La publicación de La Virgen de los Sicarios el año pasado coincidió con la salida de Noticia de un secuestro de Gabriel García Márquez. Desde el punto de vista de la lógica editorial, publicar el libro de Fernando Vallejo al mismo tiempo que el de García Márquez era un riesgo muy grande.
Con el enorme prestigio mundial del que goza su autor, Noticia de un secuestro hubiera podido no solamente opacar la aparición del libro de un autor desconocido en ese momento como Fernando Vallejo, sino aplastarlo completamente y convertir en una veleidad sin futuro la idea de publicar luego sus obras anteriores. Al no tratarse de un libro para cuya publicación el editor contaba con el apoyo económico de algún organismo cultural internacional (como la Unesco, por ejemplo, que a veces financia la traducción), la dura realidad del rendimiento financiero podía frustrar la idea de seguir adelante con la traducción del resto de su obra. Sin embargo, convencidos del valor de La Virgen de los Sicarios, los editores decidieron correr el riesgo.
La reacción de la prensa fue muy elocuente. El contraste entre los dos libros ponía de manifiesto un dilema literario. En un primer momento algunos periodistas parecían encantados con la publicación simultánea de los dos autores. La coincidencia podía servir de «tema», dar para un dossier sobre Colombia, su actualidad violenta y la manera como la literatura colombiana la afronta, algo por el estilo. A este primer entusiasmo siguió el embarazo. Resulta que de los dos libros ni siquiera se puede decir que son «puntos de vista» distintos, «ópticas diferentes», pero al fin de cuentas complementarias dentro de una perspectiva de la comprensión global de una realidad. No, nada de eso, los dos libros se contraponen, se oponen. De modo que, vuelta al principio: seguía existiendo el riesgo de que Noticia de un secuestro hiciera pasar completamente desapercibido el libro de Fernando Vallejo.
¿Por qué era tan importante que la prensa literaria reaccionara? En el caso del libro de García Márquez esa importancia era ínfima. Se puede decir que sus libros se venden solos, sólo con la publicidad que el editor gasta en el lanzamiento. El dicho dice: «No se le presta sino al rico». Por regla general, los editores le gastan publicidad solamente a los autores ya famosos o a los libros de autores nuevos o desconocidos pero a partir del momento en que alcanzan, más o menos espontáneamente, un nivel de ventas que puede considerarse como exitoso, según un promedio arduo de establecer entre las expectativas del director editorial, en el papel de paladín de la causa literaria, y las previsiones implacables del director financiero, en el papel del siniestro representante de la realidad mercantil.
Aquí es donde la prensa literaria, bien sea escrita, radial o televisiva, interviene. Su intervención puede ser decisiva. El papel que puede jugar va desde desencadenar un interés del público que llegue a convertir a un autor desconocido en un best-seller, hasta la posibilidad de asegurar la sobrevivencia de un libro, y así tal vez de un autor de una obra, que el editor podrá seguir publicando, y para decirlo en términos del contable, que es el que sostiene la guillotina sobre la cabeza del editor: en el que se podrá seguir interviniendo. Porque el objetivo del verdadero editor, a pesar de todos los pactos que tenga que hacer con la realidad mercantil, es el de publicar obras cuyo carácter auténticamente literario las hace a menudo exigentes o que chocan con el conformismo del momento, y para imponerse necesitan tiempo. Son obras que conquistarán su público a mediano o a largo plazo. ¿Cumpliría la prensa literaria con ese papel en el caso de La Virgen de los Sicarios?
Que García Márquez haya optado por la forma periodística para tratar el tema de Noticia de un secuestro es algo que da qué pensar. No tendría nada de raro si García Márquez no fuera, al mismo tiempo que periodista, el genial novelista y cuentista cuyas obras se leen en todas partes. Inevitablemente surge la interrogación: ¿por qué optar por la objetividad periodística y no por la subjetividad de la novela o del cuento? En esa opción -y, una vez más, sobre todo por tratarse de quien se trata- no se puede dejar de ver ya una interpretación del desafío que opone al escritor la realidad violenta colombiana a la que el libro se refiere… Decir que en esta Colombia violenta la realidad supera a la ficción no es una explicación. La concepción en la que se ha apoyado el llamado realismo mágico ha sido esa: en Colombia la realidad supera a la ficción.
De una manera menos contradictoria de lo que parece, lo que Noticia de un secuestro -la opción por la objetividad periodística- significa es que la realidad violenta colombiana superó al realismo mágico. La violencia en Colombia ha vuelto a poner al día de manera flagrante el gran problema literario: ¿Qué tipo de realismo?
Qué tipo, porque, por supuesto, no se trata de caer en la simpleza de invocar la realidad o lo real. Valga la perogrullada, si el acceso a lo real fuera directo, inmediato, la realidad no sería un problema literario. Por otra parte, tampoco se puede invocar le réel o la realidad, ignorando el hecho de que alrededor del problema no ha cesado de haber una labor periodística, de carácter político o sociológico.
