ETAPA 3 | Televisión

Historia irresponsable del rock en Colombia

22 de junio de 2025 - 6:55 pm
Este fin de semana es Rock al Parque. Para celebrarlo, volvemos a este ensayo de 1992, que se pregunta por la frágil salud del rock colombiano y su perspectiva de futuro luego de un pasado glorioso. ¿Qué ha cambiado y qué continúa desde entonces?
The Speakers. Foto publicada en GACETA en 1992.
The Speakers. Foto publicada en GACETA en 1992.

Historia irresponsable del rock en Colombia

22 de junio de 2025
Este fin de semana es Rock al Parque. Para celebrarlo, volvemos a este ensayo de 1992, que se pregunta por la frágil salud del rock colombiano y su perspectiva de futuro luego de un pasado glorioso. ¿Qué ha cambiado y qué continúa desde entonces?

Hablar de rock colombiano resulta aventurado porque, en términos prácticos, el rock colombiano no existe. Y no existe porque, por lo general, a casi nadie le ha interesado realmente que exista. Y cuando ha tenido posibilidades de existir, el amarillismo, el camandulerismo y el marxismo-leninismo se han encargado de aplastarlo o, al menos, de magnificar sus vicios y tergiversar sus aciertos. (Penetración del imperialismo yanqui para los mamertos y los izquierdosos Mercedes-Sosos; música ahistórica y acrítica para los intelectuales pancaribes que solo aceptan la validez de los rockeros en tanto que descubran la cumbia, el vudú o el son montuno ya sea en Brooklyn, Montego Bay, Soweto o el Goce Pagano de la Carrera Quinta; música de drogadictos, vagos e irresponsables para los guardianes de la moral y las buenas costumbres; táctica de la Doctrina de Seguridad Nacional, compañero, para desviar los movimientos de protesta estudiantil hacia el escapismo de la droga). Claro: mucho de lo anterior puede llegar a ser cierto. Pero el hecho objetivo y concreto es que el rock hecho en Colombia no ha tenido jamás la menor oportunidad de despegar. Los pocos esfuerzos aislados de algún disc jockey, label manager, empresario o mecenas de nada han servido. Así haya músicos reventándose las yemas de los dedos con una guitarra en el garaje de su casa o en alguna bodega, así haya de tarde en tarde alguna presentación en un bar, muy de vez en cuando un concierto algo más masivo y, excepcionalmente, tres o cuatro grupos se hayan ganado la lotería de ser escogidos como teloneros de alguna atracción internacional, el panorama general es triste.

Dos excepciones que confirmarían la regla

El Concierto de Conciertos Bogotá en Armonía de 1988 fue un espejismo festivo y despreocupado, creado por el entonces alcalde de Bogotá y unos cuantos empresarios y directores de estaciones de radio. El Concierto de Ancón de 1971, en cambio, lo crearon un puñado de aventureros (en el buen sentido de la palabra) que creyeron posible revivir el fantasma de Woodstock en un parque de las afueras de Medellín.

El rock, para bien o para mal, fue noticia en 1969-1971 y en 1988-1989. Manuel Quinto, líder del movimiento hippie de finales de los sesenta, viajó de Tumaco a Bogotá en el mismo avión del presidente Carlos Lleras y dialogó un rato con él. Esta curiosa charla apareció reseñada en los diarios. Andrés Pastrana, alcalde de Bogotá, tomó su micrófono en el estadio El Campín ante setenta mil personas y recibió una ovación equivalente a unos cuatro o cinco millones de votos en una elección presidencial. Todo eso fue noticia, como también lo fueron la calle 60 de Chapinero, el Parque de los Hippies, la calle a espaldas del Hotel Hilton, el go-go y el ye-ye, el Campín a las seis de la madrugada mientras Miguel Mateos terminaba su presentación, el álbum Contacto de Compañía Ilimitada, el amor libre, «Igor y Penélope» de Pasaporte, «Sonata No. 7 a la Revolución» de Malanga, los discos de Los Speakers, Los Flippers y Génesis. Pero Rock en tu Idioma y Rock Hippie desaparecieron de pronto en medio de la indiferencia generalizada.

