* Para hacer nuestra lista de los mejores discos de la música colombiana del 2025 le preguntamos a veinticuatro personas de la industria musical* cuáles eran sus favoritos. Cruzamos los resultados y el disco ganador fue DÍA, de Ela Minus.
En estos diez álbumes hay electrónica, folk, rock, rap, R&B, cumbia y afrobeat. Hay artistas de Bogotá, Medellín y el Pacífico, unos que viven en Colombia y otros por fuera. Y en el top cinco hay una prevalencia clara de la música hecha por mujeres.
Para pintar un panorama más completo, les contamos que los siguientes diez de la lista fueron Una oportunidad más de triunfar en la vida de Los Pirañas, SENDÉ de Ryan Castro, Iboga de Buha 2030, Todas las aguas de Ana María Vahos, Bien que se padece, mal que se disfruta de Caciopea entre las ruinas, Movimientos Para Soltar el Alma de Ohlaville, Street Rico de Saygi, Bengala de Álvarezmejía, La pista de Juliana y Tropicoqueta de Karol G.
Ahora sí, vamos con los diez mejores discos del 2025 en la música colombiana.
Ela Minus canta melodías para espantar la oscuridad a la que hemos sucumbido. Así lo explica en «Broken», la segunda canción de DÍA, hecho entre Ciudad de México, Nueva York, Londres y Seattle. Pero si en su debut acts of rebellion (2020) la productora y multiinstrumentalista bogotana buscó un espacio colectivo y seguro en la pista de baile, en DÍA se permite lanzar una mirada más introspectiva, de la que brotan nuevos caminos en su exploración interna; no por nada la primera canción se llama «Abrir Monte»: ese monte va por dentro. La electrónica progresiva de Ela Minus guarda la atención minuciosa a la estética de cada acorde, y su habilidad para fabricar sintetizadores desbloquea juegos electrónicos que pueden mover a grandes públicos sin perder su sello de autor; pienso en «QQQQ», por ejemplo. En esta canción, Ela canta que «si va a ser así / que se acabe el mundo», y parece que esa oscuridad de la que hablamos antes toma ventaja en la carrera. Pero mientras reconoce viejos traumas y rompe patrones, temas como «I Want to Be Better» vuelven a ofrecer esperanza. DÍA no resuelve esta tensión, y de ahí la urgencia de los actos de rebeldía que había planteado en su disco anterior. Esta vez, sin embargo, mientras «Combat» se abre espacio con progresiones amplias como el horizonte, el camino parece ser mucho más individual, una cima interna por alcanzar.
«En donde sea que encuentres nobleza, ahí anclas tu voluntad / En donde sea que encuentres certeza, ahí anclas tu voluntad», canta Briela Ojeda —pastusa aun si nació en Londres en el 95— en la canción que le da el título a su nuevo álbum: Andariega. En estas trece canciones, Briela avanza por todo el horizonte que se divisa desde lo alto de un volcán y se detiene en su maldad y sus vicios —«Ay de mí»—, reconoce la madurez incierta que llega con treinta años de vida —«Lúcida»— y se reune con los árboles y el aire que se confunde con la miel —el rock de «La cara de la ortiga»—. Andariega dibuja un sendero infinito, un viaje físico y espiritual que ella recorre con los pies pintados de azul, acompañada por el viento le susurra los secretos de su autonomía y las nubes etéreas que sugieren el renacimiento que hay luego de cada final. En contraste con el pandémico e introspectivo Templo Komodo (2021), que ya la sugería como una de las grandes cantautoras de América Latina, Andariega no solo se abre ante el mundo sino ante toda la música. Al folk andino («Andina»), se suman sonidos como el rock («Quien va a cuidar» y «Abrakadabra», un atrevido juego lingüístico) o el bossa nova («Corazón de miel», que aprendió a ya no quebrarse en las despedidas). En Andariega Briela Ojeda crece hasta ver al sol a los ojos y escuchar sus secretos: con su primer álbum de larga duración reclama todo el mundo como propio.
