Santiago Rivas: ¿Qué es lo que hace públicos a los medios públicos?
Diana Díaz: Lo que hace público a los medios públicos es el sentido ciudadano del contenido, que lo diferencia de los medios privados. Es decir, hay un interés, alrededor del pluralismo, de la multiculturalidad, de la diversidad de narrativas. Su propósito es proponer contenidos que se diferencien de los realizados por los privados. Allí tienen cabida programas que se permiten experimentar, que tienen copartícipes, que cuentan con la participación de la ciudadanía de maneras distintas.
Los medios públicos son el termómetro que mide la salud de la democracia de un país. Eso no falla. Cuando hay una crisis en los medios públicos, seguramente hay una crisis democrática en la nación a la que se refieren.
Institucionalmente, ¿cómo es público lo público?
DD: Los medios públicos son del Estado y su gobernanza debería ser del Estado. Una de las debilidades que tenemos en general los medios públicos en Latinoamérica es que su gobernanza depende de los Gobiernos y de los cambios de administración que suceden. Hemos luchado para que el modelo sea distinto, que tenga otros métodos de selección y que realmente responda a los criterios o lineamientos de calidad que sugiere la Unesco. Que tengan una verdadera independencia y autonomía de lo que sucede en el Gobierno. Ahí siempre hay tensiones que debemos intentar superar. Sobre todo para proteger una oferta de contenido que le sirva de referente, de identificación y de aprendizaje a la ciudadanía.
Dago, ¿qué es lo que hace público a lo público?
Dago García: Normalmente, en nuestro país, el talento que produce y hace la televisión tiende a centralizarse en Bogotá. Lo público tiene que ver con la posibilidad de que en las regiones, o en otro tipo de escenarios de producción, la misma gente que tiene que ver con las temáticas de las que estamos tratando sea quien las trabaje. Un ideal sería que la gente de la región no tenga que migrar hacia la ciudad para alcanzar una oportunidad profesional.
¿Por qué la televisión pública, siendo nacional, de vocación nacional, de educación estatal, sigue tan centralizada? ¿Por qué ha sido tan difícil lograr eso que señala Dago de poner cámaras en el Cauca para que el Cauca tenga sus propios desarrollos y tecnología y no tener que mandar unidades móviles o aviones con personas a grabar? Existe una televisión que sigue siendo demasiado capitalina en ese sentido. ¿Qué pasa ahí?
DD: Creo que es resultado de una historia de grandes brechas sociales. Los procesos de formación y de preparación de estos profesionales han estado realmente muy centralizados. La carencia de oportunidades en términos de formación en esos territorios ha derivado en una formación centralista. Hay que decir que para una niña wayúu que sueñe con ser cineasta va a ser muy complicado cumplir ese sueño. Sin embargo, se han tomado medidas que han reducido un poco esa brecha. En su momento, en Señal Colombia creamos unas categorías que se llamaban «Colombia desde adentro». Siempre está la duda o la pregunta por la calidad, donde uno tendría que comenzar a ser un poco más flexible. Si se espera que la calidad surja o se use o se logre en un primer envión, con una convocatoria focalizada, pues no se va a lograr. Tiene que haber procesos intermedios que acompañen y que estén orientados a cualificar o a mejorar esas propuestas a la luz de lo que esa misma propuesta necesita. Se han hecho grandes esfuerzos por generar mecanismos que estimulen procesos de creación en los distintos territorios. El Fondo para el Desarrollo Cinematográfico también tiene relatos regionales. Parte de los desafíos que encaramos es dejar capacidades instaladas en los territorios alrededor de lo que se requiere en términos audiovisuales y fortalecer toda la cadena de valor.
¿Existe una política de fomento al cine nacional en la televisión pública? No sé si está documentado, pero pareciera que subsiste una regla, pues Señal Colombia lleva poniendo documentales y películas desde su nacimiento en 2004. Para usted, desde su lugar en la televisión privada, también como escritor de cine y como gran promotor del cine colombiano, ¿cuál es la situación de la televisión pública hasta ahora en su relación con el cine?
