ETAPA 3 | Televisión

Rosalía es del mundo y el mundo es suyo

14 de noviembre de 2025 - 12:01 am
En Lux, con trece idiomas y una orquesta que llega a cada extremo emocional, la catalana lo abraza todo y prueba una vez más su coraje artístico. Su devoción se expresa en forma de arte total: así combina la liturgia, la experimentación y el deseo.
Lux (2025) es el cuarto álbum de Rosalía, luego de Los Ángeles (2017), El Mal Querer (2018) y Motomami (2022).
Lux (2025) es el cuarto álbum de Rosalía, luego de Los Ángeles (2017), El Mal Querer (2018) y Motomami (2022).

Rosalía es del mundo y el mundo es suyo

14 de noviembre de 2025
En Lux, con trece idiomas y una orquesta que llega a cada extremo emocional, la catalana lo abraza todo y prueba una vez más su coraje artístico. Su devoción se expresa en forma de arte total: así combina la liturgia, la experimentación y el deseo.

El siglo XXI está lejos de ser el más fértil para el arte sacro. Hace rato que, al menos en Occidente, se acabaron los mecenazgos de la Iglesia a escultores, pintores, arquitectos y compositores capaces de lo magnánimo. Una modesta parroquia jesuita de hace quinientos años y cualquier catedral de las que moviliza tanto al turismo como a los creyentes comparten, desde los pequeños gestos del diseño, formas que llevan a lo devocional. Es difícil llamar templo a las casillas y galpones donde el evangelismo pone sus carteles. Ahí entra más la humedad que lo divino. Tampoco hacen un favor a la religión todos esos géneros, del reggaetón al metal, que ponen cristiano de sufijo. Dios estará en todas partes, pero el buen gusto no. Para colmo, los artistas que dan un lugar protagónico a su relación con el creador están más interesados en explorar sus propias contradicciones o resignificar símbolos que en inspirar la fe. 

En ese contexto, Rosalía se propone brindar luz.

Y Lux, su nuevo álbum, suena divino. Sus arcos frotan las cuerdas para que aparezca lo celestial y la voz de Rosalía alcanza un pico de pulcritud que no le habíamos escuchado. No solo la opulencia operística de «Mio Cristo Piange Diamanti» y «Berghain» roza esa dimensión suprema, hay algo en la tranquilidad con la que vocaliza en «Divinize» que cruza el pecho. «Through my body, you can see the light» (A través de mi cuerpo, puedes ver la luz): es una verdad palpable cuando el canto tiene los matices y el poder de los grandes vitrales. «De Madrugá», flamenco revestido en arreglos orquestales, deja claro que en su mejor versión, Rosalía  puede estar al frente de cualquier instrumentación.

El compendio de temas que trata Lux incluye algunos de los más abarcados desde la crucificción de Jesús. En «Sexo, Violencia y Llantas», la apertura del álbum, Rosalía sueña con que la tierra y el cielo no tengan frontera. Su deseo es vivir entre los dos, poder ver uno con los ojos de quien estuvo en el otro. Amar al mundo y a Dios. El primero con su violencia, el segundo con su benevolencia.

Rosalía practica el equilibrismo entre opuestos permanentemente. «La Yugular», uno de los manifiestos centrales de la obra, persigue la relación líquida entre la levedad del ser y la magnitud de todo. Después de un estribillo en árabe donde jura poder destruir los cielos y demoler el infierno por Él, asegura: «Yo quepo en el mundo / Y el mundo cabe en mí / Yo ocupo el mundo / Y el mundo me ocupa a mí / Yo quepo en un haiku / Y un haiku ocupa un país». Lo físico y lo simbólico se diluyen. Lo lineal desaparece. La única variable inmutable es Dios: “El cielo es la espina / Una espina ocupa un continente / Y un continente no cabe en Él / Pero Él cabe en mi pecho / Y mi pecho ocupa su amor / Y en su amor me quiero perder”.

Al final de «La Yugular» se escucha a la cantautora norteamericana Patti Smith en una entrevista.  «¿Siete cielos? No es para tanto. Quiero ver el octavo cielo, el décimo cielo, el cielo número cien», dice Smith. La cita expresa la ambición de Rosalía, la ambición de decir algo más sobre Dios y lo terrenal, sobre el amor y la violencia, de hacer algo global que refleje y comprenda más que el presente. 

