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«No voy a permitir que todo sea aceleración»: Fernanda Trías

29 de octubre de 2025 - 12:43 pm
La escritora uruguaya, que con El monte de las furias (2025) ganó su segundo premio Sor Juana Inés de la Cruz, habla sobre las imágenes inconscientes de su narrativa, las voces que impulsan su creación y cómo enfrenta prisas y presiones.
Con El monte de las furias (Penguin Random House, 2025), la uruguaya Fernanda Trías fue la ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz, que reconoce la excelencia del trabajo literario de mujeres de Hispanoamérica. El jurado destacó «el ritmo del lenguaje poético» de El monte de las furias, que «se enraíza en la tradición narrativa latinoamericana, reconfigurándola mediante un excepcional punto de vista femenino lleno de hallazgos y matices». Fernanda ya había conseguido el premio en 2021 por Mugre rosa; solo la mexicana Cristina Rivera Garza se lo había ganado dos veces. Foto de Carlos Escobar.
Con El monte de las furias (Penguin Random House, 2025), la uruguaya Fernanda Trías fue la ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz, que reconoce la excelencia del trabajo literario de mujeres de Hispanoamérica. El jurado destacó «el ritmo del lenguaje poético» de El monte de las furias, que «se enraíza en la tradición narrativa latinoamericana, reconfigurándola mediante un excepcional punto de vista femenino lleno de hallazgos y matices». Fernanda ya había conseguido el premio en 2021 por Mugre rosa; solo la mexicana Cristina Rivera Garza se lo había ganado dos veces. Foto de Carlos Escobar.

«No voy a permitir que todo sea aceleración»: Fernanda Trías

29 de octubre de 2025
La escritora uruguaya, que con El monte de las furias (2025) ganó su segundo premio Sor Juana Inés de la Cruz, habla sobre las imágenes inconscientes de su narrativa, las voces que impulsan su creación y cómo enfrenta prisas y presiones.

En algún momento del año 2019, mientras escribía su novela Mugre rosa, la escritora  uruguaya Fernanda Trías (Montevideo, 1976) se mudó. Desde 2015 vivía en Bogotá, y pasó de vivir en un apartamento con ventanas hacia la ciudad, que por las noches, entre las luces y el paisaje de cemento, parecía rodeado de luciérnagas, a uno que miraba hacia las montañas. 

Entre su ventana y esa masa verde e imponente que cerca la ciudad no había nada. Entonces empezó a mirar. 

Después vino la pandemia por coronavirus. Las medidas de aislamiento en Colombia fueron estrictas. Entonces Fernanda siguió mirando. Y empezó a ver cosas que nunca había visto: la forma de los árboles, el matiz de los colores, las texturas, las pequeñas transformaciones que solo puede notar quien dedica tiempo a la contemplación.

Pensó en dos cosas: en lo poco y en lo mal que miramos, y en esa voz que se le venía a la cabeza cada vez que miraba ese paisaje. Era la voz de una mujer —sus narradoras siempre han sido mujeres— que le hablaba de una montaña, de una ciudad a los pies de esa montaña, y, también, de una forma de estar en el mundo. 

Así surgió El monte de las furias (Penguin Random House, 2025), la novela por la que la autora acaba de ganar el premio Sor Juana Inés de la Cruz, que reconoce la excelencia del trabajo literario de mujeres de Hispanoamérica. El jurado destacó «el ritmo del lenguaje poético» de El monte de las furias, que «se enraíza en la tradición narrativa latinoamericana, reconfigurándola mediante un excepcional punto de vista femenino lleno de hallazgos y matices». Fernanda ya había conseguido el premio en 2021 por Mugre rosa; solo la mexicana Cristina Rivera Garza se lo había ganado dos veces.

De alguna manera, Mugre rosa y El monte de las furias dialogan en una misma búsqueda —desde la forma, desde el lenguaje, desde la estética— aunque proponen historias muy diferentes. Mientras que Mugre rosa contaba la historia de una mujer que lidiaba con el cuidado de un niño en medio de una ciudad que se venía abajo por un virus misterioso transmitido por vientos tóxicos, El monte de las furias recorre los días de una mujer que vive sola en medio de una montaña.

«Recibir este premio es un gran orgullo, soy consciente de que es muy improbable ganarlo dos veces y menos con dos novelas seguidas, pero sobre todo lo recibo con mucho agradecimiento hacia el jurado», dice Fernanda, a través de un mensaje de Instagram, en medio de las felicitaciones que le llegan desde todas partes. «Lo tomo como un reconocimiento a las decisiones estéticas que tomé al momento de escribir este texto, que partieron del trabajo que empezó con Mugre rosa pero que intentaban ir más allá en mi búsqueda literaria, asumiendo ciertos riesgos nuevos para mí. Haber recibido este premio me hace sentir que esa búsqueda fue valorada y eso no deja de ser muy gratificante». 

