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El fin de Tragaluz

19 de octubre de 2025 - 4:49 pm
Desde Medellín, Tragaluz Editores marcó durante veinte años un camino de belleza, riesgo y reflexión frente a la publicación de libros en Colombia. Su cierre deja preguntas sobre el sector editorial y el sentido de hacer libros en estos tiempos.
La librería Tragaluz en El Poblado, Medellín. Foto tomada de la página Visitar Medellín.
La librería Tragaluz en El Poblado, Medellín. Foto tomada de la página Visitar Medellín.

El fin de Tragaluz

19 de octubre de 2025
Desde Medellín, Tragaluz Editores marcó durante veinte años un camino de belleza, riesgo y reflexión frente a la publicación de libros en Colombia. Su cierre deja preguntas sobre el sector editorial y el sentido de hacer libros en estos tiempos.

Hace veinte años abrió sus puertas en Medellín Tragaluz Editores, un cuidadoso proyecto de libros ilustrados, literatura infantil, poesía y narrativa, que se constituyó como una apuesta sólida para la formación de lectores y la publicación de autores e ilustradores colombianos y del mundo. Tras más de doscientos títulos publicados y múltiples reconocimientos internacionales, Tragaluz ha decidido cerrar sus puertas y concluir una aventura que deja sembrados grandes libros y lectores en Colombia y en el mundo. 

En el marco de la más reciente Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, el Consejo Nacional del Libro, como órgano asesor de la política pública del libro en Colombia, se reunió con Pilar Gutiérrez, editora y fundadora de Tragaluz, para recordar los orígenes del proyecto, así como las preguntas y alertas que nos deja el cierre de uno de los proyectos independientes más destacados de Colombia. 

De ese encuentro sale esta entrevista, en la que Adriana Martínez-Villalba, directora de la Biblioteca Nacional, habla con a Pilar Gutiérrez y Silvia Castrillón, delegada por el Consejo Nacional del Libro como representante de la Asociación Colombiana de Literatura Infantil y Juvenil, sobre el cierre de Tragaluz y las preguntas que quedan sobre el presente del sector editorial y el sentido de hacer libros en estos tiempos. 

 

Adriana Martínez-Villalba: Empecemos por recordar qué es el Consejo Nacional del Libro (CNL) y en qué radica la importancia de su reactivación.  

Silvia Castrillón: En noviembre del año pasado reactivamos el CNL, un órgano asesor de la política pública del libro, que nace en el año 1993. Dejó de sesionar hace trece años y ahora es un consejo que integra a muchos más actores del sector: las grandes editoriales, pero también las independientes, pequeñas y medianas, las asociaciones como la que yo represento, de la literatura infantil, que reúne creadores y editores de los libros para niños, la Asociación de Editoriales Universitarias, la Asociación de Librerías Independientes, representantes de las ferias del libro, los escritores, las entidades promotoras de lectura, entre muchos otros. Por parte del Estado en el CNL están también algunas entidades directamente relacionadas con el sector del libro: la Dirección de Derechos de Autor, el Ministerio de Educación, el Ministerio de las Culturas y el Instituto Caro y Cuervo, que tiene un trabajo muy sostenido en el tema de investigación y de docencia. 

La función del Consejo es asesorar al gobierno nacional en materia de políticas públicas. No solo al Ministerio de las Culturas o al Ministerio de Educación sino al Estado en general. Uno de los temas fundamentales del CNL ha sido el tema de la legislación del libro, que hoy es tan importante actualizar. Se trata de una ley que viene desde 1993 y que hoy requiere una armonización de muchas de las reglas que permitan una mejor circulación del libro, un mayor acceso y el fomento de las pequeñas y medianas editoriales. Pero también un fortalecimiento de las librerías, que son instituciones fundamentales como espacios culturales, que, junto a las biblioteca públicas, garantizan el acceso al libro. El CNL ha constituido mesas de trabajo que además de la legislación, revisan temas como la circulación del libro a nivel nacional e internacional, las alianzas entre fiestas del libro como esta y las librerías locales y otra mesa trata el tema de la información sobre el libro y la lectura, que ahora mismo está muy dispersa.  Desde estas mesas hemos trabajado en revisar las definiciones del sector, respondiendo a preguntas, como por ejemplo:  ¿Qué entendemos como libro colombiano? ¿Qué es un distribuidor y qué funciones tiene? ¿Qué es exactamente el ecosistema del libro? Legislación, circulación e información, son tres temas que consideramos básicos.

