En agosto, Lina María Garrido, la congresista araucana, le dedicó un poema al expresidente Álvaro Uribe. En un video, publicado en su cuenta de Facebook, aparece sentada al lado de Uribe, ambos con un sombrero negro, mientras le lee su poema. Uribe, visiblemente emocionado, le contesta con su singular forma de hablar: «Toda la gratitud por tanta generosidad y, no puedo esconder algo, mi admiración enorme, como la de millones de colombianos, por la doctora Lina, y mi afecto al gran pueblo araucano».
Garrido, representante a la Cámara por el partido Cambio Radical, salió del anonimato político cuando hizo la réplica al discurso del presidente Gustavo Petro durante la instalación de la cuarta y última legislatura del Congreso en este periodo. Su intervención se hizo viral tanto por su vehemencia —en su discurso pretendía «desenmascarar» al presidente, enumerando una por una, todas las mentiras del gobierno—, como por su figura, la de una mujer de origen popular proveniente de una de las regiones del país más afectadas por el conflicto.
¿Por qué la puesta en escena del poema? Porque ese fue el premio que recibió por la réplica a Petro: ser una ungida más de Uribe, el indiscutible líder de la derecha colombiana, cada vez con menos poder, pero sin que haya surgido todavía una figura autoritaria como él que lo reemplace. ¿Quizás estaba negociando un eventual apoyo para llegar al Senado en las próximas elecciones? Pues todo parece indicar que el destino de las mujeres en la derecha colombiana sigue pasando por el aval de Uribe.
Las senadoras Paloma Valencia y María Fernanda Cabal llevan años buscando ser las candidatas presidenciales oficiales de su partido, pero nunca han recibido su apoyo. Las opciones de Uribe son casi siempre copias de él mismo: jóvenes blancos, rubios, de ojos claros, es decir, representantes de la masculinidad blanca. La destacada antropóloga Mara Viveros Vigoya afirma que el uso mediático que Uribe hizo de los valores asociados a la masculinidad y a la «blanquidad» durante su gobierno le permitieron aumentar su popularidad, de ahí que siga buscando ese mismo «patrón» en sus sucesores.
Hace unos días, un amigo me recordó que Juan Manuel Santos nunca fue el candidato de Uribe. La apuesta de Uribe para las elecciones de 2010 era Andrés Felipe Arias, pero, en la consulta del Partido Conservador, Noemí Sanín le ganó a Arias por casi 40.000 votos. Uribe, reconocido por su misoginia, no iba a apoyar a Sanín, así que Juan Manuel Santos, con su buen olfato político, encontró la oportunidad perfecta para lanzar su candidatura. Uribe se vio obligado a apoyarlo, pero nunca fue su candidato, por lo tanto, ese odio que le profesa a Santos por no haberle cuidado sus «tres huevitos» es infundado, o al menos ese no es el origen.
La historia se iba a repetir en las elecciones de 2026, el candidato de Uribe era Miguel Uribe Turbay, pero su asesinato lo dejó sin un sucesor claro. Por eso, Uribe le ofreció a Paloma Valencia la cabeza de lista al Senado, e impuso la candidatura del padre de Uribe Turbay sin consultarlo con ellas. Aunque Valencia y Cabal digan que irán hasta el final, saben que es Uribe el que tendrá la última palabra.
No tengo nada en común con las mujeres que militan en partidos de derecha más allá de ser una mujer cis y ser colombiana, pero no puedo dejar de ponerme en sus zapatos y pensar cómo se puede ser tan sumisa. ¿Qué se siente saber que tu carrera política depende de las decisiones de un misógino? ¿Que no puedes ascender en el partido sin su permiso? Siempre he denunciado la falta de democracia en el campo de la izquierda, pero en la derecha estamos ante una falta de democracia aberrante: las mujeres en torno a Uribe, el gran patriarca, están ahí para demostrarlo.
A diferencia de varios países europeos, en Colombia los partidos de derecha todavía no tienen lideresas políticas importantes como Marine Le Pen en Francia; Giorgia Meloni, presidenta del Consejo de Ministros de Italia, o Alice Weidel, militante del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), quienes han instrumentalizado la causa de las mujeres para profundizar sus políticas antiinmigración y pedir el cierre de fronteras.
Detrás de esa retórica está lo que la socióloga italiana Sara Farris ha denominado «feminacionalismo» o «nacionalismo feminista», es decir, la instrumentalización del feminismo, de la igualdad de género, y del combate a la violencia contra las mujeres con fines racistas y xenófobos. Las mujeres de los partidos de extrema derecha no están preocupadas por los derechos de las mujeres, ellas usan ese discurso para estigmatizar a los hombres musulmanes y «salvar» a las mujeres musulmanas del peligro que ellos representan. En el fondo, lo que defienden son los derechos de las mujeres blancas de clase media y alta como ellas. Por esto, no es correcto denominarlas «feministas de derecha», en realidad son lideresas de partidos de extrema derecha instrumentalizando los avances de la causa feminista.
En cambio, la derecha colombiana todavía no ha tenido un relevo de liderazgos, pues sigue gravitando alrededor de la figura de Uribe y de sus políticas, quien ha encarnado como nadie la figura masculina autoritaria en la política y quien sigue tomando las principales decisiones en su partido. Las mujeres que militan en la derecha todavía no han tenido que salir a instrumentalizar el feminismo, pues su principal bandera sigue siendo el discurso uribista por excelencia: el de la «seguridad» y recuperación del orden público; siguen recurriendo a la retórica de la «mano dura» y son a favor de que les digan que tienen los «pantalones bien puestos», reforzando esas características asociadas a la masculinidad. Y mientras Uribe tenga ese poder, muy pocas cosas cambiarán. Por esto, no dejo de preguntarme: cómo se sentirá ser tan sumisas y cómo harán para aguantar tanta ignominia.
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