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Homo economicus

1 de septiembre de 2025 - 3:00 pm
Algoritmos de ficción, subidas y bajadas en las cotizaciones de la bolsa de acciones y valores de Wall Street, cotizaciones de la bolsa de granos en Chicago, precios de las materias primas (commodities), derivados de esas cotizaciones que dependen de las fluctuaciones de la oferta y la demanda, confianza o desconfianza en el mercado, vaivenes de la economía China, más algoritmos en una pantalla que despiertan gritos, sonrisas y llantos: un circo de capital ficticio, el casino financiero que define la suerte y el destino de miles de millones de humanos que ignoran su existencia.
Carlos Castro. Hijo de Dios, 2013. Huesos humanos modificados que dan forma al esqueleto de un primate.
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Homo economicus

1 de septiembre de 2025
Algoritmos de ficción, subidas y bajadas en las cotizaciones de la bolsa de acciones y valores de Wall Street, cotizaciones de la bolsa de granos en Chicago, precios de las materias primas (commodities), derivados de esas cotizaciones que dependen de las fluctuaciones de la oferta y la demanda, confianza o desconfianza en el mercado, vaivenes de la economía China, más algoritmos en una pantalla que despiertan gritos, sonrisas y llantos: un circo de capital ficticio, el casino financiero que define la suerte y el destino de miles de millones de humanos que ignoran su existencia.

Según el economista Ladislau Dowbor, para el año 2011, 147 empresas, 75 % de ellas financieras, controlaban el 40 % del producto interno bruto del mundo. A estos datos debemos agregar que un pequeño grupo privilegiado de instituciones, fondos de «inversión» y especulación, y otro selecto grupo de operadores privados que se denominan administradores e intermediarios de dueños de grandes cantidades de dineros de filántropos, empresas e inversores, actúan libre e impunemente bajo una arquitectura jurídica de ficción con apariencia de perfecta legalidad.

Deuda es la obligación de pagar o devolver algo. Hoy, cuando unos pocos controlan a miles de millones en una dominación ejercida a través del control del endeudamiento público externo e interno, privado, comercial y familiar, la deuda se ha convertido en un negocio que transforma el «arte de la guerra» en el «arte de la deuda».

Si analizamos el concepto deuda en un sentido amplio (pública, privada, interna, externa, racial, sexual, ecológica y social) podemos entender cómo funcionan sus engranajes y visibilizar cuáles son sus articulaciones: fuerzas y juegos de poder se ponen de manifiesto a partir de las categorías deuda y esclavitud, que operan en una relación central: acreedor-deudor, ese lugar donde se elaboran los diversos instrumentos, técnicas, mecanismos de control y manipulación de la información del uno sobre el otro.

Maria Lúcia Fattorelli nos recuerda que:

«El endeudamiento público no ha sido un instrumento de financiación de las necesidades colectivas. Desde hace décadas, es un mecanismo de transferencia de recursos públicos hacia el sector financiero privado. A esta utilización del instrumento de endeudamiento público inverso, retirando recursos en vez de aportarlos, denominamos «Sistema de la Deuda». Este sistema opera de manera similar en todo el mundo. Está basado en el enorme poder internacional del sector financiero, lo que posibilita el control que ejerce sobre las estructuras legales, políticas, económicas y de comunicación de los países, generando diversos mecanismos que viabilizan esta dominación».

Es en este marco teórico del Sistema de la Deuda en el que la financiarización impacta y genera consecuencias a niveles nacionales (Estados e instituciones), internacionales (instituciones y comunidad internacional) y planetarios (comportamiento y responsabilidades de las empresas multinacionales, trasnacionales o anacionales, y de los Estados industrializados, en la contaminación de toda la biosfera, en el calentamiento global y en el negocio de los bonos de carbono y las energías limpias, que algunos han denominado capitalismo verde).