El rock colombiano sigue latente y renace contra todos los pronósticos porque infinidad de veces ha soñado que se desliza en una veloz tabla sobre las olas de cuatro metros de océanos imaginarios que revientan en algún lugar cercano a Chapinero, el Camping del Sol, el río La Miel o Melgar. Si no ha logrado consolidarse no ha sido del todo por culpa de los músicos. Tampoco ha sido culpa exclusiva de la radio o de las casas disqueras. Es más, tal vez no haya ni siquiera culpables. Y no vale la pena buscar culpables porque tampoco hay de qué sentirse culpable.

Érase una vez

Todo comenzó como en todas partes. Como en Inglaterra, España, Argentina o México: con Elvis. Y el rock and roll llegó a Colombia como Cantinflas, las rancheras, El Chapulín Colorado y Verónica Castro: vía México. Versiones cantinflescas y chapulinescas de los éxitos de Elvis, Little Richard y otros, a cargo de César Costa, Enrique Guzmán, Los Teen Tops y agrupaciones similares, popularizaron «el ritmo de moda». Para los más románticos nunca faltaron versiones en castellano de las empalagosas baladas de Pat Boone y Paul Anka. Augusto Martelo, bajista de Malanga, Mango y otras agrupaciones, recuerda haber escuchado en su infancia una versión de «See you later alligator» interpretada en castellano con acordeón y caja, tal vez en versión de Aníbal Velázquez. («Hasta luego cocodrilo / te pasaste de caimán»). Pero Colombia aún no tenía grupos ni cantantes propios. Apenas comenzaba a formarse un público que hoy en día se reencuentra en pequeños bares donde aún es posible escuchar aquellas canciones, aquellas melodías y aquellas voces. (Quienes quieran descubrir o reencontrarse con aquel repertorio, pueden hallar parte de él en la recopilación Días Felices, editada hace un par de años por CBS). Sin entrar en detalles nostálgicos (esa tarea le corresponde, por derecho propio, a Juan Harvey Caicedo), baste recordar que fue en las discotecas de aquel entonces donde se centró aquella movida. En 1964 ya había estallado el furor de Los Beatles y se hablaba del go-go y del ye-ye. Uno de los primeros grupos, si no el primero, fue Los Desconocidos de Samper y Durana. En lugares como La Gioconda, Las Mazmorras o La Bomba era posible escuchar las primeras bandas locales tales como Danger Twist, Los Caminantes y Los Speakers, quienes alternaban con Los Yetis de Medellín y Los Crickets de México.

Los Speakers entraron pisando duro y se convirtieron en la principal banda colombiana. Sus integrantes fueron Luis Dueñas, el español Rodrigo García, Humberto Monroy y muchos otros que pasaron furtivamente por el grupo. Aparecieron Los Flippers, grupo integrado por Arturo Astudillo, Carlos Martínez. Edgar Dueñas y Orlando Betancur, por el que también pasaron, entre otros, Ferdie, Caliche, Miguel Muñoz y Miguel Durier. Otros grupos de la época: Los Ampex y, por los lados del Chicó y El Lago, estaban los del grupo 2+2, integrado por Nano Pombo, Willie Vergara, Diego Betancur (sí, el mismo, el hijo de Belisario), Christian Gómez y Augusto Martelo, y Los Playboys de Chucho Merchán y Juango Fernández. Aparecieron solistas aún muy recordados: Harold, Óscar Golden, Vicky, Jairo Alonso y demás integrantes de la cuerda del Club del Clan, que llegó a la TV después de haber sido un programa radial. Eran tiempos de conciertos en el Teatro Almirante, los concursos Milo a Go-Go y las primeras giras por todo el país. Aparecieron grupos de otros lugares como Los Yetis de Medellín y Los Colores del Tiempo de Barranquilla. Grupos mexicanos como Los Crickets (no confundirlos con los de Buddy Holly) y Los Moonlights alternaban con lo mejor del rock nacional de aquel entonces.

