La casa está hecha de tablas, cubierta por tejas de zinc. El suelo está salpicado por tapas de gaseosa que se aferran como garrapatas a la tierra compacta. Se duerme con mosquitero mientras un ratoncito roe una pata de la cama. La habitación de al lado es una tienda con una nevera llena de refrescos y agua embolsada, custodiada por Natacha, una perra oscura y recelosa. Unos metros más allá se abre el campo de fútbol, cercado por otros ranchos como este y por la iglesia pentecostal, hecha también de tablas. Luego viene el camellón que canaliza las aguas del humedal y de la extinta ciénaga; al fondo, a mil metros, se eleva La Madre Unión, el cerro de altos árboles, fuente de agua, teta nutricia de pezón testarudo: la última reserva, la frontera final antes de que el banano y la coca se lleven por delante los árboles que quedan. Digna, la madre de un soldado, habla:
Por aquí anda suelto un tigre… Dicen que es hembra y ha llegado hasta aquí mismito. La otra noche ladraba la Natacha y no se callaba. Uy… usté viera como le quedó la espalda a ese muchacho, se le veía todito por dentro. Dicen que lo que pasó fue que el muchacho le quería robar los cachorros y la hembra lo encontró y lo atacó. Después unos dijeron que iban a buscarla y que la iban a matar, pero yo creo que esa hembra anda suelta por ahí en el monte de la Madre Unión. Unos niños que venían para el colegio llegaron diciendo que habían visto los cachorros de tigre jugando por allá.
Antes de que nos fuéramos en 1997, mi hermano sufría de una locura… no era todo el tiempo, pero a veces le daba una cosa y era que él mismo se hacía daño, se cortaba la piel con cuchillo. Una vez se cortó la pierna en tiras, así como cuando uno arrolla un pescado. Esa vez lo encontraron ya cuando se desangraba. A él le gustaba salir mucho con Arely. Todos los domingos querían irse juntos para el pueblo a comprarse cualquier cosa porque él cultivaba maíz. Cuatro, cinco, seis hectáreas de maíz. Con lo que recogía iba hasta el pueblo a comprar sus cosas porque a él le gustaba vestir bonito. Y él cosía. Compraba esa tela que antes llamaban chalís, que venía estampada de flores. En uno de esos viajes se topó con las tropas paramilitares. Por aquí todavía no habíamos visto nunca un paramilitar, estábamos acostumbrados era a ver ejército. Le pidieron los papeles, pero mi hermano no tenía ninguna clase de documento porque cuando mi mamá le había sacado el registro de pequeño él, en una de sus locuras, lo quemó. Igualito con la cédula, cuando se la dieron se puso a recortarla. A veces mi hermano decía que no necesitaba de eso, que no tenía papá ni mamá, tampoco papeles, y como no los entregó comenzaron a tratarlo mal y él: que no tenía papel, que no tenía papel… Usté es guerrillero, le dijeron, véalo, guerrillero. Y él les respondió: Cuál guerrillero ni qué nada, ¿ustedes quieren saber dónde está la guerrilla?, váyanse para la montaña, vayan a buscarlos en los cerros. Ahí comenzó la pelea con el comandante: Usté es el que sabe dónde está la guerrilla, le dijo el comandante a mi hermano. Usté nos va a llevar a encontrarlos. Venga para acá. Y se lo llevaron. Mi mamá casi se muere. Mi hermana no lo podía creer. Mi papá se fue hasta Bajirá y habló con uno de esos comandantes y le explicó que lo que pasaba era que mi hermano estaba loco. ¿Cuál loco?, le dijo el comandante. Esos son los buenos para la guerra, dijo mi papá que le dijo el comandante.
Un día nos llegó una carta en la que se nos decía que debíamos irnos. De aquí de la Madre-Unión ya se había desplazado mucha gente y los paramilitares eran los que mandaban. Nosotros resistimos cuando ya la mayoría de la gente del bajo Atrato se había desplazado. Yo estaba en el colegio y ellos nos miraban pasar a la salida y nos decían: Cuidadito con decir algo, cuidadito con abrir la boca. Ustedes no nos han visto. Nosotros resistimos hasta que llegó la carta. Yo nunca la leí, pero cuando mi papá la trajo nos fuimos de una vez. Mi papá llegó y dijo: Yo creo que va a tocar irnos. Y ya está. En ese tiempo nadie hablaba de zona de biodiversidad, ni de derechos humanos, ni nada de eso. Mi papá cuenta que la gente quería resistir, pero por aquí pasaban los helicópteros de madrugada, por ahí corría ejército, corría guerrilla y corrían paramilitares.
