Cuando pensamos en la televisión, pensamos en el tiempo de ocio. La televisión, para algunos, es más ociosa que otras actividades propias del tiempo libre: ver películas, leer libros, bailar. Es opuesta al trabajo. ¿Cómo podría entonces una entretenerse —descansar— con historias sobre una oficina? Ya va a ser un año de que Prime Video estrenó Betty, la fea, la historia continúa, la secuela de la telenovela de Fernando Gaitán que tiene lugar en las oficinas de Ecomoda. Más temprano este año, Severance, la serie de Apple TV dirigida principalmente por Ben Stiller, lanzó su segunda temporada. Ambas componen, a su estilo, representaciones cómicas y críticas del trabajo y el tiempo muerto —el más entretenido— en una oficina.
La serie entiende, además, la hipocresía detrás de los discursos —muy gringos— del wellness y del work-life balance (el bienestar y el equilibrio entre vida personal y laboral) y los presenta como herramientas de manipulación: los empleados que han sido divididos creen que son libres cuando en realidad están siendo usados por una corporación.
Severance: una memoria partida en dos
En Severance, los empleados de una empresa han sido sometidos a un procedimiento que divide su memoria en dos: son uno en la oficina y otro en su casa. Cuando los empleados de esta empresa entran a la oficina, olvidan quiénes son afuera de ella; y viceversa. Esto se hace bajo dos premisas. Primero, estas personas trabajan con información sensible que no puede salir de la empresa, así que conviene que, en vez de hacerlos firmar un acuerdo de confidencialidad, simplemente no recuerden nada sobre sus horas laborales. Por otro lado, se supone que el procedimiento les ayudará a tener un mejor equilibrio entre la vida personal y laboral. A la versión laboral de los personajes se les llama «innie» (los de adentro) y a los de afuera, «outies». Esta denominación constituye una segunda separación: dos identidades viven en el mismo cuerpo.
Conforme pasan los episodios, la separación es cada vez más evidente: los de adentro están, por ejemplo, enfurecidos por su situación; mientras que los de afuera ni se enteran. O al contrario: cuando los de afuera se dan cuenta de que han cometido un error al dividir su memoria, los de adentro quieren seguir existiendo, pues su existencia, claro, depende de que el de afuera se presente todos los días a trabajar. Así, los empleados empiezan a ser enemigos de sí mismos: el procedimiento de la separación los ha alienado por completo aun cuando se rebelan.
La serie, pues, critica esta deshumanización que el mundo corporativo ejerce sobre las personas. La junta administrativa de esta empresa considera que los empleados deben ser herramientas de trabajo, que los recuerdos, los traumas, el pasado y las emociones de cada quien constituyen distracciones que obstaculizan la productividad. La serie entiende, además, la hipocresía detrás de los discursos —muy gringos— del wellness y del work-life balance (el bienestar y el equilibrio entre vida personal y laboral) y los presenta como herramientas de manipulación: los empleados que han sido divididos creen que son libres cuando en realidad están siendo usados por una corporación.
Sin embargo, Severance cae en su propia trampa. La historia avanza y ahora, en su segunda temporada, la división entre los de adentro y los de afuera es muy tajante. Realmente han cercenado a los personajes. La serie parece perder de vista que el cuerpo explotado es uno solo y que la existencia de un «innie» —una versión de uno que exista solo durante la jornada laboral— es, en sí misma, una pequeña muerte. Así, los personajes pierden complejidad, pues cada uno es dos en vez de uno, tal y como lo suponía la empresa que los hizo someterse al procedimiento de separación. Después de dos temporadas, no nos han dado un momento de comunión de los empleados consigo mismos (es decir, con la otra versión de sí mismos). Al contrario, se han separado cada vez más y se han enemistado.
La primera temporada, del 2022, terminaba con la intrusión de las versiones laborales (los «innies») en el mundo de afuera de la oficina. Pensé que con eso la serie enunciaría una imposibilidad: no puede separarse al ser humano, pues siempre tendrá curiosidad de saber quién es por fuera del trabajo. Parecía que el autoconocimiento y la introspección iban a ser los motores de la insurrección de los empleados, que la curiosidad por el afuera los liberaría. No fue así. En la segunda temporada, los escritores de la serie hacen realidad las intenciones de la junta directiva de esta empresa: los empleados insisten en ir a trabajar puesto que suponen que sin la oficina morirán. Te hace pensar en ellos, en los escritores de la serie, empleados de una grandísima corporación, y te hace preguntarte si también ellos creen que están actuando con libertad.
Empiezan a verse por fuera de la oficina y en esas horas extralaborales Armando se da cuenta de que no interpreta un personaje para Betty, sino que es ese personaje, la adora. Y entonces ocurre lo que suele pasar en el melodrama latinoamericano: el encuentro de clases sociales.
Yo soy Betty, la fea y el romance de oficina
Muy distinto es el caso de Yo soy Betty, la fea. Todas conocemos la historia: Betty entra a Ecomoda a trabajar como asistente de Armando, miembro de la junta directiva y jefe maltratador. Ecomoda es una empresa que se dedica al diseño y confección de prendas de alta costura. Su diseñador de cabecera, Hugo Lombardi, dice que se dedica a la belleza, al arte y a la sofisticación. Acá hay, pues, otra separación: la de Betty con su entorno laboral. Betty es fea y la empresa en la que trabaja se dedica a la belleza. Sin embargo, ella va al trabajo todos los días con su fealdad. Ha encontrado un grupo de amigas, «el cuartel», con las que almuerza todos los días y con las que podría quejarse del trabajo libremente. Digo que podría quejarse porque en realidad Betty no se queja. Se apura por cumplirle a Armando, se angustia, se estresa, trasnocha y hace torcidos; pero rara vez se queja. A pesar de que él le grita, la insulta y le paga muy mal, Betty se enamora de él.