De la era de las discotecas, que terminó hacia 1967, se pasó a la de los conciertos. La referencia obligada ya no eran necesariamente Los Beatles y el sonido beat de Liverpool. Nuevos sonidos propagados desde Londres y San Francisco hablaban de la psicodelia, el rock ácido, el soul. Eran los tiempos de la Gran Conciencia Universal. Los nuevos héroes eran Cream, Jefferson Airplane, Traffic, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Joe Cocker. El hippismo comenzó a apoderarse de las calles. Hippies ricos y hippies pobres comenzaron a compartir un deseo un tanto difícil de llevar a cabo, pero no por menos ello loable y digno de todo nuestro respeto: cambiar el mundo. Y la mejor manera de intentarlo era decirle «no» a la sociedad: responder a un exceso de odio con un exceso de amor.

Wall Flower Complexion y Time Machine, integrados por músicos gringos, iniciaron esta nueva época. Los siguieron La Planta (Durier, Merchán, Martelo), y luego llegaron Hope y La Banda del Marciano. Comenzaron los conciertos en los parques, de Nueva York llegó Manuel Quinto, quien editó el inolvidable periódico underground Olvídate, los nadaístas, guiados por La Maga, entraron en contacto con el nuevo movimiento y Pablus Gallinazus irrumpió como una especie de Bob Dylan sabanero. Esta época coincidió con el advenimiento de un importantísimo movimiento teatral de vanguardia encabezado por el grupo La Mama, mientras que Bernardo Salcedo y Norman Mejía escandalizaban con su obra en los salones nacionales de arte.

Hubo eventos muy importantes. Además del concierto de Ancón celebrado en Medellín en 1971, sin lugar a dudas el evento más importante de la historia del rock nacional, también se destacaron los del Parque Nacional de Bogotá, los domingos musicales en el escenario de Lijacá, los del Parque de la Sesenta, en Apocalipsis, en el TPB, El Local, La Mama, la Zona Verde de la Calle 87 y el Pedregal de Cali. Contrariamente a lo que señalan ciertos teóricos del movimiento estudiantil en Colombia, el hippismo fue en gran medida un movimiento proletario. Claro, no eran del MOEC ni del MOIR, de la JUPA ni de la JUCO ni leían Voz Proletaria. Pero muchos de ellos eran de la base, compañero. Eso explica el porqué el movimiento hippie colombiano, contrariamente a lo que se cree, muy pronto dejó de copiar lo que ocurría en Sunny California o en Foggy Londontown y tomó características propias: dedicación a las artesanías, búsquedas de las raíces culturales propias, fusión de sonidos eléctricos con murmullos del bosque de niebla andino, tendencia más que evidente en los trabajos de Génesis, en muchos de los temas de La Banda Nueva o en canciones como «Nievecita», de Malanga, tres de los grupos más importantes de los primeros años setenta.

Volviendo un poco atrás, hacia 1970 y 1971 nacieron nuevas agrupaciones: Malanga —el grupo de Chucho Merchán, Álvaro Galvis, Alexei Restrepo, Carlos Álvarez y Augusto Martelo—, Terrón de Sueños, La Gran Sociedad del Estado y Carne Dura —el grupo más contestatario de aquel entonces, integrado por Manuel Quinto y Mario García—, entre otros. En Ancón se presentó «la crema» del mejor rock nacional de todos los tiempos. Gracias al ejemplo de Carlos Santana, el llamado rock latino tomó una fuerza impresionante. Génesis se convirtió en el grupo más representativo de esta tendencia, hasta el extremo de utilizar instrumentos típicos del folclor colombiano. En estos primeros setenta se presentaron en Bogotá el mismísimo Santana, Canned Heat, James Brown, los Chamber Brothers y Christie. Fue el último estertor.

Luego llegó el cuarto de hora de La Calle, detrás del Hotel Hilton. La mala energía trajo la violencia y, hacia 1973 y 1974, el movimiento se dispersó. Los hippies, aburridos de pasarla mal en las calles hostigados por la policía y la sociedad en general, se enfrentaron a una dura realidad: mantener un hogar a punta de paz y amor no era del todo posible. Muchos músicos emigraron al exterior y desarrollaron carreras muy brillantes. El caso más destacado es el de Chucho Merchán, bajista radicado en Gran Bretaña y quien ha tocado, entre otros, con Eurythmics, The Pretenders, Pete Townshend, y quien organizó un concierto en Londres a beneficio de las víctimas del desastre de Armero.

