Cano Cauca

1985: El Cauca: entre todos los fuegos

Autor: Guillermo Cano

Más que un conflicto armado, en el Cauca se cocinaba una mezcla letal de injusticia histórica, abandono y corrupción. Esta cruda radiografía abordó una de las regiones más volátiles de Colombia.

Este artículo hace parte del libro Guillermo Cano: el periodista. Léelo completo acá.

 

24 de marzo de 1985

No está el Cauca, como algunas otras regiones del país, entre dos fuegos, los de la subversión y el orden, sino que se encuentra en la más grave encrucijada nacional, cercada por toda clase de fuegos cruzados que desestabilizan una de las más queridas porciones de la tierra colombiana.

Confluyen las más variadas circunstancias para que del Cauca se quieran apoderar todo tipo de fuerzas contradictorias que no descartan los más despiadados sistemas para imponer sus voluntades y sus intereses. Allá hay de todo: guerrilla, narcoguerrilla, minifundio, latifundio, subversión y represión, y, como común denominador, muerte y sangre por todas partes. Abundan por estos días todo tipo de documentos y de literatura que la opinión pública conoce tanto por los medios de comunicación tradicional como por las vías de Tertuliano, que deberían constituir una suficiente información sobre la gravedad de la crisis caucana. Hasta los expresidentes de la República ha llegado el clamor de la desesperación para que ellos se hagan voceros en busca de soluciones posibles y prácticas a lo que no tememos de señalar como el caldero ardiente en que se está cociendo una mezcla explosiva que, como las erupciones de los volcanes que existen en la zona, puede cubrir a esa tierra y con ella, por extensión, a todo el territorio nacional.

Si el colombiano mira el mapa del departamento del Cauca advertirá prontamente por qué ese territorio ha sido escogido para los más subversivos. Hay raíces ancestrales de injusticia social de fácil explotación demagógica. Hay un problema indígena latente e insoluto por decenas de años. Existe una topografía especialmente útil al movimiento guerrillero en las montañas inescrutables. Hay una salida improtegida al océano Pacífico para el ingreso de armas y la salida del mercado de las drogas prohibidas. El terremoto de hace dos años acrecentó la miseria y atrajo lumpen de otras ciudades que ha agravado el desempleo, que es desesperación de hambre para miles de personas. Algunos terratenientes son o aparecen como completamente indiferentes y soberbios frente al problema de tierras, muy sensible en el Cauca. No hay una verdadera infraestructura que permita un impulso industrial que diversifique los medios de producción del departamento y contribuya a la creación de puestos de trabajo. Al indígena lo explota el subversivo como lo trata mal el dueño de tierras que le niega sus derechos. Los grupos políticos no han entendido la gravedad de los problemas y continúan sentados, apoltronados en sus privilegios, más dedicados a cultivar votos, coercitivamente llevados a las urnas, que a enfrentar con audacia y creatividad la acumulación de los problemas.

No quedan, de ninguna manera, enumeradas todas las circunstancias que hacen de la situación del Cauca la más crítica del país. Existe, sin embargo, en medio del cuadro clínico desastroso, una gente nueva, joven, que se está asomando a su patria chica con una decisión y un impulso de cambio y renovación que entiende los problemas, que propone soluciones inteligentes, que, aun en la desesperación que se justificaría a la luz de la realidad, se niega a someterse a la insurgencia subversiva y a permanecer en el statu quo de la injusticia tradicional. Dentro de la desesperanza, ahí está la esperanza…

La narcoguerrilla

Pero para que esta nueva generación tan bien intencionada pueda esperar algún éxito en su esfuerzo transformador nos parece que es necesario que el país tenga plena conciencia de que en el Cauca, ciertamente, se está fraguando la subversión con perfiles mucho más definidos que en otras partes del país.

