ETAPA 3 | Televisión

¿Por qué creemos en las noticias falsas?

1 de septiembre de 2025 - 3:02 pm
Durante el 21 y el 22 de noviembre de 2019, en plena pandemia, cundió el pánico: «¡Se están metiendo en el conjunto de al lado...!», circularon los mensajes en grupos de WhatsApp. Las noticias resultaron falsas: una mirada a la arquitectura de la desinformación.
El medio de comunicación Pulzo fabricó el 16 de agosto de 2025 una noticia totalmente falsa: que en Cereté, Córdoba, una familia había registrado a su bebé con el nombre de Chat Yipití. ¿Por qué? Fue una estrategia del medio para generar tráfico en su página web. Como se puede ver en la noticia de El Tiempo y La Nación, la redacción es la misma. Según la cuenta de X de Camilo Andrés García (@hyperconectado): «No existe forma alguna o un app que pueda determinar si un texto es hecho con IA. Sin embargo, sí se pueden observar patrones». Patrones que, en algunos casos, no son más que la reproducción sistemática de una mentira, elaboradas de forma artificial, firmadas, aparentemente, por personas de la redacción cuyo único trabajo de investigación ha sido solicitar a la IA la reproducción de una historia fabricada.
El medio de comunicación Pulzo fabricó el 16 de agosto de 2025 una noticia totalmente falsa: que en Cereté, Córdoba, una familia había registrado a su bebé con el nombre de Chat Yipití. ¿Por qué? Fue una estrategia del medio para generar tráfico en su página web. Como se puede ver en la noticia de El Tiempo y La Nación, la redacción es la misma. Según la cuenta de X de Camilo Andrés García (@hyperconectado): «No existe forma alguna o un app que pueda determinar si un texto es hecho con IA. Sin embargo, sí se pueden observar patrones». Patrones que, en algunos casos, no son más que la reproducción sistemática de una mentira, elaboradas de forma artificial, firmadas, aparentemente, por personas de la redacción cuyo único trabajo de investigación ha sido solicitar a la IA la reproducción de una historia fabricada.

¿Por qué creemos en las noticias falsas?

1 de septiembre de 2025
Durante el 21 y el 22 de noviembre de 2019, en plena pandemia, cundió el pánico: «¡Se están metiendo en el conjunto de al lado...!», circularon los mensajes en grupos de WhatsApp. Las noticias resultaron falsas: una mirada a la arquitectura de la desinformación.

Piense en la última vez que usted creyó en una noticia falsa. Ese momento que, según el dicho de los tiempos que corren, lo mantiene humilde. ¿Cuál era el gancho desinformativo? ¿De qué forma le llegó? ¿En dónde la vio? Y, sobre todo, ¿por qué la creyó? Si usted es capaz de hacer ese ejercicio es porque en alguna etapa posterior a consumirla y darle credibilidad tuvo una chispa de lucidez con la que se dio cuenta del error. La tarea de rememorar un evento singular como ese, sin embargo, no es fácil, porque la cantidad de información que recibimos a diario es abrumadora.

Anduve haciendo esas preguntas a grupos de WhatsApp de amigos y me encontré al principio con categorías generales. G. me respondió: «En mi caso, más que una noticia, caí en el voz a voz: que alguien dijo algo y yo le puse peso, pero sin validar la fuente». Luego, Ch. complementó: «Yo creo que en lo que más caí fue en repostear noticias y opiniones que luego me di cuenta de que no eran verdad». Y así siguieron, armando a paso rápido una conversación que se fue complejizando de una manera no deseada por mí. Mi pseudoencuesta investigativa estaba fracasando hasta que de repente apareció J. en otro grupo, quien me recordó un episodio famoso y dio en la diana de lo que yo buscaba. Dijo al rompe: «La de que se estaban metiendo en los apartamentos».

Hablé con J., quien vive en Cali.

—¿Cómo caíste en esa noticia falsa?