Entre 1974 (por poner algún número) y 1985 (otra fecha arbitraria), el rock colombiano entró en un profundo letargo. Claro, siempre hubo intentos por revivirlo. Algunos nombres de aquel interludio: La Banda del Pelícano, Cascabel, Cocoa, Ship, Crash, reaparecieron Los Flippers con un nuevo LP, Nash en Medellín, Los Mancini y Pink Punk en Barranquilla, hubo un pequeño renacimiento con giras y conciertos en diversas ciudades. A Crash, Ship y Cocoa los reemplazan Ex-Tres y Tribu Tres, grupos de vida efímera.

A comienzos de los ochenta, cuando el hippismo era un recuerdo remoto y, se decía, el disco había matado al rock, una nueva generación de músicos comenzó a tratar de revivir el rock nacional. Al igual que en los sesenta, se generó un rock »del norte» (el grupo más característico es Compañía Ilimitada, integrado en un comienzo por estudiantes del Gimnasio Moderno y del Gimnasio Campestre, y principal atracción en las murgas de los colegios), en el sur de la ciudad el nuevo  lenguaje punk, trash metal, hardcore y varias categorías y subcategorías más le cayó como anillo al dedo a una juventud obligada a sobrevivir en condiciones muy hostiles: hostigamiento de la policía, educación insuficiente, desempleo, posibilidades nulas de ingresar a la Universidad. Muy pronto, en Medellín y Bogotá aparecieron bandas «de alcantarilla», con una fuerza y un mensaje nada complacientes, y una música que pasó desapercibida para la gran mayoría, en parte por el escaso interés de protagonismo de estos grupos. Rock radical callejero, grupos de  vida efímera, sonidos crudos, muchos de los cuales quedaron plasmados en el álbum de la banda sonora Rodrigo D No-Futuro, y  en el LP de La Pestilencia: La muerte…. un compromiso de todos.

Entre 1983 y 1985 Compañía Ilimitada ganó cierto renombre con actuaciones en el auditorio de Skandia. Los músicos que más adelante se darían a conocer con  Pasaporte, Zona Postal y Alerta Roja comenzaban a meter ruido en pequeños locales y conciertos al aire libre. En 1985 el Inderena organizó un concierto en el Parque Nacional para celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente y, un año más tarde, la Media Torta sirvió de escenario para reunir grupos de diversas tendencias en un evento que terminó muy mal, con un muerto a bordo y una imagen de total desprestigio para el rock. (Rock=droga+violencia).

En 1986 vino por primera vez Soda Stereo y el rock cantado en español comenzó a ser tenido en cuenta en las estaciones de radio. Un año después fue la apoteosis de Soda en la Plaza de Toros, las casas disqueras se aventuraron imprimiendo LPs de Miguel Mateos, Soda Stereo y un variado del sello Tenaz (subsidiario de CBS), con canciones de nuevas agrupaciones. El rock estaba de nuevo ahí, pero era otra cosa totalmente distinta: eran los ochenta, pelos cortos, mucha pinta, metal total y trash-punk, todas las tendencias posibles intentando coexistir en dos o tres ciudades demasiado grandes. El concierto de conciertos Bogotá en Armonía puso de moda el rock en español, y muchos músicos colombianos pensaron que, por fin, les había llegado la hora. Los veteranos de los sesenta se mostraron escépticos («esto no es rock, nosotros sí hacíamos rock»), los disc jockeys se convirtieron de la noche a la mañana en mesías de un movimiento que duraría mil años como el Tercer Reich, pero que ni siquiera alcanzó a durar mil horas, a pesar del rotundo éxito que tuvo la cancioncilla así titulada por Los Abuelos de la Nada.