Pilar, vayamos al origen y de alguna manera al camino de estos veinte años de Tragaluz. 

Pilar Gutiérrez: Tragaluz Editores nace en 2005. En Medellín faltaban editoriales independientes que no vinieran de esa corriente propia de los años setenta, con una relación bastante peculiar con el Estado, siempre exigiendo, pero no exactamente comunicándose con él. Éramos Juan Carlos Restrepo, diseñador y escritor; y yo, comunicadora y escritora. Fue nuestro sueño: tener una editorial en Medellín. Nos parecía importante descentralizar y que en la segunda ciudad del país existiera esa editorial imaginada. Sabíamos que era un proyecto de idealistas, pero también que era necesario. Desde el principio fuimos conscientes de lo difícil y arriesgado. Teníamos como asesores a algunos empresarios que nos sacaban números y decían que de cada diez editoriales que se montaban en el mundo, después de unos pocos años, con suerte sobrevivía una. Sin embargo, el amor de los dos por los libros era tan fuerte que estábamos convencidos de que nuestra idea tenía sentido. 

Desde el principio pensamos en el libro como objeto de arte. Sabíamos que la semilla y el germen de todo era la selección de muy buenos textos para, a partir de ellos, hacer unas ediciones que los lectores quisieran conservar. Era el momento en el que se empezaba a hablar de la irrupción del libro digital y nosotros estábamos obstinados en que el libro impreso permaneciera. La ilustración también estuvo presente desde el inicio. Los dos, Juan Carlos y yo, bibliófilos enamorados de ese otro lenguaje que es la Ilustración, decidimos que, independiente del género literario que trabajáramos, todos nuestros libros fueran ilustrados, no importaba si era, por ejemplo, un ensayo; se tiende a pensar que la Ilustración es solamente para la literatura infantil. 

Y así nos lanzamos a hacer lo más difícil con nuestro primer libro: un libro de poesía, que consideramos fue un acto de rebeldía total; la poesía es un género poco comercial. Recuerdo que los asesores nos decían que no solo estábamos montando una editorial independiente, que ya tenía poco futuro, sino que estábamos empezando con poesía ilustrada y encuadernación artesanal. Ese primer libro fue Tres poemas ilustrados de Jaime Jaramillo Escobar, ilustrado por José Antonio Suárez. Le hicimos una carátula en tela y produjimos unos pocos, en principio para agradecerle a todos esos que nos habían abierto las puertas para prestar servicios editoriales, que fue lo que hicimos durante el primer año para ejercitarnos en el oficio y conseguir recursos. Durante ese año tuvimos suerte, cada puerta que tocábamos era una puerta que se abría. En la Biblioteca Pública Piloto, donde los dos habíamos sido talleristas, contamos que teníamos una editorial e inmediatamente nos encargaron el diseño y la diagramación para el libro del concurso Pedrito Botero. En la Universidad de Antioquia también nos encargaron varios libros. 

Y bueno, después de otros servicios editoriales para terceros, nos decidimos a sacar la primera publicación con el sello Tragaluz, que fuera a su vez una declaración de principios. Tenía que ser con un libro de poesía ese primer paso de la editorial, la poesía es eso que atraviesa todo el trabajo nuestro. La poesía es en Tragaluz la forma como se concibe el libro y como trabajamos día a día. Es el amor que le ponemos a cada cosa que hacemos. Así empezó Tragaluz, con esos pocos libros para agradecer. Luego otras personas, distintas a los clientes de servicios, nos empezaron a preguntar que cómo hacían para comprar esos libros. Hicimos entonces una reimpresión y muy pronto el Fondo de Cultura Económica nos buscó para ser distribuidor. 