Temprano en la mañana, con el primer rayo de sol calentando la casa, Yover aparece vestido con unos mochos y una camiseta, las botas de caucho protegiéndole las piernas hasta debajo de la rodilla. Lleva un balde de concentrado para gallinas lleno hasta la mitad. Canta el sinsonte, unas loras comadrean volando bajo y unas aves más oscuras que viajan en escuadrón trazan una diagonal. Se les ve el pico robusto, curvado y muy fuerte. De pronto truena una detonación. El escuadrón rompe filas y las aves negras, familiares de los loros y las guacamayas, escapan graznando. Yover sonríe:
Esos son los curruchupos. Sí son dañinos esos animalitos, oiga… Y huelen feo. Les gusta el maíz. Por aquí la gente los espanta con pólvora porque si se descuidan acaban con el sembrado, pero son muy inteligentes. Ese que está cantando ahora es sinsonte. Sí canta bonito ese pajarito, oiga… Usté le pone música todos los días, o cuando usté quiera, y él aprende. Hay quienes le ponen música de Diomedes y ese pajarito aprende y le canta un disco completico. Cuando yo era niño cogí un pajarito de esos y se lo entregué a mi hermano. Él le enseñó a cantar. Le ofrecieron hasta tres millones de pesos por ese pajarito, pero mi hermano, nada, no lo vendió. Se lo ponía en la mano y el pajarito cantaba y no se volaba ni nada. Cuando mi hermano salía, se iba unos días, ese pajarito no comía y se buscaba morir. Estaba triste. Cuando mi hermano regresaba, el pajarito se contentaba. Y así. Ese pajarito es muy sentimental. Un día mi hermano falleció y el sinsonte falleció de tristeza.
Por aquí se encuentran culebras y dicen que anda suelto un tigre, oiga… los de Corpourabá lo vinieron a soltar en el cerro de la Madre Unión. Casi no se deja ver, pero dicen que anda por ahí. A veces uno ve las huellas fresquiticas en el barro. Oiga… yo me fui de la vereda para Chigorodó cuando esto se puso violento. Nos tocó salir de la Madre Unión. Nos fuimos andando y llegamos a trabajar. Mi papá tenía de todo, maíz, cacao, arroz, yuca, animales… era de aquí, oiga… y tener que irse para llegar a sobrevivir en un pueblo que uno no conocía. Lejos del campo. Y nosotros siempre acostumbrados al campo. Me cuenta mi mamá que mi papá sufrió mucho. Lloraba de tristeza, porque nunca había estado acostumbrado a trabajar en un pueblo, a trabajarle a otro. Entonces a él le dio muy duro. Por acá la gente se queja mucho del curruchupo. Por el maíz. Vea ese pajarito de cola larga: es una tijereta. Y en el caserío hay una pava, la que llaman congona. La otra vez un muchacho encontró tres huevitos de pava en el cerro, se los echó a las gallinas y ellas criaron a la congona.
Para alcanzar la base del cerro se camina por un camellón que corta en línea recta el sembrado de arroz que se alimenta del humedal. La Madre Unión es un punto aislado en la superficie, pero al mirar hacia el occidente varios kilómetros en dirección a la frontera con Panamá, emerge alargada en lo que llaman Cerro Cuchillo, donde hay una base militar. Las tijeretas hacen equilibrio sobre la cerca de alambre de púa que acompaña el camellón. Las pisadas se hunden en el suelo encharcado, los árboles más altos se mecen suavemente, invitando a Héctor, que camina al frente:
¿Cuál es la diferencia entre un cerro y una montaña? ¿Qué es una zona de biodiversidad? ¿Cómo se defiende un territorio? Porque antes estos territorios no se llamaban zona de biodiversidad y no tenían quien los defendiera. La zona de biodiversidad hace parte del retorno de nosotros y es una apuesta, también una estrategia, una figura de protección y autoprotección colectiva, es decir, esa figura está avalada ante el derecho internacional humanitario y nos permite estar juntos y unidos en un solo lugar para resistir a la amenaza, a la opresión, a los señalamientos, para resistir la presión de los herederos del terrateniente que anda por aquí, el señor Francisco Luis Castaño Hurtado, quien aprovechó la coyuntura del desplazamiento forzado en 1997 para acaparar ilegalmente todas estas fincas. También para reclamar nuestro derecho a la tierra, para estar unidos frente a cualquier actor armado que llegue, así sean los señores que sabemos que se mueven por aquí: las AGC, el ejército, la policía o cualquier entidad de gobierno que llegue a este lugar que ahora se llama zona de biodiversidad.