Pero todo aquello no era más que un espejismo manipulado por empresarios oportunistas y un alcalde muy interesado en ganarse el afecto de la juventud. Al final no ocurrió nada. Salvo Compañía Ilimitada y Pasaporte, que tuvieron su cuarto de hora, y unos tres o cuatro grupos que grabaron su LP debut (y despedida), del boom del rock en español solo quedaron lamentos, el sonsonete de Los Prisioneros de Chile en la memoria de la gente, un despiste total. Era como si una ola de 88.9 metros de altura hubiera bañado la playa imaginaria de Chapinero barriendo con todo. Para destacar, la visita de Charly García en 1989 y la aparición de algunos LPs de grupos colombianos como Sociedad Anónima, Distrito Especial, Alerta Roja, La Pestilencia, Darkness y Signos Vitales, entre otros. Salvo contadas excepciones, ninguno de estos grupos tuvo la difusión radial necesaria para trascender. Para colmo, la violencia desatada por el narcotráfico alejó a las gentes de las calles y ya ni siquiera se podía ir a un bar para escuchar a las bandas de rock. Nuevamente había muerto el rock. En el 90 y 91 renació el movimiento y lo más destacado fue la aparición de Estados Alterados, de Medellín, con un sonido mitad tecno mitad dark. En 1992 no hay mucho qué decir. Aunque bastantes grupos se presentan en bares cada vez más vanguardistas y postmodernos, la indiferencia de la radio comercial y el desaliento de las casas disqueras desorientan a los músicos, que ya ni saben qué creer.

Han pasado más de veinticinco años. Es decir, más de 25x365x24 horas, y el rock colombiano aún sigue esperando que le llegue su hora.

Apostilla: ¿cuál fue nuestro error sin solución?

¿Por qué no existe el rock en Colombia? Bueno, dirán sus defensores: sí existe. Supongamos entonces que existe. ¿Por qué a nadie parece interesarle que exista o no el rock en Colombia? ¿Por qué no existe, si se quiere emplear un término físico, una masa crítica que permita sostener el rock colombiano, que permita que los músicos, los empresarios, los luminotécnicos y los sonidistas puedan vivir del rock colombiano?

Existen varias respuestas, ninguna de ellas completa y, mucho menos, medianamente convincente. Algunos músicos (por no decir todos) culpan a la radio. «Es que la radio no programa nuestras canciones». Hasta cierto punto, eso es bastante cierto. Las emisoras comerciales se limitan a considerar como orden perentoria las sugerencias de la revista Billboard y se desviven por la entrega de los Premios Grammy, que, a decir verdad, es uno de los eventos más retardatarios de los tantos que promueven los burócratas de la industria discográfica para perpetuarse en sus pesados escritorios de caoba. Además, algunos disc jockeys —no todos—, con mentalidad de policía de tráfico, solamente pasan música de aquellos grupos o casas disqueras que les pagan una propina. En fin, están en su derecho de hacerlo, así funciona la economía de mercado.

Quienes alcanzamos a escuchar Radio 15 hacia 1973 y 1974, recordamos que Manolo Bellón, Patrick Milldemberg y Jorge González pasaban a cada rato las producciones nacionales de aquel entonces. «Pronto viviremos un mundo mucho mejor», de Los Flippers; «Sonata número 7 a la Revolución», de Malanga; «Don Simón» y «Cómo decirte» de Génesis; «Rumba 1», «Rumba 2», «Emiliano Pinilla» y «Mundo de Imágenes» de La Banda Nueva; «Busque el gato» de Harold y su banda. Todo eso sonaba, y bastante.

Salvo contadas excepciones, esto no ocurre en las estaciones de la era del FM. Y las contadas excepciones se dieron durante algunos meses de la temporada 88-89, es decir, el boom de Compañía Ilimitada y Pasaporte, y «No ha pasado nada», de Zona Postal. Mucho más entusiasta fue el apoyo brindado en aquel entonces por dos emisoras de AM: Tequendama y Punto Cinco. Pero tampoco fue suficiente. Sin embargo, la radio no tiene toda la culpa. Los grupos nacionales, y esto hay que decirlo quitándose cualquier careta, no han logrado crear su propio público. Han estado de moda un mes, dos, quizás tres. Desaparecen, reaparecen, a nadie parece importarle. Los grupos que sí tienen un público más fiel, en especial los de heavy metal, punk y hardcore, no tienen ninguna posibilidad de sonar por la radio, pues su mensaje violento y descarnado seguramente molestaría a los anunciantes.

