En GACETA conversamos con tres mujeres que desde sus distintas aproximaciones a las ciencias sociales, reflexionan sobre cómo el periodismo puede llegar a reproducir un trauma colectivo. Fernanda Pineda es fotógrafa y documentalista, Ana Hurtado es psicóloga enfocada en trauma y Mónica Echeverría es doctora en Investigación en Medios de Comunicación.
Isabella Bernal: Ana, tú has trabajado con la JEP en procesos de justicia restaurativa siendo posibilitadora de espacios con víctimas y victimarios, empecemos dando un contexto sobre lo que es el trauma.
Ana Hurtado: Hablas de víctimas y victimarios, pero dentro del marco de la justicia restaurativa se busca la posibilidad de imaginar nuevas palabras distintas a esos rótulos. Yo prefiero referirme a personas que han sufrido daño y personas que hicieron daño.
De acuerdo, esta conversación nos da espacio para nombrar las cosas distinto, en ese sentido, ¿qué le pasa a una persona a nivel psicológico cuando deja de ser un espectador de la tragedia de alguien más y vive esa tragedia como propia?
A: Empecemos por definir qué es el trauma. El trauma no es el evento sino lo que ocurre en mí a raíz de lo que pasó. La palabra viene del griego y significa «herida», y es lo que siente alguien cuando no tiene los suficientes recursos emocionales para responder a una situación. Dos personas pueden haber vivido el mismo evento y una puede tener trauma y la otra no. Cuando el evento supera nuestra capacidad de respuesta es como si la información se quedara congelada y no se pudiera actualizar, entonces se dan respuestas desadaptativas y automáticas a todo. Por ejemplo, si salgo a caminar al jardín de mi casa y me muerde una culebra, tengo que ir al hospital, y luego siento que mi vida estuvo en riesgo pero logré sobrevivir; puedo llegar a sentir parálisis y queda un trauma que me impide salir al patio de mi casa y a cualquier patio que se parezca al mío. Adicionalmente, si voy caminando por ahí, cada vez que vea una manguera el trauma se activará, como si la manguera fuera la culebra que me mordió. Se presenta una contracción, una limitación, como si la vida se volviera chiquita y solo pudiera vivirse a través del lente de esa situación traumática. Gabor Maté dice que con el trauma perdemos de vista la belleza de nuestra existencia. Hay una pérdida de sentido y de seguridad que se manifiesta con desesperanza, depresión, insomnio, entumecimiento, irritabilidad, agobio, dolor crónico, adicciones. Por eso, cuando las personas buscan ayuda no lo hacen por el evento sino por los síntomas que sufren.
El trauma vicario ocurre por dos motivos: si estoy muy cerca de las personas que sufrieron el evento o por una exposición prolongada a las situaciones de dolor y de sufrimiento de otras personas. Las personas que trabajamos en temas de paz y de guerra, los periodistas, por ejemplo, o quienes escuchan un relato tras otro en las audiencias de víctimas, terminamos por sentir esa fatiga emocional. Es como si lo que escucho me estuviera pasando a mí.
Rara vez asociamos nuestro malestar con la información que nos llega por la radio, la televisión o las redes sociales, lo cierto es que hoy vemos y compartimos imágenes casi de manera automática, entre otras razones por FOMO (Fear of Missing Out) que es la necesidad de no querer perdernos de nada. El asesinato del senador Miguel Uribe nos permite reflexionar sobre esto. En las redes, mucha gente quería ver el impacto de las balas, la cara de los asesinos, y circularon muchas imágenes. ¿Qué tan conscientes somos desde el periodismo y los medios de comunicación de que reproducimos un trauma colectivo, e incluso de que lo usamos para conseguir views y mantener a la audiencia enganchada?