No tuvo miedo a dar cringe en Motomami y en Lux no teme que la señalen como pretenciosa. Con Kanye West fuera del mapa y Kendrick Lamar de vuelta a su raíz en Compton, Rosalía es la última música de estas dimensiones capaz y dispuesta a ir por todo. No solo a quedar en la historia y ser comparable a los grandes, sino a ser la protagonista total.

El vaivén entre lo mundial y lo mundano tiene que ver con que Rosalía durante los últimos años pudo conocer gran parte del planeta girando. En «Reliquia» asocia quince ciudades y cuatro países a algo que vivió allí, pero más que el namedropping importa la forma que tiene ella de relacionarse con esos lugares: se deja impactar, agradecida, y siempre da a cambio el corazón. Así como en El Mal Querer adaptó la novela medieval anónima Flamenca, algunos de los puntos más álgidos de Lux se basan en las historias reales de las místicas con las que se encontró leyendo, conectando con su pasión teológica. En «Porcelana» encarna a Ryōnen Gensō, una monja japonesa que para ser aceptada en el monasterio sacrificó su belleza quemándose la cara. El sentido de «Reliquia» se inspira en el brazo y la mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús, extremidades amputadas de los restos de la santa que hasta hoy se conservan como relicarios. Según Rosalía, la entrega es una llave maestra, incluso para las puertas del cielo.

Con esa actitud, la globalización del discurso de Lux es natural, así como lo fue en el sonido Motomami. La retroalimentación con el territorio le trae de Portugal «Memória», un fado tierno con Carminho, referente del género, y una colaboración con la banda regional mexicana Yahritza Y Su Esencia para «La Perla», una canción de despecho que reconfirma que la música menos interesante de Rosalía es la que está asociada con Rauw Alejandro. Aunque de letra y tono divertido, no queda claro qué hace en Lux más que ser un comic relief post Berghain y el festín fanservicero para quienes esperaban que le diga de todo a su ex. Las otras colaboraciones son apenas testimoniales: Estrella Morente, Silvia Pérez Cruz, Björk, Yves Tumor, todas increíbles personalidades artísticas, apenas aportan una o dos frases con sus colores característicos. Luego desaparecen.

Lux cuenta con la producción de figuras como El Guincho y Noah Goldstein, y colaboraciones con Björk, Yves Tumor, Yahritza y su Esencia, Estrella Morente, Silvia Pérez Cruz y Carminho.
Lux cuenta con la producción de figuras como El Guincho y Noah Goldstein, y colaboraciones con Björk, Yves Tumor, Yahritza y su Esencia, Estrella Morente, Silvia Pérez Cruz y Carminho.

En la era analógica, los cantantes que se preciaban y los sellos hambrientos lanzaban álbumes para el público por fuera de sus lenguas maternas. Los coleccionistas de vinilos lo saben bien. Se ven en bateas de todo Latinoamérica long plays en español de Demis Roussos (Grecia), Raffaela Carrà (Italia), Altemar Dutra (Brasil), Nat King Cole (Estados Unidos) y hasta ABBA (Suecia). Antes que ellos estuvo Isa Kremer, cantante rusa muy prestigiosa en los años veinte y treinta. No se sabe con exactitud en cuántos idiomas podía cantar, pero en el archivo que dejó una vez fallecida había un cancionero con veinticuatro en total. Por testimonios de la época y sus giras exitosas por gran parte del planeta, sabemos que esta pionera globalizadora e ideóloga izquierdista de la canción popular tenía un aparato fonador privilegiado, capaz de adaptarse al yemení, el hebreo, el español, el inglés, el húngaro, varios dialectos italianos y más. Kremer se debía a los pueblos del mundo y por eso se empeñaba en perfeccionar la pronunciación y capturar el espíritu de un tango, el cancionero yiddish o la moda vaudeville. Rosalía retoma su posta: como una forma de honrar la historia, y también de mostrar la grandeza de este mundo, canta en árabe, alemán, japonés, chino mandarín, hebreo, ucraniano, inglés, latín y varias lenguas descendientes.