Uno de los efectos nefastos del llamado boom del Rock en tu Idioma fue hacerles creer a los músicos y a la gente en general que existía un público rockero. Algunos músicos, convencidos de que ya eran estrellas por el solo hecho de colgarse una guitarra al hombro, cometieron la extrema ridiculez de afirmar que nunca volverían a tocar en un bar, que solo lo harían ante veinticinco mil o treinta mil personas. Otros estaban convencidos de que su paseo musical a Villavicencio o Armenia era la gira mundial de los Rolling Stones. Mientras estuvo de moda fue posible mantener la mentira. Pero, una vez desconectados del aire, los rockeros nacionales descubrieron, con horror, que no tenían un público que los siguiera, que eran incapaces de llenar los bares que pocos meses antes habían repudiado y, lo que es peor, que en Colombia el mercado del rock era prácticamente nulo. Dicho de otro modo, en Colombia muy poca gente compra discos de rock y, por lo tanto, es absolutamente imposible vivir del rock.

Falso, dirán por ahí, armados de cifras, quienes creen que durante el boom del ochenta y ocho se vendieron miles de copias. Los Prisioneros, Los Toreros Muertos, Miguel Mateos, Pasaporte y Compañía limitada vendieron algunos miles de copias. Sin embargo, los grupos que vendieron por encima del promedio fueron aquellos que sonaron en emisoras de música tropical y balada. Dicho de otro modo, no fueron únicamente rockeros quienes adquirieron esos discos. Era la moda, como lo fue la lambada un año después, sin que ello haya significado la creación de un mercado de música brasilera en Colombia.

Otro detalle fue la estrategia de ventas del rock en español. Se decretó que el público objetivo eran los adolescentes («Jóvenes de quince a veinticinco años»). Y ese público, visto desde el punto de vista de un mercado, no compra discos. Claro, habrá excepciones, como en todo. Pero no las suficientes para adquirir el número necesario de discos que hagan rentable una inversión. Basta comparar cifras de ventas de supergrupos internacionales para entender mejor la situación: …nothing but the sun, de Sting, vendió doscientas cincuenta copias. Kick. de INXS, un poco más de mil. Para que un disco grabado en Colombia recupere los gastos, se deben vender, según las horas de estudio empleadas, entre cinco mil y diez mil copias. Es decir que, contrariamente a lo que se dice, la culpa tampoco es de las casas disqueras. Si bien es cierto que rara vez se muestran imaginativas para promover sus productos, también lo es que el negocio, como tal, no existe y, que se sepa, éstas no son fundaciones sin ánimo de lucro sino empresas insertas en un modelo capitalista de economía de mercado. Si un éxito de vallenato vende trescientas mil copias y uno de rock tres mil, sobra cualquier comentario al respecto.

Por las razones que sean, los grupos colombianos, cuando han estado de moda, lo han estado mientras suenan en la radio. Una vez sale la canción de programación, nadie se acuerda de nada. Esto se debe a que nunca ha existido un soporte de conciertos que permita consolidar la imagen de los grupos. Las giras que se planearon a finales del 88 y comienzos del 89 no prosperaron. Muchos grupos creyeron que para triunfar bastaba inventar una letra que dijera «no a la droga», otra que hablara de los indigentes, otra que describiera el horror de una guerra nuclear y tres o cuatro versos más hablando del amor y de «nosotros los jóvenes». Parecía muy simple. Y eso también mató al incipiente movimiento del 88, aunque, al menos, quedó una fuerza subterránea que permite que hoy salgan nuevos grupos que, de vez en cuando, logran alguna presentación y. eventualmente, suenan en la radio. 

Es necesario recordar que el rock mundial no siempre se ha apoyado en las multinacionales o en las emisoras comerciales. En Argentina sobrevivió, a pesar de dictaduras y épocas de vacas flacas, gracias a sellos independientes. Desde 1964 (la época de Los Gatos) hasta mediados de los ochenta, las grandes casas no ficharon a ningún grupo. Luego apareció Soda Stereo, Charly García firmó con CBS, pero fue después de muchísimos años, cuando una trayectoria y un público los había consagrado. El caso español es similar. La gran mayoría de los grupos de la llamada Movida de los ochenta grabaron con DRO, Grabaciones Accidentales, Nuevos Medios y muchos otros sellos independientes que, con el tiempo, se volvieron fuertes, al igual que ocurriera en Inglaterra con sellos como Island, Virgin o Stiff, y en Estados Unidos con IRS, por solo citar algunos ejemplos tomados al azar. Es bien sabido que buena parte del rock inglés de mediados de los sesenta se divulgó a través de emisoras piratas que emitían desde barcos anclados en altamar. Por lo tanto, puede decirse que la radio y las casas disqueras del Establecimiento no suelen ser los vehículos ideales para propagar las nuevas ideas de la cultura del rock.

