Las criaturas sensibles,
y las que vida ignoran,
lloran, lloran
con llantos indecibles, invocando tu nombre
el peñasco, la planta, el bruto, el hombre.
Sor Juana Inés de la Cruz
Los caciques Sugamunxi, de Sogamoso, y Sebastián de Sustancucha, de la tribu de los sanohas que habitaban Monguí, viajaron en 1557 a España para encontrarse con el rey Felipe II. El monarca quería interpelar a Sugamunxi por su rechazo al sistema colonial y agradecer a Sustancucha porque su pueblo fue pionero en convertirse en feudo español. Al regreso, que ocurrió un año después, ambos llegaron con cajones de madera que contenían obsequios de la corona: un cuadro de la Sagrada Familia con una imponente Virgen para los disidentes y uno de San Martín de Tours (santo de los guerreros) para los simpatizantes. Sin embargo, cuando llegaron a sus pueblos y abrieron las cajas, se dieron cuenta que se habían trocado.
Primero intentaron intercambiarlos, pero los cuadros aparecieron de nuevo en el lugar equivocado. Esto generó discusiones entre los caciques y por mediación de sacerdotes franciscanos, Felipe II determinó que la Sagrada Familia se quedara en Monguí y solo bajara ante alguna urgencia a Sogamoso, pero Sugamunxi no estuvo de acuerdo y se llevó de nuevo el cuadro que originalmente le habían entregado. No funcionó, la obra fue encontrada más tarde de nuevo en Monguí. Así nació Nuestra Señora de Monguí.
Una copla popular dice así:
Llevaron a Sogamoso
A la Virgen de Monguí
Pero al descuido se vino y ya no sale de aquí.
Al san Martín de nosotros
La llevaron para Monguí
Allá se cansó y se vino
A vivir aquí.
Esta es solo una de las treinta y siete historias de vírgenes que están reseñadas en Nuestras señoras, un libro y un viaje que duró siete años y que llevó al periodista y editor Germán Izquierdo y al fotógrafo Juan Esteban Duque a conocer los rostros y representaciones de algunas de las vírgenes más veneradas en el país. De Istmina a Paz de Ariporo y de Riohacha hasta Ipiales, se montaron en aviones, buses, camionetas, camiones, taxis, chivas, yipaos, lanchas y motos para asistir (casi siempre) a celebraciones, procesiones, fiestas y encuentros alrededor de este símbolo. Sin embargo, para que este libro sucediera y el tránsito arrancara, fue primero necesario otro libro, uno de ciclismo.
Cuando Germán era niño en los ochenta, el fútbol en Colombia no era tan grande porque nunca le iba bien; en cambio, el ciclismo tenía al equipo Café de Colombia y a Lucho Herrera, Fabio Parra, Edgar ‘Condorito’ Corredor, Patrocinio Jiménez y muchos otros corriendo las grandes vueltas del mundo. Germán se imaginaba siendo uno de ellos y desde ahí empezó a seguir el ciclismo tanto como espectador de las carreras, como lector. Desde que se enteró de la existencia del libro Reyes de la montaña de Matt Rendell lanzado en 2002, que cuenta parte de la historia del ciclismo en Colombia y el contexto que atravesaron sus deportistas, quiso leerlo, pero el libro no estaba en español ni se conseguía con facilidad; tuvo que esperar a que Publicaciones Semana lo lanzara para poder acceder a él. Empezó a leerlo en 2018 sin saber, claro, que encontraría una idea nueva.