—No recuerdo bien. Creo que todo comenzó en redes (Facebook, Instagram, X) y cadenas de WhatsApp.

—¿Con videos?

—Sí, con videos. Estoy tratando de recordar y a uno le llegaban videos terribles. Supuestamente había gente metiéndose en los apartamentos.

—¿Había textos?

—Sí, claro, mensajes de gente avisando que eso estaba pasando.

—¿Viste la noticia en algún lado? No hablo de que te llegara al celular, sino de verla publicada.

—Yo en Instagram sigo cuentas de noticias sobre Cali. No son medios grandes, como Caracol o RCN, sino perfiles de periodistas que montan su medio ahí. Uno les da cierta credibilidad. Una de esas cuentas publicó lo mismo.

—¿Qué cosa?

—Que se estaban metiendo a los apartamentos.

—¿Y qué piensas hoy?

—Yo siento que siempre ha habido fake news, pero creo que esa fue la primera vez en que sentí que tuvieron un efecto real. No estábamos vacunados en el tema: fue fácil caer y tener miedo.

Desmenucemos esa, entonces.

El hecho falso, o al menos sin verificación hasta el día de hoy, quedó para la posteridad con la frase: «Se están metiendo al conjunto de al lado», un capítulo de histeria colectiva que Colombia vivió en los tiempos de las primeras protestas masivas contra el Gobierno del entonces presidente Iván Duque.

A través de sus cuentas en redes sociales, durante las jornadas nocturnas del 21 y 22 de noviembre de 2019, muchos usuarios publicaron videos de personas corriendo en desbandada dentro de conjuntos residenciales. Así empezó este teatro del terror. Primero en Cali, durante el toque de queda declarado por su administración municipal el día 21. Y luego en Bogotá, que corrió con la misma suerte por decisión de la Alcaldía Distrital el 22. En dos ciudades ocurrió casualmente lo mismo.

Una de las respuestas que hubo en la vida real frente a estos anuncios de personas penetrando la seguridad privada de los grupos de viviendas fue ver a vecinos armados de escobas y bates para gestionar su seguridad propia y la de sus familiares. ¿Por qué?

El autor británico Tom Chatfield, un pensador de la tecnología que ha escrito decenas de libros en la materia, publicó en la BBC un artículo sobre noticias falsas en el que hablaba de un concepto que me parece importante para entender una parte del caso: la información social. Esto es, en sus palabras: «lo que pensamos que otra gente está pensando».

Para explicarlo, propone una suposición: uno está en un teatro y ve que la gente empieza a correr de forma frenética hacia la salida. ¿Por qué uno correría también, si no hay una amenaza verificable, como un incendio o un terremoto? Por la interpretación social que le damos a que la gente salga despavorida de un lugar. Algo pudo desencadenar esto: una alarma, por ejemplo. O una falsa alarma.

Volviendo a lo nuestro: ¿por qué los vecinos salieron a su operativo de defensa? Porque leyeron en otros el estado de alerta al verlos fuera. ¿Qué lo desencadenó? Nuestra convención informativa: una noticia. Más bien, una falsa noticia. Insisto: hasta hoy, lo único que se sabe de este episodio es que lo que temía la gente que sucediera no se concretó nunca. A las afueras de los edificios, en fin, lo más probable es que hubiera bastado un solo grupo haciendo esto para que la fotografía se multiplicara en varias residencias.

Y hasta aquí podríamos quedarnos con una anécdota curiosa sobre el funcionamiento de la mente humana en colectivo. De hecho, algunos usuarios de X siguen usando el término en forma de meme: «Los aprendices del Sena se están metiendo en los conjuntos». «Los coffee parties se están metiendo en los conjuntos».

Pero en todo esto hubo algo más. Algo que es delicado en el entramado de las noticias falsas: su estrategia planificada y su incidencia negativa para la sociedad, que muchas veces tiene consecuencias terribles.

