Son las cuatro de la mañana, aún está oscuro, la luz tenue de algunas celdas ilumina los pasillos, al fondo, entre sombras, se ven cómo emergen siluetas que parecen cobrar vida y semejan el cementerio de los vivos.
El ruido de las rejas es metal rechinando, es el sonido del día esperando «la conyugal».
Ya despiertos se arma una fila interminable para ingresar a las duchas que son comunitarias; solo tres minutos para bañarse. El cementerio ahora se convierte en un spa de belleza, en cada rincón del pasillo y en cada celda todos los presos se embellecen, unos se afeitan las partes íntimas, otros se cortan las uñas, se bañan en loción, se visten con sus mejores prendas.
Todo esto se hace antes de las 6:00 a. m. Todos los que tienen visita están emocionados y orgullosos porque son deseados y, además, después de muchos días, tendrán sexo rudo y salvaje, «sexo entre rejas»; claro está que para lograr esto deben hacer algunas compras en el mercado negro de los afrodisiacos que se dan en el patio.
El Sildenafil, que es una pastilla, y Rhino, que es un ungüento indio. Después de haber usado esto se está listo para dar una experiencia inolvidable a las parejas; se alquilan celdas o se hacen cambuches en los pasillos y en el patio, y allí es donde explotan el deseo y la pasión de días de aguante, los gemidos y las caras de satisfacción están por doquier, esto es cuando hablamos de «la conyugal».
Pero hay otro momento transversal del sexo entre rejas, el sexo entre presos, que se vuelve un secreto a voces y por lo general está mal
visto y rechazado por los mismos presos. Pero esto es una doble moral, cuando un preso es miembro de la comunidad LGBTIQ+, e ingresa al patio a convivir, las hormonas se alborotan y se convierte en galantería de conquista.
Tener una pareja estable con alguna travesti, sin importar si se tiene mujer que lo visite. Estos son los famosos llamados al interior de la cárcel «tapiñados», o sea, que están ocultos de su mujer.
En ocasiones no es solo sexo, y el amor surge entre rejas; por otro lado, las relaciones de sexo que se dan entre presos, suelen terminar en peleas «coge-coge» de puñal. A pesar de lo malandro y macho que se pueda ser, se pelea por su pelo, también llamado por los presos «mi china» o «pareja». El sexo se vive y hace parte de la plenitud de los días sin fin de la cárcel.
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