Hablar de financiarización, o financierización, nos obliga a revisar la narrativa creada por el sistema capitalista al menos desde la década de los setenta del siglo xx hasta el presente, caracterizada por una fase de liberalización de las finanzas, de un mayor poder de los bancos y la creación de los holdings bancarios y de los fondos de inversiones. La financiarización, en su definición más simple, ocurre cuando el dinero gana más dinero, sin que necesariamente se produzcan cosas reales. Por ejemplo, en la producción clásica una empresa invierte y gana dinero fabricando autos, ropa o comida. En la financiarización, las empresas especulan en la bolsa, compran acciones, bonos, propiedades, criptomonedas, y pueden ganar dinero sin producir nada. Lo anterior supone un cambio en las decisiones económicas, que en las últimas décadas se han concentrado en el mundo financiero (bancos, fondos, Wall Street) alejándose del mundo productivo (fábricas, trabajadores, agricultura). Este comportamiento nos deja ante los riesgos de la financiarización: esas conductas y prácticas del capital ficticio y especulativo que permiten que el dinero conserve su valor, aunque no esté respaldado por una producción real de bienes; de ahí que se lo llame capital «ficticio». Pero ¿quién sostiene ese valor?

El manual del Sistema de la Deuda funciona más o menos bajo un mecanismo básico. Primera fase: el negocio financiero necesita poner dinero. Es decir, los bancos, fondos y prestamistas necesitan prestar su dinero para ganar intereses. La lógica dice que cuanto más prestan, más ganan (forma clásica), y llega un momento en que los rendimientos de las empresas sólidas o productivas no son satisfactorios. Entonces empiezan a prestar a países endeudados, gente pobre o clase media (con créditos fáciles y flexibles encapsulados en una tarjeta de crédito que los bancos nos ofrecen mediante una llamada telefónica) y a empresas que no generan valor real (solo prometen ganancias).

En una segunda fase se crean burbujas y deudas impagables. Durante la crisis de 2008, en EE. UU. se otorgaron hipotecas a personas que no podían pagarlas. Un «paquete» de hipotecas luego se vendía como «producto financiero» a otros bancos del mundo mientras las calificadoras de riesgos y las aseguradoras los calificaban como muy buenos (AAA). Cuando la gente dejó de pagar su hipoteca, estalló la burbuja. Es común que los países del sur global (Argentina, Colombia o varios en África) reciban préstamos bajo condiciones muy «duras»: altísimas tasas de interés que no pueden pagar mientras el FMI o los acreedores (fondos de inversión, bancos) exigen ajustes que los líderes de Estado aplican mediante recortes en salud, educación, salarios y jubilaciones para garantizar el cobro.

La tercera fase corresponde a las consecuencias: ¿quién gana y quién pierde en este arte de la deuda? Ganan los grandes fondos, bancos, las consultoras y los intermediarios financieros, quienes, incidiendo en las políticas internas, son capaces de exigir el pago a los gobernantes y líderes de las naciones endeudadas. Pierden los ciudadanos de esas naciones, que además son incapaces de ver el mecanismo invisible al que se deben.

La historiografía de las deudas repite que son los grandes inversores/especuladores, o los bancos, quienes la mayoría de las veces reciben rescates del Estado durante las crisis: Argentina (2001), Estados Unidos (2008), Grecia (2015); en estos tres casos se rescató a los bancos, pero no a las familias ni a los trabajadores de los sectores productivos afectados; en Argentina se perdieron ahorros, viviendas en Estados Unidos y empleos en Grecia. Al capital financiero le gusta correr riesgos, pero cuando pierde transfiere la deuda a otros. La financiarización crea ganancias rápidas, pero deja inestabilidad y endeudamiento para el resto de la población.

La financiarización convierte el Sistema de Deuda en un negocio que deja ganancias a quien cobra, gestiona, administra o revende la deuda, que a estas alturas se ha convertido en una herramienta del capital financiero para controlar las políticas internas de los países.

 

Mover la producción, aumentar la ganancia

Una estrategia de la financiarización es la dislocación territorial, que ocurre cuando las decisiones económicas se toman en beneficio de los inversores y no de los trabajadores ni de la economía real. La dislocación territorial está vinculada con la división internacional del trabajo: los países del sur hacen tareas baratas (ensamblar, extraer y exportar recursos naturales y bienes primarios), mientras que los países ricos financian investigación, desarrollan tecnología, y patentan marcas y la propiedad industrial e intelectual.