Por eso Robles, Corintio, los campos minados, el reclutamiento de jóvenes imberbes concientizados por la guerrilla, la infiltración en los movimientos reivindicativos de los indígenas, los avances y repliegues estratégicos de los hombres alzados en armas, la tregua precaria, el cese al fuego con tiros de ametralladora. Y como otro brazo de la subversión, el floreciente negocio del narcotráfico que, con la audacia que caracteriza a las mafias, ha encontrado en su alianza con la guerrilla y en las facilidades topográficas de la geografía caucana cómo mejorar su negocio. Por el Pacífico está saliendo ahora la gran producción de cocaína sin que el país conozca los espectaculares golpes que las autoridades han podido dar en otras regiones del país a los narcotraficantes. Y es lógico aceptar que el negocio es de doble vía. Es decir que la protección que la guerrilla ofrece, además de su colaboración, al narcotráfico, este corresponda generosamente introduciendo, por los mismos caminos escondidos de la selva montañosa y de la Costa Pacífica, cargamentos de armas para alimentar la subversión.

Desactivar esta alianza monstruosa debería tener una prioridad en las operaciones de las autoridades legítimamente constituidas. Porque allí está claro que mientras el narcotráfico infiltra al campesinado con su dinero corruptor, la guerrilla arma al descontento y al concientizado en la lucha revolucionaria subversiva.

Es un coctel de alto poder explosivo que se está mezclando en grandes cantidades mientras se trabaja en otros campos por encubrir las maniobras clandestinas con posiciones abiertas al diálogo de paz, de tregua y de cese al fuego. Es que los colombianos tenemos, sí, que proseguir sin reversa en los esfuerzos de paz, pero eso no significa que cerremos los ojos a las maniobras y estrategias nuevas que la subversión ha puesto en marcha. Seríamos insensatos si, valga el ejemplo, le diéramos la espalda al problema narcoguerrillero del Cauca, porque la realidad es que existe, que antes que decrecer aumenta, con evidente riesgo para todo el país.

El problema indígena

Nos haríamos interminables si tratáramos de comentar en una sola columna todas las situaciones críticas que hacen desesperada la que atraviesa el Cauca. Hemos enumerado muchas de ellas. Y analizado el de la narcoguerrilla. Tratemos por hoy, finalmente, el problema indígena.

Partamos también en este caso de la premisa de que el problema existe y que ignorarlo es una estupidez. Y porque existe es por lo que al indígena lo tienen entre varios fuegos, entre todos los fuegos. Los guerrilleros los quieren a su lado. Los terratenientes los quieren como sus esclavos. Los partidos políticos los ignoran. El Gobierno actúa con indiferencia cuando no poniendo su poder en contra de los respetos que el indígena merece.

Ocurren episodios tan crueles como el asesinato del sacerdote indígena Ulcué. Hoy no se sabe todavía quiénes son sus asesinos. Se dijo que habían sido dos miembros de la Policía pagados por unos terratenientes. Lo dijo no la prensa sino la autoridad judicial legitima. Al poco tiempo se absolvió a los sindicados de toda culpa. Y los medios de comunicación, que publicaron la noticia inicial de que se había descubierto el misterio de ese asesinato infame, han tenido que rectificar. Pero esos mismos medios de comunicación, sometidos al vaivén de las decisiones judiciales, así como deben rectificar tienen que exigir que se esclarezca el delito. ¿Quién mató al sacerdote? ¿Quién mandó matar al sacerdote? ¿Los terratenientes? ¿Los guerrilleros? ¿Los policías? ¿Los comunistas? ¿Los liberales? ¿Los conservadores? Las balas salieron de unas pistolas y las pistolas no se disparan solas y no se disparan sin motivo.

¿Por qué volvemos sobre este asesinato? Porque en él se involucra la situación de los indígenas caucanos. Siendo una minoría, se la ha escogido como el trompo de poner. Para todos. Para que en ellos afilen sus uñas los explotadores de todas las tendencias. A los indígenas se los está politizando miserablemente. Cómo ha caído sobre ellos la plaga de la civilización que les destruye su identidad. No van a ser los indígenas quienes destruyan al Cauca. Pero el problema de los indígenas sí puede ser la mecha que haga estallar los explosivos que se prefabrican a su amparo, en su nombre, y como una justificación farisaica para los actos más abominables de sangre y violencia.

Volvamos los ojos al Cauca. Allí está, si no la más caliente probeta de ensayo subversivo, sí la que más cerca está de que se experimente con resultados insospechables el desencadenamiento de un terremoto que dejaría al de Popayán de la Semana Santa de 1983 como un inofensivo temblorcito de tierra.