DG: Lo que no se ha logrado entender del todo es el nuevo panorama general de la industria. Pasamos en muy poco tiempo de tener solamente dos opciones de televisión a tener cualquier cantidad… Vivimos un periodo de caos donde todavía no se sabe muy bien dónde va a terminar esto. Poco a poco han empezado a decantarse cierto tipo de economías que yo creo que se podrían aplicar a las relaciones entre la televisión pública, la televisión privada y la televisión de streaming. Un ejemplo bueno podría ser el de la relación entre la televisión abierta y la de streaming. Hoy en día todo lo que hacemos nosotros, la televisión privada, va para las plataformas. Hacemos contenidos desde nuestra fuerza de producción para ellos.
Hay que aprovechar este momento de la industria porque la demanda de contenido es monstruosa. Y hay que empezar a buscar alternativas no solamente en los contenidos seriados, sino también en los contenidos del cine. Existen algunos ejemplos exitosos que se están haciendo en ese sentido. Hay ciertas series que se han producido en las regiones, por ejemplo, y que han ido a las plataformas. Antes solamente podían vivir o en la televisión regional o en la televisión abierta.
La nueva industria necesita contenido de todo tipo, desde contenido de cine hasta contenido propiamente de televisión.
Nosotros habíamos tenido dos modelos de televisión pública, con una partición muy clara hasta el Gobierno Duque: por un lado la televisión de estudiantes de Cine y Televisión, y por el otro, la televisión de periodistas. Hasta que nació el noticiero, más o menos en 2020-2021, Señal Colombia y RTVC habían privilegiado la televisión hecha por documentalistas, es decir, por estudiantes de Cine y Televisión. Ahora, con la llegada del noticiero, se parece un poco más a lo que había sido hasta ahora la televisión regional. Me gustaría que hablaran sobre esos dos modelos. ¿Es factible tener ambas cosas sin que una se coma a la otra? ¿Existe equilibrio posible? Porque mi impresión y mi opinión es que en la televisión pública regional, hasta ahora, la vocación periodística siempre termina prevaleciendo porque es más barata, y corre el peligro de volverse noticiero de veinticuatro horas.
DG: La producción de contenidos dramatizados de formato pequeño centrados en la región ha crecido también. Y creo que lo ha hecho más que los noticieros. Han hecho algo inteligente: se han asociado para la emisión. Hay ejemplos de éxito de audiencia. Emma Reyes, en el caso de Teleantioquia, que ya va por la tercera temporada. En la costa también se produjo La niña Emilia. Creo que la pregunta sería: ¿este tipo de televisiones deberían parecerse a la televisión abierta?, ¿deberían integrarse al sistema como otros productores de contenido para los grandes distribuidores? Porque estamos asistiendo a un cambio de paradigma en la industria, en el cual pasamos de una etapa en la que el contenido es el rey, pero está acompañado de una reina bastante demandante e impositiva: la distribución. Entonces, cuando las reglas de juego cambian y la distribución se convierte en la reina, ahí se abre un gran debate. ¿Tenemos que trabajar para esa devoradora de contenido que es la distribución, o debemos conservar ciertos espacios que no estén directamente relacionados con la vocación comercial de estos distribuidores? Así no lleguen a tener las audiencias que tiene la televisión abierta, los medios regionales sí deben sostener la formación y la promoción del talento en los territorios.
DD: La fórmula de fomentar la producción independiente es ganadora. Cuando se hacen convocatorias y cuando se fomenta en las casas productoras locales este nuevo talento, surgen formatos interesantes, surgen narrativas que rompen. ¿Por qué? Porque se encuentran otras fuentes, otras formas de crear. Y esa también es la vocación de la televisión pública: hacer experimentos que la privada no hace. Esa vocación de la televisión pública no debería perderse.
Estamos en un país donde tenemos un consumo altísimo de contenidos en streaming, pero todavía tenemos lugares sin conectividad y sin electricidad. Tenemos lugares tremendamente marginados a los que no podemos abandonar con la oferta de la televisión abierta. El Estado no puede cortar el cable.