Algunas empresas multinacionales conocidas a nivel mundial que aplican la dislocación territorial para maximizar ganancias son Apple, que diseña sus productos en EE. UU., pero fabrica iPhones en China, sobre todo a través de la empresa Foxconn, porque en China los salarios son mucho más bajos, hay menos regulaciones laborales y por ende la producción en masa resulta más barata. Como resultado, Apple ahorra millones de dólares mientras mantiene su imagen cool y vende caro en todo el mundo. Coca-Cola solía tener fábricas en casi todos los países del mundo, pero comenzó a trasladar su producción según los costos y beneficios fiscales de cada país en los que operaba. Así, hoy cierra plantas en países donde hay conflictos laborales o donde le exigen cumplir normas ambientales, y las abre nuevas donde tiene más beneficios. También terceriza partes de la producción a empresas locales para reducir su responsabilidad en frentes como el impacto ambiental. Nike no fabrica directamente sus productos, pero subcontrata fábricas en países como Vietnam, Indonesia o Bangladesh, porque allí puede pagar sueldos muy bajos debido a que hay poca o nula regulación laboral; mientras tanto, las oficinas centrales permanecen en EE. UU. manejando diseño, marketing y ventas.

Estas tres empresas multinacionales concentran ganancias en sus casas matrices (en países ricos y con industria fuerte), pero deslocalizan los costos y la producción hacia países del sur global, donde la mano de obra es más barata. Esto genera desigualdad mundial pues, por un lado, los países «empobrecidos» por el Sistema de la Deuda producen pero no se quedan con el dinero, que fluye hacia los cuarteles generales de las casas matrices, donde se centralizan la riqueza y la innovación.

En la década de los setenta del siglo XX la dislocación o el desplazamiento de las empresas de Estados Unidos fue rumbo a Asia. Europa, por su parte, vio cómo los países africanos que antes dominaba se independizaron políticamente, pero no en sus economías, que continuaron suministrando minerales y recursos naturales a las empresas europeas sin ver un desarrollo industrial ni tecnológico, en una relación de neocolonialismo que todavía no les permite alejarse del subdesarrollo.

Bajo el predominio del capital financiero sobre el productivo, la lógica de obtener ganancias desmesuradas hace que casi la totalidad de las empresas más grandes del planeta apuesten por la estrategia especulativa del «juego del casino financiero», es decir: compra y venta de acciones; o bonos de deudas de los países, donde la inversión/especulación es garantizada y está exonerada de todo tipo de impuestos por los tratados de protección de inversiones y las legislaciones basadas en un diseño organizado, planificado y condicionado desde el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Internacional de Pagos, entre otros.

Un ejemplo claro del predominio de la deuda sobre la producción es el de Grecia (2010-2015), cuando el capital financiero impuso sus intereses sobre el desarrollo económico real. Grecia tenía una crisis de deuda externa. El FMI y la Unión Europea exigieron recortes en pensiones, salarios y servicios públicos. Las consecuencias sociales, económicas y políticas fueron catastróficas: la economía se contrajo, aumentó el desempleo, se quebraron los pequeños negocios, incrementó la migración y aumentaron los suicidios. Finalmente, la producción interna se desplomó. ¿Quién cobró? Los bancos y fondos financieros que fueron rescatados por la Unión Europea. ¿Quién pagó el costo? La población trabajadora.

Argentina y los «fondos buitre» (2001-2016) son un buen ejemplo de pérdida de soberanía y de la manera como el capital especulativo que se lucra con la deuda se impone judicialmente sobre un Estado (Argentina) ante los tribunales de otro Estado (EE. UU.). Después del default de 2001, la mayoría de los acreedores aceptó renegociar, pero algunos fondos (como NML Capital) compraron deuda barata y exigieron cobrar todo al ciento por ciento. Para lograrlo, llevaron a la nación argentina ante los tribunales de EE. UU. y ganaron el juicio. Argentina debió pagar millones de dólares a fondos que no invirtieron ni un centavo en producción y se dedicaron solo a especular con la producción de ese país.