En las últimas páginas del libro, Matt Rendell conversa con el ciclista José Jaime ‘Chepe’ González y este le habla de Morcá, Boyacá como el lugar donde habita la Virgen de los Ciclistas. Al leer esto, Germán cerró el libro como un gesto para detenerse y preguntarse, ¿existe una Virgen de los Ciclistas?, ¿existen vírgenes así de especializadas? Fue a buscar algunos artículos de archivo y se dio cuenta que los patronazgos específicos eran comunes; encontró vírgenes de los tiestos, de la lluvia, de la pobreza, del trigo y supo que tenía un tema. Entonces, se lo contó a Mauricio Gaviria, editor de Monigote, y al siguiente mes, escribe Germán en el libro, ya estaban en «Tutazá, Boyacá, bebiendo chocolate caliente en la casa cural, en compañía de un restaurador de órganos albino que, como nosotros, escuchaba fascinado las historias que nos contaba una vecina del pueblo, Vitalia Riveros, sobre la Virgen de los Tiestos o la Virgen de la Libertad». Había comenzado el viaje.
Su intención era clara: construir un libro hecho a punta de reportería en campo y trabajo documental donde pudieran consignarse los relatos, milagros, mitos de origen y maneras de afecto de las vírgenes más veneradas en Colombia, y de paso mostrar cómo se ve la fe. Germán hizo la Primera Comunión y su mamá es católica tradicional, pero no ha sido un gran creyente; la forma en la que navegó por estas historias fue la del respeto. Escuchó, preguntó, se metió en el relato y registró lo que historiadores, trabajadores de la iglesia, creyentes y compañeros de camino le contaron. En ese recorrido, cuenta, le cogió un cariño especial a la Virgen: «Es tan bonito porque es a lo que se aferran en tantos pueblos muy golpeados por la violencia, que confían en la Virgen, la quieren. Además, es un elemento de tejido social muy poderoso; en la fiesta de ella todos participan».
La Virgen María habla en total cuatro veces en la Biblia. Dice: «Yo soy la esclava del Señor, que Dios haga conmigo como me has dicho». Dice: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia». Dice: «Hagan todo lo que él les diga» y hace un himno de exaltación al poder de su dios cuando visita a su prima Isabel de donde sale la oración del Magnificat.
Aparece apenas un puñado de veces más y aún así, con esos pocos datos, su culto es uno de los más extendidos y diversos del cristianismo; también es una de las figuras de este credo con más rostros.
En las catacumbas de Priscila, en Italia, está la que suele reconocerse como la primera imagen de la Virgen María; es un fresco donde ella se muestra sentada con el Niño Jesús en brazos y viste una túnica con mangas cortas y una especie de velo. A partir de esa primera, han surgido miles de imágenes de este personaje. Estas formas de representación surgen a partir de una aparición o un milagro, y aunque conservan algunos elementos propios de la imagen común de María como la corona o el velo, los trajes solemnes y la mirada brillante, algo triste, cada una de las vírgenes que son adoradas, incluidas las que están en este libro, mutan y se transforman a merced del contexto; como Nuestra Señora del Rosario de Iles, venerada en Nariño, que puede ser vestida con sombrero, faldas de colores y collares dorados ofrendados por los indígenas ecuatorianos de Cotacachi.
Lo mismo sucede con Nuestra Señora del Rosario de El Molino, patrona de los indígenas cariachiles de La Guajira, que durante las fiestas en su honor se viste de sombrero y de trajes coloridos, y se une a hombres y mujeres que con tocados de plumas y collares de semillas le cantan y le bailan. Ese sincretismo entre una figura católica y su reconocimiento en otro tipo de credos o culturas es una constante en algunas de las señoras del libro. La disposición moldeable de este símbolo, la acerca y le permite fundirse en casi cualquier contexto: «La Virgen tiene la capacidad de asimilar cualquier lugar por distinto que sea y de alguna manera, apropiarse o mimetizarse con ese universo. Dios es intocable, pero la Virgen no, es distinto: le doy mis vestidos, le hago ofrendas, le cuento mis secretos», dice Germán. Es una divinidad a la que todos tienen acceso.
