Tal vez uno de los elementos más hermosos de tu escritura es que algo que atraviesa muchos planos —lo físico, lo emocional, lo vital— parece adquirir una corporalidad. Y de ese cuerpo surge una potencia enorme. ¿Cómo te acercas tú a esa potencia? ¿De dónde sale?
Soy bastante ignorante de mi proceso creativo. No soy tan consciente de eso. Pero creo que tiene que ver con la soledad y el ruido. Es decir, estar sola, sentirme sola en medio de una ciudad, en medio de un banco, en la cola para embarcar en un avión. Las ideas suceden ahí. También tienen que ver con el paisaje en el que me crie, donde aprendí cómo era la vida: un paisaje agresivo, con espinas, con animales salvajes. Un poco como es la naturaleza cuando no hay tanta gente alrededor. Por último, está íntimamente relacionado con la memoria. Las musas son justamente la memoria. Entendiendo la memoria en un sentido mucho más amplio que la memoria como los recuerdos que vos tenés, de las cosas que te pasaron. Es la memoria de incluso otra gente, la memoria de tu cuerpo.
Es un poco crear por intuición lo que estás diciendo.
Así es. También es cierto que si tuviera una fórmula no te la diría.
Me sorprende que aparezca así la palabra «soledad» porque siento que en tu literatura hay unos vínculos, hay una construcción de esos vínculos, que están atravesados por una construcción del amor y por diferentes formas de amar.
El amor es una enfermedad. Es una especie de desarreglo. A veces te enfermás para sacar una bacteria o un virus de tu cuerpo. Pero a veces te enfermás porque es lindo sentir lo que se siente cuando se ama a otro.
¿Hay que expulsarla o cómo se habita esa enfermedad?
Hay una filósofa argentina que se llama Leonor Silvestri que dice: «La vida empieza a partir de la enfermedad». A mí me parece que es verdad lo que dice. No hay que expulsar nada que no te mate. Si yo tengo fiebre es raro que me tome un paracetamol para que se vaya. Con el amor me pasa lo mismo. Igual hace mucho mucho mucho tiempo que no me enamoro, así que solo te puedo hablar a partir del recuerdo. Las veces que he sentido amor me he sentido muy perdida en esos vínculos. No lo sé llevar bien.
¿Tú relacionarías el amor con el elemento fantástico en tu literatura?
No, para nada. No tiene nada de fantástico. Creo que es de lo más terrenal y ordinario que existe, como dice Lemebel. Es de lo más común que hay.
Hace apenas dos semanas se cumplió el aniversario de su muerte. ¿Ves alguna influencia de Lemebel en tu literatura?
No, no es una influencia. Lo empecé a leer después de haber ya publicado libros. Lo leí de grande. Hablar de influencias me resulta extraño porque se supone que las influencias son silenciosas. No sabría decirte por quién estoy influenciada. Pensá en la película de Cassavetes, Una mujer bajo la influencia (1974), se supone que una no sabe que está siendo influenciada por algo. Sí te puedo decir quién me gusta cómo escribe, a quién leo, de quién me gusta su sintaxis, de quién me gusta su dramática, pero no de quién estoy influenciada, porque no lo sé. Pero sí sé que no es Lemebel. Es sencillo comparar a una travesti con Lemebel. Incluso me lo han dicho para agredirme. Estos falsos lemebeles, me dijeron una vez. No me gusta.
¿Quiénes son esas personas que te gusta cómo escriben?
Gabriela Wiener me gusta mucho. Leila Guerriero es de mis favoritas. Raúl Díaz, Selva Almada… personas que tengo cerca y conozco.
Cuando estábamos haciendo el quinto número de GACETA, FRONTERA, algo que queríamos abordar era la sensación de que lo vital, lo íntimo, la manera de ser y actuar cada vez está más parcelada alrededor de una idea de identidad. ¿Tú sientes lo mismo en la manera en que se está abordando la creación hoy?
Yo creo que es como poner carteles, señalizaciones de tránsito: siga por aquí, vaya por allá, doble, cuidado, curva peligrosa, mi pronombre es tal. Intenta borrar la intuición de las personas alrededor de los vínculos. Me parece que es una cárcel que ha terminado siendo una jaula políticamente correcta.
¿Es contraria la intuición a la identidad?
Sí: la identidad es algo que pertenece al sistema. Que pertenece a determinados estatutos. Fíjate que hay incluso pronombres para cada identidad. Formas de referirse a cada identidad. Me gustaba más como era antes.
¿Cómo era antes?
El otro era un peligro, era un abismo, era una suerte de pozo al que caerse; y vos eras lo mismo para el otro. Te ibas conociendo poco a poco, ibas jugando. Era un juego que era mejor jugar en ese momento que ahora. Ahora todo se explica, todo se habla, todo se dice.
¿Tú crees que ahora el otro es más previsible?
No solo es más previsible, sino que es peligroso ser legible para este sistema. Es como el reconocimiento facial. Es decir, vos te conectás a una aplicación como Grindr, por ejemplo, y las personas ponen allí hasta su estado serológico. ¿Por qué allanarías hasta ese punto el camino de encontrarte con el otro? Me resulta terrible que sea así.
En torno a la identidad particular de la comunidad LGBT: me parece que tendríamos que volver a guardar silencio, volver a hablar a puerta cerrada y discutir nuestros asuntos sin compartirlo tanto con el resto del mundo. Me parece que hablamos de más. Incluso yo. Siento que hablé de más en algún momento cuando tenía que haberme callado la boca. No esclarecer algunas cuestiones de mi travestismo.
Pero es tarde.
¿Por qué sientes que ahora hay que guardarse más? ¿Qué te ha llevado a sentir eso?
Milei. Trump. La vuelta del fascismo. Hartamos a las personas. Las perseguimos. Las corregimos. Me mandaste tres mails de más, me acosaste, no me dijiste todes, estás ignorando a las personas no binarias. No sé qué, no sé cuánto. Jodimos tanto, hasta ese punto, que ahora tenemos lo que provocamos. No sé si está bien o está mal haber sido así de recalcitrantes. Pero ahora tenemos que lidiar con eso también.
No es que sea culpa de la comunidad LGBT, para nada, pero sí creo que perseguimos a la gente. Uno de mis mejores amigos —ya no es más amigo mío— en un momento decidió que era una persona trans no binaria. Yo me pregunto: ¿cómo es ser una persona trans no binaria? Un día fue a casa. Estaba mi mamá, que lo conoció como varón durante toda su vida, y se refirió a él como si fuera un varón. Y se enojó, la trató mal, se fue de casa. Y yo dije, ¿cómo se atreve? Y después mi mamá dijo algo muy loco, que fue: «Bueno, yo vi un gordo con los brazos peludos. Con barba, vestido de varón. No se me ocurrió que fuera una chica». Le digo: «Mami, no pasa nada». Pero fíjate cómo se amonesta a las personas. Esto era algo que solo nos correspondía a las travas. Es decir, las travas sí podemos decir, «no me trates como un tipo, si me estás viendo… ¿O no ves los dos pedazos de tetas?, ¿que estoy maquillada?, ¿no sentís mi perfume?».
Eso del borramiento del género termina, de alguna manera, haciéndonos pagar con estos hijos de puta que nos gobiernan.
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