En la pata del cerro de la Madre Unión hay un cambuche recién incendiado. Parece una cocina. El ataque de los mosquitos es insoportable, la humedad nubla la visión y las pisadas se entierran en el barro. El dosel forestal ensombrece la trocha. El camino de acceso al corazón de la montaña parece recién abierto. El riachuelo cristalino baja rumoroso y alegre. Las helechas se estiran hacia la luz. Es una jungla de árboles jóvenes, larguiruchos y decididos de no más de veinte, veinticinco metros de altura. Los bejucos hablan de un pasado glorioso, pero hoy los árboles son escuálidos. Nada es lo que parece en este lugar.
Mire este riachuelo tan limpio… Por aquí es que uno se encuentra con las huellas del tigre. Jaguar. Hay que mirar con cuidado porque él viene a tomar agua a estos sitios. El agua que nace en la Madre Unión alimenta muchas veredas y caseríos. Este caserío de aquí, que levantamos alrededor de esta cancha de fútbol, con su iglesia, esto antes tenía un alambrado alrededor, tenía unas vallas que informaban quiénes éramos y cuándo habíamos regresado, y tenía unas personas que estaban dentro, resistiendo por el derecho a la tierra que les habían quitado por la fuerza. La historia de esta zona de biodiversidad nace el mismo 12 de octubre de 2016, el domingo de nuestro retorno, recuerdo yo, más o menos a las diez de la mañana. Ese día entramos de nuevo en el territorio junto a una organización de Defensores de Derechos Humanos, una organización no gubernamental llamada Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, junto a las Brigadas Internacionales de Paz, que son unos aliados de ellos en territorio. Para entenderlo bien, la figura de zona de biodiversidad se crea para amparar ese regreso, y desde allí visibilizar la problemática. Yo creo que aquí, en nuestra comunidad, tenemos que hablar más del fundamento de la zona de biodiversidad, y con la que debiéramos estar agradecidos hoy porque esta fue la figura es la que nos permite permanecer aquí. La zona de biodiversidad permite la defensa de la vida en el territorio. Desde ahí nace para nosotros la posibilidad de proteger el lugar donde vivimos. Ese nombre de zona de biodiversidad no nos obliga a proteger la mitad del territorio. Lo dice su nombre: biodiversidad. Defender toda la biodiversidad. Y en ese caminar hacemos resiliencia, logramos visibilización, hablamos de la problemática por el derecho a la tierra, de la amenaza al cerro, al humedal y todo ese tema, y así es que nacen los Guardianes Madre Árbol. Después de que nos mataran a cinco miembros de nuestra comunidad, nosotros entramos en la búsqueda de convertirnos en una organización jurídica con dientes para jalar proyectos, para tener más fuerza ante el Estado. Y somos guardianes no solo porque yo sea el representante legal, Digna sea presidenta o Uvadul sea el tesorero, no. No solo por eso. Sino porque por allá en la Constitución del 91 los ciento cincuenta constituyentes nos dijeron: Hey, aquí tienen su nueva carta de derechos y aquí también tienen sus deberes. Entonces todos somos guardianes de la naturaleza. Estamos llamados a ser guardianes. Que de ahí para allá haya gente que no entre en conciencia o en consideración, de que sí cuidan o no la zona de biodiversidad, eso otra cosa.
