Las boutiques de diseñador y la arquitectura clásica y modernista definen a la Milla de Oro, un enclave lujoso en el distrito de Salamanca, Madrid. La alta sociedad y los ricos latinoamericanos viven en sus edificios palaciegos, entre galerías y restaurantes de cocina de autor. Esta es la nueva casa de la discoteca Perro Negro.
En 1917 Perro Negro nació como una tienda de abarrotes en la Plaza Cisneros del centro de Medellín, y desde 1955 fue una cantina arrabalera donde se vendía dinamita bajo el mostrador y narcotraficantes, futbolistas, políticos, artistas y ladrones se emborrachaban escuchando tangos, o eso dice la leyenda. Cerró en 1997, pero desde 2017 su nombre pasó a ser el de un sótano oscuro y sudoroso de Provenza, El Poblado, dedicado exclusivamente al perreo.
Del margen al centro: un movimiento idéntico al del reggaetón, tanto en Medellín como en el mundo. La de Madrid es la segunda sede internacional de Perro Negro, luego de la de Miami, inaugurada en 2023. Durante su ascenso feroz, la discoteca ha empaquetado y exportado el reggaetón hecho en Medellín, una experiencia de la que todos los países quieren participar.
Madrid también fue la ciudad que Karol G eligió para cerrar su gira Mañana Será Bonito. Se presentó en el estadio Santiago Bernabéu el 20 de julio de este año. Lo hizo de nuevo al otro día. Luego al otro. Y, finalmente, al otro. Cuatro presentaciones, todas agotadas: otro récord más. Mañana Será Bonito fue el primer álbum en español hecho por una mujer en conseguir el primer lugar de la lista Billboard. Nunca antes el festival Lollapalooza había sido encabezado por una latina.
Lo que parecía una certeza inamovible, que los latinos debían cantar en inglés si querían maximizar su impacto, acabó de caer cuando J Balvin se convirtió en el cantante más escuchado del mundo en 2018. Su impulso como líder de la conquista global del reggaetón fue secundado por Maluma, que al igual que Balvin debutó en 2012. En esta década, talentos como Feid, Ryan Castro y Blessd recibieron el testigo. A todos ellos los convocó Karol G para su nueva canción.
Habían colaborado entre ellos, pero nunca se habían montado todos al mismo tema. El séptimo integrante fue el artista de Buenaventura DFZM, el único que no es de Medellín. DFZM empezó a escribir la canción con el compositor caleño Keityn y se la presentaron al productor Ovy on the Drums, que a su vez se la propuso a Karol G. Ella convocó a todo el equipo a Los Ángeles, donde la grabaron. Imagino que al encontrarse en el estudio fueron conscientes de su importancia. Le pusieron «+57».
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Fue un amor fácil. El reggaetón llegó a Medellín hacia 2002 y en 2003 un concierto de Don Omar, Tego Calderón, Ivy Queen, Héctor & Tito y Daddy Yankee llenó el estadio Atanasio Girardot. La historia del génesis la detalló Andrea Yepes para la revista Donjuan: «Antes de que se popularizara, el reggaetón fue un género exclusivo de los barrios populares. En el Poblado, por ejemplo, le decían despectivamente ‘mañetón’».
Nació en Panamá como fruto mestizo del reggae, el rap y la cultura caribeña, pero el reggaetón es de Puerto Rico, y ese fue el que llegó a Medellín: violento, desmesurado, esas eran las claves de su fuerza y de su exclusión, como les había pasado al tango, la salsa y otras músicas barriobajeras. El reggaetón paisa arrancó imitando los modos del boricua, pero J Balvin fue parte de una generación que le dio un color distinto, y así prefiguró su victoria arrolladora.
DJ Pope, uno de los estrategas del proyecto de Balvin, se lo dijo a Yepes: «Queríamos aportar un sonido diferente, queríamos apuntarles a unos Grammy con un sonido mucho más internacional y también queríamos que las líricas tuvieran un consumo más global. Que el papá pusiera la canción y también la abuelita y la tía». De Colombia, explica Pope, empezó a salir reggaetón con un lenguaje neutral; o, si leemos entre líneas, menos negro, menos pobre. Medellín era una ciudad con experiencia industrial, incluso en lo musical: en el siglo XX fue sede de Discos Fuentes y la música tropical. Estaba lista para recibir la nueva tendencia y convertirla en una eficiente fábrica de éxitos.
Vibras de J Balvin, de 2018, fue la coronación del reggaetón como pop global. La generación de Ryan Castro y Feid lo trajo de vuelta a sus orígenes más explícitos. Ambos caminos se encuentran en «+57», un hito aunque no sea el destino final.