Frente a la ironía simpática y juguetona de su debut Como pez en el hielo (2017) y la exploración espiritual de Dios y la mata de lulo (2022), Nochenegra muestra un tono de Nicolás y los Fumadores más introspectivo, sombrío, incluso dramático. Los bogotanos ya lo habían advertido en su disco anterior: «solo veo el túnel al final de la luz». Nochenegra, su tercer álbum, es la entrada de lleno en ese túnel empocional hecho de shoegaze y postpunk, sin luz que apacigue el choque. «No es trabajo pero cansa» —una canción cuyo título se repite una y otra vez en Nochenegra— asume la pregunta de cómo vivir del arte en Colombia, si es posible, si es deseable. «El alimento del artista es la comida», afirman más tarde. Esta cuestión no solo define el disco sino que atraviesa su discografía, y había aparecido en canciones como «El túnel», con las opciones de irse a otro país o trabajar en un call center colgando sobre ellos. Esta vez, sin embargo, la decisión se asume, pero también se exploran todas sus consecuencias. Nochenegra es un disco sobre cómo se toman esas decisiones, cómo se lidian con esas consecuencias, como lo demuestra «El Adversario», en el que la noche se burla de nuestro protagonista, que busca alejar a los diablos que lo persiguen. Aquí los diablos tienen distintos nombres: fracaso, decepción, rendición. En «Diablo, qué difícil me la pusiste» hay una voz que dice que los demás son el problema; «vamos a ver qué hay pa’ dañar», añade, y así aparece una posible recaída en ese túnel. La luz buscada en otros discos, y en toda Nochenegra, aparece al final con «La luz del mundo»: «Quiero ser un hombre amoroso y tierno», canta nuestro protagonista. «Quiero florecer».
Luego de tantos años de exploraciones sintéticas de las bestias espirituales y criaturas míticas que habitan los resquicios del pop más heterodoxo, Lucrecia Dalt se mudó al estado de Nuevo México, al sur de Estados Unidos, y se enamoró. Por eso su nuevo disco, luego de ¡Ay! (2022), se trata del amor. Como lo indica el título, no es un disco de amor al uso —entre sus abstracciones conceptuales y musicales, la reflexión amplia y temeraria sobre las conexiones humanas, el emborronamiento de los límites de las texturas etéreas y todas las capas que le dan significado a cada canción—, pero es amor, al fin y al cabo. «Caes», el tercer sencillo, lanzado un día después de que su corazón dejara de latir por ocho segundos durante un ataque epiléptico, habla de cómo lo sublime puede alcanzarse a través de la caída. La colombiana Dalt y su pareja David Sylvian, que coproduce el disco, proponen arreglos suntuosos y un collage de percusiones que suenan como si capturaran ese espacio liminal entre la vida y la muerte, ciertas intermitencias sonoras de puertas que empiezan a abrirse pero se detienen a la mitad, un vaivén constante que desequilibra nuestras certezas. Quizás es esa la sensación de Dalt al hacer un álbum guiado por el delirio erótico, que se enraíza en su vida personal de formas que no habíamos escuchado antes. «cosa rara» se fija en la respiración deseosa de los amantes, con un accidente de tránsito como desenlace. La guitarra que define «amorcito caradura» presenta un momento dulce, tranquilo. Y uno de los momentos más intrigantes de A Danger to Ourselves llega en «mala sangre»: Dalt susurra sobre un «amoroso derramamiento de sangre» que modifica la luz a su alrededor, y así también podríamos definir este álbum.

«Sin silencio no hay música», canta Lianna en «Dibujo con el aire», la introducción de su nuevo álbum Estahabilidad. Esta tensión refleja el proceso que vivió la cantante de Medellín para encontrar una forma de crear que se acoplara a sus ritmos y deseos, y no a los de la industria voraz que la rodea. Estahabilidad, producida en buena parte por El Arkeólogo, equilibra el R&B de Como el Agua (2018) y las exploraciones de Paciencia (2012), y presenta a las amigas de Lianna como esa raíz que le da su habilidad y su estabilidad. La Muchacha la acompaña para lanzar una piedra contra el arsenal bélico en «Arde», traza una carta de amor con Lalo Cortés en «Nada de nada», junto con Mary Hellen reclama su lugar en «Sentir Más» y desde ese lugar alza su voz sin disculparse con Delfina Dib en «Juntas y Revueltas». Y en «Estahabilidad» canta con Briela Ojeda sobre la música y la amistad: «Yo tengo estahabilidad de fundirme en un abrazo / Para que esta hostilidad no me achicopale el paso», entona Lianna. Desde esa base de amistad y amor puede dibujar con el aire, escuchar sus secretos. Abraza a sus amigas y entonces canta de nuevo.

