humedad
1. La humedad descascara el esmalte de uñas ya desfigurado por la radiación. Un glaciar de objetos derretidos por el sol inunda las habitaciones de esta casa que ahora es un tornado: cucharas dobladas con la mente, vasos rotos, piedras, talismanes y una innumerable colección de cosas descoloridas por la luz. La tristeza volviéndose emperatriz y llanto y el llanto volviéndose polvo.
2. La casa tiene el cuerpo de un iceberg estampado contra las paredes. La casa flota río abajo como un muerto, como un barco, como un jaguar envenenado que se enfurece y rasga las cortinas y devora, una a una, las hortensias que decoran el salón. El cuerpo, en cambio, navega y se asemeja-cada cierto tiempo- a esas cosas que caen en dirección del objeto masivo más cercano.
3. Así como no se puede conocer simultáneamente con absoluta precisión, la posición y el momento de una partícula, tampoco puede conocerse el tiempo del amor, la muerte, la apariencia de las cosas que aún no han sido imaginadas. Debemos sospechar la intención de que Dios sea reducido a un sistema de ecuaciones o a formas que aparecen en la humedad de las paredes: un termo, una pantalla gigante, una alacena vacía, un juego de mesa.
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La gente compraría más tostadoras si fueran transparentes
Ya dentro del cuerpo nuevamente: la tensión del cartílago equipara la consistencia de la carne. Un apurado conjunto de náuseas y cosas por decir que, poco a poco, han dado forma a algo cuadrado. La casa se ha quedado sola y las cosas cubiertas con sábanas blancas aletean su tembloroso porvenir. Fantasmas y movimientos ultraprocesados que intervienen en la conservación de los recuerdos. Ahora tenemos este televisor que en sus mejores épocas estuvo encendido 24/7. Las cosas que vinieron con la lluvia y que encontraron ellas solas un rincón en donde pernoctar. Las cosas que huelen a vómito, a mareo, a un mar abierto en donde los niños jugaron a hundirse hasta desaparecer. Un fantasma de nuevo, por su puesto, con los ojos enmohecidos y la boca seca de tanto resoplar. La saliva llena de asbesto que tapiza la cocina en la que permanecen guardadas las palabras y los dioses milenarios. Las cosas transparentes que habitan los gabinetes y las suturas, los nervios y las alucinaciones. Esta casa cansada, este rompecabezas de millones y millones de piezas que recrea la imagen de un comercial en el que una mujer tuesta el pan mientras su marido lee las noticias y sus pequeños hijos se sientan a la mesa. El cadáver de un perro viejo clavado en la pared, el voluptuoso río de satélites que circula allá arriba y el paisaje iluminado por el sol que nos arruina. Ya dentro del cuerpo nuevamente: la sed, la tiniebla, la celebración del movimiento de rotación terrestre.
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La muerte es un asunto de funciones
Unos días después de su muerte, el cuarto de la madre se convierte. Las cosas elevadas ahora al estado de basura, se entristecen hasta el llanto. Las máquinas, un poco lastimadas por los efectos de maquinar a diario, parecen dudar de su continuidad. Muestran sus dientes un tanto manchados. Sus bielas y manivelas se doblan y se enmohecen. Los resortes y engranajes se han desajustado y los controles ociosamente delimitan sus nuevas funciones. Las paredes del cuarto se incomodan, todavía muy sensibles ante semejante pérdida. Las manos frías, el cuerpo inmóvil, los ojos aún abiertos, mientras el teléfono reproduce vídeos en los que una mujer muy fuerte arrastra unas cadenas. El mecanismo por fin se detiene interrogado por todos los que alguna vez soñamos su conservación permanente. Por un entramado de hierros oxidados descendimos a tu funeral, cubiertos de cenizas y de colillas tiradas por el suelo, la máquina resoplaba con fuerza un débil llanto. Una luz renuente inunda el interior de esta nueva casa que se ha ordenado sola, donde flotan en suspensión los artefactos con los que cocinabas y el ruido que hacen las ratas que se comen los zapatos y el agujero en el corazón que se ha abierto por donde el eje de lo que nos mueve pierde fuerza y se hace lluvia.
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