Tragaluz es una editorial de líneas editoriales de alguna manera difusas, y pareciera que, sin querer, se fueron forjando como una editorial reconocida de libro infantil. ¿Cómo recuerdan la llegada de Tragaluz al universo editorial colombiano? 

SC: Creo que la apuesta más importante que tuvo y tiene Tragaluz, y deberíamos compartir todos quienes hacemos libros supuestamente para niños, es justamente no tratar al público infantil con cuidados especiales. No tener miedo a presentar temas difíciles a los que los niños se puedan enfrentar, o a veces incluso sufrir.  Los libros de Tragaluz son libros para todos. Aunque tengan libros clasificados para niños, los pueden leer los jóvenes y los adultos, siempre encontrando sentido. Les interesa la literatura sin adjetivos, una literatura transversal. Y eso me parece que fue uno de los aciertos, la decisión de no delimitar edades. Ahora, la apuesta por la poesía en Tragaluz ha sido también una apuesta arriesgada, importante y necesaria. Y, por supuesto, el libro bello, más que un simple objeto, una obra de arte. Creo que Tragaluz durante toda su trayectoria le ha apostado a eso, a libros que son obras de arte. 

¿Cómo se fue conformando el catálogo de Tragaluz, que los hizo merecedores en 2021 al Premio a la mejor editorial de libros infantiles de América en la Feria del Libro de Bolonia?

PG: Sin duda fue de manera muy orgánica, azarosa también, un azar que fue mostrando unas colecciones y unos caminos. Tres poemas ilustrados de Jaime Jaramillo Escobar se convirtió en el principio  de  la colección Poemas ilustrados, de autores colombianos con ilustradores también colombianos. Luego salió un libro de mi autoría que publiqué con mucha timidez, Bola de agua. Juan Carlos me convenció de sacarlo del cajón e hicimos una edición muy chiquita y cuidada. Yo no pensaba que fuera a trascender, hasta que María Beatriz Medina, del Banco del Libro de Venezuela, lo encontró en nuestro estand en la Feria del Libro de Bogotá y se sorprendió con él. En ese momento yo no sabía lo que era el Banco del Libro de Venezuela, y poco después nos llegó la grata sorpresa de que el libro había sido seleccionado como uno de los mejores libros para niños de ese año.  No escribí Bola de agua pensando en literatura infantil, pero ese premio fue un guiño importante, nos entusiasmaba la idea de publicar literatura infantil exigente con el lector. Así que Bola de agua nos hizo reconocer, como dice Silvia Castrillón, que textos como ese podían considerarse infantiles. Ese libro nos impulsó a tomar riesgos y además nos confirmó que ese tipo de riesgos eran necesarios y reconocidos. Con Bola de agua empezó la colección de literatura infantil. 

Luego abrimos una colección de libros de autores portugueses que se salía completamente de lo que, hasta ese momento, era Tragaluz. También por azar llegó  Jerónimo Pizarro a Tragaluz y nos propuso inicialmente publicar la obra de Pessoa. Era imposible decir no a tan buena propuesta, aunque nuestro objetivo fuera trabajar con autores colombianos. Con Pessoa dijimos «¡qué belleza!», y la idea fue combinar siempre sus textos con ilustraciones de artistas colombianos, para seguir siendo colombianos.  Luego le sumamos a esa colección otras voces contemporáneas portuguesas, que valoramos y que, desde la poesía, se conectaron con nosotros de manera única y especial. También construimos una colección de ensayo literario, no académico. La referencia era el libro de Tanizaki, El elogio de la sombra. Y el primer libro fue con un texto que nos llegó del escritor Antonio García, Jumma de Maqroll el gaviero. Así fuimos construyendo el fondo editorial. En definitiva, el catálogo creció como una respuesta a las obsesiones y gustos de sus fundadores y a los afortunados azares que nos iban revelando caminos.

¿Cómo llegan entonces a la decisión del cierre? ¿Cuáles fueron esos cansancios que los llevaron a tomar esta decisión?  