Pero, ¿quién se le mide en Colombia a fundar un sello independiente? ¿Con qué fórmulas de promoción puede llegarle a la gente? Y aquí aparece la que, a mediano o largo plazo, puede llegar a ser la clave. Por un lado, es necesario crear un circuito de escenarios en distintas ciudades del país, con capacidad para mil o dos mil espectadores, en los que se ofrezcan espectáculos de calidad y bien organizados.

Cachorro López, bajista y productor argentino que estuvo en Colombia con Miguel Mateos y luego produciendo el excelente LP Un día X de Pasaporte (pasó desapercibido porque no fue promocionado y nunca lo pasaron por la radio), decía que en Buenos Aires, poco antes de la explosión del pop y del rock de 1981, se hicieron comunes las presentaciones en teatros para dos mil espectadores. Allí se creó una moda (ir a escuchar grupos), una costumbre (escuchar los grupos) y una cultura (aceptar como propios los grupos). Es decir, se creó un público muy fuerte, con diversas tendencias y gustos (al que le gustaba «Peperina» de Serú Giran o «Bajo Belgrano» de Spinetta Jade de pronto no le interesaban para nada Los Twist o Viuda e Hijas de Roque Enroll), unos mucho más populares que otros pero, en conjunto, se formó una masa crítica de consumidores de discos, casetes, afiches, botones, escudos y revistas y, sobre todo, de fieles y asiduos asistentes a espectáculos. Todo esto apoyado por visitas ilustres (Queen, The Mission, The Cure, INXS, Sting, Concierto de Amnistía Internacional). A pesar de la crisis económica que afectó seriamente al movimiento cuando terminaba el mandato del presidente Alfonsín, ese público creado en tiempos de la bonanza ficticia de 1980 y 1981 sigue firme, y, gracias a él, muy seguramente resurgirá el rock argentino de ser cierta la recuperación económica.

La otra respuesta parece estar en la radio. No nos referimos a la radio comercial, o al menos a la programación estándar de las emisoras comerciales. Éstas cumplen un papel muy importante, que es el de captar públicos nuevos. De la misma manera que se entra al universo de la música clásica a través de obras sencillas (Conciertos Brandenburgueses de Bach, Sinfonía 40 de Mozart en versión de Waldo de los Ríos), el del pop necesita cómodas puertas de acceso, y éstas suelen estar abiertas las veinticuatro horas del día en las emisoras comerciales.

Nos referimos a los programas especializados, en los que un comentarista presenta grupos menos comerciales, pasa música de años anteriores, muestra producciones recientes alternativas o no comercializadas en nuestro medio, o realiza programas especiales sobre grupos, épocas o estilos. Según lo manifiesta el crítico musical Jesús Ordovaz en su libro Historia de la música pop en España, un paso previo a la explosión de la movida madrileña y todo lo que siguió fueron los programas especializados. Dice Ordovaz que en las emisoras de Madrid era posible escuchar grupos de country que ni siquiera los conocían en su Tennessee natal. Estos programas, al cabo de los años, crearon un público receptivo, que no se conformaba con Black Box, Milli Vanilli, New Kids on the Block, Samantha Fox, Air Supply y sus equivalentes de aquel entonces. Se crearon condiciones favorables para que un segmento de ese público más informado se interesara en Triana, Burning, Tequila, Kaka de Luxe, grupos que a su vez le dieron paso a Nacha Pop, Radio Futura y a Alaska y Dinarama, que a su vez hicieron posible la aparición de Mecano y Hombres G, estos sí capaces de vender cientos de miles de copias en cada uno de los grandes mercados hispanoamericanos. La existencia de estos —llamémoslos así— supergrupos comerciales permite a su vez que las casas disqueras publiquen la música de grupos alternativos, cosas como el rock radical vasco, que, sin llegar a ser comercial, puede sostenerse a punta de conciertos, giras y la venta de algunos pocos miles de discos.