Fernanda Pineda: Creo que ser fotógrafa, documentalista y periodista en Colombia también proviene de un proceso inconsciente de trauma adquirido. Los colombianos almorzamos viendo el noticiero todos los días y estamos expuestos a muertes y masacres. Hacemos digestión viendo eso. Creo que la sangre ya no nos impresiona más. Y en ese reconocimiento del país en el que vivimos decidimos meter la cámara en la maleta e irnos a los territorios a buscar la realidad, porque también estamos cansadas de que nos la cuenten así. Necesitamos conectarnos desde otro lugar, dejar de ver la realidad del otro como algo ajeno aunque no sea mi familia y crea que por eso no me pertenece.
Esa es mi búsqueda y la de una nueva generación de narradores, fotógrafos y documentalistas en Colombia. Cómo lanzamos puentes desde el origen de las historias, desde lo emotivo, desde lo digno, desde lo que nos hace reconocernos frente al otro como iguales, como pares, para tratar de ver el problema como parte de todos y convertirnos en agentes de cambio.
Mónica Echeverría: En Colombia vivimos una naturalización de la violencia enorme, hemos vivido un conflicto muy largo que no se acaba y la naturalización tiene mucho que ver con los medios de comunicación y el quehacer periodístico. Pero también con la clase, la raza y el género. Creemos que hay víctimas y sobrevivientes que merecen ser lloradas y otras no. Las imágenes del atentado a Miguel Uribe se repiten una y otra vez, pero ¿cuántas personas no son violentadas en Colombia diariamente y no salen en las noticias?
Hace unos años investigué el feminicidio agravado de Yuliana Samboní. En ese momento hubo un boom mediático impresionante por ese caso, cuando incluso, al mismo tiempo, estaban sucediendo otros feminicidios de niñas en el país. Pero solo el de Yuliana generó tanto interés. Yo también entré ahí y comencé a verlo como si fuera un partido de fútbol, pero era precisamente por la condición social del victimario que los medios de comunicación lo mostraban con tal despliegue.
Hay cosas que nos calan más y habría que preguntarnos cómo construimos esas narrativas para que suceda esto. Fernanda nos dice que las nuevas generaciones quieren hacerlo distinto, pero no creo que estemos hablando de una generalidad de nuevas generaciones que ven el mundo de forma diferente y quieren presentarlo de una u otra manera, quizás en los círculos en los que trabajamos sí, pero en el grueso de la gente no.
Si bien es cierto que en Colombia hemos hecho la digestión con la tragedia, ahora parece que la cantidad de imágenes que vemos hace que en el escrol terminen por perder su sentido. Hace poco alguien me dijo: «Lo único que puedo hacer es lamentarme de lo que está pasando en Gaza, porque hay dos o tres hombres que manejan la situación y yo desde acá no puedo hacer absolutamente nada». La fotografía de la niña desnuda escapando de un bombardeo con Napalm es símbolo de la guerra de Vietnam, así como las fotografías de Eugene Smith en su momento le mostraron al mundo las consecuencias de la intoxicación por mercurio en los niños japoneses. Pero hoy parece que estamos paralizados frente a tantas imágenes y lo que nos indigna no termina por movilizarnos. Compartimos imágenes para no sentirnos indiferentes frente a los demás, pero al hacerlo alimentamos el trauma colectivo… ¿Cuál es el sentido de seguir mostrando imágenes?
F: Antes no había chance de elegir lo que veíamos, elegían por nosotros. Ahora tenemos el algoritmo, pero podemos elegir qué mostrar. Creo que lo que nos corresponde ahora es salir de las redes sociales como único espacio para informarnos y para ver imágenes. Ante la impotencia que vivimos frente a todo lo que pasa hay un pequeño alivio emocional que sentimos al compartirlo y unirnos a una cadena de información para intentar decir que sí nos importa. Pero debemos encontrar nuevas maneras de hacer imágenes y de mostrarlas. Ir a las calles, tener otro tipo de espacios de exhibición, por ejemplo. El hecho de que haya tantas imágenes hace difícil que la gente se detenga, pero ahí también nos tenemos que preguntar qué hacemos para que la gente se detenga desde la ética y no desde los views. Cómo generamos una pregunta en el espectador a través de la imagen, para que se detenga a mirar y reflexione, y no simplemente mostrarle quién fue el que le disparó a Miguel Uribe. Eso nos impone un trabajo más grande como creadores y no solo como reproductores de imágenes.