PG: Lo del cierre responde a un proceso y a una reflexión profunda. Esto no fue de un día para otro y sí tiene que ver con un cansancio, una palabra que utilizaste muy bien. El cansancio de un sector que está siempre reclamando y quejándose. Esa queja repetitiva, ese reclamo de veinte años, me empezó a mostrar con fuerza la necesidad de una pausa para mirar con atención lo que es hoy la cadena del libro. La vida de los editores independientes se ha convertido en una  apagadera de  incendios, un día a día con una carga administrativa fuerte que no deja tiempo para analizar qué es lo que realmente está pasando. Renegamos constantemente de los libreros porque no pagan, nos quejamos de los distribuidores porque son unos señores que, la mayoría de las veces, no saben de libros y solo les interesa el negocio. Y aunque hay muchas verdades detrás de las quejas, las conversaciones se quedan en la repetición y no logramos llegar al fondo y a la razones de todas estas realidades. En este momento creo que el libro merece ser pensado de nuevo, a eso responde el cierre de Tragaluz, a esa sensación de no tener tiempo para reflexionar. 

En todos los grupos de editores fui siempre activa y participé, pero últimamente sentía la necesidad de distancia para poder mirar las cosas más allá de una inmediatez agobiante. Ahora tenemos una cantidad de cosas que están dialogando con el libro. Tenemos la inteligencia artificial, tenemos canales de venta distintos a las librerías tradicionales y todo esto lo debemos observar con cuidado. No nos podemos seguir resistiendo a lo ya instalado. Por todo esto creo que  la única manera de repensar el libro hoy es haciendo una pausa.  No cierro para decir que ya no me importa el sector editorial, al contrario, este cierre es una especie de gesto político para pensar el libro más allá de lo que nos preocupa hoy. Tenemos que ser sostenibles, sin duda, pero no nos podemos quedar en el hecho de que las librerías no pagan a tiempo. Estamos obligados a revisar la cadena, eslabón por eslabón, desde cómo estamos concibiendo el libro, cómo lo estamos haciendo nosotros los editores, hasta cómo está llegando el libro a los ojos y las manos del lector. En 2005, cuando nace Tragaluz, ya existía la amenaza del libro digital y para entonces esa era la pregunta constante: ¿cómo apostarle al libro físico? Ahora, cuando ya el libro digital convive con el físico, viene la inteligencia artificial aparentemente a reemplazar una cantidad de disciplinas relacionadas con el trabajo editorial. Entonces, otra vez,  nos tenemos que revisar. ¿Cómo va a trabajar ese corrector de estilo? ¿Cómo va a trabajar ese ilustrador? ¿Cómo va a trabajar el traductor? Estoy casi segura de que ninguno va a desaparecer, la inteligencia artificial necesita alimentarse de todos ellos. El mundo va a necesitar creadores, siempre y cada vez más, pero hoy estamos obligados a trabajar de manera distinta. No tengo la respuesta, pero sí quiero sentarme a pensar y,  desde ese pensamiento y esa reflexión, quiero aportar para que por lo menos la conversación se renueve. 

¿Qué creen ustedes entonces que necesita hoy el ecosistema editorial independiente colombiano para fortalecerse y para qué han servido las agremiaciones del libro en el fortalecimiento del sector? 

SC: Pilar acaba de explicar claramente cómo los creadores, los productores, y los editores, entre otros, no tenemos tiempo para pensar. Eso es algo fundamental. Yo creo que una de las cosas que tendría que hacer una colectividad es pensar conjuntamente. Pensar con otros tiene un valor adicional que es fundamental. Hace tres décadas, cuando Fundalectura reunió a las entidades que promueven la lectura en el país, nos juntábamos una vez al año a pensar. Era una especie de retiro espiritual en un sitio inspirador, como este jardín botánico en el que estamos, e intentábamos responder a múltiples preguntas que nos preocupaban. Por ejemplo, ¿cómo se seleccionan los libros para las bibliotecas?  Pensar conjuntamente es algo que deberíamos hacer todas las organizaciones. Pero como dice Pilar, estamos también en el día a día, apagando incendios. 