El flujo de contenido fue difundido por parte de cuentas desconocidas, pero pronto llegó a una esfera pública mucho mayor. Hija de esta era de redes sociales, la conversación pasó en minutos de ser barrial a convertirse en local, departamental y luego nacional.

Y eso no fue gratuito. Para nada.

En los días previos a las marchas hubo la implantación de una narrativa que apelaba a un viejo miedo de este país: que la insurgencia estaba presente e iba a infiltrar las marchas. Y otra que llamaba a la acción: responder a esa amenaza.

Hubo mensajes que llegaron a las pantallas de los celulares, tipo:

«Recomendaciones contrainsurgentes frente a infiltrados en el paro del 21 de septiembre [de] 2019. En Ecuador y Chile no estaban preparados. En Colombia lo estaremos».

Por su parte, Jaime Arturo Restrepo, conocido en redes como el Patriota, difundió la idea de armar grupos «antidisturbios» durante el paro.

También voces visibles de la política anunciaron que las marchas estaban financiadas por el Foro de São Paulo.

En la serie documental Se metieron a los conjuntos, del medio digital Rutas del Conflicto, que encontré luego de mi conversación con J., quedó evidenciado cómo abundaron estrategias visibles: audios en los que se daban consejos de defensa, testimonios de que ya estaba pasando algo catastrófico en las cercanías y el dominio de unas tendencias en redes sociales: #Vándalos #Venezolanos #Conjuntos #Defendernos #LaPurga. En su cuenta de Facebook, el expresidente Álvaro Uribe Vélez publicó el 23 de noviembre de ese año: «Comunidad de Duitama informa: “Grupo de venezolanos y cubanos promueven el delito en nuestra Duitama”».

En la pieza documental, Rutas nos muestra que el tipo de «sesgo de confirmación», es decir, la interpretación sistemática basada en prejuicios que todos llevamos en la mente, sirvió en este caso para darle credibilidad a algo que no estaba pasando y a su vez para discriminar a una población específica. También, de paso, para deslegitimar las protestas.

Tiempo después, y allí vamos con el tema de las consecuencias terribles, el alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, pidió que los migrantes venezolanos fueran deportados. La noticia fue registrada por varios medios de comunicación en abril de 2021, cuando las protestas retornaron a las calles y se llamaron Paro Nacional o Estallido Social.

 

Bailen, marionetas

La desinformación política no es un pecadillo ni una inocentada. Casi siempre hay una arquitectura detrás: unos equipos que mapean las redes, las invaden y las manipulan.

Para escribir esto, me senté a leer El libro negro del contraste digital, de Andrés Elías, un ecuatoriano especialista en marketing político. Cuando él habla del término «contraste digital» se refiere en realidad a «guerra sucia». Su texto es una especie de manual en el que va reseñando técnicas para desarrollar campañas políticas: de lo éticamente válido (que él dice que defiende) a estrategias espurias (que dice que rechaza, pero que documenta).

Un párrafo llamó mi atención: «El tener un equipo multidisciplinario es fundamental para los propósitos. Desde un traficker que se encargue de pautar en las plataformas más importantes, hasta un diseñador muy creativo y ocurrente que ayuda a crear animaciones, gifs, diseños, memes; también un periodista que ayuda a elaborar las notas falsas».

Hablé con él.

Elías voltea las costuras: reseña fórmulas y estrategias con unas maneras pausadas y elocuentes de buen profesor.

Para fabricar una narrativa, me dice, debe haber un grupo que se mueva con coordinación de reloj suizo. Hay que instalar los temas, profundizarlos, acentuar un estado de crisis y generar opinión. Si X es fuerte en ese sentido, continúa, pues se usa X. Lo más importante es que esta narrativa llegue al círculo rojo.

—¿El círculo rojo? ¿Qué es eso?

