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Los caminos del agua

Un recorrido por las tradiciones, los saberes, la culinaria, los cantos y el agua del Pacífico que configura la cultura de las comunidades negras. Así es como un río determina un nombre.
Camilo García Valencia, de dieciocho años, se baña en las aguas claras del río Yurumanguí, a ocho horas en lancha de Buenaventura, Valle del Cauca. Varios jóvenes acuden al río al caer la tarde durante el fin de las festividades tradicionales de Manacillos, que se celebran en Semana Santa en la vereda Juntas. Según los mayores de la comunidad, solo al final de estas festividades únicas y ancestrales los junteños pueden bañarse en el río, marcando así el retorno a la normalidad —el trabajo en las minas— y la despedida de los matachines, el principal personaje de estas celebraciones. Foto de Marina Sardiña.
Camilo García Valencia, de dieciocho años, se baña en las aguas claras del río Yurumanguí, a ocho horas en lancha de Buenaventura, Valle del Cauca. Varios jóvenes acuden al río al caer la tarde durante el fin de las festividades tradicionales de Manacillos, que se celebran en Semana Santa en la vereda Juntas. Según los mayores de la comunidad, solo al final de estas festividades únicas y ancestrales los junteños pueden bañarse en el río, marcando así el retorno a la normalidad —el trabajo en las minas— y la despedida de los matachines, el principal personaje de estas celebraciones. Foto de Marina Sardiña.

Los caminos del agua

Un recorrido por las tradiciones, los saberes, la culinaria, los cantos y el agua del Pacífico que configura la cultura de las comunidades negras. Así es como un río determina un nombre.

A las mujeres nacidas en las orillas del Guapi y en los pueblos del Pacífico el río nos da el sustento, el alimento, el aliento y la templanza para vivir la vida. Es la señal del tiempo con las lunas y los truenos que traen lluvia. Nos provee fibras para artesanías y playamos en batea buscando el oro. En el río lavamos, bañamos, jugamos y nos enamoramos; es camino frecuente para ir y venir subiendo y bajando hasta donde el quehacer nos dé las señales de sabiduría innata que nos trasciende en generaciones. 

Aquí, el río donde nacemos determina el gentilicio y suscribe identidades territoriales (guapireño/a, napireño/a, guajuireño/a). También demarca a la familia extensa con su repertorio de apellidos, y las historias de pobladores, que exaltan los oficios varios donde se mezclan el laboreo y el arte de mujeres y hombres. En la memoria colectiva pervive la historia del agua: forma los caminos que llevan y traen la esencia de quienes hemos aprendido por siglos en los extensos ríos que viajan, desde las cabeceras hacia las bocanas y las imponentes playas entre exuberantes esteros poblados de mangle y de barro. 

Las mujeres del estero muchas veces están sin la compañía de un hombre. Crían a sus hijas y las sostienen con pujanza; mantienen el hilo conductor de la corriente y del hilero con la fuerza y la figura de lo que van construyendo con juicio, esmero y paciencia en los ríos de Guapi. 

Las lunas dan cuenta de las mareas en los ríos que van al mar. El tiempo de luna señala los días para navegar y pescar, viajar por el inmenso mar afuera o por dentro de los esteros, disfrutando la belleza y la riqueza del manglar. Con las mareas hay dos tiempos: puja y quiebra. Los vientos señalan los buenos y los malos momentos para andar por las orillas o para salir por alta mar. Hay tiempos de vientos secos sin lluvia ni tempestad, pero también llegan tiempos de intensos aguaceros que obligan a resguardarse y no salir ni a pescar. 

En los oficios del agua, la biodiversidad se observa. Para la pesca de altura, las canoas se aventuran por alta mar, donde están los peces grandes como la cherna y el pargo. De la pesca con trasmallo se obtienen el camarón y algunos peces que abundan cerca de bocanas y bajos. Ahí se valora la suerte que deja ver la cosecha y el beneficio del día. Es oficio de valientes adentrarse en los manglares a recolectar la piangua, el cangrejo y otras especies, caminando en raizales recubiertos de barro, resistiendo jejenes, zancudos y el pejesapo. 

Tal vez la pesca de altura no es oficio de mujeres, pero ellas sí están pendientes a la orilla del estero para comprar o arreglar la producción del día: el pescado de ahumar, el pescado de vender y el que queda para salar. Ahora, si hablamos de piangua, pregúnteles a las piangueras qué tan duro es el oficio de adentrarse en un estero, andando en los raiceros y cobando en el barrial… Pianguar es tarea dura, solo apta para luchadoras de corrientes. 

De junio a octubre, ballenas, cetáceos, hermanos mayores que con delfines caminan, son canto y sabiduría, nos regalan su energía lanzando chorros de agua, cantos, aletas, baile, sinfonía y belleza; seres de un mundo sutil que desde las profundidades nos visitan. 

