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Manosfera

1 de septiembre de 2025 - 3:01 pm
Una de las subculturas digitales en la que circula más información es la llamada «manosfera»: comunidades de hombres entre los que corren, de forma descontrolada, opiniones misóginas, amenazas y violaciones a la intimidad. ¿De qué manera esta información comienza a perfilar nuevas masculinidades en generaciones nativas digitalmente?
Fotograma de la serie Adolescencia.
Fotograma de la serie Adolescencia.

Manosfera

1 de septiembre de 2025
Una de las subculturas digitales en la que circula más información es la llamada «manosfera»: comunidades de hombres entre los que corren, de forma descontrolada, opiniones misóginas, amenazas y violaciones a la intimidad. ¿De qué manera esta información comienza a perfilar nuevas masculinidades en generaciones nativas digitalmente?

Adolescencia

En marzo de este año, miles de personas alrededor del mundo escucharon por primera vez los términos manosfera, íncel, píldora roja, regla del 80/20, o el nombre del influenciador misógino Andrew Tate. Estas fueron algunas de las palabras asociadas a la jerga de la manosfera (del inglés manosphere), mencionadas en la exitosa miniserie británica Adolescencia, cuyo estreno, el pasado 13 de marzo, causó una gran conmoción, convirtiéndose rápidamente en la segunda serie en inglés más vista en la historia de Netflix.

El éxito de esta miniserie, de tan solo cuatro episodios, no solo se explica por la estrategia promocional de Netflix, los impresionantes planos secuencia, la impecable calidad de su guion o las excelentes actuaciones de sus protagonistas, sino por los debates y las reflexiones que plantea en torno a la búsqueda de la identidad, las desigualdades de género, la masculinidad tóxica, la radicalización de los adolescentes, el uso de las redes sociales, entre otros temas que los guionistas lograron entrelazar de manera magistral.

Desde el primer episodio, sabemos que Jamie Miller, un adolescente de trece años, es acusado de asesinar a Katie, una de sus compañeras de clase. Lo que no sabemos es por qué lo hizo. Uno de los propósitos de la serie es mostrar, precisamente, que no hay un único motivo, y lo hace ofreciéndonos una descripción del entorno de Jamie: las relaciones familiares, el colegio disfuncional que frecuentaba y una conversación con su terapeuta. Acompañamos las repercusiones de este crimen desde la perspectiva de los actores que rodean a Jamie. Por esto, cada uno de los episodios refuerza la idea de que el asesinato no se puede explicar a partir de un único factor; de que la realidad es mucho más compleja de lo que uno quisiera a veces creer, y que Jamie no parece ser el único culpable.

Sin embargo, se percibe un telón de fondo: la inseguridad propia de la adolescencia exacerbada por las redes sociales. Jamie es un joven con una muy baja autoestima; quien, además, es rechazado por sus compañeras, en particular por Katie, que lo acusa de ser un íncel. Este acrónimo de involuntary celibate —célibe involuntario—, es un movimiento o subcultura virtual que considera que la incapacidad de algunos jóvenes para establecer relaciones y tener experiencias románticas o sexuales con las mujeres no es culpa de ellos, sino de las mujeres. En vez de buscar comprender las raíces de su soledad o del rechazo, prefieren creer que las mujeres son sus enemigas, hasta el punto de asesinarlas, como lo retrata la producción. Y es que la miniserie, a pesar de estar recreando un caso ficticio, sí está basada en varios hechos reales de miembros de la comunidad íncel, cuyos discursos de odio salieron de la virtualidad y se convirtieron en crímenes, como el caso de Elliot Rodger, un joven de veintidós años que, en 2014, asesinó a seis personas y se suicidó dejando un manifiesto en el que expresaba su odio hacia las mujeres. O el de Alek Minassian, quien, en 2018, atropelló a un grupo de peatones en Toronto y dejó un mensaje haciendo alusión a la «Rebelión íncel» y elogiando a Rodger. Hoy cumple cadena perpetua.

Los ínceles son hombres inseguros que no saben cómo expresarse ni relacionarse con las mujeres, por esto, la manosfera se convierte para ellos en un espacio donde pueden canalizar sus ansiedades y hablar libremente sin que nadie los juzgue.

El objetivo de la miniserie no es profundizar en esos debates, sino plantearlos. Cabe a las personas interesadas en estos asuntos explicar el origen de este fenómeno y entender por qué las nuevas generaciones, en especial los hombres, insisten en radicalizarse. Y, sobre todo, ¿qué hacer para cambiar esta tendencia?

 

Los antecedentes de la manosfera

La comunidad íncel es una de las cuatro subculturas digitales más importantes de la manosfera, ese conglomerado de comunidades digitales unidas por su interés común en la masculinidad y su supuesta crisis. Estas comunidades consideran que la masculinidad se está resquebrajando y que la lucha de las mujeres ha llegado «demasiado lejos», por lo tanto, se trata de una reacción conservadora a las conquistas de las luchas feministas.