Bosque primario, dice Héctor. Aquí todavía existen los hijos de los primeros árboles. ¿Cuál es la altura de la Madre Unión? ¿Cien, ciento cincuenta metros? El nombre no aparece en GoogleMaps. No se ve rastro del tigre, todo es greda encharcada, hojarasca en descomposición, mosquitos que zumban y atacan, hongos como tortas adosados a las cortezas de los árboles, avenidas de hormigas arrieras cargando el alimento del micelio. El silencio es sospechoso. ¿Dónde están las aves? La trocha sube y baja en un suave columpio y después de alguna de las crestas aparece: en la base del pezón de la montaña, justo a un lado de donde brota el manantial, la estructura alienígena que almacena el agua y la distribuye por entre los tubos. Es una visión extraña, una cápsula enorme, de plástico blanco, un hongo imposible instalado por alguien para chuparle el agua a la tierra y llevarla lo más lejos posible, afuera, a los cultivos y a los ranchos.
Cuando salimos de estas tierras por allá en 1996, 1997, el terrateniente Castaño Hurtado se quedó solo con el bosque y la montaña durante diecisiete años. Tuvo todo el tiempo que quiso para escoger los mejores árboles y se los fue llevando de uno en uno. Pero ahora ya no se puede cortar. Para eso estamos los guardianes. En las normas de convivencia que tenemos se establece que no se puede cortar árboles así como así. La otra vez escuché el ruido de las motosierras y me vine para acá solito. Eran dos y no eran de por aquí. Uno de ellos se quiso poner bravo, pero los árboles hay que respetarlos. Nosotros nos sentimos chocoanos, pero también antioqueños. Nuestras costumbres también son de los córdobas, porque nuestros abuelos eran de allá y vinieron a estas tierras hace muchísimos años buscando un futuro. En Belén de Bajirá se puede encontrar de todo pero parece que no le pertenece a nadie.
La vía que lleva de la Madre Unión a Belén de Bajirá no tiene pavimento. A lado y lado hay extensas plataneras y potreros con vacas. De vez en cuando una fila de matas de yuca al borde de la carretera. El enclave está rodeado de fronteras: en 1508 la corona española separó las gobernaciones reales de Castilla de Oro y Nueva Andalucía usando el río Atrato como franja divisoria. En 1924 se firmó el tratado Vélez-Victoria con el que se selló la separación de Panamá y en el año 2000 la gobernación de Chocó solicitó al gobierno el entonces corregimiento para convertirlo en municipio, situado en un punto sin límites claros entre Mutatá y Ríosucio. El ambiente en Belén de Bajirá es pedestre. Pueden verse carniceros sin nevera en una fila de casetas hechas de tabla a un lado de la vía y no hay sombra de acueducto. Digna recuerda sus días como desplazada en Bajirá y se enardece:
Al paso que vamos la pregunta del millón, que se la hemos hecho a los ministerios, es que con la deforestación en Colombia, con la contaminación en la Larga y Tumaradó, donde se han perdido tantas especies de flores y fauna, ¿qué tierra nos entregará el gobierno a nosotros?, ¿cómo nos las entregaría?, ¿en qué condiciones…? Nosotros como víctimas estamos exigiendo al gobierno que queremos las tierras saneadas, con ordenamiento territorial, pero en vista de la pérdida de fauna y flora, de la contaminación de los ríos, nadie ha respondido. La idea es que les den respuesta a las comunidades y que puedan venir y hacer cosas acá, porque ellos ya ni siquiera se están dando cuenta de lo que nosotros hacemos aquí. Por eso presentamos el informe con todos los impactos ambientales, para que ellos vean y se hagan una idea de cómo está el territorio y qué estamos haciendo nosotros. Hasta ahora nunca hemos podido llevar un alcalde o un concejal a la Madre Unión; los hemos invitado varias veces, pero nunca se han presentado. Cuando tuvimos que salir desplazados en 1997, la de Madre Unión era una quebrada de agua viva, de agua limpia de la que uno podía tomar con la mano. Cuando regresamos en 2016 por nuestros medios, sin acompañamiento del estado, la escuela estaba destruida, el cerro ya no era el cerro, habían tapado la quebrada, porque el terrateniente usaba el agua para sus tierras. A esta ciénaga de aquí, donde se cogía bocachico y mojarra amarilla, le habían echado búfalos. A uno le da tristeza, pero ante las armas no se puede hacer mucho… Comenzamos entonces a trabajar con la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, que son defensores de medio ambiente y defensores de derechos humanos. Y comenzamos a hablar del medio ambiente porque un vecino de aquí tapó la quebrada nuevamente e inundó la parte de arriba, y por el otro lado la secó para pasar la maquinaria para cortar arroz. A mí eso me hizo sentir como que alguien me cogía de la oreja, igual que a Héctor, y éramos nosotros juntos en la noche, caminando la Madre Unión, pensando cómo era que debíamos de organizarnos, y nos nació la idea de un comité ambiental y comenzamos. Le hablamos a los retornantes, le hablamos a los niños, a las mujeres, comenzamos a hablar y a organizarnos.
