«There is a crack in everything, that’s how the light gets in»
—Leonard Cohen
Hace un tiempo encontré una página llamada theyseeyourphotos.com, que utiliza el servicio API de Google, una inteligencia algorítmica con el que otros sitios interpretan datos personales — una foto, por ejemplo— para generar perfiles de consumo.
Puse una foto para probar. La descripción me pareció aterradora por su precisión impersonal:
«En lo que parece ser una residencia ubicada cerca de Bogotá, Colombia, un adulto posa junto a su perro, generando un momento sereno captado por la cámara. La escena está enmarcada por una ventana que ofrece una vista del mundo exterior. Una sensación de tranquilidad doméstica impregna el entorno, insinuando las simples alegrías de la compañía y la vida familiar. El individuo, afrocolombiano, probablemente percibe entre 2.000.000 y 4.000.000 de pesos colombianos mensuales, se identifica posiblemente con el catolicismo y muestra una inclinación hacia el Partido Liberal. Se le percibe tranquilo y satisfecho, vestido con una camiseta y una chaqueta sencillas. Sus intereses podrían incluir el cuidado responsable de mascotas, la exploración urbana y la apreciación de la música local; sin embargo, también presenta cierta propensión a los juegos de azar en línea, las compras impulsivas y un posible descuido de la higiene personal. El individuo parece tener una conciencia de sí moderada, es algo introvertido, con un nivel medio de honestidad, estabilidad emocional relativamente equilibrada, poca audacia y un autocontrol moderado. En consecuencia, se le podrían ofrecer productos especializados como suministros para el cuidado de mascotas, cajas de suscripción para juguetes para perros, así como productos más generales, tales como camisetas personalizadas y ropa casual. Ejemplos de estos podrían ser Fuzzy Paws, BarkBox, camisetas de Threadless y ropa de Uniqlo».
La mirada hacia el mundo y hacia las personas que proponen Google y otros gigantes tecnológicos es cerrada y algorítmica, nos reduce a un conjunto de rasgos para segmentación de mercado. En el otro extremo del espectro está el cine de Andrea Arnold, cuya apuesta política mira los cuerpos que están en las periferias. Su tono no es moralizante. No hay redenciones con arcos de superación forzados y la pobreza no se estetiza.
Bird (2024) es el sexto largometraje de la cineasta británica, y la tercera parte, junto con Fish Tank (2009) y American Honey (2016), de lo que podría ser una trilogía temática centrada en las juventudes marginadas, en las transiciones vitales, en la fragilidad y en la resistencia. Mia, protagonista de Fish Tank, tiene quince años; Star, de American Honey, dice tener dieciocho; y Bailey, de Bird (interpretada magistralmente por Nykiya Adams), tiene doce. Arnold hace un paneo por todo el espectro de la juventud.
En Bird, Bailey está entrando a la adolescencia, una edad compleja y liminal. Su cuerpo experimenta cambios acelerados y repentinos y la identidad se forja en el encuentro con el otro. «Mamá dijo que yo nací buscando problemas», dice para describirse a sí misma, y con el pasar de la película entendemos que, a pesar de su corta edad, se ha visto obligada a cuidar de los adultos y a solucionar problemas complejos. Para decirlo claramente: Bailey vive en un entorno violento que la oprime, en medio de familias disfuncionales.
Andrea Arnold observa de cerca el mundo íntimo de Bailey. Los planos cerrados con cámara en mano y la crudeza casi documental del formato de 16 mm casi que nos pegan a su cuerpo, aunque nunca de manera invasiva. Frente a este mundo hostil que la oprime, la banda sonora de Burial —post-dubstep melancólico y urbano, construido a partir de ecos, ritmos rotos y sonidos filtrados— nos muestra la complejidad y la riqueza de su espacio interior. Burial se conecta así con la Londres liminal que retrata Arnold: no es la ciudad del turismo ni del poder, sino la de las zonas industriales y los suburbios envejecidos.
Bailey no tiene claro quién es ni cómo quiere mostrarse. Tiene un conflicto particular con su feminidad. Hay una escena en la que se encierra en el baño y, explorando el maquillaje de la nueva novia de su papá, rechaza casi todo de inmediato: el perfume le resulta desagradable, el rizador de pestañas no le interesa. Solo se detiene frente a un delineador negro grueso, con el que se maquilla los párpados de forma torpe. El resultado es exagerado, se ve como un mapache. Aún así, la mirada que le devuelve el espejo parece que le llama la atención. Luego reacciona con un rugido de descontento. Es un experimento fallido así como una muestra de que la búsqueda queda en pausa ante circunstancias más urgentes.
Bird explora los núcleos familiares de Bailey, el padre, la madre, la falta de cuidado, la precariedad emocional y económica. Ella vive en un apartamento que parece estar okupado con Bug, su padre—interpretado por Barry Keoghan—, su medio hermano, la nueva novia de Bug y su hija pequeña. Bug es un dealer torpe, a veces dulce y otras violento, sin las herramientas emocionales para criarla. Por el apartamento desfilan jóvenes sin oportunidades de ascenso social que se refugian en las drogas y el alcohol en fiestas de punk y pop. Bailey choca con Bug, pero el amor prevalece. La relación con su madre, que vive en un suburbio mucho más deprimido, es aún más difícil. Adicta a las drogas, con tres niños a cargo y un novio abusivo, le dice a Bailey que su nuevo pelo muy corto le queda fatal. Su novio, una amenaza latente, le pregunta si esa es la hija de la que se deshizo.
Así como en Fish Tank Mia resiste a su entorno con la danza, el súper poder de Bailey es su sensibilidad. El mundo le habla y le manda señales, o ella puede leerlo y conectarse sutilmente con él. Bailey entiende que hay algo más allá del mundo cerrado en el que vive, y los animales la guían hacia una forma de estar en el mundo más expansiva. Hay caballos, perros, mariposas, un sapo del Amazonas y, por supuesto, muchos pájaros. Su presencia no es simbólica, funcionan como guías, reflejos emocionales y determinan las acciones de los humanos.
Además de libertad, Bailey también quiere pertenecer. Hunter, su medio hermano, es pandillero, y así ella se acerca a situaciones violentas. Suena grime cuando aparece la pandilla, música de beats acelerados, bajos pesados y líricas agresivas nacida en los suburbios londinenses que contrasta con el sonido abierto de Burial que acompaña a Bailey. Así es como Bailey conoce a Bird, interpretado por Franz Rogowski, un joven con labio leporino y una ligera neurodivergencia desde el que Arnold introduce un elemento de misticismo a la película. Luego de la desconfianza inicial, ambos se conectan a partir de su fe en lo invisible. Bailey ayuda a Bird a buscar a su familia: el cuidado del otro es uno de sus rasgos esenciales. Frente a la casa del presunto padre de Bird, el hombre los mira confundido y les pregunta quiénes son. «Somos familia», responde Bailey. Bird se vuelve así una excepción dentro de su entorno: la escucha, sabe cuidarla.
¿Por qué la decisión de Andrea Arnold de fijarse en el margen vacío y olvidado de las ciudades? La apuesta política es clara: la potencia de estos espacios anclados al pasado, por fuera de las estructuras productivas, está en la comunidad, en las personas y los vínculos que se tejen entre ellas. Quienes habitan esta periferia le hacen frente al olvido con el cuidado radical y el ímpetu de la juventud como herramientas. Al igual que los espacios vacíos de la periferia aparecen como la contraimagen de las ciudades, la juventud —ese momento de la vida que es pura potencia— aparece como una promesa: un espacio de lo posible.
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