Puede haber, por supuesto, periodismo y literatura. Tanto por el hecho de que el periodismo alcance en determinados casos una dimensión literaria, como por el hecho de que periodismo y literatura pueden proponerse objetivos específicos. Al periodismo, los hechos. A la literatura, la realidad. Pero hay momentos en que el extremismo de la tal realidad impone dilemas extremos: ¿periodismo o literatura?
Para el periodista, se trata de transcribir los hechos. Los hechos hablan por sí mismos, de lo que se trata es de exponerlos. ¿Y para el escritor?
La realidad es una cuestión de distancia para el escritor. La realidad es la distancia en la pregunta: ¿cuál es la buena distancia?
Que los hechos hablen por sí mismos no es su problema. Su problema más bien es el de hacerlos hablar. Desde su óptica, los hechos que hablan por sí mismos lo que hacen más bien es balbucear.
(¿Cuál es la buena distancia? no es una pregunta para una respuesta general. Como no se trata de recorrer una distancia sino de crearla, de manera apriorística sólo se puede decir que existen los escritores de la velocidad, los de la lentitud, incluso los de la inmovilidad, existen los que van rápido para alcanzar la inmovilidad, los que prefieren quedarse quietos para ir más rápido, los que prefieren el camino más rápido, los que prefieren el camino más largo, los especialistas en atajos, los que le tienen pánico al avión, los que adoran los puentes, los que prefieren el camino más corto, los que se las dan de vivos y llaman por teléfono para decir que mejor no van, porque igual, no se trata de llegar, los que… ).
En una época de la que ya se puede hablar diciendo «tradicionalmente», los escritores latinoamericanos argumentaban a menudo que para captar mejor la realidad era necesario tomar distancia. Hoy en día esa razón parece ya bastante relativa, cuando no bobalicona. Muchos de los grandes escritores latinoamericanos vivían entonces en Europa y el militantismo de la época les pedía cuentas periódicamente, si se trataba de un exilio voluntario, como si estuvieran cometiendo una traición. ¡Cuánto no se teorizó sobre el exilio! Parecía imposible atreverse a decir: porque me gusta viajar, porque viajar puede ser importante, sobre todo para un escritor latinoamericano, por razones materiales prácticas, porque aunque pase trabajos, me queda tiempo para escribir, porque viviendo donde vivo no necesito ser rico para tener acceso a la cultura de las bibliotecas, los museos, el cine y… porque me da la gana. No, había que justificarse.
Pero también esa razón tenía cierta lógica relacionada con la época, aunque hoy parezca ingenua. La literatura latinoamericana aspiraba o se proponía dar de la realidad una imagen totalizadora. Para abarcarla había que tomar distancia. Y digamos que. fuera el tipo de velocidad que cada autor prefiriera dominaba la idea de que, buena distancia era la distancia que permitiera totalizar.
Hoy en día a nadie se le ocurre apelar a la idea de que para ver mejor la realidad hay que vivir necesariamente fuera del país. Podría decirse que la idea dominante es más bien lo contrario, hay que volver. Dejemos de lado las razones sociológicas que han influido en ese cambio (la literatura latinoamericana pasó de moda en Europa y la imagen del escritor latinoamericano en exilio perdió su valor intelectual y su encanto romántico, la actualidad ahora es Salman Rushdie perseguido por los asesinos de Khomeini, lo cual no tiene nada de romántico) y retengamos la incertidumbre que es la razón literaria: ¿la realidad sigue siendo totalizable en el sentido escatológico que caracterizó a la época del Boom?
Aquí es donde la divergencia de los dos libros, Noticia de un secuestro y La Virgen de los Sicarios es clave. Para García Márquez la realidad sigue siendo totalizable. La buena distancia para hacerlo es la objetividad periodística. Entre la omnisciencia exaltada y lúdica del realismo mágico y la objetividad periodística de Noticia de un secuestro no hay contradicción. Al contrario, hay una correspondencia íntima. Una correspondencia que pasa por la heroificación del hombre político en el ejercicio del poder. Es difícil no ver Noticia de un secuestro como un libro escrito para darle al poder político una representación. Para convencernos de que ese poder, aunque no actúe (no es mucho lo que actúa) representa algo.
Frente a la supuesta objetividad periodística del libro de García Márquez, el partido de La Virgen de los Sicarios podría caracterizarse como el de un aparente empirismo. De los salones del Palacio de San Carlos y otros salones por los que transita el poder, donde se respira la gravedad del momento, a la calle, donde lo que se respira es la irrisión de la violencia y la muerte. ¿Dónde se encuentra en este caso la verdad? Es decir: la verdad que interesa a la literatura.
En el libro de Fernando Vallejo ese poder, cuando figura (poco, por supuesto) lo hace en el papel de una impostura grotesca, ridícula.