Unos días antes de ganar el premio, desde una residencia de artistas a unas tres horas de Roma, en Italia, donde estaba terminando de escribir su próximo libro de cuentos,  Fernanda habló sobre el proceso de escritura de su última novela, sobre literatura, territorios y principios.

El monte de las furias (Penguin Random House, 2025), de la uruguaya Fernanda Trías. Una mujer vive en la ladera de la montaña, entre la neblina que baja y el follaje feraz. Su misión es cuidar los linderos, avisar al celador de cualquier anomalía. En sus cuadernos escribe sobre su rutina parsimoniosa y los recuerdos de una infancia marcada por una madre brutal y por el deseo insatisfecho de aprender. Al fondo, se escucha la cantera y el ruido de las camionetas blindadas sobre la destapada. Un día aparece en su jardín un cuerpo, y turbados y cuidadosos de no llamar la atención, con el celador deciden enterrarlo. Pero aparece otro. Y otro y otro y otro…
El monte de las furias (Penguin Random House, 2025), de la uruguaya Fernanda Trías. Una mujer vive en la ladera de la montaña, entre la neblina que baja y el follaje feraz. Su misión es cuidar los linderos, avisar al celador de cualquier anomalía. En sus cuadernos escribe sobre su rutina parsimoniosa y los recuerdos de una infancia marcada por una madre brutal y por el deseo insatisfecho de aprender. Al fondo, se escucha la cantera y el ruido de las camionetas blindadas sobre la destapada. Un día aparece en su jardín un cuerpo, y turbados y cuidadosos de no llamar la atención, con el celador deciden enterrarlo. Pero aparece otro. Y otro y otro y otro…

Cuando decís que te aparece la voz de la protagonista, ¿a qué te referís? ¿cómo sucede esa aparición y qué es concretamente lo que empezás a encontrar?

Empiezo literalmente a escuchar una voz que me habla. En general siempre son narradoras, y empiezo a escuchar su voz, que me empieza a hablar. En este caso, ya en 2019 empecé a escuchar que la narradora hablaba de lo que está en el primer cuaderno del libro, especialmente, que es más descripción del entorno, dónde vivía ella, cómo era ese espacio, la casa, el jardín, el alambre, la montaña, cómo se veía la ciudad allá abajo, empecé a ver todas esas imágenes y su voz. Enseguida noto un tono y por el tono también me empiezo a dar cuenta más o menos cómo es el personaje, porque obviamente es una mujer que habla muy simple, y empiezo a entender más o menos cómo es esta voz que me habla. Y es así, literalmente es por el oído. Luego sí viene acompañado de algunas imágenes, pero yo sentía que ella me decía yo vivo en una casa chica, yo vivo sobre una montaña que es un monte empinado, que es como empieza el primer cuaderno. Anoté todo eso, de hecho llené una libreta chica con todos estos apuntes. Cuando me senté a escribir, la libreta ya estaba totalmente llena. Y ahí empecé a pasar en limpio y a expandir. 

Me decías que la narradora habla de una forma muy sencilla, pero al mismo tiempo tiene momentos de una belleza poética, como si su lenguaje tuviera siempre dos capas. ¿Ese movimiento también te venía con su tono y con su voz o fue una búsqueda que hiciste después?

En Mugre rosa la narradora era más parecida a mí, en el sentido de que era una mujer urbana, educada. Y yo sentí un alivio de volver a otra manera o a otra sencillez, pero sí quería que, a pesar de esa sencillez de recursos que ella tiene al momento de expresarse, pudiera llegar a lugares inesperados, que te permitiera mirar la misma cosa de otra manera. Y en realidad eso es lo que hace la poesía. La poesía hace eso: vos podes leer un poema sobre una silla, sobre un tenedor, y te hacen ver esa cosa de una manera nueva, como si lo miraras por primera vez. Y yo quería un poco lograr acceder a esa manera de mirar, que estuviera llena de una especie de inocencia y por otro de gran sorpresa al momento de ver las cosas, como si ella pudiera arrojar una mirada nueva sobre las cosas. 