Estamos hablando de una televisión pública que existió hasta 2020; esa televisión pública que hacía convocatorias más grandes, no convocatorias en las que los canales debían asociarse para hacer la emisión. Mucho de eso vino con la Ley MinTIC del 2019. Ahora tenemos una televisión pública un poco más mezclada, sobre todo si hablamos de RTVC y Señal Colombia. Esto viene a cuento con la creación del noticiero que apareció en marzo de 2021 y la posterior controversia, porque durante mucho tiempo se trató de evitar que eso pasara. El noticiero abrió las puertas a que los distintos gobiernos nos cuenten su propio relato en espacios donde solía estar la voz de la gente o la voz de las regiones. Ahora en las redes de RTVC no existe una presencia de nuevas producciones ni de series documentales, sino una presencia constante y un énfasis en comunicaciones que está ligado a RTVC Noticias, que es el testigo que le entregó el Gobierno Duque al Gobierno Petro. Aumentó la competencia, ya no por la producción de contenidos de calidad, sino por el contenido noticioso enfrentado a medios privados que pueden o no estar siendo injustos con el gobierno. Creo que esa es la gran polémica hoy en los medios públicos. Entonces, volvamos al comienzo, ¿cuál es para ustedes la vocación política de los medios públicos?
DD: Para mí, el trasfondo de los medios públicos debería ser un escenario que aporte a la formación desde una perspectiva crítica, con la posibilidad de tener las herramientas suficientes para formar su criterio propio. Pero eso no necesariamente siempre es así.
DG: Pero Diana… si ustedes no son ilusos, si ustedes no buscan la utopía… ¿entonces quién?
DD: Vamos por la utopía. Creo firmemente en esa premisa, y creo que es sobre lo que hay que trabajar. Por eso es tan importante que la gobernanza de los medios públicos no dependa de los gobiernos de turno. Lo pienso en términos de un cambio en la vocación y en la gobernanza de Señal Colombia. Eso no sería tan problemático si fuera más transparente el hecho de cuál es la voz que se está enunciando en el noticiero o en el informativo, porque para mí es un informativo que da cuenta de unos testimonios o de una información desde puntos de vista distintos a los que dan los medios privados. Creo que, como esa es la vocación actual, la imagen de Señal Colombia se ha deconstruido hacia otro lugar. Es una Señal Colombia distinta a la que se venía haciendo hasta 2018 o 2019.
DG: Ahí hay un elemento que debe tenerse en cuenta y es el cultural. Un canal de televisión es un contenedor de muchas cosas: formatos, narrativas… Pero, por alguna extraña razón, Colombia es, creo, el único país en el mundo donde los noticieros son éxitos de audiencia. Y están puestos en horarios prime time. En ninguna otra parte del mundo se va a encontrar que, por ejemplo, en el caso de un canal como Caracol, el programa líder de audiencia sean los noticieros. Fíjense que en los canales regionales los noticieros también son los que ganan. Cuando usted mira las curvas, solamente en los noticieros se refleja un aumento significativo de audiencia en estos canales que incluso empiezan a coquetear con los canales privados. Algo ocurre ahí. Algo ocurre con el perfil de nuestro televidente. A los colombianos nos gusta ver noticieros para informarnos, para…
DD: ¿Pelear? [risas]
DG: También para eso. Lo cierto es que se trata de una realidad comprobada por la experiencia. En ninguna otra parte del mundo ocurre. Normalmente, en los demás países, los noticieros son una hamaca: dependen mucho de qué viene antes y de qué viene después y tratan de hamacarlos para que la gente los vea. Aquí el noticiero es el que empuja, en la televisión abierta, en la televisión regional y en la televisión pública.
DD: Muchos canales públicos en el mundo tienen noticieros…
DG: Hay otro asunto que también hay que incluir en el debate: después de setenta años de televisión, ahora la gente establece un tipo de relación crítica con sus noticieros. Nosotros, como televisión privada, nos la pasamos la mitad del tiempo haciendo análisis de audiencia, investigaciones, consultando lo que sucede, porque es nuestra vocación y tenemos claro que la gente ya no ve y dice: «Porque lo dice el noticiero es verdad». En ese sentido, la audiencia sabe hacer un uso de lo que ve, no es que se coman el cuento; al contrario, es bastante desconfiada con lo que ve.