La travesía de la jaiba tiene su inicio en el agua, muy cerca de los esteros, llegando hasta las bocanas, con cabo que lleva anzuelos y carnada de pescado, bogando con canalete, en banqueta y con potrillo. Si van dos es más fácil y entre conversa e historias se canta el canto de boga, mientras la jaiba va comiendo la carnada que la atrapa. Otro amigo de la jaiba es el camarón chambero, que se coge en el barrizal con canasto o con costal. La almeja es del arenal en playas que bañan el mar. 

De los mariscos del agua son el piacuil, el ostión, la chorga, la zangara, el pateburro y el bulgao, entre otros caracoles, moluscos y crustáceos. También hay distintas especies de peces: la pelada, la canchimala, el gualajo, el barbinche, la barbeta, la palma y el machetajo. A todas estas especies se las encuentra en los bajos, entre la arena y el barro. 

Tradiciones en la pesca y la cocina 

Si vemos a dos mujeres en potrillo, con sombrero y canasto, detenidas en medio del río, échele ojo al canasto para ver lo que pescaron. Las cutapas son pequeñas y en el buche llevan los huevos, para no acabar la especie. Si hay conciencia, no se pescan y se devuelven al agua; los machos son los más grandes y mientras más gordos, más carne. Pescar jaiba es un oficio grato, es un aporte para el diario en la economía de la mujer que sabe pescarla. Es un espacio bonito para pensar y soñar entre amigas. 

La jaiba, el camarón y todos nuestros mariscos son delicias en la mesa: en suculento encocao o en un arroz atollao. Hay otros platos típicos que se cocinan en fogón, con coco o con corozo y con las hierbas de azotea que siembran al pie de la casa. En el mar que entra a los esteros habitados de manglar están los criaderos donde anidan múltiples especies para conjugar la diversidad biológica y cultural, conformando un entramado de ecosistema natural con sabiduría ancestral. 

En la cocina tradicional la sazón de mujeres cambia según la zona demarcada por el río, sea baja, media o alta. Se hacen los platos típicos con los alimentos que proveen los ríos y lo que produce el monte, con aliños naturales que a nadie en la vida enferman. La sazón que la mujer negra lleva en su ADN es natural y sabrosa. Somos diosas para cocinar, para sanar y cantar, para sostener la vida en los ríos y en el mar, conservando y transmitiendo la memoria colectiva. 

El río en la zona media aún es suave para andar y también son otras las artes con las que pesca la gente; son trampas de distintas formas hechas con bejuco y chonta: la matamba, el yaré, la pitigua, el gualte, la guadua y el chacarrás, para armar y para amarrar el catangón o la catanga, para coger la canchimala o el camarón munchillá. También arman en el río los corrales para coger la mojarra y el sábalo, otras delicias del agua. 

El tapao que es el más original, el caldo y el sudao; también hacen el pandao que envuelto en hojas de plátano le da un sabor especial. Otros platos con maíz son el cuscús y el quemapié, una especie de atollaos con carne del monte o del agua, tradición de zona media y zona alta, donde la cosecha cambia y la define la tierra que es buena para sembrar. 

La rocería y el maíz

A la orilla de los ríos los cultivos eran de arroz, tradición que tiene historias de los tiempos de bonanza cuando el producto sí daba para comer y exportar en los barcos que cargados surtían a Buenaventura. Todo esto trae añoranza de buenos tiempos pasados, cuando aún no habían llegado de afuera con los proyectos y con modelos impuestos para producir y organizarse. Eran tiempos en los que las familias y la comunidad definían su sustento con minga o mano cambiada, con tonga y con mamuncia, las formas solidarias para sembrar, deshijar y cosechar. A la tradición de sembrar el arroz y el maíz se le dice rocería, y en el cultivo de arroz el deshije es importante; el arroz costeño, en los viejos buenos tiempos, era una fuente de ingresos, pilar de la economía y de la sana comida. 

El maíz se ha dado desde tiempos inmemorables para alimentar a la gente y a los animales guardados en gallineros y corrales. Del maíz hay mucho que hablar, pues los platos típicos abundan en la cocina tradicional: cachín, envuelto sobao, arepa o majaja, con sopa o con sudado de pescado, con marisco o carne de monte. Las mujeres también hacen dulces preparados con maíz, les echan leche de coco, miel de caña y especias, en los que no pueden faltar las plantas de las azoteas para un sabor natural. Es comida tradicional, más frecuente en zonas medias y altas. 

En la rocería está la tonga, la mano cambiada o la minga, con guarapo y con comida: en los tiempos de abundancia se podía matar un marrano para el evento al que acudían vecinas y parientes, dispuestas a la tarea. La rocería era buena cuando en la minga o la tonga la gente unida trabajaba y cantaba los cantos de laboreo para animar la jornada; las cosechas alcanzaban para vender y comer, para cambiar y regalar, para guardar la semilla y, en los tiempos de la próxima cosecha, todos volver a sembrar. Eran buenas épocas de abundancia, solidaridad y unidad. 