El tema de la voz lo tuve que ir afinando. Yo empiezo a escribir y después empiezo a afinar un poco más y al ir afinando la voz y el ir dando con cómo quiero que sea el tono, vuelvo a arrancar y voy emparejando. Entonces, tal vez, el primer tono con el que empecé a escribir era más oral y tenía menos licencias poéticas. Luego sí lo fui ajustando para que se fuera más para ese lado. También quería que empezara ella mucho más tímida en ese sentido, y se fuera soltando de a poco, que se sintiera como que estaba más retenida en el primer cuaderno, y a medida que va pasando al segundo, al tercero, fuera encontrando una mayor libertad en su propia lengua, en su propia expresión, que tiene que ver con esa fuerza que ella va gananado, ella diría que es una fuerza que le prestó la montaña. Ella se va liberando y con ella también su lenguaje. 

Hay un paralelismo entre tu búsqueda y trabajo con el lenguaje y la suya, porque ella lucha con las palabras para nombrar las cosas de la manera más bella posible, y de alguna manera, esa lucha por la precisión, es la lucha de quienes escriben.

Sí porque también la búsqueda de ella no deja de ser una búsqueda. Sí, eso que decís, es una búsqueda por cómo nombrar, por cómo encontrar la precisión. Por ejemplo cuando dice «no expliqué bien lo de los pinos, por eso les tomé una foto», ella siente que choca contra los límites de lo que ella puede expresar mediante el lenguaje y entonces recurre a otras herramientas, como las fotos o los dibujos, porque siente que el lenguaje tiene limites. Y en realidad, sí, como vos decís, todas esas relexiones y esa búsqueda de precisión son también mi lucha. Mi lucha es cómo ir a lo más preciso posible, cuál es la imagen más precisa para expresar eso que quiero expresar. Yo, Fernanda, me identificaba con ella, entonces de alguna manera, yo podía comprender esa desesperación, esa sensación de decir «no lo hago lo suficientemente bien, tiene que haber una manera mejor para explicar esto, para decirlo, para que escribir de alguna manera sea como dibujar con palabras». 

En tus historias anteriores el tema del cuidado está presente de diferentes formas. En esta aparecen cuerpos que la protagonista cuida y trata con mucha delicadeza, ¿por qué?

No sé por qué aparecen cuerpos. Lo primero que diría es que no fue una decisióin. Están porque los vi, en determinado momento vi que aparecía un cuerpo y dije ¿qué es esto? Mi manera de escribir es muy intuitiva, yo no planeo nada, voy revelando sobre la marcha. Obviamente no es la única manera que existe de escribir, pero a mi no me pasa de tener toda la historia en la cabeza. La misma sorepresa también la comparto porque se me aparece. Creo que tengo un talento para aceptar esas cosas que se me aparecen, yo no lo resisto. Si se me aparecen, confío que es por algo y que por algún lado me van a ir llevando. Y para ese momento en que se me apareció el primer cuerpo, el segundo, el tercero, yo ya entendía más a mi personaje y justamente por entenderla más era natural que ella tuviera esa actitud del cudado.

¿Por qué se me aparecieron? No lo sé, podría  hacer un poco de arqueología del incpnciente, y pensar en que tiene mucho que ver con cosas que me afectan emocionalmente, obviamente que los años viviendo en Colombia leí muchas noticias de cuerpos que aparecen de la nada, se realizan masacres y después se encuentran esos cuerpos, eso a mi me conectaba mucho con los desaparecidos de la dictadura. No sé, creo que es una mezcla de muchas cosas. Por Mugre rosa viajé mucho a México y hay una crisis de desaparecidos tremenda, los desaparecen por trata, por reclutación forzada, sicariato, trabajo forzado, unas cosas terribles. Todo eso se fue mezclando con imágenes y de alguna manera termina así, siendo escupido por el inconsciente, así como la protagonista sentía que a estos cuerpos los escupía la montaña. Y yo pensaba es muy loco porque si acá en Colombia yo salgo al jardín y me encuentro un cuerpo, no es tan raro.

Y para tu personaje no es tan raro tampoco.

Claro, lo naturaliza. A partir de esa naturalización, tal vez se podía lograr comunicar más el horror que mediante otras maneras posibles de tratar esos temas de la violencia. ¿Qué pasa si hay una naturalización total? Ahí es cuando ella empieza a ocuparse ellos, a enterrarlos. Ahí empiezo a entender que el personaje, al hacer esta tarea de cuidado, es como si fuera una enviada de la montaña, porque al enterrarlos los devuelve al seno de la montaña para que ella puedo volverlos a reintegrar. 

¿Cómo es tu vínculo con Colombia y con Bogotá?

