¿Cómo se podría definir la relación que tenemos actualmente los seres humanos con el agua?
Se puede englobar en la relación que tenemos con el resto de la trama de la vida: una relación de conflicto. Pero decir «los seres humanos» es muy amplio; en realidad, no todos los seres humanos tenemos esta manera de acercarnos a la vida. Hay pueblos y comunidades que histórica y ancestralmente han tenido una buena relación con la naturaleza. Son más bien las sociedades construidas bajo el prisma y la lógica de la mirada capitalista las que terminan estableciendo una relación conflictiva con el agua, con el oxígeno, con la naturaleza y, en general, con toda la trama de la vida.
El problema que tenemos es que el capitalismo se ha convertido básicamente en una especie de fundamentalismo religioso, ofreciendo una lógica sacrificial con tal de que la economía crezca. Después de unos siglos de funcionar bajo esta lógica, sobre todo desde las economías occidentales, nos encontramos ante una profundísima crisis ecosocial, representada con claridad en una crisis del ciclo del agua. Estamos ante el declive de las energías fósiles y minerales debido a una dinámica de extractivismo brutal. Enfrentamos el calentamiento global, que no es más que el cambio en las reglas del juego que organizan todo lo vivo. Está en riesgo el conjunto de la vida y también, obviamente, la vida humana.
Usted misma ha dicho que pareciera que los humanos estamos dispuestos a sacrificarlo todo con tal de que la economía crezca… En contravía han surgido diferentes movimientos y teorías que hablan de «decrecimiento». ¿En qué consiste el decrecimiento y cómo puede llevarse a cabo?
El decrecimiento no es una propuesta política, tampoco es una propuesta ética, es simplemente el contexto material en el que sí o sí se va a desenvolver la vida. No la de las ocho mil millones de personas que habitamos en este planeta, sino la de todo el resto del mundo vivo que, quieran o no, va a vivir con menos energía, menos minerales, menos recursos de la tierra, menos tierra fértil. El capitalismo ha deteriorado toda la base material y ha agotado una buena parte de esos bienes finitos. Por tanto, el decrecimiento no es, como digo, una propuesta política, sino el contexto en el que se va a desenvolver la vida en común. La clave es cómo vamos a afrontar ese contexto. Si se lo dejas al mercado, la lógica es muy simple: quien tiene dinero para pagar lo que desea, lo consigue, y quien no tiene dinero para pagar lo que desea o necesita, se queda sin ello. Si se lo dejamos a ese mercado con una política y corte, digamos, neoliberal y colonial, lo que sucede es que nos abocamos de forma directa a que se instalen sociedades con organización fascista en las que aquellos sectores de la población protegidos por el poder económico, político y militar satisfacen sus deseos, mientras que el resto de la gente se va quedando en los márgenes de la vida.
Ahora, ¿cómo decrecemos si el propósito fuera sostener vidas dignas y decentes para todo el mundo? Tenemos que pensar en dinámicas de redistribución de la riqueza, políticas que garanticen la cobertura de las necesidades y condiciones de vida a todas las personas y en una organización de la vida en común basada fundamentalmente en la prioridad de sostener vidas dignas para todas. El decrecimiento muchas veces se ha organizado bajo el lema de vivir bien con menos; pero resulta que mucha gente no puede vivir con menos, que lo que realmente necesita es más y, por tanto, la clave es cómo se reparte lo que hay y cómo se hace que aquellos sectores de la población, que llevan siglos consumiendo mucho más de lo que hay en sus propios territorios, aprendan a vivir con lo que pueden proveer sus propios territorios.
¿Qué tiene que ver el agua en todo esto?
