Los indígenas tikuna, y quienes viven en el Amazonas, cuentan que en lo más profundo de la selva vive la Curupira. Es un ser con cara de «abuelito arrugado» o «duendecillo», pelo de choza —o de fuego— y los pies volteados hacia atrás, para confundir a los cazadores con sus huellas. Dicen, también, que tiene un bastón en forma de serpiente, que es muy hábil y audaz, y que tiene poderes sobrenaturales: puede convertirse en animal y, aunque en su forma original es hombre y mujer al tiempo, puede transformarse en cualquier ser.
«No es una criatura mala», explica Jhonatan Salas, profesor y experto en mitos y leyendas del Amazonas, en una maloka llena de niños indígenas del Resguardo El Progreso, a treinta y cinco kilómetros de Leticia, en plena selva amazónica. «Es un vigilante de la selva que está pendiente de todas las cosas que nos rodean. Ustedes miren: la naturaleza, los animales, los cultivos». Luego, ante la mirada atenta de los pequeños, señala un cartel en donde está pintada una Curupira junto a un ser pequeño, encorvado, peludo y con la cara arrugada. «A su lado va el Chullachaqui, un duende. Siempre están de guardia, pendientes de si las personas dañan una matica, se llevan algún animal o llegan a quemar la selva».
El sol del mediodía se filtra por la maloka, construida con madera, paja, hojas de palma y piso de piedra. Afuera, en medio de las casas, la cancha de microfútbol y las chagras —las tierras donde cada familia tiene sus cultivos—, la sensación térmica es bastante alta, la mayor parte de la población está resguardada y tampoco se ven muchos animales circulando por ahí, pero adentro está fresco. Es un momento feliz para todos: los niños y niñas asisten a una de las actividades de la Biblioteca Rural Itinerante (BRI), un proyecto de la comunidad, junto a la Biblioteca Pública Municipal de Leticia, por el que cada mes, a través de sesiones de lectura al aire libre, talleres de lectoescritura, manualidades, pintura, dibujo y cineforos, cerca de cincuenta niños disfrutan de actividades culturales y educativas.
La biblioteca, que ya lleva año y medio de funcionamiento, no solo ha impactado a una comunidad asentada dentro de la selva, una zona en la que es muy difícil conseguir libros, ver películas o asistir a actividades culturales, sino que ha logrado destacar a nivel nacional. En 2024, por ejemplo, ganó el IX Premio Nacional de Bibliotecas Públicas Daniel Samper Ortega, entregado por la Biblioteca Nacional de Colombia, en la categoría de Memoria y Cultura.
«Les cuento esto para que ustedes algún día les cuenten a sus hijos y para que así no se pierdan nuestros mitos y nuestras leyendas», dice Jhonatan. «¡Moeinchi!» (gracias), le responden algunos de los niños, quienes, sentados en bancos de madera, dibujan sus propias versiones de la Curupira con papel y colores.
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Para llegar a El Progreso hay que tomar una lancha desde Leticia, la capital del departamento, y recorrer unos 30 kilómetros de río. Un viaje en el que se entiende por qué, antes de llamarlo Amazonas, el explorador y conquistador español Francisco de Orellana se refirió a él como el «Río Mar». El límite inferior del mapa de Colombia. La sangre que bombea el llamado «pulmón del mundo», el hogar de millones de especies de animales y plantas.
Cuando la zona está en verano y el cauce del río baja, hay que caminar unos tres kilómetros hasta el caserío. En invierno —normalmente desde diciembre y durante la primera mitad del año—, las lanchas pueden llegar casi hasta la entrada. Allí, un letrero con dibujos de delfines, jaguares, tucanes, guacamayos y personas realizando varios oficios, saluda a los visitantes: Bienvenidos a la comunidad Magüta El Progreso.
Los indígenas tikuna que viven allí se dividen en dos clanes: Jaguar y Guacamayo. Además, tienen un primer nombre, o nombre de nacimiento, que es el indígena, y un segundo nombre, occidental. Se dedican a la agricultura en sus chagras (siembran yuca, tabaco, frutas), a la pesca y a las artesanías. También hacen figuras en balso y otros tipos de madera más fuertes, fabrican manillas y cerbatanas, y pintan en unos tejidos que se hacen con la corteza de la madera.
«Nosotros vivimos como etnia tikuna, netamente de la sangre tikuna», explica Ismael Ramos (su nombre indígena es Dawenükü), vicecuraca de la comunidad, es decir, el segundo al mando luego del curaca (el gobernador del cabildo). Está vestido con el traje ceremonial: un tocado de plumas, un pantalón de tela hecha con corteza de madera, una serie de collares sobre el torso desnudo y un bastón de balso en el que aparecen en relieve los dos animales más representativos de la comunidad tikuna, los que ercarnan su conexión espiritual con la selva: el jaguar y la guacamaya.
Desde hace algunos años, luego de ver cómo otras comunidades estaban perdiendo a sus mayores y notar que los más pequeños estaban más interesados en lo que el mundo «occidental» les ofrecía a través de los celulares que en sus propias tradiciones culturales, la comunidad de El Progreso está buscando la forma de rescatarlas y preservarlas. No solo la lengua materna, que la gran mayoría se esfuerzan por mantener, sino también los cantos tradicionales, los cantos de cuna, los juegos autóctonos, las medicinas (hechas con plantas de la zona), las danzas, los trabajos manuales, los mitos y las leyendas. Y el proyecto de la Biblioteca Rural Itinerante ha sido la herramienta perfecta para comenzar a hacerlo.