Pero que la gente sea crítica no es excusa ni permiso para hacer noticieros sesgados o desinformados. No me parece que esa sea la razón para montar un aparato de propaganda. No me parece ni para un lado ni para el otro. Volvemos a lo básico: ¿qué es lo público?
DD: Tiene que ver con el rol y la responsabilidad de quien informa y de su propósito ante el televidente. Esto es cuestionable con respecto no solo a los noticieros, sino con cualquiera que construya contenidos y los ponga a disposición de sus seguidores en cualquiera de las redes sociales, por ejemplo. Ahí sí que se ha degradado buena parte de la situación, porque le estamos dando crédito a gente que no lo tiene. No digo que carezcan de preparación como comunicadores o como periodistas, es que no tienen el sentido de la responsabilidad, de lo que significa afirmar algo o decir algo con respecto de alguien. ¿Cuál es el sentido o la responsabilidad detrás de decir las cosas y asumir los efectos de que eso se esté enunciando o diciendo en un momento dado?
DG: La fórmula emisor-receptor suponía que los primeros, con una coherencia lógica, con unas intenciones y unas necesidades concretas, construían un mensaje para una audiencia pasiva que los consumía y era manipulable, ya no funciona igual. Digamos que, al mismo nivel de la creación de los contenidos y de los noticieros, hay una cantidad de contradicciones, tensiones, debates y controversias que hacen más complejo el análisis o el tema de las noticias. Todo pasa, como dice Diana, por quién genera la información y por las relaciones que tiene ese personaje con la estructura de un noticiero, por ejemplo. Hoy en día nadie va a sentarse a una sala de redacción a decir: «Vamos a tirar línea por acá». Eso sería, en tiempos de redes sociales, un suicidio. No hay una ecuación que construya un mensaje intencionado; lo que hay es toda una red de contradicciones, de relaciones, de conflictos, de acuerdos, que es lo que termina generando el carácter de un noticiero.
Pero ¿sería un suicidio? Los tuiteros más exitosos que tiene este país son congresistas de una línea política muy clara, se toman fotos entre ellos, se conocen, se sabe desde dónde hablan y para quién.
DG: Al congresista, el grueso de la opinión pública o de la gente no le arroga la función de informar. Saben que es un congresista con una línea política. Cuando hablamos de noticiero, por lo menos en la teoría, la gente sí está esperando que lo que haga el noticiero sea informar de la manera más equilibrada posible. Entonces sí hay una diferencia entre lo que puede hacer un político y la expresión que pueda tener alguien que trabaje en un noticiero.
DD: Tiene que ver con los tiempos de inmensa polarización que vivimos, y del sentido de los medios en esa lucha y en esa puja política. El concepto básico del periodismo es la búsqueda de la verdad. Lo veo como una maraña, como una madeja en la que uno se enreda, porque está en la mitad. Están las complejidades en la manera en que se asume el estatus de verdad de lo que me quieren informar y cómo se asume la posibilidad de contrastar la información. Lo digo yo como ciudadana, como audiencia: en este momento la única alternativa que tenemos es dudar de todo, dudar de lo que damos por hecho, lo que damos por cierto.
Mi posición ha cambiado porque siento que el pensamiento crítico se está volviendo como el reciclaje. Es decir, se trata de solucionar un problema sistémico abocando a medidas individuales. Como se desinforma constantemente, y el gobierno también lo hace, entonces se dice: «Sé crítico tú: duda, piensa». Como sociedad, si vamos a tomar medidas individuales, al menos debemos exigir que el sistema produzca menos basura, como con el reciclaje. Exijamos que se produzca menos plástico… Temo que el pensamiento crítico tampoco funcione.