A: Con el trauma también se pierde la capacidad de utilizar las emociones como guía para la acción y, entonces, oscilamos entre tres posturas; sentir que no podemos hacer nada, porque ni siquiera sabemos nombrar lo que sentimos; sentir distancia, desapego y falta de interés; y tener emociones superexplosivas y descontroladas. En las tres, la emoción no concuerda con la acción. Por eso, me encanta lo que dice Fernanda sobre cómo se puede mostrar algo que haga que la persona se cuestione, se movilice, se sensibilice. Poder impactar mi círculo más cercano y cuestionar su responsabilidad en cómo se informa y qué decide ver, porque en el fondo hay una gran frustración. Cómo pararme desde la reflexión para transmitir lo que siento de una manera que no sobrepase mi sistema emocional y no me lleve a esos lugares donde ni siquiera reconozco lo que estoy sintiendo.
El fotógrafo Santiago Donaire dice que un trauma que no es sanado se transfiere a otras personas y luego pasa de generación en generación hasta que termina por construir una sociedad traumatizada. ¿Cómo enfrentamos esta herida de una sociedad que reproduce el trauma aparentemente de manera automática y en la que participamos activamente todas y todos?
A: Thomas Hübl ha trabajado mucho el trauma colectivo y el trauma transgeneracional, que es la forma en la que terminamos siendo impactadas todas y todos de una generación a otra. Si yo narro desde un lente con trauma o asustada, la otra persona no tiene una posibilidad distinta a la de asustarse. Cuando doy instrucciones estresada, es muy difícil que el otro no termine estresado. Hay una definición de Peter Levin que dice: sanar es tocar con amor lo que antes fue tocado por el miedo. Entonces, si no se trabaja con los periodistas, que son el origen porque son los primeros en narrar la noticia, es muy difícil que el público la reciba con amor. ¿Qué tal si narramos los milagros de la guerra y no solo los dolores?
F: De acuerdo. De hecho, viví una experiencia reciente en el Alto Baudó, muy retadora porque me hizo preguntarme cómo puedo ayudar a sanar una herida en vez de abrirla. El proyecto Ríografías de Baudó involucró a sanadoras, parteras y yerbateras. Mujeres que han vivido el conflicto en su propia piel al igual que sus hijos, nietos y esposos, para quienes su acción de resistencia ha sido permanecer y hacerse cargo del bienestar del grupo a través de la medicina tradicional. El proyecto es una mezcla entre lo que ellas saben hacer y lo que yo hago. Fotografías de lugares heridos donde el territorio es una metáfora de la violencia, sin usar esa palabra que ya se ha vuelto tan cotidiana y no nos dice nada nuevo. No nos resuena.
Ellas me señalaban diciéndome: «Este lugar está enfermo porque aquí pasó algo». No había necesidad de saber qué pasó. Simplemente pasó algo. Yo tomaba la foto, la imprimía y se las entregaba. Ellas después la rompían y la sanaban con albahaca, flores y otros elementos de sanación.
Lo más bonito del proyecto es que cuando se lo hemos mostrado a gente externa reconocen un lugar herido. Algo tan íntimo se volvió universal. Creo que también ese es el aporte que hacemos como narradoras. Las nuevas preguntas que nos empezamos a hacer nosotras mismas para descubrir otras narrativas. Hay personas con un montón de información, de cosas para comunicar y si sabemos convertirnos en ese canal, si sabemos escuchar, la narrativa va a cambiar y el impacto será diferente.