«Libreta de apuntes»

 

Nota de Jorge Cardona Alzate

El departamento del Cauca continúa cruzado por todos los fuegos. Pero en marzo de 1985, cuando Guillermo Cano escribió sobre los dilemas de esta región, se desarrollaba en su geografía una crisis surgida de los desacuerdos entre el Gobierno y el M-19 para preservar el cese al fuego pactado meses antes. Después de la firma del acuerdo en Corinto (Cauca), las tropas de esta organización insurgente se situaron en la cuchilla de Yarumales, pero mientras tomaba forma el diálogo en Bogotá, se produjo un hecho que alteró el panorama. El sacerdote indígena paez, Álvaro Ulcué Chocué, líder de las comunidades y párroco de Toribío, fue asesinado el 10 de noviembre de 1984 en Santander de Quilichao. El comando Quintín Lame de composición indígena respondió con ataques armados.

El Ejército incrementó su presencia en el norte del Cauca y, además de enfrentar al Quintín Lame, puso en marcha la operación Garfio, con un cerco militar a los campamentos del M-19 en el cerro de Yarumales. Hacia la segunda semana de diciembre, la región era un territorio de guerra. En vísperas de Navidad, se concertó un alto al fuego, pero con el año nuevo de 1985 volvieron las hostilidades, mientras el comando Quintín Lame y el Frente Ricardo Franco atacaron en Santander de Quilichao. Fue una semana de confrontación sin tregua, hasta que el M-19 aceptó moverse a Los Robles, a cuatro kilómetros. Desde su nuevo asentamiento en Miranda (Cauca), el M-19 planteó al país el Congreso por la Paz y la Democracia, y entre el 7 y el 21 de febrero realizó su novena conferencia.

La convocatoria a ambos escenarios se hizo a través de avisos pagados en El Espectador y El Tiempo, y al encuentro acudieron delegados internacionales, dirigentes sociales y periodistas. La decisión de la organización alzada en armas fue incentivar su accionar político y constituir un movimiento para ser gobierno. La primera tarea fue crear campamentos urbanos de paz y democracia en los barrios populares de las ciudades. En la práctica, el cese al fuego se transformó en una quimera y en su escrito Guillermo Cano acertó cuando advirtió la situación del Cauca: «Allá hay de todo: guerrilla, narcoguerrilla, minifundio, latifundio, subversión y represión, como común denominador, muerte y sangre por todas partes». Un territorio idóneo para el ingreso de armas y exportar droga por el océano Pacifico.

Enmarcado en el Macizo Colombiano, génesis de las cordilleras Occidental y Central y fuente de los ríos Magdalena, Cauca, Micay y Patía, es un territorio de pueblos indígenas y comunidades negras con larga historia de convivencia con el poder blanco. Desde que el rey de España designó a Sebastián de Belalcázar como gobernador vitalicio y habilitó la fundación de Popayán en 1537, la región del Cauca tuvo un desarrollo colonial que creó una sociedad ilustrada esclavista, cuna de grandes líderes de la Independencia y la primera república. En tiempos republicanos, el Gran Cauca, desde el Chocó hasta el Caquetá, fue el soporte administrativo de la mitad del país. De Estado Soberano del Cauca pasó a departamento, y también vio llegar la guerra de los Mil Días antes de que el siglo xx irradiara sus primeras luces.

Tiempo después, un combatiente indígena paez, el terrazguero Quintín Lame, lideró una revuelta indígena en Cauca, Huila, Tolima y Valle, que puso en ascuas la hegemonía conservadora y mostró los atrasos en el acceso a la tierra, la discriminación racial y cultural y la autonomía de los cabildos indígenas. En 1914, Quintín Lame fue capturado por primera vez. Nunca se resolvieron los problemas en el Cauca y eso explica también por qué la insurgencia eligió su territorio. Entre sus montañas y ríos crecieron las farc y el M-19. También el paramilitarismo y el narcotráfico. Con vecindad al Pacífico, se convirtió también en una red de caminos entre la selva y la costa. Cuando Guillermo Cano evidenció que el Cauca sobrevivía entre todos los fuegos, retrató una verdad que sigue intacta.

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