La literatura actualiza lo que trata. Realidad histórica, realidad fantástica (ejemplos extremos), se puede decir que es algo inherente a la literatura. Es por ahí por donde pasa el pacto entre el escritor y el lector. El escritor, al escribir, actualiza. El lector, al leer, actualiza. La batalla más antigua o el sueño más fantástico (es decir, más irreal). Lo contrario, en cambio, no es cierto: la actualidad del tema no hace a la obra automáticamente literaria. La actualidad por ser actualidad no es necesariamente literatura. Lo que la literatura demuestra precisamente es que la realidad no se confunde con la actualidad.
Con la mejor intención crítica, se celebra en el caso de La Virgen de los Sicarios al autor como un espontáneo que se le mete a la realidad (como un periodista que narra los hechos candentes). Con la peor intención seudocrítica, se le reprocha el sensacionalismo y el oportunismo del tema.
Con dos intenciones aparentemente opuestas se llega a lo mismo: se escamotea la literatura.
Es muy probable que Fernando Vallejo haya escrito La Virgen de los Sicarios a la manera de un trapecista que se lanza sin red al vacío -el vacío de la realidad-. Pero si lo hizo fue porque él era el que podía hacerlo. La Virgen de los Sicarios es una de esas raras obras hechas de prisa y con madurez. Decantada y precisa. Vallejo había afinado su método a lo largo de los seis volúmenes de El río del tiempo. Basta echar una ojeada a algunas de las páginas de cualquiera de los volúmenes que lo componen para comprobar que no se llega a una obra como La Virgen de los Sicarios de una manera espontánea, por gusto. Se llega a través de una escritura literaria, es decir a través de una concepción formal, es decir a través de un estilo. Solamente teniendo en cuenta esto, se puede entender cómo, en un momento determinado, La Virgen de los Sicarios saca, en términos formales, literarios, la conclusión que el realismo mágico parece ya no poder sacar. ¿Por qué Fernando Vallejo? ¿Cómo?
Porque a la omnisciencia del realismo mágico, El río del tiempo contrapone un narrador sometido al «caprichoso recuento de lo vivido y lo soñado, sin distinguir entre lo uno y lo otro, ni de paso entre lo que son memorias y lo que son novelas, confundiendo los géneros literarios… Aquí todo está en un mismo plano: las ilusiones, las alucinaciones, los recuerdos; lo que pudo haber sido y no fue, y lo que habiendo sido ya no es; lo que el tiempo se llevó. Las normas sociales, los preceptos morales, las convenciones literarias aquí se vienen abajo con un estrépito de clisés rotos. Libre de los estrechos linderos de los géneros, de imposiciones y religiones, sin ser novela, ni poesía, ni autobiografía, ni historia, la literatura queda entonces reducida a su última instancia: frente al embate del tiempo, con sus significados y sonidos cambiantes, al efímero pasar de la palabra».
La distancia que permitiera totalizar era el paradigma mismo de la idea de distancia. De golpe, con La Virgen de los Sicarios alcanza su apogeo una obra fundada en un paradigma opuesto: la distancia equivalente a todo está en el mismo plano.
Basta una ojeada a las mismas páginas o a otras de El río del tiempo, de cualquiera de los volúmenes que lo componen abiertos al azar, para darse cuenta de que el reproche de oportunismo o de sensacionalismo, si no es pura y simple ignorancia, grosero desconocimiento de la obra que se está comentando, entonces es pura y simple mala fe.
Este dossier reproduce algunas de esas páginas. Las primeras de El fuego secreto, el segundo libro de El río del tiempo, y la llegada del papa Paulo VI a Colombia, relatada en el cuarto libro, dos muestras del estilo de Fernando Vallejo.
El escritor colombiano no goza en el país de la audiencia que se merece. Incluso en el mejor de los casos, no tiene los lectores que debería tener. Por una de esas carambolas típicamente colombianas, la traducción de sus obras a otros idiomas, el interés que pueda despertar o el éxito que pueda tener en el exterior, le ayuda a romper el círculo de aislamiento en el interior. Fernando Vallejo era hasta hace cierto tiempo un autor conocido sobre todo por El Mensajero, su biografía de Barba Jacob (biografía-novela-memorias). La Virgen de los Sicarios y Chapolas Negras han alcanzado una buena difusión. Pero, una vez más: el escritor colombiano no goza de la audiencia que se merece. Si la publicación de La Virgen de los Sicarios en francés sirve para remediar en parte eso, pues es de lo que se trata. La prensa literaria francesa reaccionó. Los suplementos literarios de periódicos como Le Figaro (considerado como el más importante periódico de la derecha), Le Monde (el prestigioso periódico de la izquierda) comentaron La Virgen de los Sicarios. La lectura de algunos de esos artículos, reproducidos en este dossier, da una idea del impacto del libro.
El fuego secreto aparecerá dentro de unos meses en Francia. La Virgen de los Sicarios está en curso de traducción al alemán, al italiano y al holandés. Y este año, probablemente, aparecerá también en Francia en edición de bolsillo.
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