Esta fusión de la música del occidente de África y el Pacífico colombiano expande e intercambia herencias, ritmos y cosmogonías, para revelar una gran fuente común. De un lado está Balimaya Project, de Londres, conocido por su fusión de jazz y mandé, con el djembe y el balafon como instrumentos principales; «balimaya» significa hermandad en malinké. Del otro lado, la marimba caracteriza las propuestas de Bejuco y Semblanzas del Río Guapi, que juntos forman el equipo estelar del sello Discos Pacífico. Así, Calima registra ese intercambio afrodiaspórico, sus viajes y movimientos, como los de esa tormenta de arena del mismo nombre que desde el desierto del Sahara cruza el Atlántico y alcanza América Latina para fertilizar la Amazonía y los bosques de lluvia del Caribe. «Yo Vide al Niño» traza un arrullo lleno de júbilo. «No tengo afanes, tampoco apuros, yo bailo despacio, pero gozo seguro», cantan en «A Life Worth Living» con el optimismo vital que caracteriza el disco. «Nuestro Latido» le abre espacio al afrobeat, «Yo Te Vi» al amor y «I Wish I Knew» al jazz. El recorrido de CALIMA, al igual que el de la calima, tiene varios recovecos y digresiones. Cuando acaba «A Be Tan De!», sentimos como si hubiéramos reconocido un mundo entero que ya desde antes estaba ante nosotros.

Luis7Lunes tiene miedo. El rapero de Afterclass Records conoce una o dos cosas sobre la locura y los errores que vienen con el acelere y Miedo, producido por Ignorancia Sofisticada, lo encuentra en el medio de una pelea que enfrenta a la ansiedad con la paranoia, mientras él, un extraño que nunca se adapta, busca anticiparse a los peores desenlaces, aun si todo está dentro de su cabeza. Miedo llega cinco años después de Audio Descriptivo, poblado de colaboraciones, y tres más tarde que Rap Cum Laude, junto con Vic Deal y Maco Maat. Esta vez, más allá de un verso de Ignorancia en «Mar de leva», Luis se defiende solo. No podría ser de otra forma si, como revela en «La Catedral», cada sesión de estudio es una disputa privada entre los pensamientos que pelean y se ejecutan. «Cuáles enemigos, solo hay uno / Al tipo del espejo me lo lambo desde el desayuno”, rapea en “Viento en popa”. Cada verso lo paga con su propia sangre, y así lo demuestra también en «Goya», sobre un paisaje desolado y sereno como una ciudad dormida de Ignorancia Sofisticada: “Si hasta dudé lo del disco nuevo / Si merezco exponerme de nuevo”, confiesa. Pero al nombrar el miedo, al mirarlo a los ojos, Luis logra conjurarlo; “no es la caída / Es el temor a la caída lo que nos detiene”, afirma en “La Catedral”. Esa mente ansiosa —un cine que así como proyecta rimas geniales también reproduce torturas psicológicas— predice los peores desenlaces: la traición de un amigo, la violencia que aguarda en un taxi de madrugada, nunca volverla a ver. El disco cierra con «Mi piñata», un barco que se aleja lentamente del puerto. «Miedo como nadie, nunca me detuvo / Me tiro de cabeza es como un bruto contra todo», rapea Luis para acabar el disco, y así entendemos que no se trata de que el miedo se disipe sino de que no nos paralice. Luis7Lunes tiene miedo, y de todas formas saca otro disco.

Una primera escucha de este álbum revela un homenaje de una orquesta de Bogotá a uno de los padres del afrobeat, que falleció en 2020. Pero conforme nos adentramos en LA BOA MEETS TONY ALLEN, el tributo muta para tomar la forma de un hechizo que invoca toda la experiencia y habilidad del nigeriano, que diseñó el ritmo del género. A partir de las grabaciones de líneas de batería que Allen dejó en 2011 para Comet Records —sello con el que trabajó por décadas—, la orquesta liderada por Daniel Michel construye un panorama en el que el afrobeat brota de toda la diversidad del altiplano cundiboyacense. Si distingo entre homenaje y hechizo es porque a veces los primeros se solidifican alrededor de la nostalgia y el folclor pretérito. La BOA —Bogotá Orquesta Afrobeat, por cierto— logra trazar un nuevo mapa, flexible y fresco: hay espacio para que N. Hardem rapee sobre sus búsquedas económicas en «Tarifa Plena» o para los cantos de bullerengue de «Te voy a ver»; en general, el álbum refleja los puntos de contacto entre el afrobeat y la música afrocolombiana: «Cuento», con los tumaqueños Bejuco, borra todas las fronteras temporales y geográficas. Esta mirada generosa y amplia permite que una canción del afrobeat más clásico como «La máquina de Tony», que guarda todo el instinto y conocimiento de la percusión de Allen, se sienta expansiva, abierta hacia sus posibles mutaciones. En el encuentro entre La BOA y Tony Allen, entonces, viven nuevos caminos posibles para el afrobeat desde Bogotá. A pesar de su componente póstumo, su mayor mérito es que no es una pieza de museo sino un disco que sigue latiendo.