En este momento deberíamos pensar juntos cómo hacer que en Colombia haya más y mejores lectores, cómo hacer que el trabajo de las bibliotecas y el trabajo de todas las organizaciones y de las entidades y de la escuela, sea un trabajo que realmente conduzca a una verdadera apropiación de la cultura escrita por parte de la gente. Cómo trabajar con otros sectores. Yo creo que la creación de lectores pasa por una acción colectiva. Los clubes de lectores —aunque no me gusta la palabra clubes, pero, digamos, los grupos de lectura, como los llamaría Paulo Freire— promueven esa discusión de las obras alimentadas por la reflexión, como lo hace el ensayo sobre la literatura. Hemos visto cómo esas organizaciones han creado lectores, cómo muchos llegaron por ahí al libro y al texto escrito. Creo que además como sector necesitamos mayor armonía, necesitamos unas reglas del juego claras, éticas, que ya están establecidas en otros países y que aquí no se han podido establecer. Unas reglas del juego que, contrario a lo que muchos piensan, no harán que nadie pierda privilegios sino que ganemos todos. Pequeños, medianos y grandes. Pero que ganen sobre todo los lectores. Las reglas sobre el precio del libro, la armonía, la reglamentación más ética harán que ganen los lectores, las librerías. Es algo que necesita todo el sector.

 PG: Recuerdo que hace unos años fui a una Asamblea de la Cámara Colombiana del Libro en Bogotá y me impactó que fue un evento lleno de cuadros y de cifras, pero en ningún momento se habló del libro. Las cifras son importantes, claro, son indicadores, pero me sorprendió que en un espacio como ese nadie hablara, por ejemplo, de cuáles libros habían detonado ese año una conversación importante, o cuál era esa editorial independiente que estaba surgiendo y que nos había llamado la atención. Tampoco había una sola presentación de libros con sus títulos y carátulas. En concordancia con Silvia, necesitamos más armonía, hablar más de lo que estamos haciendo, cómo lo estamos haciendo, qué estamos creando y ver cómo vamos a compaginar esa conversación con la parte administrativa que siempre ha sido el talón de Aquiles, lo que más dificultad nos da. Otro gran tema es el de las ferias del libro. Creo que están agotadas. Siento que hay que hacer unas ferias mucho más curadas, escoger a los expositores, escoger incluso los libros que se exhiben, todo esto a favor del lector. Ferias a las que a la gente le den ganas de ir. 

SC: Quisiera añadir que a mí me pasa lo mismo, y gracias por poner el tema, aunque posiblemente estando en la Fiesta del Libro este sea el peor lugar para hablar de esto. Las ferias se han convertido, incluso para los alcaldes, en un espectáculo. Y los alcaldes, afines a apoyar espectáculos, prefieren apoyar una feria antes que apoyar a las librerías. En el Consejo Nacional del Libro hemos hablado de la necesidad de acercar las librerías a las ferias. Comprometer espacios en las ferias para que las librerías estén presentes y así fortalecer el esfuerzo que durante todo el año hacen las librerías por formar lectores. Hoy en día muchas veces los espectáculos que no tienen nada que ver con el libro son más importantes en la Feria del Libro que esos espacios en los que se habla de libros. 

¿Nos falta pedagogía para entender el lugar de las librerías en la formación de lectores? ¿Cómo alimentar la discusión pública hoy para fortalecer el lugar del libro en Colombia? 

SC: No podemos olvidar que estamos hablando del libro, de la lectura y de la literatura como medios y espacios de reflexión, de cuestionamiento, de crítica y que eso no le conviene al capitalismo. No es conveniente que la gente piense, ni que quiera cambiar la estructura social. Eso hay que saberlo y hay que tenerlo en cuenta. Porque es que esas reglas del juego son puestas por el capitalismo y van en contra de de una toma de conciencia, que es lo que es lo que uno hace con el libro. La lectura es una toma de conciencia sobre la realidad y sobre el mundo, sobre mí misma, sobre mi relación con el otro. Por eso es tan necesario unirnos para esa conversación en donde posiblemente no nos vamos a poner de acuerdo, pero sí vamos a llegar a hablar. Hablar nos permitirá llegar a unos acuerdos que nos favorecerán a todos: pequeños, medianos, grandes y sobre todo a los lectores. 