El agua es un bien absolutamente imprescindible para que exista la vida. Nuestro cuerpo está compuesto en un 65 % por agua, si nos escurren queda bastante poquito. Pero no solamente es que nuestro cuerpo esté compuesto por agua, es imposible pensar en la producción de alimentos sin agua, es imposible pensar en la fabricación de un par de pantalones sin agua. Es imposible pensar en actividades diversas, como pueden ser la agricultura, el turismo o la industria, sin agua. No hay vida humana posible sin agua. En realidad, no hay ningún tipo de vida posible sin agua. Por tanto, en un contexto de cambio climático en el que en muchos lugares la disponibilidad del agua decrece, nos enfrentamos a que no esté fácilmente disponible ni para las actividades humanas ni para las personas. Pongo por ejemplo España: el sur y el este de la península ibérica se están desertizando a pasos agigantados y el norte del país está adquiriendo una dinámica mediterránea. Allí tenemos una economía que usa el agua de una forma despilfarradora. Se han construido campos de golf en lugares que son verdaderos secarrales. Hay territorios en donde se ha instalado un cultivo de regadío en zonas que históricamente fueron de secano, donde, por ejemplo, nunca hubo problemas para cultivar aguacate, pero debido a la demanda de los países enriquecidos, de repente se instala un monocultivo de aguacate tan grande que comienzan a presentarse problemas por el acceso al agua.
Este contexto irracional de uso del agua pierde de vista el hecho de que el agua se organiza en un ciclo que, aunque sea renovable, no se renueva a la velocidad que le gustaría al metabolismo agrourbano industrial. Entonces se da una tensión, un conflicto entre la naturaleza y la vida humana, entre sociedades humanas, entre pueblos, países y comunidades que vamos a tener que abordar, por las buenas o por las malas. Por las buenas es con un diálogo que permita pensar cómo usar una fuente como el agua de una forma racional y justa. Por las malas quiere decir que, aquellos que tienen poder político o militar, se van a adueñar de las fuentes de agua, dejando a otros pueblos, a otras personas sin ella.
¿Cómo podemos, quienes estamos inmersos en estas dinámicas —porque al fin y al cabo la mayoría de nosotros vivimos o hemos vivido en centros urbanos inmersos en este tipo de dinámicas capitalistas—, ver más allá de esta realidad e imaginar un futuro diferente?
Una cuestión absolutamente clave es mirar la realidad cara a cara. Cuando se habla de decrecimiento, los sectores políticos progresistas de izquierda prefieren callar, prefieren no hablar de decrecimiento porque dicen que la gente, cuando tiene miedo o cuando se agobia, se despolitiza. Yo creo que sucede todo lo contrario: tengo bastante confianza en la inteligencia de las personas y en su capacidad de ver las cosas. En mi experiencia, cuando la gente ve que un bien como el agua, que todo el mundo sabe que es absolutamente crucial, escasea o está en riesgo, es mucho más proclive a poner en marcha dinámicas que protejan esa fuente.
Este contexto irracional de uso del agua pierde de vista que el agua se organiza en un ciclo que, aunque sea renovable, no se renueva a la velocidad que le gustaría al metabolismo agrourbano industrial. Entonces se da una tensión, un conflicto entre la naturaleza y la vida humana, entre sociedades humanas, entre pueblos, países y comunidades que vamos a tener que abordar, por las buenas o por las malas. Por las buenas es con un diálogo que permita pensar cómo usar una fuente como el agua de una forma racional y justa. Por las malas quiere decir que, aquellos que tienen poder político o militar, se van a adueñar de las fuentes de agua, dejando a otros pueblos, a otras personas sin ella.
Todo esto supone un conflicto entre quienes se apoderan de lo que es de todos y todas y se benefician económicamente con ello. Es absolutamente necesario que, desde la política pública y también desde la gente, nos organicemos en movimientos sociales y que se hable de estas cuestiones y se expongan con toda su crudeza. Hay que decir que, afortunadamente, una buena parte de la gente ya es bastante consciente de ello, aunque no le sepa poner un nombre o no lo sepa explicar con nitidez, pero intuitivamente sabe que tenemos un problema.
Otro elemento es educativo, y no me refiero a educativo solamente en el plano escolar. Hay una cuestión clave que es la de recuperar, sobre todo en los entornos urbanos, la conciencia de que los humanos somos seres radicalmente codependientes. Es decir, no podemos vivir al margen de lo que la naturaleza produce. Somos seres interdependientes que no pueden vivir en solitario, que necesitan de la comunidad para poder mantener la vida. A partir de esa conciencia sí que podemos empezar a imaginar, a tratar de ver un futuro diferente. Hay que construir una esperanza activa que se cimenta cuando imaginamos el futuro y nos ponemos en marcha hacia él con pasos concretos, pequeños.