Es un vínculo raro, porque me sigo sintiendo extranjera. Hace ya diez años que vivo acá, pero me sigo sintiendo extranjera. No es como Buenos Aires, que me integró como parte de la ciudad. Colombia se resiste más a eso, tal vez por mi acento, o porque me ven muy  extranjera. Y es tan diferente, es distinta la cultura, sobre todo saliendo de Bogotá. Bogotá es una gran ciudad, cosmopolita, pero en cuanto pones un pie afuera de la ciudad, es otro universo. Pero, al mismo tiempo, mi sensación de pertenencia se afianzó muchísimo a través de la docencia, porque yo tengo muchas generaciones de exalumnos, escritores jóvenes que pasaron por mis talleres o por los cursos que doy en la universidad. Y con el paso de los años una va cosechando esos vínculos, en general con gente joven, que escribe y que empieza a publicar. Entonces mi arraigo viene por ese lado, por esos escritores jóvenes con los que tengo vínculo.

¿Qué tan de acuerdo estás con eso que ya han dicho muchos escritores y escritoras de que cada vez que una escribe, aunque sea la más grande de las ficciones, está hablando sobre una misma?

Yo creo que siempre se está hablando de uno mismo en el sentido de que la manera en la que yo escribo, muy levreriana si quiere, tiene mucho que ver con las imágenes inconscientes, yo no cuestiono. Como decía, si se me aparecen estos cuerpos, no me pregunto por qué, no trato de entender, lo tomo. Y en ese talento está hablando de mí lo que escribo, sin dudas, lo que pasa es que está totalmente transmutado. A mí lo que me interesa es aceptar con materiales internos, pero que hay una reelaboración, que es la reelaboración artística, que lo transforma en otra cosa. Luego, siempre siento también que nada de lo que se narra en mis historias tiene nada que ver con mi biografía, pero puedo conectar con las emociones, entonces digamos que la ira, esa rabia que la desborda al personaje de El monte de las furias, la puedo entender, puedo conectar con esa furia. En las novelas anteriores también podía conectar con el miedo, con el dolor, con los deseos, entonces siento que ese es el núcleo duro, quieras o no estás hablando de vos, de una manera muy transmutada. 

En la novela hay una parte en la que el celador le propone a la protagonista que escriba una novela que sea fácil, que se lea rápido, y me preguntaba si vos, después de todo lo que pasó con Mugre rosa, sentiste esa presión de escribir ya y de publicar ya. 

No, finalmente publiqué cinco años después de que salió Mugre rosa

¿Pero en esos cinco años, en ese proceso, sentiste una presión por sostener el momento? 

No, yo no me dejo presionar. Me intentaron presionar, por ejemplo, de la editorial. Incluso en 2023 me dijeron que me iban a poner en el catálogo de 2024 y yo podría haber dicho sí, prográmenme, pero el tema es que la novela no estaba terminada, entonces yo no iba a permitir que me programaran cuando yo no la tenía terminada. Eso de alguna manera implica una presión. Yo mandé la novela al editor en noviembre de 2023, y fijate que salió en enero de 2025. Porque, claro, yo no dejé que se programara antes. Luego había unos tiempos editoriales muy particulares que había que respetar. Para mí estaba todo bien. Tuve la novela un año y medio terminada ahí, esperando. Y yo sé que genera ansiedad, pero al contrario, yo agradezco que haya tiempo para todo. Porque además Mugre rosa seguía sonando mucho y seguían saliendo traducciones, yo seguía hablando sobre Mugre rosa, entonces pensaba que si Mugre rosa todavía estaba haciendo su camino, no había apuro. Y me parece que está bueno tratar de no entrar en esa maquinaria que te quiere apurar y que te lleva a que vos misma te apures. 

De hecho esta novela y lo que propone es casi una declaración de prinicipios de la forma de transitar y entender al tiempo.

Totalmente. Es exactamente eso. No hay nada que me genere más rabia que cuando he leído por ahí que los medios o algunos periodistas hablan de una «novela que no tiene trama». Es un absurdo total, porque la trama es todo. No me imagino a esas personas hablando de las novelas de Clarice Lispector, directamente hubiesen dicho esto no es una novela, es cualquier cosa, no tiene trama. Para mí trama es la vida entera, todo lo que pasa es trama, si hay una vida es trama. Tal cual, es una declaración de principios en muchos sentidos, pero sobre todo eso que mencionabas de decir que hay un tiempo que es valioso, que es el tiempo de la lentitud, el tiempo de mirar, un tiempo que tiene que ver con esto, la vida, la muerte, las hojas que caen, la vida que se renueva. No voy a permitir que todo sea aceleración. 

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