¿Cómo se defiende una montaña? ¿Cuántos guardianes hacen falta para hacerlo? Los límites de la Madre Unión son porosos: es una isla a la que puede llegarse desde muchos lados. Es vista como fuente de agua, madera y alimento. Hay quienes han comenzado a sembrar árboles frutales de mango y mamoncillo en los claros abiertos por los deforestadores y el mito del jaguar que anda suelto en sus caminos alimenta las fantasías de quienes viven cerca. Aparte de los humanos, reinan los mosquitos. Digna continúa:
En vista de que nos seguían deforestando el cerro y metiendo las maquinarias que acabaron con lo poco que nos quedaba de humedal para sembrar arroz, nosotros comenzamos la defensa, pero cuando entramos recibimos mucha amenaza. Nos dimos cuenta de que el cerro ya tenía otros dueños y en estos lugares la amenaza siempre está cerca. Como el tigre. Entonces fuimos a Codechocó y pusimos la queja y ellos nos salieron con la cosa de que teníamos que organizarnos en una cooperativa o en una asociación o en un grupo, pero jurídico, porque si no éramos jurídicos no teníamos derecho a reclamar. Así nos organizamos como asociación, como defensores del medio ambiente, con cámara de comercio, con todo, pero eso valía mucha plata. Hablamos con la comisión y no tenían plata, que hoy que mañana, que hoy que mañana… y entre los del mismo comité comenzamos a recoger de a poquito hasta que nos validaron. Hoy podemos hablar en voz alta de lo que necesitamos: primero la restauración del cerro de la Madre Unión y que destaponen la quebrada La Madre; segundo, la llegada de proyectos productivos que transformen el monocultivo y la instalación de servicios básicos, porque ya se ve, no tenemos ni acueducto ni alcantarillado.
Al final de la tarde, llega un grupo de hombres jóvenes a la cancha. Se los ve silenciosos. Parecen cansados. Se les acerca el pastor. Mientras se alistan, va llegando más gente que aparece detrás de los ranchos, también en silencio. En poco tiempo ya están listos los dos equipos. Se enfrentan pateando un balón descosido a punto de desinflar. No hay árbitro, pero los hombres son leales entre ellos, juegan sin mala intención. Algunos tienen su barra propia, personalizada. El sol cae en la Madre Unión, los hombres corren, saltan, patean, sudan; una nube de jejenes los envuelve. Cantan las chicharas… ¿Cuánta tierra necesita un hombre? ¿Cuántos árboles? ¿Cuánta riqueza?
Ministerio de Cultura
Calle 9 No. 8 31
Bogotá D.C., Colombia
Horario de atención:
Lunes a viernes de 8:00 a.m. a 5:00 p.m. (Días no festivos)
Contacto
Correspondencia:
Presencial: Lunes a viernes de 8:00 a.m. a 3:00 p.m.
jornada continua
Casa Abadía, Calle 8 #8a-31
Virtual: correo oficial –
servicioalciudadano@mincultura.gov.co
(Los correos que se reciban después de las 5:00 p. m., se radicarán el siguiente día hábil) Teléfono: (601) 3424100
Fax: (601) 3816353 ext. 1183
Línea gratuita: 018000 938081 Copyright © 2024
Teléfono: (601) 3424100
Fax: (601) 3816353 ext. 1183
Línea gratuita: 018000 938081
Copyright © 2024