«Hace treinta años, los abuelos nos enseñaban cómo elaborar una canoa, una embarcación. Pero ahora los niños no están aprendiendo esas cosas», dice Nixon Ramos, el secretario del cabildo. «Y pasa también porque nosotros hacemos todo de forma oral, nada escrito. Y ahora, con este proyecto de la biblioteca, queremos dejarlo en libros, que no se pierda lo que se dice oralmente, que quede para nuestros niños y los próximos niños».
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Los habitantes de El Progreso le tienen un nombre muy significativo a la Biblioteca Rural Itinerante: Wone Arü Echiré, que significa «semillas del árbol de la vida». Delvis Ramos, el curaca (gobernador del cabildo), explica que se debe a que todo el proyecto es equivalente a plantar un árbol que dará frutos.
«Nosotros siempre hemos sido de transmisión oral, pero queremos recuperar la historia desde la base, que es como la raíz del árbol: de dónde surgimos, quiénes fueron nuestros fundadores, cuáles son los mitos. Cuáles son nuestros conocimientos, nuestras tradiciones, que sería el tronco. Todo eso se ha venido recuperando y rescatando con nuestros abuelos, sabedores, sabedoras, parteras», explica.
Ahora, con el premio que ganaron por parte de la Biblioteca Nacional quieren empezar a dejar un registro escrito de la historia, los conocimientos ancestrales y las tradiciones de la comunidad. Un proyecto para el que también tienen un nombre en lengua local: Wena Naka Ta Day Ñema Taküma, es decir «buscando y fortaleciendo nuestra cultura».
Ese objetivo para Jhonatan Salas es casi como una misión de vida. Su papá, un reconocido historiador del Amazonas llamado Francisco Salas Suárez, fue quien empezó a viajar por la selva y sus distintas comunidades para rescatar, y luego escribir, los principales mitos y leyendas. Recorrió el río de Perú a Brasil, estuvo en lugares como La Chorrera y Manaos, habló con los mayores y hoy tiene por lo menos tres libros autopublicados, incluyendo Rasgos amazónicos (2000) o Amazonas: fábulas y cuentos (2016), que vende en Leticia y otras ciudades.
Hoy, mientras trabaja llevando esos mismos mitos y leyendas que rescató su padre a niños como los de El Progreso, Jonathan siente que es cada vez más urgente que las nuevas generaciones no pierdan su memoria ni su cultura. «Es fundamental que se mantenga esa sabiduría —dice, mientras observa el río Amazonas en una lancha—. Que no pierdan su sentido de pertenencia, que pueden contar a sus hijos e hijas todo lo que sus ancestros y ellos vivieron».
Tanto él como el curaca hablan con preocupación de varias comunidades de la zona que han perdido su identidad porque los conocimientos y las tradiciones se fueron muriendo con los abuelos y abuelas.
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No es casual que la Biblioteca Rural Itinerante de El Progreso lleve el nombre de «semillas del árbol de la vida». Porque ese árbol no solo es un concepto: existe de verdad, a pocos kilómetros de la maloka, entre las últimas chagras, en el umbral de la selva profunda. Es una imponente ceiba de casi 500 años, que ha visto pasar a varias generaciones de indígenas, en donde la comunidad hace armonizaciones, ceremonias de limpieza y a la que acuden para dejar sus más profundos sueños, deseos y preocupaciones. Es el árbol más alto de esa parte de la selva, con unas raíces visibles y poderosas que se extienden bajo una base tan amplia que puede cobijar a 10 personas juntas.
Al imaginar su biblioteca como unas semillas, la comunidad está sembrando para que en un futuro no tan lejano, su identidad, su cultura, sus memorias y sus tradiciones tengan raíces tan profundas y firmes como las de ese árbol. Que no solo estén enterradas en la tierra, sino que crezcan visibles, orgullosas, imponentes. Con frutos que no solo los beneficien a ellos, sino a la propia selva, el río (no en vano los tikuna se llaman a sí mismos pueblo maguta o «seres que fueron pescados del agua»), los animales y las demás comunidades amazónicas.
«Esta biblioteca es como un piloto —explica el curaca Delvis—. Si funciona no solo va a ser para nosotros, sino para compartirlo con otros resguardos y otras comunidades». De hecho, la Biblioteca Pública de Leticia también trabaja con otra Biblioteca Rural Itinerante en la comunidad indígena de Arara, ubicada a unos kilómetros de El Progreso.
El premio que ganaron en 2024 fue para ambos proyectos. Los jurados no solo destacaron su aporte al rescate, la difusión y la preservación de los saberes ancestrales, las lenguas nativas y las identidades, sino también su contribución al aprendizaje, la alfabetización desde la primera infancia, la salud mental y la protección de la bioculturalidad.
Sin embargo, la comunidad de El Progreso sabe que aún hay mucho camino por andar. Las semillas necesitan cuidado constante: deben abonarse, regarse y protegerse para que el árbol crezca sano, fuerte y de muchos frutos. Son los tiempos de la tierra, del río y de la selva. Los tiempos con los que sus ancestros, y ellos mismos, han vivido durante muchas vidas.
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