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Juzgar un reggaetón sin haberlo bailado es como evaluar un carro sin haberlo manejado, pero intentémoslo.
No es un inconveniente que «+57» sea otro tema cuyo escenario es una discoteca y su protagonista una mujer culona que experimenta con drogas varias. Su equipo ha sabido aprovechar la limitación temática del reggaetón contemporáneo para hacer temazos, pero éste no es uno de ellos: le falta voltaje. Los siete intérpretes se pasan el micrófono como en un contragolpe para cantar viñetas rápidas sobre un beat de Ovy on the Drums con las baterías de siempre. No alcanzan a despegar antes de ceder la palabra.
«+57» no es un posse cut memorable —como «Llegamos a la disco», «Mayor que yo» o «Diles»—: su total no supera la suma de sus partes. No abre un horizonte político como lo hizo Tego Calderón en «Loiza» al criticar a «esos niches, que se creen mejores por sus profesiones / O por tener facciones de sus opresores». Tampoco guarda el vigor de la jerga bruta de «El pistolón» de Yaga y Mackie, ni el potencial romántico de Ñejo en «Mi estilo de vida», que abre con una promesa indeleble: «Te voy a mamar el culo en la suite del Marriot».
Karol G reivindica en «+57» que «el culo es de ella y por ende se prende / Ella sabe con quién se atiende», pero más potentes son sus versos en «Oki Doki»: «No me digas puta / El error fue tuyo y la vida es mía»; es un corte de BICHOTA SEASON, cuya exploración sonora habría beneficiado a «+57». «Gata G» muestra que Ryan Castro puede construir un personaje de mujer más detallado, y me hizo falta esa faceta juguetona que Maluma despliega en «Mionca». Estas estrofas son fotocopias pálidas de los destellos de sus intérpretes. Así se levanta el velo, se rompe el encanto.
La mejor parte de «+57» está en su origen: DFZM es un revulsivo de 18 años que aprovecha su turno con una entrada ágil, pegadiza. Eso es flow y no se enseña ni se compra: se tiene.
Estas estrofas son fotocopias pálidas de los destellos de sus intérpretes. Así se levanta el velo, se rompe el encanto.
«+57» no satisface nuestras expectativas, generadas por ese junte y ese nombre: unas coordenadas, una raíz. Blessd tuiteó que si queríamos una canción representativa podíamos escuchar «Colombia Tierra Querida» y si esperábamos una canción edificante para la infancia ahí estaba «La vaca Lola». Tiene razón, mal que bien ellos hicieron lo de siempre, lo que los ha hecho millonarios y al reggaetón la banda sonora de todo un continente; incluso, con los años, de los demás continentes.
El reggaetón se suavizó para hacerse pop y también se suavizaron los gritos de indignación ante sus letras, su baile, su estética, su materialismo, su desparpajo y su negativa a disculparse por ninguna de las anteriores. Luego el otro extremo: el reggaetón fue justificado como una fuerza decolonial, resiliente y feminista; sin perreo no hay revolución, ¿recuerdan? Tras los cuatro Bernabéus, El País de España declaró de Karol G: «Se ha convertido en el símbolo de la mujer feminista e independiente».
No es culpa del reggaetón que le imprimamos nuestros deseos y miedos y busquemos resolver sus contradicciones. Una canción como «+57» no representa nada más que a las billeteras de sus intérpretes; si acaso, representa a los que bailan borrachos con lentos movimientos de cadera o a los que festejan en circulito y aspiran a una noche como la de la letra. Y ya, ¿por qué tiene que haber algo más?
Su comunicado de prensa presenta a «+57» como una celebración del reggaetón colombiano, un movimiento cultural que se ha convertido en un estilo de vida. J Balvin dijo que el mensaje era que todos podemos unirnos para sumar, para hacer la diferencia. No escuchamos nada de eso en la canción. ¿Eso es todo lo que tienen para darnos los músicos más escuchados del país?
«Estamos haciendo algo especial, y no solo yo», le dijo Karol G a la periodista Isabelia Herrera para Rolling Stone. «Muchos artistas latinos estamos haciendo un esfuerzo masivo por nuestra comunidad». Sus palabras son un eco de las de J Balvin, cabeza del «Latino gang», que en 2017 dijo «que es un momento muy bueno para que los latinos nos unamos y demostremos al mundo que somos muy cool, que es una generación muy bonita, que somos fuertes». El documental El Niño de Medellín muestra las críticas que le llovieron durante el paro nacional de 2019: había apoyado las protestas de Puerto Rico y de Venezuela, pero no dijo nada de su país. «No quiero hablar de política porque no es lo mío, quiero dedicarme a dar luz al mundo», dice estresado. Y luego: «Nuestra labor es entretener».