La crisis hipotecaria de EE. UU. (2008) es un ejemplo claro de cómo el capital ficticio y especulativo causa crisis reales en la vida de la gente. Por una parte, los bancos otorgaban hipotecas a personas sin capacidad real de pago; esas hipotecas se convertían en productos financieros que se vendían como inversiones seguras a los actores de la financiarización, quienes compraban y vendían paquetes de deuda que nadie estaba pagando. Cuando la burbuja explotó, millones perdieron sus casas y empleos.

El poder de las empresas del siglo XX, con su producción de bienes y sus formas organizativas (trust, monopolios) bajo una economía mundial caracterizada por una fase imperialista se ha trasladado en el siglo XXI a las empresas multinacionales o trasnacionales (anacionales), y la economía mundial ha quedado basada en las pautas y la concepción del capitalismo neoliberal: la globalización y la financiarización, cuyas principales características serían: el poder político y económico alcanzado por la clase rentista y el capital financiero; cambios en el patrón de acumulación, en el que las ganancias se obtienen principalmente a través de canales financieros, y la comercialización financiera (trading), que se refleja en el surgimiento de una infinidad de nuevos productos financieros (derivados, acciones, seguros), y especulativos (títulos, bonos, acciones).

 

Una nueva religión

La Iglesia católica, apostólica y romana hoy utiliza la palabra «ofensa» en su liturgia del padrenuestro, pero hubo un tiempo en que se hablaba de «deudas» y «deudores». En 1986, bajo el papado de Juan Pablo ii, la versión en español de la liturgia cambió de «perdona nuestras deudas, así como a nuestros acreedores», a «perdona nuestras ofensas, así como a quienes nos ofenden». El texto bíblico en el evangelio de Mateo (6:9-13) y de Lucas (11:2-4) se sustenta en una noción material y económica, pues las deudas de dinero en la época de Jesús consistían en pagar el diezmo al templo y al conquistador romano. El diezmo se pagaba en dinero o en especie, pero, si no podía pagarlo, el deudor y su familia podían ser vendidos como esclavos, hasta que saldaran deuda.

La modificación de esta frase para los países de América Latina, en principio solo para los países de habla española, se dio durante la «década pérdida» o la época de la «crisis de la deuda», un fenómeno de deuda material y económica instalado de manera arbitraria, ilícita e ilegal, y bajo el cual los países de América Latina pagaron tasas de interés de hasta el 21 % que no estaban escritas en los contratos de deuda, todo debido a que el conjunto de bancos privados que integran la Reserva Federal de los Estados Unidos de América se quedaron sin liquidez.

La deuda pública (externa e interna) es la esclavitud del tercer milenio y responde a una clara ideología que tiene viejas raíces en el pensamiento occidental. Hoy, el capital globalizado pretende imponernos una relación de poder que implica «modalidades específicas de producción y control de la subjetividad del homo economicus, ese “hombre endeudado”», según Maurizio Lazzarato. Es a partir de esa relación —acreedor/deudor— que las categorías clásicas del trabajo, de lo social y de lo político son redefinidas. No alcanza con la producción económica: el dispositivo de control está fundamentalmente en la producción y en la colonización de la subjetividad a través de los medios de comunicación.

Las sociedades contemporáneas presentan características de servidumbre voluntaria: aparecen masificadas y alienadas, alimentadas por la sociedad de consumo que propician las corporaciones financieras, las clases dirigentes y los Estados obedientes y disciplinados bajo el sistema «civilizatorio» capitalista. Estamos ante la transformación del capitalismo en una nueva religión que equipara «culpa» y «deuda» y cuyos seguidores no tienen redención.

Desde los años noventa del siglo XX, las nuevas tecnologías han jugado un papel clave en el fortalecimiento de la financiarización. Empresas como Amazon y Meta (Facebook) crecieron con modelos de negocio que ya no dependen de fábricas o de bienes físicos, sino de datos, de plataformas digitales y que controlan la información de los usuarios en pro del consumo masivo de más datos y de bienes que nada tienen que ver con la primera necesidad. Este nuevo tipo de empresa no solo genera enormes beneficios financieros, sino que concentra poder económico y político, a menudo por fuera del control de los Estados. Además, muchas de estas empresas han sido cuestionadas por mantener condiciones laborales precarias en sus centros logísticos, como el caso de Amazon, que ha enfrentado huelgas y denuncias en EE. UU. y Europa.