Los distintos rostros, apunta la historiadora Sigrid Castañeda en el prólogo del libro, empiezan a surgir cuando la iconografía deja de hacerse solo en España, «con el tiempo, la imaginería religiosa dejó de depender exclusivamente de Europa. Artesanos indígenas comenzaron a trabajar en talleres y obradores creando imágenes […]. En este proceso, los rasgos europeos de las representaciones marianas se transformaron: su tez se volvió más morena, se incorporaron elementos autóctonos, como canastos y cerámicas, y sus vestimentas adoptaron atuendos tradicionales de la región».
Esa multiplicidad de representaciones hacen que el libro, que está plagado de fotografías de feligreses, vírgenes, exvotos, templos y celebraciones, sea un recorrido diverso. Cambia el rostro y el ajuar de la Virgen como cambia el paisaje y los rasgos de quienes la acompañan. Se reconoce, en medio de esa variedad, una constante: el cuidado de las mujeres. Suelen ser ellas, con algunas excepciones, quienes las visten, quienes arreglan sus trajes y quienes están en constante conexión con ella. La cartagenera Katia Klelers, por ejemplo, corría el riesgo de perder a su hijo durante el embarazo y rezó: «Negra hermosa, tanto que yo te quiero y que desde niña te he venerado, ayúdame, pongo en tus manos a mi hijo», y tras parir un niño sano, ha bordado todos los años vestidos para Nuestra Señora de La Candelaria de La Popa en Cartagena, como agradecimiento y como una muestra del amor que le profesa.
En el libro, Klelers está retratada en media página justo a los vestidos que ha tejido para su Virgen; todas las imágenes aparecen con generosidad en esta publicación que con un papel grueso impreso en policromía, una portada llena de estrellas doradas, mapas, recortes de periódico y fragmentos de archivo trazan la cara de la devoción mariana en el país. Es un libro para consultar, un documento patrimonial construido a partir de voces y testimonios que estaban cerca a extinguirse para siempre y un objeto para mostrar la belleza que exhibe la fe.
Para lograr Nuestras señoras, además de tener que costear cada uno de los viajes, Germán, que también es jefe de redacción de la revista Cambio, y Juan Esteban, que es uno de los fundadores del proyecto de gráfica popular bogotana Popular de Lujo, tuvieron que sortear algunos desencuentros; varios de los sacerdotes de las parroquias que custodian las vírgenes fueron negligentes y desmintieron eso que dice que la iglesia es «de puertas abiertas». Muchas veces fueron esquivos y censuraron testimonios, y otras mostraron su indiferencia frente a la preservación de los remanentes de las historias que rodean a María: «Lo que es muy preocupante a veces, es que un patrimonio que es de todos esté en tan malas manos. Por ejemplo, en Chinavita, Boyacá, está la Virgen del Amparo que es muy conocida, y hay una iglesia muy cercana a la basílica y muy chiquita donde hay unos exvotos, que son estos cuadros en los que muestran el milagro narrado, dibujado o pintado. Llegar a esa capilla y ver esos exvotos de hace 200 años acabados… No le interesaba para nada al padre. Hay una ignorancia muy grande sobre lo que tenemos», contó Germán.
Es posible que en unos años esos exvotos y tantos otros testimonios e imágenes de la Virgen terminen desapareciendo, pero queda Nuestras señoras. Concluir su lectura es comprender que la Virgen trasciende la religión para asentarse en otros terrenos como el arte, la configuración social, la idiosincrasia, el simbolismo y la tradición; también es ver que los relatos milagrosos y en apariencia imposibles, soportan una fe conmovedora y cotidiana. La Virgen, en el universo cristiano, es la intercesora; ella se ubica entre el milagro y Dios, es decir, está más cerca de aquí, aquí siendo cualquier lugar, desde la cima de la montaña más filosa hasta el borde de una vía concurrida. El recorrido juicioso y obsesivo que hicieron Germán y Juan Esteban ofrece una expansión; luego de caminar con ellos páginas tras página, la Virgen parece atomizarse por fuera del templo y el culto para erigirse como una de las crestas de la cultura popular, una divinidad a la mano.
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