—Es toda la clase informada de un país: periodistas, políticos, escritores. El círculo rojo está leyendo estas noticias en X y sienten que ese es el ritmo de la opinión pública, entonces empiezan a escribir de eso, empiezan a instalar, sin darse cuenta, la narrativa que los troll farms, las bodegas, tratan de instalar.

Piense en esto ahora: ¿usted ha seguido el ritmo de la opinión pública alguna vez? ¿De dónde vino el tema? ¿De un político, de un medio de comunicación o de un pulso o una batalla que parece orgánica?

En la conversación con Elías salió el término de bodegas, tan de moda por estos días. Como sé que no puede tratarse de cualquier opinión más o menos generalizada que haya en contra de alguien, sino de una operación mucho más sofisticada, impuesta adrede, quise saber un elemento diferencial, más allá de las tecnologías que se usan para, qué sé yo, abrir muchas sesiones en un mismo computador o crear varios perfiles sin que la red social lo note.

—Esto no tiene sentido si no hay una cabeza que lo dirija. Es una persona que define el mensaje y la narrativa.

No somos ajenos a esto, ha sido documentado. En septiembre de 2019, por ejemplo, Claudia Bustamante, cónsul del Gobierno de Iván Duque, creó un grupo de WhatsApp con ochenta y ocho integrantes. Uno de ellos, el segundo administrador, era Víctor Muñoz, alto consejero presidencial. De moderador estaba Juan Pablo Bieri, exgerente de RTVC, quien había salido del cargo luego de que La Liga Contra el Silencio, el mismo medio que descubrió en un artículo a esta «bodeguita», lo denunciara por censura.

¿Qué resultados tuvo el grupo de WhatsApp? La Liga afirma que, por ejemplo, para septiembre de ese año hicieron tendencia en Bogotá y Colombia la frase sugerida por Muñoz #LosTestaferrosDeSantos, que provenía de una columna de la entonces periodista Vicky Dávila. «Sin crecerla a ella [a Dávila] —advertía Muñoz—, debemos mover el tema de esta grabación». El contexto es una transcripción entre Andrés Sanmiguel, dueño de una empresa llamada Gistic, y Esteban Moreno, quien supuestamente cobró un dinero de la multinacional Odebrecht para la campaña en 2014 de Juan Manuel Santos. «Ya estamos entre las 10 tendencias», dijo al otro día Muñoz en el chat.

Pero bueno. Hasta aquí queda ejemplificada una estrategia para impulsar una narrativa, pero no para hacer pasar por verdadera una noticia falsa. A pesar de que el método pueda ser similar, la intención y el contenido son distintos.

Así que me pregunto: ¿cuáles noticias han sido falsas en la historia de Colombia? ¿Qué mentiras se han instalado en la conciencia del país? La Silla Vacía, en uno de sus especiales de celebración de quince años, reseñó siete mitos. Entre ellos, la ideología de género supuestamente presente en los Acuerdos de La Habana que firmaron el Gobierno de Juan Manuel Santos y la exguerrilla de las FARC.

¿Lo recuerdan? ¿Cayeron en él?

Me fui a las entrañas de X, entonces Twitter, para recoger algunos tuits de cuentas curiosas.

@Luzesperanzay publicó en septiembre 9 de 2016 (las votaciones para el plebiscito refrendatorio fueron en octubre de ese año): «La pequeña María volverá a ser abusada. Por culpa de la ideología de género de Santos-FARC». Otro. @Kkarinnna77, 30 de septiembre de 2016: «rt: (Alerta) ideología de género en los acuerdos con las FARC». Esta última cuenta puso al menos veinte veces lo mismo. El enunciado es complementado por un video, pero no está disponible hoy.

Sin embargo, hay otros videos que sí pude encontrar. Como el de la cuenta CitizenGO, publicado el 21 de septiembre de 2016, en la que un hombre de gafas oscuras dice esto: «¿Qué tiene que ver la ideología de género con los Acuerdos de Paz de La Habana? Si leíste las 297 páginas sabrás que ahí te hablan de promoción del enfoque de género. No solamente del socialismo del siglo XXI. Pero es que una cosa es una cosa y otra cosa es que a través de ese discurso nos metan la ideología de género y expongan a nuestros hijos y a nuestras hijas a esto:».