Yo soy Betty, la fea se transmitió de 1999 al 2001 de lunes a viernes y obtuvo siempre un rating consistente. Los empleados de empresas, pues, llegaban a casa al final de la jornada laboral a ver las historias de una oficina. Y es que Betty usa un método más efectivo para criticar el trabajo: la risa. Como en la serie The Office —que, como Betty, tiene más de una versión por el mundo—, en Betty los personajes hacen de todo excepto trabajar. Lo cierto es que no podríamos entretenernos viendo a unos empleados trabajar. Nos regocijamos cuando, en los pasillos, los personajes le roban tiempo al empleo para coquetearse, para quejarse del jefe o para preguntarse si ya les pagaron el sueldo, para imaginarse qué harán con él. En ese cuchicheo es que tiene lugar la rebeldía entre los empleados de Ecomoda —tan serviles y lambones de cara a los jefes—. Nos reímos cuando el cuartel se congrega a repartir chisme y queja, y nos alegramos de la, cada vez más frecuente conforme avanza la telenovela, irreverencia de las feas con los mandos medios de la oficina. En Betty, la fea, la historia continúa (2024), incluso, los rumores son también sobre el funcionamiento de la empresa y las (nulas) prestaciones de los trabajadores. Cuando estos chismes llegan a oídos de Hugo, que hace parte de los mandos medios, este tiene también su momento de rebeldía y organiza protestas y paros de trabajadores bajo el apodo de Cindy Calixta. Volvemos a reír por verlo cómplice del cuartel. Con la risa somos, en parte, vengados. Desde antes de que llegaran los discursos de representación a la televisión colombiana, ya Betty nos hacía sentir acompañados.
Como decía, en la telenovela original Armando no solo le grita a Betty y la hace trabajar de más, también la hace cometer delitos. La pone a hacer piruetas financieras para proteger a Ecomoda de las consecuencias de su mala administración. Para manipularla, decide seducirla. Le deja regalos en su escritorio con notas de amor mientras se queja con su amigo del asco que le da besarla. Por momentos, es difícil entender por qué Betty, tan buena en su trabajo y con una ética profesional impecable, es capaz de enamorarse de Armando. Pero es que en esta telenovela no hay tal división del personaje. Ella sabe que lo que Armando le pide es incorrecto e ilegal, pero ya está enamorada de él. A diferencia de Severance, esta telenovela hace que la mujer enamorada tenga que conciliar con la empleada, son la misma. Y va más allá: nos alcanzamos a preguntar si son los gritos y el desprecio de Armando lo que, en primera medida, enamora a Betty. Este es un personaje indivisible, que se mira al espejo en las noches y escribe en un diario íntimo.
Armando, pues, se hace el enamorado. Y haciéndose el enamorado, se enamora de Betty. Se hace indivisible como ella. Empiezan a verse por fuera de la oficina y en esas horas extralaborales Armando se da cuenta de que no interpreta un personaje para Betty, sino que es ese personaje, la adora. Y entonces ocurre lo que suele pasar en el melodrama latinoamericano: el encuentro de clases sociales.
Betty se atreve a hacer lo rotundamente opuesto a Severance. A diferencia de los personajes de la serie, los empleados de Ecomoda saben que están esclavizados y se quejan, se reúnen, se ríen, ponen apodos, se pelean, la montan. Betty, en especial, sabe qué es lo que la tiene presa de otra voluntad, que está enamorada de su jefe. Y lo sabe porque, a pesar del maltrato, sus traumas, su vida familiar y sus emociones no le han sido cercenadas. Alcanza la consciencia plena cuando se entera de que los regalos y coqueteos de Armando eran parte de su plan de manipulación. La tristeza la libera y, despechada, revela el famosísimo balance real, dice la verdad. Todas conocemos el final: solo Betty puede salvar a Ecomoda y se vuelve, para placer de nosotras, la jefa de quienes la maltrataban.
Es cierto que el sistema laboral que nos hemos inventado nos aliena. Es verdad que a veces nos hace creer que somos libres para esclavizarnos más. Sin embargo, de Betty surge otra pregunta: ¿por qué nos quedamos aun cuando lo sabemos? Para responderla —o incluso para evadirla— están los más de trescientos episodios de la historia de cómo un corazón roto salva una empresa.
Ministerio de Cultura
Calle 9 No. 8 31
Bogotá D.C., Colombia
Horario de atención:
Lunes a viernes de 8:00 a.m. a 5:00 p.m. (Días no festivos)
Contacto
Correspondencia:
Presencial: Lunes a viernes de 8:00 a.m. a 3:00 p.m.
jornada continua
Casa Abadía, Calle 8 #8a-31
Virtual: correo oficial –
servicioalciudadano@mincultura.gov.co
(Los correos que se reciban después de las 5:00 p. m., se radicarán el siguiente día hábil) Teléfono: (601) 3424100
Fax: (601) 3816353 ext. 1183
Línea gratuita: 018000 938081 Copyright © 2024
Teléfono: (601) 3424100
Fax: (601) 3816353 ext. 1183
Línea gratuita: 018000 938081
Copyright © 2024