Usted ha escrito en sus libros que necesitamos recuperar mitos y ficciones para componer un relato cultural más armónico con la materialidad humana y nuestra relación con la naturaleza. ¿De qué ideas deberíamos alimentarnos para construir ese nuevo relato?
Hay que recuperar la conciencia de que formamos parte de la trama de la vida. La cultura occidental ha aprendido y ha enseñado a mirar el planeta y los cuerpos que lo habitan desde la exterioridad, desde la superioridad y desde la instrumentalización, como si la vida humana no formara parte del resto de la trama de la vida, como si fuera más importante o moral y políticamente superior del resto de la vida; o como si el resto de la vida, el resto del mundo vivo y los materiales y la energía fueran meros instrumentos al servicio de ese ser humano occidental. Esa arrogancia que nos ha hecho pensar que flotamos por encima y por fuera de la tierra y de los cuerpos ha estado sostenida sobre una serie de ficciones. Una de ellas tiene que ver con la colonialidad: la cultura capitalista no hubiese sido posible de no ser por una dinámica de saqueo que empezó hace ya varios siglos con la invasión de lo que hoy llamamos continente americano y que continúa, a mi juicio, hasta el día de hoy, con una fuerza y una violencia terribles. Esto ha generado una dinámica de ecocidio y genocidio en los territorios.
Se trata de una forma de entender el conocimiento y la ciencia basada en la lógica del dominio. Es decir, había que conocer para do-minar la tierra y a otros seres vivos. Todo esto se envuelve en una dinámica que supedita el beneficio a una idea de progreso que ha estado basada en una ilusión de falsa emancipación: la posibilidad de vivir emancipados de la tierra, de nuestro propio cuerpo, de sus límites y de su final, que es la muerte. Así, vivimos de alguna manera también emancipados del resto de las personas.
Esto se organiza con una lógica patriarcal que se instala sobre una especie de fantasía de la individualidad: la creencia de que los seres humanos somos seres individuales. Esto solo se puede mantener y sostener cuando se esconde, se somete y se invisibiliza el trabajo de muchos seres vivos que son los que sostienen la vida. Esta es una lógica de muerte y necesitamos una lógica de la vida.
Un nuevo relato supone reconocernos como seres vulnerables cuyas necesidades no se pueden satisfacer si no es insertos en sociedades y en organizaciones que son colectivas, tal y como lo es la trama de la vida. Debemos luchar contra la ficción de la fantasía de la individualidad, luchar contra la ficción de vivir por fuera y por encima de la naturaleza y luchar contra la ficción de ser seres autónomos que no necesitan a nadie. A partir de ahí podemos generar otro marco de relación, otra forma de entender los mitos, de entender los relatos, de entender la cultura.
¿Qué es el «ecofeminismo» y cómo se relaciona con el agua?
No es más que un movimiento social y una corriente de pensamiento que se hace fuerte o se nutre a partir, precisamente, de la consciencia de que la vida humana es una vida ecodependiente. Las miradas ecofeministas, que son diversas, se nutren de ámbitos sociales, como pueden ser el de la ecología y la política. Muchos pueblos originarios saben que no es posible vivir sin naturaleza, que no hay tecnología ni economía que se pueda mantener al margen de la naturaleza. Es decir, nadie puede reproducir el agua o fabricar energía; podemos generarla en una central nuclear, pero previamente hará falta uranio. Podemos generarla en una refinería de petróleo, pero previamente hará falta el petróleo. Al petróleo o al uranio no los fabrica nadie, simplemente se extraen del suelo. Por tanto, las miradas ecofeministas son muy conscientes de esa ecodependencia y de esa sujeción de la vida humana a los límites físicos de la tierra. Pero esa mirada codependiente es también consciente de que los seres humanos nacemos medio crudos. Que para poder ser y convertirnos en seres medianamente autónomos hace falta una enorme cantidad de atención y de cuidados, de afectos y de conocimientos proporcionados por otras personas. Una criatura recién nacida no sobrevive a sus primeros años de vida si nadie la cuida, luego crecemos y nos olvidamos de eso, pero volvemos a encontrarnos esa dinámica en el momento de la vejez. Esa atención a los cuerpos vulnerables y finitos ha sido proporcionada mayoritariamente por mujeres a lo largo de toda la historia, no porque las mujeres estemos mejor dotadas para ocuparnos genéticamente de otros cuerpos, sino porque vivimos en sociedades patriarcales en las que la obligación del cuidado de los individuos se asigna de forma no libre a las mujeres, quienes se ocupan de unas tareas invisibles, muchas veces despreciadas por la economía, a pesar de que se trata de tareas que, si dejaran de hacerse, directamente impedirían la reproducción de la vida. Esto repercute en la propia reproducción capitalista: su precondición es la producción de vida y la producción de vida la realiza la naturaleza en sus ciclos naturales. La mirada ecofeminista dice: «Ojo, somos ecodependientes y somos interdependientes y, por tanto, necesitamos construir sociedades dignas en donde la vida se viva bien». Muchas de nuestras sociedades no tienen en este momento como principal propósito el sostenimiento de vida digna, pero sí tienen como principal propósito el crecimiento económico; y este, con demasiada frecuencia, se hace precisa-mente a costa de la vida digna; la convierte en un subproducto del crecimiento económico.