DD: Sí funciona, pero no funciona solo. Es importante que, por ejemplo, se trabaje para que los medios y quienes informan tengan más criterios y formas de autorregulación. Recuperar la esencia, el sentido de la información y del periodismo. Cuando hablo de autorregulación no solamente hablo del medio dentro de sí mismo, sino entre los medios. Eso sucede en muchas partes del mundo, sobre todo en las más democráticas. Porque si alguien actúa mal, y eso se impone, estás fregando al que actúa bien. Y el que actúa mal sigue buscando maneras de salirse del rebaño. Eso lo he aprendido ahora que estoy en el lugar del regulador. No nos obliguen a hacer más normas, a hacer más decretos, cuando ustedes tampoco están dando la discusión o la lucha por cuál es la ética detrás de esto. Esas cosas deberían estar sucediendo como sociedad. Hay que buscar esos sistemas de autorregulación para que la regulación tenga el lugar que debe tener. Y es que las cosas tengan un orden, una lógica, pero también una responsabilidad por parte de todos los actores.
Para terminar, me gustaría volver a algo fundamental que dijo Dago: «Los noticieros son los programas que tienen más rating en Colombia». Por lo tanto, la vocación política o la vocación periodística e informativa de un canal es también su relevancia en términos de audiencia; es decir, su posicionamiento. Y otra cosa que afirmó Diana es: «La gobernanza transforma los canales». Ya vimos que de un gobierno a otro, con profundas diferencias ideológicas, no se hizo un cambio en el diseño de la gobernanza de la televisión pública. Es decir, no creo que exista una voluntad política a futuro en muchos, muchos gobiernos, ni creo que vaya a ser un punto prioritario cambiar la gobernanza; esto tiende a seguir así y al mismo tiempo me alegra… Sí, me alegra saber que somos optimistas con respecto a eso, porque quiere decir que en algún punto encontrará su medida. El equilibrio cambia todos los días, no es estático, ni tendría por qué serlo. Me gustaría saber cómo es esa versión, cómo es ese sistema de medios públicos que ustedes piensan que va a surgir en este momento de aparente transición. ¿Qué va a pasar? ¿Vamos a equilibrar el lugar que se les da a los contenidos de ficción, series, documentales, producciones infantiles? ¿Vamos a tener un sistema donde haya un complemento entre la televisión privada, sus producciones, y la televisión pública? ¿La televisión pública se podrá posicionar dentro de plataformas? ¿Cómo ven ustedes, o hacia dónde creen que debería ir la televisión pública, el sistema de medios públicos?
DD: Hace poco tuve una reunión con gerentes y representantes de los canales regionales, y creo que cada canal coge su camino de acuerdo con su vocación y con los intereses de las nuevas administraciones. Quiero ver como una virtud que, si bien es complejo el ecosistema de medios públicos, hay pluralismo. Canales que tengan tanto vocación de informativo como de actualidad. Creo que ese conjunto se sigue enriqueciendo y sigue dando cuenta de una democracia que tendríamos que defender. Ya el proyecto del canal por sí mismo, independiente de lo que pase con el resto de los medios públicos, de pronto se nos sale del análisis; pero tendríamos que verlo como un conjunto y en ese sentido, ese camino continúa. Cada vez más gente está desconectándose de los operadores de cable, pero ahí están los canales públicos por obligación. Hay una suerte de complemento y eso sí tendría que mantenerse porque los medios públicos y la televisión pública tienen la responsabilidad de construir relatos que fijen la memoria de lo que está pasando en este momento. Los canales privados también. Hay transformaciones sociales y culturales que alguien tiene que contar. Y eso les corresponde a los medios públicos. Trabajar sobre un proyecto colectivo alrededor de eso: ¿qué deberíamos estar contando en este momento para que no se pierda del catálogo de memoria audiovisual del país?
