de datos y casos que demuestran que el sistema económico que impera es extractivista, y que si se han saqueado los recursos de las regiones es porque las instituciones políticas, como el Congreso o las del gobierno, también funcionan con esta lógica y generan un Estado débil e ineficiente. El clientelismo, la corrupción y la ineficacia, han permitido que regiones de la periferia vivan en la miseria. Estas son exactamente las mismas donde hubo esclavitud y donde habitan los pueblos étnicos, por ejemplo, el Pacífico y la Amazonía. Esto no solo es culpa de las élites, afirma Robinson, sino también de la débil acción colectiva de los ciudadanos.
Colombia: un derrumbe parcial. Este fue el título de la conferencia que pronunció Robinson cuando la Universidad de los Andes le otorgó el doctorado Honoris Causa en 2017. El ahora galardonado economista político se declara sorprendido de que el acuerdo de paz recién firmado se concentre en los síntomas del conflicto y no en sus causas: la manera cómo funcionan (o no funcionan) la política y el Estado. Se declara sorprendido de que los negociadores de La Habana no hayan visto “el elefante en la habitación”. “¿Por qué las Farc firmaron este acuerdo? ¿No hubieran podido usar su poder de negociación para poner el elefante en la mesa? De pronto. Pero tal vez ellos sólo quieren tener “su turno para comer”, como dicen en África. Espero que me demuestren lo contrario”.
En sus declaraciones a la prensa, luego de ser anunciado como uno de los premios Nobel de economía, Robinson ratificó la necesidad de construir instituciones democráticas, que les sirvan a los ciudadanos y no solo a las élites, lo que implica cambiar el funcionamiento de la política y el Estado. A su juicio, esto requiere una estrategia que aún no se vislumbra en este gobierno.
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