Es una red difusa de foros, páginas de Facebook, canales de YouTube, cuentas de X y otros sitios web cuyos usuarios han adoptado la misoginia como postura ideológica y como una forma de superar sus inseguridades. A esto hay que sumarle el surgimiento de varios influenciadores que se han encargado de convertir la misoginia en una tendencia. Andrew Tate, mencionado en Adolescencia, es uno de ellos.

La investigadora canadiense Mary Lilly, una de las primeras en hacer un estudio exhaustivo sobre la manosfera y sus representaciones de género, la describe, en pocas palabras, como una «comunidad antifeminista en línea».

Pero antes de que estas comunidades se trasladaran al mundo digital y empezaran a tener vida propia, estas ideas ya se venían expresando en el Movimiento por los Derechos de los Hombres, el cual, a su vez, surgió del movimiento de liberación de los hombres a inicios de los años setenta. En esa época, así como lo hicieron las feministas, algunos hombres empezaron a entender que los roles de género eran opresivos tanto para las mujeres como para ellos, y que, en algunos casos, también eran víctimas de discriminación.

Según Lilly, hacia los años ochenta, la principal pregunta de este movimiento era entender por qué los hombres eran infelices. Hubo tres respuestas: una masculinista, otra profeminista y una antifeminista, esta última fue la adoptada por el Movimiento por los Derechos de los Hombres. Según este movimiento, los hombres son los oprimidos, no las mujeres, y es el feminismo el culpable de esta discriminación a la inversa.

Es decir, si en sus inicios la reflexión coincidió con la del feminismo en el sentido de que tanto hombres como mujeres estaban siendo oprimidos por los roles de género, muy rápidamente algunos hombres empezaron a reafirmar una visión retrógrada de la masculinidad. Esta reflexión se convirtió muy pronto en una reivindicación de la masculinidad hegemónica: blanca, cis, heterosexual, de clase media. Y sus activistas empezaron a responsabilizar al feminismo de sus propios problemas y a considerarse como las verdaderas víctimas de la lucha feminista. Por esto, estas organizaciones se construyeron en torno al odio hacia las mujeres.

Las comunidades de la manosfera tienen poca interacción con los movimientos por fuera de la red. Son galaxias muy dispares entre ellas, pero que convergen en torno a una visión de mundo: una que considera que las mujeres son más privilegiadas que los hombres. Es a esto lo que llaman «tomar la píldora roja», como en la película The Matrix, significa darse cuenta de que existe una realidad paralela; tomar la píldora azul, en cambio, significa permanecer en la ignorancia.

En la manosfera podemos identificar por lo menos cuatro subculturas que comparten la idea de que la cultura es misándrica, es decir, odia a los hombres, y en las cuales se reproducen las normas y relaciones de género tradicionales.

La primera y más conocida es el Men’s Rights Movement (MRG) —Movimiento por los Derechos de los Hombres—. El politólogo estadounidense Warren Farrell es considerado el padre intelectual de esta subcultura. Son activistas que luchan por lo que ellos consideran ser los derechos legales de los hombres, como el derecho de los padres a renunciar a su paternidad u oponerse a las cuotas alimentarias.

La segunda es Men Going Their Own Way (MGTOW) —hombres yendo por su propio camino— está relacionada con el mrg, pero enfocada en un estilo de vida en torno al rechazo de las relaciones a largo plazo con mujeres. Sienten una profunda hostilidad hacia las feministas y las mujeres en general.

La tercera es Pickup Artists (PUA) —artistas de la seducción—, junto al mrg es una subcultura central de la manosfera. Se consideran a sí mismos «machos alfa» y es la subcultura que más se superpone con las ideas de la extrema derecha.

Y el cuarto es el movimiento íncel, el hermano menor de los pua. Es un celibato involuntario porque culpan a las mujeres de su propia incapacidad para tener una pareja o una vida sexual. Por lo tanto, la miniserie Adolescencia trata solamente de una de estas subculturas, la más conocida, pero no es la única que ha salido de la virtualidad.

El movimiento creció y se expandió gracias a las redes sociales, lo cual le da a la manosfera una dimensión heterogénea y descentrada. No hay jerarquías, cualquiera puede opinar, no importa si sus posiciones son extremistas. Por esto, si un hombre comparte sus angustias y sufrimientos en uno de esos foros, las respuestas pueden ser abiertamente criminales. Un ejemplo que Lilly cita en su trabajo es el de un usuario que, en uno de esos foros del Movimiento por los Derechos de los Hombres, se quejó de lo mucho que tenía que pagar para el sostenimiento de su hijo, y de lo angustiado que se sentía por estar en esa situación; una de las respuestas que recibió de otro usuario fue que su problema se solucionaría asesinando a su esposa.