En Inconcreto & Asociados viven múltiples relatos de la cumbia, entre Buenos Aires, Bogotá y Monterrey. Los músicos invitados amplían la comunidad y presenta las características de estas tres ciudades, donde el grupo liderado por Mario Galeano grabó este proyecto. La base del tropicanibalismo de alta montaña y vanguardia tropical se mantiene, y en cada canción hay puertas hacia las variantes regionales: las guitarras, los vientos, los acordeones, los sintetizadores. Por eso, Inconcreto & Asociados celebra la pluralidad de la cumbia latinoamericana y su capacidad de diálogo entre fronteras musicales, con invitados como Manuel Schaller en el theremin («El Tereminé»), Batori Pardo en la voz para «Negro Gato» y Theon Cross en la tuba para «Paratebueno». Como lo ha hecho desde el principio, Frente Cumbiero rompe el relato nacional y, a dos bandas entre tradición e innovación, se abre a todo un continente como un gran signo de interrogación. Al final del viaje no hay una respuesta definitiva o sólida: el título del disco nos habla de la cualidad aceitosa, difícil de definir o enmarcar de la cumbia. De ahí que, a lo largo del disco, se sienta tan viva.

Desde Toulouse llega un cuarteto enérgico e iconoclasta, Pulcinella. Desde Bogotá llega un poderoso trío femenino, La Perla, compuesto por Diana Sanmiguel, Giovanna Mogollón y Karen Forero. El resultado de esta fusión, que empezó en 2019, se llama Pulciperla, y su álbum Tatekieto trafica bullerengue, funk, champeta, jazz, cumbia y rock sobre saxofones, guacharacas, gaitas, teclados y bajos y percusiones profundas que sacuden todo el cuerpo. «El Gran Godzilla» deconstruye un merengue hasta que se vuelve una secuencia vertiginosa de jazz mientras que «Tatekieto» suena como un Carnaval de Río. En «Croissant», con tonos de ska, cambios de ritmo súbitos y una pulsión electrónica, escuchamos un llamado a probar el cacao cultivado a mano desde la Sierra Nevada y a cuestionar el privilegio blanco. Este gesto es sintomático de cómo Pulciperla aborda grandes ideas desde gestos e imágenes cotidianos, como en el caos tan libre como los vientos de «Tabogo»: las paredes hablan entre punk y maña en la capital colombiana, al mismo tiempo que se teje una red de afectos que hace que ninguna mujer esté sola en las noches amenazantes. La columna que atraviesa estos fragmentos coloridos es una tendencia al borde, cerca de la caída, pero, siempre habilidosos, Pulciperla traen de vuelta la canción antes de que se descontrole. Es como vivir en Bogotá. Y sea dándonos la mano o la lengua, como sugieren en «Tatekieto», este territorio impredecible lo recorremos juntos.
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*Jurado compuesto por nuestro editor web Santiago Cembrano y Juan Diego Barrera (El Enemigo) Ignacio Mayorga (120db), Juan Antonio Carulla (El Enemigo), Andrés Archila (Portal Sur), Danna (Notas al Aire), Fabián Páez (Teoría Pop), Sofía Ariza, Nicolás Gómez, Juan Diego Ortiz (Lúcuma), Loren Sofía Buitrago (El Colombiano), Nicolás Samper (Sony Music), Sofía Rojas, Silvana Rozo, Mariana Correa, Mange, Daniela Franco (OneRPM), Antonio Alarcón (Bime), Nicolás (El Caído Reviews), Daniela Trujillo, Sebastián Narváez (Sudakas Media), Álvaro (Cadencia), Jimena Delgado (El Tiempo), Nathalia Guerrero (070).
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