Hablemos de la relación del centro —Bogotá— y las regiones en el ecosistema del libro. ¿Cómo fue la relación de Tragaluz como editorial de Medellín, con el resto del país?  

PG: Bueno, es un tema sensible y difícil. Nosotros, desde Tragaluz, hemos tenido una buena comunicación con Bogotá, pero nunca dejamos de estar al margen. Tampoco tengo clara la solución, el centralismo tiene muchos años y estar al margen no es del todo malo.  No podemos ir en contra de la idea de centro. El centro existe y las capitales concentran, pero las políticas públicas son para todos. Siempre hay la sensación de que nos enteramos de todo un poco más tarde. Incluso ahora, que creemos estar más conectados por las redes sociales. Sin embargo, la relación del centro con las demás regiones se debe cultivar desde los dos lados. También nosotros estamos obligados a comunicarnos y no mantenernos a la espera de que la conversación empiece desde el centro.

SC: El tema de la relación entre el centro y la periferia es crítico, pero incluso lo es la relación entre Bogotá en su condición de gobierno nacional y la ciudad como Distrito. No es que haya un enfrentamiento, pero el distrito a veces se siente encerrado en sí mismo y el Estado, olvidando que igual está en Bogotá. En una obra de teatro que vi hace unos días sobre la migración, una persona del público, durante el foro, decía que se nos olvida que en Bogotá casi todos somos migrantes. Bogotá es una sociedad conformada por todo el resto del país y eso no lo reconocemos. Otro ejemplo es la poca relación de Bogotá con sus municipios cercanos. No se ha podido hacer una región capital. 

Y para cerrar, quisiera saber, ¿qué consejo le darían ustedes a alguien que quiera iniciar hoy un proyecto editorial independiente en Colombia? 

PG: Mira, yo creo que antes de empezar, un futuro editor tiene la obligación de hablar con muchos editores y conocer muy bien como funciona todo el proceso de la creación de un libro hasta su venta. Lo segundo es que ese editor sea un verdadero apasionado por los libros. Y estoy hablando del libro en todo el sentido de lo que es hoy: sus distintos formatos, sus múltiples caminos para su promoción, distribución y venta. Si a mí me preguntan hoy cuál es la clave de una buena distribución, creo que es sobre todo tener un buen producto. Eso lo mostró Tragaluz cuando sacamos el primer libro y nadie nos exigió que fuéramos un fondo editorial. Es obligatorio que un nuevo editor conozca toda la cadena del libro, se informe y converse, para saber en qué se está metiendo, porque no es fácil. Mucha gente ha montado editoriales pensando que es un cuento de hadas y definitivamente no lo es. Es un error  pretender seguir el modelo de las grandes editoriales, las editoriales independientes somos proyectos culturales que trabajan a otra escala y con otra lógica. Hoy, me atrevo a decirlo, las editoriales independientes deben ser aún más pequeñas, publicar pocos libros al año y que esos pocos libros sean como gemas, que cada libro se transforme en un gran proyecto, que sus contenidos logren llegar a los lectores de muchas maneras, que el libro se expanda.

SC: Suscribo completamente las palabras de Pilar. Y quiero agregar que creo que es importante no sólo conocer el sector sino también los libros, o el mercado del libro. Y con esto refuerzo la idea de que no hay que apostarle a la novedad. Un libro es algo que requiere un proceso muy largo y entonces no tiene sentido empezar a hacer libros por apostarle a la exigencia del mercado. A lo mejor tiene más sentido encontrar el nicho para el que se quiere publicar. Un ejemplo de un proyecto editorial reciente es el de Prosa del Mundo, una librería y editorial fundada por una filósofa que publica libros a partir de sus intereses, sus conocimientos, su reflexión y sobre todo de sus lecturas. Así encuentra lo que ella considera que al mercado le hace falta. 

PG: Siendo todavía más soñadora creo que quien quiera apostarle al libro impreso hoy debe pensar en obras de arte, no más textos vaciados, para eso está el libro digital.

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