M: Lo que estás haciendo desde la fotografía es un ejercicio que desde la academia hemos planteado varias veces. El concepto Pedagogías de la Crueldad, de la antropóloga Rita Segato, ocurre en contextos de violencia sociopolítica cuando los y las periodistas no saben o no entienden el trasfondo de lo ocurrido, y por eso replican esas pedagogías de la crueldad y las masifican. Eso pasa por no entender los contextos.
En mi proceso de investigación desde el doctorado hasta el posdoctorado hice alrededor de cincuenta y ocho entrevistas a víctimas y sobrevivientes de violencia sexual. Lo que me decían esas personas era: «Queremos que cuenten nuestros casos y que sepan detalles, pero que se haga desde otro contexto. No queremos que nos pregunten qué sentimos en ese momento, sino lo que sucedió después y cómo los procesos de juntanzas y de resocialización, de unión con otras víctimas y sobrevivientes de violencias sexuales, cambiaron nuestras vidas y las de otras personas en los territorios». Es necesario hablar de violencias sexuales, pero no desde los discursos de poder que se refieren a libidos incontrolados, sino hacer preguntas que lleven a planteamientos y narrativas diferentes a las que conocemos.
Lastimosamente, hoy solo somos las feministas quienes consumimos información de medios feministas y termina por volverse un nicho. Es necesario trabajar con los medios hegemónicos, no solo con los alternativos, porque siempre hablamos y conversamos entre nosotras mismas. Tenemos que ir al Q’hubo a hacer exposiciones sobre las violencias de género, porque es el medio más consumido en Colombia y es donde esas violencias se naturalizan.
Eso me lleva a pensar que desde el periodismo les hemos dado protagonismo a quienes lastiman, de hecho, casi nunca se pone en el centro a las sobrevivientes, a las mujeres, a las que cuidan y sanan. Detrás de eso hay una especie de morbo que hace parte de nuestra naturaleza humana y que nos hace querer saber más sobre lo trágico…
F: Me causa mucha curiosidad porque todos alguna vez hemos caído en eso y causa miedo. Tengo amigos que han cerrado Instagram porque no pueden ver más lo que está pasando en Gaza pero, sin embargo, si de casualidad se topan con una imagen de bombardeo, no la apagan.
A: Hay una responsabilidad compartida entre quien transmite la noticia y quien la recibe. Otro de los tantos síntomas del trauma es estar deshabitados de nosotros mismos. Yo no veo noticias porque reconozco la hipersensibilidad de mi sistema nervioso y sé que el mundo me necesita conectada, no informada y cuando yo me informo me desconecto.
Pero, por otro lado, nos encanta dividir el mundo entre buenos y malos, y nosotros queremos estar en el bando de los buenos. Yo trabajo en temas de justicia restaurativa, que es diferente a la justicia retributiva, en la que lo que importa primero es quién lo hizo, qué ley infringió y cómo lo vamos a castigar. En la justicia restaurativa la primera pregunta es quién sufrió el daño, qué necesidades tiene y cuáles son las obligaciones de quien lo causó para resarcir esas necesidades.
Generalmente, la noticia va al foco del que causó el daño y no a la persona que sufre el daño o al sobreviviente, y eso viene de un lugar punitivo. Nos encanta poder señalar, ver lo malo allá afuera, que hay personas terribles, y eso simplemente prolonga nuestra incapacidad de girar en nuestro propio eje y mirarnos. Entonces, con tal de que yo no me tenga que mirar, me voy a meter en Instagram para ver quién hizo qué. Yo creo que allí hay una incapacidad de ver nuestra propia sombra, porque nos encanta estar allá afuera para no habitarnos. Ni siquiera nos podemos hacer las preguntas frente al impacto que tienen en nosotros las imágenes que vemos. Hay cero autocuidado.
F: ¿Esto quiere decir que, de pronto, inconscientemente, ver a otro peor nos hace sentir mejor? Como queriendo calmar lo que nos pasa frente a un dolor mayor…
A: Puede ser, es una manera de decir: «Esas otras personas están peor». Pero creo que tiene que ver más con nuestra incapacidad de hacer la propia tarea, de asumir responsabilidad sobre cómo habitamos el mundo, cómo participamos.