DG: Digamos que la televisión colombiana es quizás la única televisión en Latinoamérica que no surge como televisión privada, sino sirve como televisión de Estado y, por lo tanto, eso ya marca un espíritu. Lo primero que se vio en televisión aquí fueron obras de teatro, el repertorio clásico; las telenovelas llegaron más tarde. Además, el sistema mixto durante mucho tiempo promovió la competencia. Nosotros nunca tuvimos un monopolio del talante de Televisa, Venevisión, Telecafé o Globo; tuvimos, sí, pequeñas empresas que se vieron obligadas a competir y descubrimos muy temprano que una de las estrategias de competencia era la sincronía con su tiempo. Señal de eso ha sido la época de las telenovelas regionales, la época de las narconovelas que se acercaron a una realidad inmediata. Eso tiene que ver un poco con esa necesidad de sincronía. Ese es el camino: se trata de buscar estrategias de supervivencia económica y creo que los canales públicos, si quieren sobrevivir sin ser absolutamente dependientes del Estado, tienen que plantearse lo que los canales privados nos estamos planteando en este momento: combinar nuestra vocación de broadcaster con la de productores. Que no solamente se produzca para alimentar las pantallas, sino que se produzca para llevar esos contenidos a la mayor cantidad de gente posible, a la televisión abierta, a la creación de streaming, a cualquier cantidad de posibilidades que tiene hoy en día el panorama audiovisual. Claro, sin abandonar los objetivos de hacer registro de lo que está sucediendo hoy y aquí en la región.
DD: Me quedo con lo que dice Dago: en los medios públicos no se trata tanto del canal como del contenido y dónde se ubica. Hay un lugar por construir para esos medios públicos en todas las plataformas, en las redes sociales, en las distintas formas de distribución que hay ahora. Y ahí hay que tener una apuesta estratégica como medios públicos. ¿Cuál es nuestro lugar y cómo lo hacemos respetar? Sí creo que esa pregunta se tiene que hacer más allá de la programación, digamos que monolítica, que tiene la televisión abierta, por decirlo de alguna manera.
Nuestro propósito es desarrollar un indicador que dé cuenta del alcance social de los medios públicos y no tengamos que estar midiéndolos en rating, como se hace con los privados. Eso es absolutamente perverso y no da cuenta del alcance del asunto.
DG: Desde la medición también se proyecta un estilo de televisión. Tal vez por eso en determinado momento empezó la televisión pública regional a parecerse a la televisión privada, porque se miden desde los mismos criterios. Y no debería ser así porque tienen vocaciones diferentes. Lo mismo sucede con el cine: uno no puede evaluar el cine de arte y ensayo, o experimental o como se quiera, igual a como evalúa el cine comercial. Son dos formas distintas pero necesarias, interdependientes, que se necesitan. El cine comercial siempre ha capitalizado y usufructuado los descubrimientos que hace el cine de autor. El jump-cut que se inventó Godard, por ejemplo, hoy en día no hay película de Rambo ni de acción que no lo use. De vuelta a lo nuestro, no son formas excluyentes de televisión. Son complementarias y cada una tiene que financiarse y medirse desde su naturaleza. Me parece clave encontrar la forma de medir los objetivos que tiene esa televisión.
DD: También queremos hacerlo con el cine.
Pero en este momento parece ser X, ¿no? La medida de la televisión o de las comunicaciones parece estar en las redes sociales. Parte en TikTok, parte en Instagram, parte en X. En la discusión pública se mide cómo se perciben los medios.
DG: Cuando estudié Comunicación Social, en la universidad había un énfasis en educación no formal. Analizábamos las experiencias de la televisión pública de Radio Sutatenza, donde se ponía la atención en los procesos de alfabetización. Ese era el objetivo: medir el alcance del proceso de alfabetizar, cuantificado en términos de cómo ese modelo llegaba a las casas a las que llegó. No cuánta gente nos vio, sino cuánta gente fue alfabetizada en el proceso.
Pero no hay esa medición, así que se echa mano de lo único que hay, que es además un sistema complejo, especializado y pragmático, que refleja al país como si fuera un gran mercado.
*Nota: Este encuentro fue coproducido por Cerosetenta, el portal del Centro de Estudios en Periodismo (Ceper) de la Universidad de Los Andes, y GACETA. La conversación fue grabada en el Centro del Japón de la Universidad de los Andes en mayo de 2024.
Un canal de televisión es un contenedor de muchas cosas: formatos, narrativas… Pero, por alguna extraña razón, Colombia es, creo, el único país en el mundo donde los noticieros son éxitos de audiencia. Y están puestos en horarios de prime time. En ninguna otra parte del mundo se va a encontrar que el programa líder de audiencia sean los noticieros: Dago García.
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