Para Nora Merlin:

«Estamos en presencia de un individuo que habita una sociedad de masas uniformada y adormecida en una hipnosis colectiva, que cumple órdenes desde lo inconsciente, consume compulsivamente, creyéndose libre y ciudadano, siendo en verdad un esclavo posmoderno que no se reconoce como tal, a diferencia del vasallo de la antigüedad. La obediencia inconsciente implica una relación social con el poder, a través de una modalidad fascinada, acrítica y sugestionada».

Nada de esto sería posible sin la servidumbre voluntaria de los Estados, de las llamadas «democracias representativas/populares», y de sus clásicos «poderes» (ejecutivo, legislativo y judicial) a la financiarización, sumisión que se da bajo criterios foráneos de «buena gobernanza», con mejores y más fuertes «instituciones» que interpretan y cumplen con las «necesidades» de los «mercados». La estrategia de globalización y financiarización vinculada al consenso de Washington declaró «el mercado total», y desde entonces se viene desarrollando y perfeccionando para mantener a los Estados a disposición de la promoción del totalitarismo del mercado. Para Franz Hinkelammert, los Estados responden «a los poderes económicos de las burocracias privadas de las empresas».

La financiarización y sus instrumentos fueron determinantes en la quiebra de Enron s. a. y en la crisis de las «hipotecas subprime» 2007-2009 en el corazón del sistema capitalista financiero de los Estados Unidos. Para ello, se utilizó la desregulación y la implosión de la legislación interna de Estados Unidos mediante «vehículos específicos» que son aplicados en materia de generación, administración y control privado de las deudas públicas de países como Grecia (2015); Puerto Rico (2017) y Brasil (2018). Otro ejemplo es la conversión de deudas privadas y comerciales en deudas públicas externas, para luego ser reestructuradas y así pasar al control y administración de inversores y especuladores privados mediante el canje de deuda por naturaleza, bonos «verdes», bonos «azules», en un modelo de negocio creado y administrado por el Banco Mundial (1997), basado en el principio de «quien contamina, paga», y cuyo efecto real es «quien contamina, cobra», y mucho.

Un claro ejemplo de canje de deuda por naturaleza aparece en Ecuador (2023). Mediante la administración de las Galápagos por un «operador sin fines de lucro» (service purpose vehicle —spv—) se convierte deuda comercial en «bonos marinos de las Galápagos»; la supuesta reducción de deuda, en un procedimiento sin transparencia, «opaco», incluye altas tasas de interés que no benefician las finanzas de Ecuador. Adicionalmente, la situación conlleva una pérdida de soberanía política y financiera, en la que el control del territorio, de la fauna y la flora, quedan en manos de un consejo de administración mayoritariamente privado. Por supuesto, el Banco Interamericano de Desarrollo asegura a los inversores una garantía contra el riesgo (de unos 656 millones de dólares) por una eventual «inestabilidad política». Estos modelos son proyectados por la Organización The Nature Conservancy en varios países (Seychelles, Belice y Barbados, Santa Lucía, Namibia, Kenia, entre otros).

En la actual fase de financiarización del capitalismo asistimos a una dictadura a escala planetaria. El discurso único de dominación, basado en un relato y su mito sacrificial de que «no hay alternativas posibles» a la economía de mercado solo sirve y es funcional desde el totalitarismo del mercado y la dictadura financiera; afortunadamente existen autores críticos que han planteado proyectos alternativos, disruptivos, liberadores y éticos para salir de este sistema de la muerte (Marx, Hinkelammert, Mora, Dussel).

La destrucción del planeta y de los ecosistemas, la extinción provocada de numerosas especies debe llamarnos a la reflexión urgente. «O inventamos o erramos», decía el maestro Simón Rodríguez. Hoy más que nunca es urgente reeducarnos en saberes y conocimientos que permitan la ruptura con la matriz colonial y eurocéntrica. Fuera del sistema permanecen «todas las alternativas posibles» para ser construidas, pensadas en libertad, para crear relaciones sociales, políticas, comunitarias, libres, armónicas y en equilibrio con la biosfera y con todas las formas de vida.

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