Ahí muestra una frase sin contexto de Humberto de la Calle, por entonces líder de la Delegación del Gobierno en las negociaciones, en la que se le ve leyendo: «No se nace mujer, se llega a serlo». Sin embargo, el discurso de De la Calle apuntaba, en sus propias palabras, a «la vinculación del enfoque de género con la paz en Colombia», algo que nada tenía que ver con menores de edad.

No solo fue esta cuenta. El 23 de septiembre de 2016, el exprocurador Alejandro Ordóñez dijo: «El Gobierno y las FARC quieren que la ideología de género quede como norma constitucional». El 15 de septiembre, Marco Fidel Ramírez, exconcejal de Bogotá, dijo: «Nos llevan de narices en Colombia hacia una peligrosa dictadura homosexual».

¿Cómo olvidar, a estas alturas, la entrevista reveladora que le dio Juan Carlos Vélez Uribe, por esa época gerente de la Campaña del No, al diario La República, días después de que se hubiera votado negativamente a los acuerdos? La frase que caló fue: «Buscábamos que la gente saliera a votar berraca». Sin embargo, hay una más reveladora, de unos asesores que le dijeron: «Ellos van a apelar a la esperanza, ustedes tienen que apelar a la indignación».

Vuelvo al estratega Andrés Elías. Las bodegas, bajo una guía, saben leer muy bien el momento: lo hacen a través de un término comunicacional que es el del «encuadre». Es decir, decodifican la realidad según los prejuicios de la gente. Volvemos, entonces, al sesgo de confirmación, que en este caso, como en el de los conjuntos residenciales, también fue discriminatorio: «Si se ajusta a lo que la persona siente, la persona va a darle credibilidad a la desinformación. Lo que hacen las bodegas es acentuar el prejuicio de las personas».

El caso es que el relato de la ideología, así como el de los conjuntos, o el que recuerde usted, se multiplicó. Pilar Sáenz, coordinadora de la línea de Participación Cívica en Fundación Karisma, me dijo que la campaña del plebiscito fue la primera en que se notó un volumen diciente de este tipo de noticias. Y también, que «fue la primera vez que nos enfrentamos públicamente a un tema que ahora es paisaje y es la facilidad con la que se diseminan mensajes a través de WhatsApp. En ese momento no estaba muy bien rastreado y era difícil ver cómo funcionaba. Y sigue siendo difícil de entender».

Que muchas personas vean algo muchas veces incide en la veracidad que le puedan otorgar. Se llama «sesgo de la verdad ilusoria». No es nuevo: desde 1970 hay estudios científicos que la demuestran. En ellos, piden a los participantes que digan si una afirmación trivial es verdad o mentira. Los dejan ir unas semanas y luego los vuelven a llevar, cambiando solo algunas de esas afirmaciones: la tendencia sugiere que las repetidas suelen entenderse como verdaderas. Gord Pennycook, un psicólogo de Yale que estudia la desinformación, lo prueba en su estudio La exposición previa a las noticias falsas aumenta la precisión percibida de ellas. El experimento lo hizo con titulares de Facebook, tipo: «El matrimonio de Mike Pence se salvó gracias a la terapia de conversión gay». Lo creyeron.

No siempre es algo ridículo. A veces la apuesta es meter la noticia en el debate con un contenido más elaborado. En abril de 2018 circuló por mensajes de WhatsApp y publicaciones en redes sociales que el entonces candidato Iván Duque había propuesto eliminar la «sustitución pensional», un derecho de las parejas o los hijos menores de veinticinco años a heredar la mesada de los pensionados.