En una bella coincidencia catalana, el año pasado, en el álbum És pregunta,  el extraordinario dúo vocal barcelonés Tarta Relena llevó su combinación de contralto y soprano al ladino, al latín, al griego antiguo y al español, además de a su lengua materna. Es una obra que todo el tiempo remite a lo litúrgico y a la fuerza de lo absoluto. Hay varios puntos de contacto con Lux, y también están claras las diferencias: Rosalía sostiene su sensibilidad pop y se esfuerza por ser accesible. Con eso viene una confusión típica de los opinólogos: en esta obra Rosalía propone mucho, pero no es particularmente desafiante con el oyente. La pieza más agresiva al oído casual es «Berghain», con tendencias de ópera atronadora y maximalista donde se prueba los zapatos de Dios de una forma que eriza la piel: «Su miedo es mi miedo / Su rabia es mi rabia / Su amor es mi amor / Su sangre es mi sangre», golpea en germánico. La estrategia de volverla el adelanto comercial, con el que chocamos de lleno, permite que luego la experiencia se embelese con las tantas piezas amables del disco.

«Esta se siente como una canción de bodas», acierta un comentario anónimo en YouTube, en el video de «Sauvignon Blanc». «Ah, es como una de Barbie», me dice mi pareja al pasar y como un cumplido cuando suena «Reliquia». La intensísima «Mio Cristo Piange Diamanti», una carta en italiano inspirada por el amor entre Francisco y Clara de Asís, puede agasajar el oído de cualquiera que guste de Luciano Pavarotti o Andrea Bocelli. «De Madrugá» y «La Rumba del Perdón» fueron compuestas con El Guincho en la época de El Mal Querer, y la compatibilidad con ese álbum es altísima. Lux sorprende con su rumbo estético, pero sin necesidad de incomodar. Equilibrio.

A pesar de la percepción de pertenecer a un pasado lejano o una clase alta e intelectual, la música clásica tiene una vigencia universal oculta a plena vista: las bandas sonoras. No es necesario saber de intérpretes, compositores y períodos para estar familiarizado de la intensidad que es capaz de lograr una buena orquesta. La base académica de los soundtracks y sus timbres son tanto o más reconocibles que los de cualquier artista mainstream (Netflix tiene más suscriptores que Spotify, por dar un dato conveniente). El compás lo marcan la épica y el drama. Rosalía usa sus estudios y recursos para construir la fuerza de los clímax del álbum y pronunciar con delicadeza los pasajes más frágiles. Es una recontextualización de la música de cámara en un contexto de canción popular, sin utilizarla como algo meramente decorativo ni llegar a una complejidad excluyente.

«Qué tan jodido es ampliar el rango sin perder el enfoque», se pregunta el rapero bogotano N.Hardem en «Crisis de Papel», de su disco Mal de Altura (2024). Rosalía siempre crea en esa zona de riesgo. Si Motomami tiene por mayor logro ser una de las obras más representativas de su época, con Lux la búsqueda es extemporánea. Su genio muchas veces pasa por encontrar el tono. Música barroca, sí, pero accesible. Un discurso conservador, recuperar la figura ordenadora de Dios y entregarnos a ella, pero dado como respuesta liberadora ante al individualismo reinante.

En «Novia Robot», exclusiva de la versión física de Lux, Rosalía denuncia desde la parodia el ideal femenino más fácil de encontrar en internet: tonta, servicial e infantilizada. Se niega a ser el trofeo de un varón y celebra: «Guapa para Dios / Me pongo guapa para Dios / Nunca pa’ ti ni para nadie / Solo guapa pa’ mi Dios». Ni patrón ni marido, Dios sí. Nos propone una forma de ver la feminidad y la fe que nada tiene que ver con el sometimiento, al contrario. 

Además del male gaze, Rosi se desprende de su propio papel principal, el casco, la moto y los lujos materiales. «Ya no quiero perlas ni caviar / Tu amor será mi capital / ¿Y qué más da? Si te tengo a ti / No necesito nada más», afirma, feliz, en «Sauvignon Blanc». Para el final de Motomami, «Sakura», nuestra protagonista ya había comprendido y expresado de forma conmovedora que la vida de una popstar dura tanto como los cerezos en flor. En el tándem que cierra Lux, «Memória» y «Magnolias», Rosalía pide dos deseos. Primero, a su corazón: que no olvide lo vivido. Segundo, a quienes estén en su funeral: que celebren su vida. Lo demás sobra, ella ya encontró la paz.

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