Entre lo virtual y lo real

Vemos cómo, en su origen, la respuesta a la frustración de los hombres no fue exclusivamente misógina. Así como ciertos análisis feministas nos permitieron entender que el problema no radicaba en los hombres, sino en un sistema, el patriarcado, y empezamos a usar la palabra género para hacer referencia a la organización social de la relación entre los sexos, también hubo hombres que aplicaron este mismo tipo de análisis para criticar el rol de género masculino, es decir, el rol del «hombre proveedor»: el hombre fuerte, incapaz de expresar sus sentimientos, a quien nada le queda grande, y para quien las mujeres existen para servirle, tales expectativas pueden llegar a ser una carga si no se cumplen.

Para muchas de nosotras, el movimiento feminista se convirtió en un poderoso espacio de autoconocimiento; nos permitió expresarnos libremente y reflexionar sobre nuestras propias vidas; identificarnos con otras mujeres, y, por supuesto, darnos un propósito político más amplio que el de nuestra propia liberación al vincular otras categorías de discriminación como la clase, la raza, la orientación sexual, entre otras. Nos ha permitido imaginar un futuro diferente, pero esto solo fue posible porque superamos una lectura unicausal de la realidad social, es decir, porque entendimos que la causa de la desigualdad no era solo el patriarcado.

Los hombres no cuentan con esos espacios, o les es más difícil encontrarlos, porque las prácticas asociadas a la masculinidad hegemónica no están vinculadas a la búsqueda de ayuda psicológica, ni a la manifestación de sus emociones. Los jóvenes y hombres de todas las edades se ven cada vez más presionados a buscar ayuda en la manosfera. Sin embargo, como vimos, la lectura simplista de la realidad asociada a la ideología misógina hace que los hombres se radicalicen cada vez más.

Por esto, Adolescencia muestra acertadamente esta inflexibilidad frente a los roles de género masculinos en la figura del padre de Jamie, Eddie Miller, quien se quiebra al final del último episodio después de no haber podido controlar sus emociones frente al grafiti que unos jóvenes habían pintado en su camioneta, algo que él consideraba una ofensa imperdonable y necesitaba ser reparada inmediatamente, sin la más mínima consideración hacia su esposa e hija. De igual forma, la reflexión en torno a la crianza de los hijos, al recordar que su padre lo golpeaba y que él
no quería repetir lo mismo con Jamie. O las preguntas que la terapeuta le hace a Jamie, en el tercer episodio, en torno a lo que significa «ser hombre».

La miniserie acierta también al retratar a Jamie como un adolescente inteligente y bonito, lejos del estereotipo del íncel, feo y ensimismado. Funciona como una alerta para dar a entender que cualquier adolescente podría encontrarse en la situación de Jamie y no necesariamente debe cumplir ciertos atributos.

Adolescencia nace de una preocupación muy real: la radicalización de los jóvenes en la manosfera. Frecuentar la manosfera y tener como referencia a influenciadores misóginos ha puesto en evidencia cómo los algoritmos amplifican este tipo de discursos, facilitando cada vez más el acceso de los jóvenes a este tipo de contenido. En Estados Unidos y en otros lugares, varios asesinos han justificado sus acciones a partir de ideas misóginas y de la glorificación del supremacismo blanco.

Sin embargo, esos son los casos más extremos, son el resultado de una trayectoria de radicalización que no empieza en la manosfera. Al enfocarnos en los casos más extremos, perdemos de vista el proceso de radicalización que inicia por fuera de la manosfera: en la familia y en la escuela. Algo que la miniserie no alcanza a describir.

Los casos más extremos son los más visibles, los que se destacan, pero ¿qué sucede con los imperceptibles? ¿Con las prácticas de los hombres, y, hay que decirlo, de algunas mujeres, que no necesariamente quieren regresar a un pasado al que ya no vamos a volver, sino que contribuyen a mantener la desigualdad de género que aún persiste? Estos son los casos más difíciles de combatir porque se trata de la desigualdad que ha sido normalizada; la que opera a diario sin que la percibamos. Por supuesto, evidenciar las prácticas consideradas «normales» produce un gran rechazo.

Este es también un llamado a las feministas para combatir la versión liberal del feminismo, la que considera que género es sinónimo de mujer, a la que no le importa analizar las masculinidades y la que cree que todas las mujeres somos iguales y todas somos víctimas. Como afirma la reconocida antropóloga Mara Viveros Vigoya en su obra De quebradores y cumplidores: sobre hombres, masculinidades y relaciones de género en Colombia: «La masculinidad no es un asunto exclusivamente masculino, sino por el contrario una cuestión relacional». Pero la asimetría entre hombres y mujeres no puede entenderse solo a través del género, necesitamos entender la manera en que opera la sociedad como un todo.

Al igual que, por mucho tiempo, la izquierda se negó a entender las expresiones políticas de la derecha diciendo que se trataban de ideas descabelladas o de personas que «viven en otro mundo»: lo mismo nos ha pasado a algunas mujeres, creemos que no vale la pena entender las frustraciones de los hombres, decimos que no estamos ahí para enseñarles nada, sin entender que no se trata de enseñarles, sino de evitar que cada vez la brecha sea más amplia y el diálogo cada vez más difícil.

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