Si Santa Marta no reconoce lo negro en sus entrañas de ciudad ni como sujeto político e histórico, estamos a puertas de otros quinientos años de silenciamiento. La presencia negra en la ciudad comienza con el arribo de veinticinco africanos esclavizados cuando Rodrigo de Bastidas se autoproclama fundador de Santa Marta en 1525. Esta fecha ha desempolvado preexistentes y dado a lugar a nuevas tensiones sobre la narrativa dominante blanca/criolla a partir de la que se concibe y percibe la ciudad, a propósito de los quinientos años de su fundación, y aún más de invasión hispánica.
En la ciudad, el primer sitio en Colombia donde las personas africanas fueron esclavizadas, se ha borrado y trivializado la historia negra. La élite y la academia samaria más conservadoras se escandalizan ante estos términos. Implican reconocer que junto a los españoles —en planos distantes y desiguales de la existencia y el poder— estaban los africanos. También que las condiciones inhumanas a las que fueron sometidos por siglos. Y, por último, que las consecuencias de la colonia siguen operando estructuralmente: las comunidades afrodescendientes deben recibir reparaciones históricas en múltiples dimensiones.
Reparar lleva implícita la renuncia de privilegios, pero eso no les interesa a las personalidades orgullosamente colono-descendientes y la institucionalidad de Santa Marta. Ello implica darles lugar a relatos que incomodan, subvierten y desmitifican los hegemónicos: comprender que la memoria y la historia es un terreno que la gente negra también se disputa; su presencia trasciende la visión estereotipada de lo negro en la ciudad. Aunque se pretenda silenciarlo, luego de la llegada de africanos en 1525, Santa Marta se ha configurado a partir de las presencias, asentamientos, cimarronaje, destrucción y movilidades afrohistóricas y con ello, su aporte constitutivo a las identidades, culturas, economía y la vida social y política de la ciudad.
Mientras Cartagena era el puerto legal para el comercio de personas esclavizadas, Santa Marta se constituyó como el irregular, posibilitando la entrada de miles de personas africanas y afrodescendientes de las Antillas que no fueron contabilizadas. El trabajo de Alexis Carabalí sugiere que en 1770 había 3.988 africanos esclavizados en Santa Marta, sin contar a quienes estaban en libertad y a las personas negras dispersas en las distintas categorías raciales de la colonia.
En 1804, la gente negra fue mayoría en la ciudad, como lo informó el párroco de la parroquia de Santa Ana, jurisdicción de Tamalameque (provincia de Santa Marta): anotó que las costumbres relajadas y perversas inclinaciones de «negros y zambos» no daban lugar a la esperanza ni progreso alguno. Por el contrario, escribe Sergio Solano, eran vistos como como enemigos del buen gobierno que pudieran emprender los blancos. Esto daba cuenta de la gran cantidad de personas africanas y sus descendientes en el territorio.
En oposición a la colonia y los esclavistas, los negros y negras siempre crearon estrategias para su libertad. En la provincia de Santa Marta ocurren las primeras rebeliones negras y el levantamiento del primer palenque conocido como La Ramada. En 1529 y 1531, como lo documenta Edgar Sinning, personas negras del palenque emprenden la primera rebelión en la historiografía colombiana e incendian Santa Marta.
De manera permanente y constante, la gente negra en Santa Marta se ha asentado y movilizado desde la colonia y aún después de abolida la esclavización, sobre todo a partir de 1882 con la llegada de afrodescendientes de Jamaica —y de San Onofre (Sucre), Bolívar y otras partes del Caribe colombiano—para trabajar en el muelle y en la construcción de la vía férrea. Esto se intensificó con la bonanza bananera y entre 1974 y 1985 con la bonanza marimbera y el impulso del turismo. En nuestra historia más reciente, la Comisión de la Verdad ha mostrado que Santa Marta es una las principales receptoras de personas y comunidades negras desterradas por las dinámicas del conflicto armado interno.
La presencia negra ha sido móvil y constitutiva de Santa Marta. Las llegadas y asentamientos de africanos y sus descendientes estructuran y trenzan hitos de las historias y las memorias plurales de ciudad. En simultáneo, se configura un espacio en relación con las miradas, los conocimientos, las aspiraciones, las formas del lenguaje, las corporalidades, las construcciones materiales, las sonoridades, las músicas y las estéticas de las personas y comunidades negras. En este sentido, lo negro en la historia de la ciudad no se limita a fechas, y lo negro en la cotidianidad no se reduce a ciertos barrios donde se concentra la población como Cristo Rey y Pescaito, o a expresiones artísticas negras. Es fundamental descentralizar la memoria más allá de la ciudad, dado que son quinientos años de la provincia de Santa Marta, conformada por lo que hoy es Valledupar, Riohacha, una parte de Mompox y Ocaña: otras geografías también caben en la memoria del quinto centenario.
Reconocer lo negro en Santa Marta abre una vía para recorrer/reconstruir/reafirmar nuestras identidades afrocaribes, entender el porqué de este presente y accionar hacia futuros más dignos si existe la voluntad. Para ello, la élite, la institucionalidad y la sociedad samaria debe admitir que el relato hegemónico ha está en la cúspide de las jerarquías discursivas de la ciudad y que no fue ni es posible la colonización amable y por supuesto, accionar en clave de estos hechos. Del otro lado del barco, las personas, expresiones organizativas y la ciudadanía en general que halla en sí misma la certeza encandilada del derecho a una ciudad donde realmente haya lugar para la diversidad, debemos seguir dando forma al reclamo y habitar la ciudad material, simbólica e histórica que nos pertenece.
Si bien la complejidad de la discusión y reflexión de ciudad no se agota en las anteriores anotaciones ni en este año, sí pueden ser clave para propiciar la expansión de las narrativas de una ciudad con larga data de dolores, violencia, pero también de lucha acuerpada, territorializada y ancestral negra. Bien lo teorizaba Trouillot en Silenciando el pasado: el borramiento y la trivialización de la memoria negra son una forma de silenciamiento y son los mismos sujetos que no dieron importancia a la existencia del negro quienes siguen contando la historia. Ahora, les corresponde atender el reclamo de la gente negra y otros grupos subalternizados con la digna rabia que agrieta la estructura del silenciamiento.
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