En Colombia ha habido importantes esfuerzos por divulgar la música en la radio. La misma Radio 15 lo hacía, durante los setenta la HJCK tuvo un período muy importante con programas como Rock Adulto y Ventana, y en nuestros días las emisoras de las universidades y algunas de las denominadas «emisoras cultas» intentan recuperar un espacio para el rock no comercial. Pero estos esfuerzos aislados a duras penas ayudan a que se dé un primer paso. Sería irresponsable decir que se está creando un público masivo interesado en el rock como posible movimiento cultural o alternativa, y no como pasatiempo o moda pasajera.

Los casos de Argentina y España ofrecen una doble lectura. Por un lado, entusiasman. Pero por el otro nos dicen que estos son procesos a mediano o largo plazo, y no necesariamente exitosos. El rock mexicano, tan antiguo como el argentino o el español, y asentado en una economía mucho más grande y chauvinista que la nuestra, no ha logrado mantenerse de una manera convincente. Lo que parece quedar claro es que, mientras no exista un público que sostenga la industria del rock, podrán hacer cien mil conciertos en el Campín con Franco de Vita y Los Prisioneros y seguiremos en las mismas.

The Speakers. Foto publicada en GACETA en 1992.
The Speakers. Foto publicada en GACETA en 1992.

CONTENIDO RELACIONADO

Array

22 de junio de 2025
Pedro Adrián Zuluaga conversa sobre las movilizaciones alrededor del Orgullo: unas marchas festivas, puestas en la política del gozo y la reivindicación como respuesta a la violencia con la que muchas veces la sociedad colombiana se acerca a la diversidad.

Array

21 de junio de 2025
Como en las películas de vaqueros, en nuestro país la violencia no cesa, solo se recicla. Cada región tiene una paz posible, que, al igual que la presencia estatal, no aterriza entera: tendrá que construirse en clave local y adaptarse a cada lugar. 

Array

20 de junio de 2025
FERXXO VOL X: Sagrado, el último disco del reggaetonero de Medellín, confirma su fatiga creativa y deja al descubierto las grietas de su fórmula. ¿Podrá recuperar la inspiración que lo elevó a la cima en 2020 o nos acercamos al fin de su reinado?

Array

19 de junio de 2025
La propuesta de zona de reserva campesina La Guardiana alimenta el anhelo de las comunidades de Calamar en Guaviare. Localizada en inmediaciones del Parque Nacional Sierra de Chiribiquete, su declaratoria podría significar la titulación de miles de hectáreas de tierras históricamente en disputa. ¿A qué retos se enfrenta y qué está en juego en la región?

Array

18 de junio de 2025
Lectora de Kafka. Cuidadora de orquídeas. Mamá de un perro llamado Tango. La directora del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación murió a los 39 años. Su legado: una ética del cuidado colectivo que sostuvo incluso cuando le dolía respirar.

Array

17 de junio de 2025
Un recorrido por las huellas de las mujeres de Macondo, herederas de la memoria y portadoras del futuro. Este ensayo hace parte de Todo se sabe: el cuento de la creación de Gabo, expuesta en la Biblioteca Nacional hasta el 2 de agosto.

Array

16 de junio de 2025
La próxima vez que te vea, te mato (Anagrama, 2025), la nueva novela de la chilena Paulina Flores, despliega una voz feroz para narrar la turbulenta vida afectiva de una millennial migrante en la Barcelona postpandémica y precaria.

Array

15 de junio de 2025
Una entrevista con la cantante de Cádiz, que con su voz suave y embrujada está conquistando la música en español y grandes escenarios como Coachella. En su debut onírico, la soledad y el deseo conviven con el joropo y la exploración electrónica.

Array

15 de junio de 2025
Tras el atentado contra el senador y precandidato a la presidencia Miguel Uribe Turbay, Lucas Ospina y Daniel Montoya regresan a la pregunta que se hicieron hace algunas semanas: ¿estamos de vuelta a los noventa? Esta es una conversación sobre la necesidad de conmovernos, las imágenes y el futuro adolescente y político del país.

Array

14 de junio de 2025
Frente a la exigencia de silencio luego del atentado contra Miguel Uribe Turbay, la palabra nos permite enfrentar el trauma, desmontar críticamente este crimen y pasar del ritual expiatorio a un discurso de justicia que amplíe el relato nacional.