M: Además de ser una sociedad punitiva también somos una sociedad patriarcal. Esto no quiere decir que la víctima sea solo lo femenino, sino que hay una atracción por el uso excesivo de la violencia como un don mayor. Nos atrae el uso de la violencia patriarcal. En 2016, hubo otro boom mediático sobre los abortos forzosos practicados en las filas de las FARC, que después los medios de comunicación abandonaron, pero que coincidió con la votación por el plebiscito. Lo que llamaba la atención en ese momento era el enfermero que se encargaba de practicar los abortos y que ahora paga condena. Las voces de las víctimas solo eran consideradas para decir que sufrieron mucho. Desde que se firmó el acuerdo de paz hasta hoy he encontrado treinta notas de seguimiento acerca de los abortos forzosos, cuando en un día salieron ciento veinte hablando del enfermero. Creo que tenemos una necesidad de ver la violencia, de cierta manera la abrazamos porque creemos que es nuestra y nos representa, pero hay que hacerle el quiebre de alguna forma.
Al final la pregunta podría ser: ¿cómo mostrar y contar lo que está pasando en el Darién, en el Catatumbo, en Gaza, sin seguir reproduciendo un trauma? ¿Cómo hacemos el trabajo bien?
F: Yo creo que todo es necesario. Admiro profundamente a quienes están en primera línea y en el combate porque hay personas que necesitan ver eso para poder entender lo qué está pasando. Recuerdo la foto del torso de Cristo que tomó Jesús Abad Colorado después de la masacre de Bojayá. También necesitamos ese tipo de narrativas para que nos cuestionen y no simplemente nos informen. Dejar de abordarlo todo como si fueran daily news, es decir, llego, tomo tres fotos y me voy. A veces toca hacerlo así, pero aunque solo sea un día de trabajo hay que tener el rigor y la responsabilidad de entender a dónde vamos, de construir algún tipo de metodología de trabajo para que cuando lleguemos no repitamos la revictimización y repliquemos el dolor. No creo que vayan a dejar de existir las imágenes de primera línea, porque de algún modo las necesitamos. Han narrado la historia, nos han hecho ver que han pasado cosas atroces que otros han querido y todavía quieren seguir borrando. Esas fotos son evidencias. Pero también necesitamos volver a reencontrarnos desde otras miradas y desde otros lugares para activarnos, ser más activos frente a lo que pasa en el mundo y preguntarnos cuál es nuestro lugar.
M: No se puede hacer buen periodismo si no se conocen los contextos y si no se trabaja desde los enfoques de derechos humanos, de género, étnico, interseccional. Creo que es relevante y hay que capacitarse en esas temáticas. Pero también debemos tener sensibilidad hacia lo que está sucediendo y reflexionar sobre cómo queremos que las personas entiendan el mundo. La fotografía de la madre en Gaza con su niño totalmente desnutrido cumple la labor que cumplieron las fotografías del holocausto en la Segunda Guerra Mundial. Mostrar una fotografía genera sensibilidades, pero también necesitamos procesos de escucha activa con unas audiencias que son totalmente nuevas y que tienen otro chip en la cabeza.
A: Esta conversación nos permite pensar que es necesario tomar medidas para que las y los narradores hagan su trabajo desde un lugar más sano a través del apoyo psicosocial y psicoemocional, porque el trauma vicario es real y llega un momento en que nos sobrepasa. Pensar también en qué estamos pidiendo como espectadores porque una forma de protegernos y cuidar a nuestros narradores es saber qué dejamos de pedir. Desde ahí empieza el cuidado hacia quienes narran los sucesos y los eventos. Recordar también que lo que no se dice y lo que no se nombra permea en su daño y cierra la posibilidad de ser sanado.
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