Primero estuvo la frustración. Reunimos un grupo de periodistas, intelectuales, artistas, escritores, creadores de contenido y les llevamos la pregunta que GACETA propuso para el centenario del natalicio del periodista Guillermo Cano, asesinado el 17 de diciembre de 1986: ¿cómo se enfrenta su legado ético a la manera en que circula la información hoy? Las respuestas ahondaban en la confusión sobre lo que significa o no ese concepto; y, más que ofrecer respuestas claras sobre la circulación o no de ideas, la conversación estaba guiada a partir de diferentes miedos a lo digital y las velocidades a través de las cuales se hace más patente una crisis en nuestra idea moderna de democracia. De esa frustración inicial surgió una paradoja sobre la producción de contenido que revierte por completo los principios que enfrentó Cano o el periodismo de finales del siglo XX: más que consumir información, buscamos generarla.
Muchos de los principios fundamentales que constituyeron al periodismo estaban en clave de democratizar la información. Ponerla al alcance de ciudadanos y hallar grietas en los mecanismos opacos que concentraban el conocimiento en círculos diminutos. La información hoy sigue siendo parte de pequeños grupos; sin embargo, su contención cada vez es más limitada. Como expone Juan David Ortiz en su reportaje Información privilegiada, «la información como privilegio se mantiene, aun cuando los desarrollos tecnológicos —la imprenta, la radio, la televisión o el internet— implican que mucha más gente se entera más rápido de muchas más cosas».
En su libro Infocracia, el filósofo surcoreano Byung Chul-Han desarrolla modelos políticos a través de los cuales la información se transforma en su propio régimen: «Transparencia e información son sinónimos. La sociedad de la información es la sociedad de la transparencia. El imperativo de la transparencia permite que la información circule con libertad. No son las personas realmente libres, sino la información. La paradoja es que las personas están atrapadas en la información. Ellas mismas se colocan grilletes al comunicar y producir información. La prisión digital es transparente».
La sensación de libertad es la que asegura, de cierta manera, la dominación. Como dice en Burbujismo Sara Castillejo: «A menudo nos desinhibimos frente a las pantallas. Sentimos que el feed es algo íntimo y que, mientras escroleamos, estamos menos expuestos que cuando vamos por la calle. Estar en nuestra plataforma preferida se siente como un viaje al interior, una conversación genuinamente propia en la que aparecen los temas de nuestro interés sin importar lo incoherentes que pueden llegar a ser entre ellos». Pero esto no es así. O al menos no se construye de forma tan ingenua: «Tanta comodidad y fluidez casi enmascaran la invasión a la privacidad, el aislamiento social y la explotación de vulnerabilidades que sostienen los negocios digitales».
Todas estas vulnerabilidades se ven explotadas y manipuladas, tanto desde esferas públicas, como lo muestra Melissa Gutiérrez Morales en su reportaje Anatomía de una industria fantasma; o desde esferas íntimas, como se ve en Manosfera, el ensayo de Sara Tufano que explora la información que circula en foros que promueven ideas violentas sobre lo masculino y promueven acciones misóginas. Se trata de espacios que se construyen a partir de las fragilidades y los temores que componen individuos solitarios y desarticulados.
Cuando Andrés Páramo se pregunta en este número por qué nos gustan las noticias falsas, la respuesta está en el sesgo: «Estamos en la era en que internet permite y alienta que las personas le den importancia a un tema de manera sistemática, que el algoritmo de la atención nos lo envuelva y nos lo mande de manera despiadada en mensajes, videos y publicaciones de todo tipo».
Pero entonces, ¿qué papel puede cumplir un medio público como GACETA en la desarticulación de estas dinámicas?
Sin información es muy difícil deliberar. Los Estados deben garantizar la pluralidad de información y su abierta circulación. Proponer ideas, reflexiones, debates, conversaciones que salgan del desarrollo hegemónico y establecido de lo que esas dinámicas que hemos dibujado nos proponen. Lo más importante de una revista, un medio, es su curaduría en la construcción de una agenda. GACETA es en sí misma un laboratorio público que propone encuentros desde el periodismo y la crítica cultural, intentando llenar un vacío en la conversación pública para una base común: un lugar donde la información nos sirva para proponer encuentros mínimos sobre los cuales debatir.
«Lo que nos ha faltado, y nos falta, es una cultura de oposición categórica sobre la base de principios intangibles que siempre deberían guiarnos. Los más importantes son la integridad y la dignidad, pero también la defensa de unas habilidades probadas», explica el escritor y filósofo Éric Sadin en Hacer disidencia. Y esto no es menor, porque aquí es donde recoger el legado ético de Cano cobra valor. ¿Cómo se enfrenta este a la manera en que circula la información? Puede ser desde lugares insospechados en nuestra noción de Estado hace apenas algunos años: la edición pública. Si bien no es el único camino, este número es la propuesta de un medio público por tener un Estado crítico, capaz de ser reflexivo sobre sus realidades para proponer futuros posibles. Y ellos pueden surgir, por ejemplo, de cultivar la duda.
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