En el informe La política en WhatsApp es dinámica, escrito por Carlos Cortés y José Luis Peñarredonda para la organización Linterna Verde, hacen la radiografía de esa noticia: una campaña rival a la de Duque se enteró de que ese chisme, que no era verdad, estaba circulando por ahí y lo convirtieron en una burda imagen mal escrita y escandalosa. Una testigo de la conversación, les comentó: «Alguien dijo que había revisado esa “cadena” y que era falsa. Pero algunos dijeron que igual había que capitalizar el rumor. Entonces le pusimos contexto, le metimos declaraciones de Uribe, la mejoramos y le dimos un hilo narrativo».

No sé si lo sepa esa persona o no, o hayan mezclado una maraña de mentiras con otra, o crea que juntó verdad con falsedad, pero las «declaraciones de Uribe» a las que se refiere son falsas también: por esa época circuló que el entonces senador del Centro Democrático había dicho que debía aumentarse la edad de pensión de las mujeres. No era cierto.

Para el efecto deseado, no importa. Las noticias falsas son, también, como les confiesa una fuente del informe a los autores, un distractor que descoloca al afectado y lo pone a hacer una pausa en su campaña para desmentir de lo que se le acusa.

Una de las piezas tiene fondo naranja y la imagen de la campaña «Duque Presidente» con un letrero en mayúsculas al lado que dice «propuesta de gobierno: eliminar sustitución pensional». Una estética propia de esa época.

¿Cuándo fue la última vez que usted creyó en una noticia falsa?

T., de mi grupo de WhatsApp, cuando ya había escrito todo esto hasta acá, me dijo oportunamente: «Que Miguel Uribe estaba muerto».

La presentación de la noticia vino a través de una copia exacta de los comunicados de la Clínica Santa Fe, lugar al que fue llevado el precandidato Miguel Uribe Turbay después del atentado contra su vida. No es esta vez un titular escandaloso o unas imágenes mal hechas en una presentación de PowerPoint, sino una foto membreteada que dice: «Ha fallecido en horas recientes pese a la implementación de todas las medidas terapéuticas disponibles».

Aunque desmentido en poco tiempo, luce también como un calentamiento previo a una campaña que tendrá, aparte, como juguete nuevo, el desarrollo tecnológico de la inteligencia artificial, que corregiría estéticas y reducirá tiempos de trabajo.

Apenas comenzamos.

Se han desarrollado tres términos en inglés para clasificar la desinformación. La que no es creada con intención de hacer daño se llama misinformation. La que se fabrica con la intención de engañar, hacer daño o manipular, disinformation. Y la que está basada en hechos reales, pero usada fuera de contexto para las mismas tres razones, malinformation. Es posible que en nuestro recorrido vital hayamos caído en alguna de ellas. O en todas.

¿Por qué? Vuelvo a J., quien me dijo acertadamente que las noticias falsas siempre han existido. Y sí: mitos más viejos de este siglo, como que Michael Jackson asistió a su propio funeral, o que la tierra es plana y la nasa nos miente, nos han acompañado a lo largo de los años. Estamos en la era en que internet permite y alienta que las personas le den importancia a un tema de manera sistemática, que el algoritmo de la atención nos lo envuelva y nos lo mande de manera despiadada en mensajes, videos y publicaciones de todo tipo. También existen foros de conversaciones, privadas o públicas, en los que un hecho se repite y repite hasta la saciedad, adornado con discursos que coinciden con los prejuicios que llevamos en la cabeza. Todo en un tono conspiranoico que pretende ir en contra de un poder que, establecido o no, quisiéramos que no exista más.

Nos gusta. Y, por eso mismo, nos manipula.

Nota de GACETA: cuando se escribió este texto, el congresista Miguel Uribe Turbay permanecía en estado de coma en la Fundación Santa Fe tras el atentado en su contra. Sin embargo, antes del cierre de este número, murió, a pesar de los esfuerzos médicos, el 11 de agosto de 2025.

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