En Colombia suele repetirse la frase, que además está dentro de este número de GACETA, de que somos un país que se ha desarrollado de espaldas al agua. ¿Es lo anterior un rasgo cultural? ¿Colombia es un caso único al respecto?
Conozco muchas ciudades y pueblos que se han construido, por así decirlo, de espaldas al agua. Mi ciudad, Madrid [España], ha empezado a mirar el río Manzanares, que es un río muy humilde y muy pequeñito, realmente hace muy poco tiempo. Es una ciudad brutal, enorme, que si tuviera que pivotar sobre el agua que la atraviesa, sería absolutamente inviable. Las ciudades hoy consumen una enorme cantidad de agua que no se produce dentro de la propia ciudad, y tiene que ser traída de otros lugares. Esto pasa exactamente igual con los alimentos, con la energía, prácticamente con todo. Si no hubiera ese flujo enorme de camiones cisternas que todos los días meten en la ciudad aquello que hace falta para estar vivos, las ciudades se desplomarían. La vida urbana se ha construido de espaldas a la naturaleza, como si no la necesitara. El caso del agua es un caso tremendo, porque ya no es solamente que no la mire, ni reflexione sobre las fuentes de agua, sino que genera una dinámica que la contamina.
Un nuevo relato supone reconocernos como seres vulnerables cuyas necesidades no se pueden satisfacer si no es insertos en sociedades y en organizaciones que son colectivas, tal y como lo es la trama de la vida. Debemos luchar contra la ficción de la individualidad, luchar contra la ficción de vivir por fuera y por encima de la naturaleza y luchar contra la ficción de ser seres autónomos que no necesitan a nadie. A partir de ahí podemos generar otro marco de relación, otra forma de entender los mitos, de entender los relatos, de entender la cultura.
No me sorprende que en el mundo estemos viviendo un repunte de movimientos políticos de ultraderecha y movimientos políticos de corte, digamos, neofascista. Es la respuesta neoliberal y capitalista a la crisis ecosocial. Lo que necesitamos son respuestas basadas en los derechos humanos, en la redistribución, en el respeto a la vida y en el respeto y el cuidado de los territorios.
¿Cómo podríamos cambiar nuestra política pública y desde qué lugares podemos aprender un mejor manejo del agua?
En primer lugar, necesitamos tener buenos diagnósticos. Es decir, hay que ir a la raíz del problema, no intentar resolver algunos de sus síntomas. A partir de ahí tendremos que pensar en qué es una transición ecosocial justa, ofreciendo un proceso planificado, deseado y compartido por la población, que tiene como principal objetivo la garantía de condiciones de vida dignas para todos. Esto que parece un planteamiento teórico nos marca una línea de política pública radicalmente diferente. La política pública tiene que meter en la misma agenda la garantía de condiciones de vida digna y la crisis ecosocial. Porque si no es la misma agenda, si no van de la mano, lo que te encuentras es que, cuando tratas de resolver necesidades humanas sin tener en cuenta el contexto material en el que se desenvuelven, agudizas los propios factores de crisis; y, al no poder resol-verlo, generas una dinámica de desafección política terrible.