El conglomerado comercial del reggaetón quiere pan y pedazo: limitarse a entretener y, por otro lado, adaptándose a lo que una parte del público espera de una música tan masiva y poderosa, ser embajador de Colombia ante el mundo. Supongo que hay colombianos para los que ver a otros colombianos hacerse millonarios llenando estadios en Europa cuenta como representación, un sí se puede alegre y en español.
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90.000 personas firmaron una petición de Change.org para borrar «Cuatro Babys», la canción de Maluma con versos como «Siempre me dan lo que quiero / Chingan cuando yo les digo / Ninguna me pone pero». Maluma explicó que no la había compuesto y que era trap, por definición reflejaba la calle. «Mi carrera va más allá de cosas materiales, más allá de las fiestas y los eventos. Es algo más espiritual», añadió.
Era finales de 2016 y unos meses después Karol G lanzó su trap «Ahora me llama», con Bad Bunny como invitado. La entrevisté por esos días y me explicó que quería recordarles a las mujeres que eran «dueñas de sus ideales y de su rumbo». Y añadió: «Lamentablemente, el reggaetón se volvió muy limpio y comercial. Hoy el trap recoge eso que años atrás caracterizaba al reggaetón: la liberación sexual de la juventud».
En la entrevista también estaba la mamá de Karol G y me dijo que le gustaba «Ahora me llama», pero no que ese muchacho —Bad Bunny— dijera que tenía una colombiana a la que se lo metía entero. «Ay, mamá», se rio su hija. «Es solo una canción».
En «EL MAKINÓN» Karol G canta: «Hasta abajo desde los 16»; Ryan Castro habla de una «Raggamuffin killa desde que tenía quince» en «Wasa Wasa»; Blessd y Feid lo dicen juntos en «SI SABE FERXXO»: «Y yo que la sigo desde que ella estaba en el cole». Es una constante del reggaetón. Y en «+57» Feid y Maluma entonan: «Mamacita desde los fourteen». ¿Son solo canciones?
El Congreso de Estados Unidos examinó las letras de rap en los 90. ¿Qué iba a pasar con la juventud criada por canciones en las que todas las mujeres eran unas perras, hasta la vida misma? La respuesta de grupos como N.W.A., exponentes del gangsta rap, fue que ellos no querían ser modelos morales, y que con sus canciones no creaban la realidad violenta, solo la transmitían sin filtro. En su origen, el reggaetón bebió de esta tradición.
Medellín está sufriendo una crisis de turismo sexual y de explotación sexual infantil. J Balvin dice en El Niño de Medellín que su sueño era cambiar la imagen internacional de la ciudad, llevarla más allá de Pablo Escobar, pero los lazos que unen al reggaetón con el narcotráfico y su idiosincrasia son profundos en una ciudad precaria llena de plata, que abusa de sus adolescentes.
Tal vez Maluma diría que todos estos versos reflejan la calle. Las operaciones estéticas de adolescentes, los hombres que las desean y las buscan, esa adultez prematura y forzada es la cotidianidad que revelan o celebran. Aunque es un terreno fértil para cosechar motivos de indignación, ninguna música puede ser responsable de condiciones que la anteceden. Tampoco de que la solución de la Alcaldía pase por reglas de vestimenta y toques de queda para las menores de edad.
Medellín está de moda y el aumento del costo de vida ha sido proporcional al del turismo masivo, a medida que el reggaetón factura pintando la ciudad como un parque de diversiones para adultos donde todo es posible, con «Medellín» de Maluma y Madonna, «Medallo» de Blessd, «Pueblo de Medallo» de Ryan Castro y «Provenza» de Karol G. Supongo que hay colombianos para los que esto cuenta como representación.
No es responsabilidad del reggaetón limpiar nuestra imagen, ni darnos canciones descaradas sin perturbar nuestra moral. Maximizando sus ganancias se ha domesticado, y aún así es un género atravesado por tensiones incómodas como ésta. Colombia no puede arroparlo con la bandera, hacerlo parte de la identidad nacional y la diplomacia cultural —Karol G en la final de la Copa América, Ryan Castro en la canción oficial de la Selección— sin afrontar las conversaciones que resultan.
En Madrid y Miami desean la adrenalina del reggaetón que Colombia exporta, un género que quiere ser movimiento cultural, que quiere la bandera e izarla con orgullo por el mundo, y a la vez librarse de la responsabilidad y las exigencias que vienen con ella.
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