A la zona de montaña la llamamos «partes altas», bañadas por los ríos. Allí la tradición cambia y es un misterio divino. La gente se mantenía en comunidad de forma natural hasta que el conflicto y la violencia llegaron a cambiarles la historia. Vivían comiendo guacuco en sudao con envuelto sobao o con cachín, otros manjares preparados con maíz y pepepán. 

Espantos de vivos y muertos 

De los espantos del agua, fíjese en el Maravelí, el Riviel, o la «Tunda». Si es la Tunda mareña, ella espanta a los muchachos groseros y malcriados que a la mamá no respetan. Se los lleva para el monte entre quebradas y ríos, les da camarón peido y solo es la madrina quien a su ahijado puede ir a rescatar con oraciones, con agua bendita y con cantos. 

A los cambios de hoy en día se suman nuevos temores, son los espantos de vivos que suben y bajan por los ríos. Con poder y sin respeto llegan con nuevas costumbres, explotan los recursos propios, dañan la biodiversidad y transforman la cultura. Traen riesgos y amenazas de muerte y desarraigo, un peligro para la vida de la gente que aún está habitando el territorio.

Los espantos de vivos llegan desde afuera con mensajes de buena vida y riqueza; aunque no se sabe para quién, pues en los pueblos de los ríos la miseria se acrecienta. En salud y educación, no hay presencia ni ocasión. El abandono estatal hace par con los espantos ya que, además de su ausencia, envenenó el territorio con el fatal glifosato que por el aire esparcía con sevicia y sin control, matando todo a su paso. 

Los caminos del agua y sus cantos

El mar, rodeado de bocanas, esteros, pueblos y playas, es donde los ríos se funden en uno solo después de un largo camino de hileros, cantiles, corrientes, empalizadas y veredas, con historias de amoríos, espantos de vivos y de muertos, que se hacen mito con el tiempo y se cantan y se cuentan en la tradición oral. 

Cantamos, siempre cantamos, en nuestra vida cotidiana. Cantamos para ir al río, para lavar, enamorar y pelear, cuando nace y muere alguien; si es muchacho en el chigualo y si es viejo en el velorio, el canto no puede faltar. Cantando espantamos las penas y aliviamos el duro trabajo, les cantamos a los santos y a la Virgen Santísima para que nos protejan y nos libren de todo mal. Es nuestra herencia ancestral. 

Si es fiesta está la marimba. Momentos ceremoniales con bombo cununo y guasá, las cantadoras cantan y los músicos tocan los instrumentos que cuelgan del centro de la sala; con el sentido del oído y con el agua afinaban. Buenos eran otros tiempos en los que la familia extensa se juntaba en unidad con vecinos y parientes que subían y bajaban por el río y desde el mar para alegrarse la vida. El canto es en nuestras vidas alimento para el alma; desde el tiempo de los mayores que clamaban libertad. 

Subiendo o bajando el río se escuchaban cantos de boga, cantos que evocan historias de amores y desamores, las noches de luna eran de claridad inspirada para componerles versos a los amores del alma. De amores en los potrillos subiendo o bajando el río cantaban cantos de boga cuando el ruido de los motores no era tanto como ahora. Como dice la canción: «Comadre Juana María, póngale cuidado a su hija que ya ronca canalete»; es decir, allí va una jovencita en su potrillo contenta con elegancia y encanto, si ella «ronca canalete» puede que tenga, en algún lugar del río, un «amo/río bonito». 

Les decimos «río arriba» a las partes altas donde las playas de piedras, entre el verde de la selva, contrastan paisajes indefinidos en viajes de ríos secos, a motor y con palanca, experticia de marineros y proeros que acondutan con su fuerza el duro camino y hacen segura la ruta. Desde el pueblo hasta los cerros, son eternas horas de viaje dejando atrás la marea, subiendo a la zona media hasta encontrar la corriente, pasando por las veredas donde hay comadres, compadres, tíos, tías y parientes que obligan a la parada o al saludo. Con frecuencia un ayupiii, que hoy se escucha más en mayores: un adiós de tradición que se grita desde el río despidiéndose al pasar. 

En los ríos del Pacífico los caminos son de agua. La vida es un navegar siempre y sin parar. El agua es a los sentidos como el aire es a la vida. Se funde en uno quien el Pacífico habita, desde el tiempo de nacer hasta el día de fallecer. En las tradiciones de vida, la cultura del agua es la esencia que determina de manera indefinida el rumbo por el que se camina. Caminar y navegar son dos palabras que se hacen una:

En el Pacífico la vida

la sostienen las mujeres

por los caminos del agua

con la esperanza del verde

De mar y de río son los caminos,

de las mujeres son las historias

navegantes que caminan

con la luz de la memoria

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