Por otra parte, si fijas la agenda solamente en la crisis ecológica y no te ocupas de las condiciones de vida de la gente, lo que generas es un tremendo rechazo a esas políticas. Eso implica pensar en cómo gestionar el decrecimiento de la esfera material de la economía, a la vez que atiendes condiciones para que la gente acceda a los mínimos de energía, para que haya educación pública y sanidad. Es un reto enorme.
Para buscar estas soluciones es fundamental organizar asambleas ciudadanas a todos los niveles desde una comunidad, un barrio, des-de una ciudad hasta un municipio, en donde se debata sobre los problemas y la transición ecosocial justa. De no hacerlo, de fracasar y de no ponerlo en el centro, lo que sucede es que en la desafección o la desesperación de la gente se termina abriendo la posibilidad de que lleguen ya no solamente gobiernos de ultraderecha, sino dinámicas absolutamente disparatadas. Hay tanta gente tan desesperada, tan decepcionada y tan desafecta de la política que llega un momento en que un personaje, que en otro momento hubiera parecido delirante o hubiera aparecido absolutamente anacrónico o fuera de lugar, de repente tiene un hueco. Es un fenómeno global.
Por tanto, trabajamos en una propuesta de transición ecosocial justa. Por el momento con poco éxito, todo hay que decirlo; pero sí con bastante capacidad, cada vez más, de extensión por abajo. Eso es muy importante porque los gobiernos solamente podrán hacer las cosas que hay que hacer en la medida de que haya una cierta masa crítica que quiera y desee esos cambios, dispuestos también a pelearlos y lucharlos en la calle.
Esto último que mencionas apela a tu experiencia y cómo has tenido contacto con los movimientos sociales de base. En ese sentido, ¿cómo pueden las personas que vivimos en medio de las dinámicas de dominación de las ciudades gestionar estas nuevas relaciones con el agua?
Precisamente en países donde hay sociedades campesinas y donde hay pueblos originarios, nos encontramos con pueblos y con comunidades que históricamente han sabido relacionarse con sus fuentes de agua de una forma muy armónica. Hay que mirar, con mucho respeto y con muchas ganas de aprender, aquellos pueblos que han sabido vivir a lo largo de su historia relacionándose bien con el agua, con el bosque y con el territorio. No quiero decir con esto que las soluciones estén solo en el pasado o en la tradición. A mí me gusta mucho una escritora vasca que dice que la tradición puede ser fuente de inspiración, pero nunca cárcel o morada. Y yo creo que es verdad que la tradición y las formas de organizarse pueden ser una tremenda fuente de inspiración. Naciones Unidas, cuando está hablando de soluciones basadas en la naturaleza, no está haciendo más que copiar muchas prácticas ancestrales de muchos pueblos que son ancestrales y son contemporáneas.
Muchas veces estas conversaciones pueden tornarse bastante fatalistas y oscurecer el horizonte. ¿Cómo tenerlas manteniendo y cultivando la esperanza?
En cuanto miramos alrededor, vemos que hay muchísima gente experimentando cosas. Lo fatalista es tratar de resolver un problema que es estructural y es grave con las mismas lógicas que condujeron a que se creara. Eso ya no es solamente fatalista, sino, desde mi punto de vista, es bastante estúpido. La clave es mirar para otro lado y me parece que lo que sí es importante desde la política pública es disputar el relato. No es solo una disputa de relatos, es una disputa material. Pero el relato y la cultura son claves.
Hace poco participé de un proyecto de investigación en el que reunimos a personas de movimientos de gente muy precaria. Cuando les preguntamos qué malestares vivían en su vida concreta, hicieron un diagnóstico súper profundo de la crisis ecosocial. La gente en el fondo sabe que las cosas no
van bien. Esto es lo que genera desafección y lo que genera fatalismo: ver que sus gobiernos o que la sociedad que hay a su alrededor no aborda los problemas que ellos detectan que existen y que son estructurales. Por lo tanto, debemos nombrar las cosas y nombrarlas con valentía, desde la convicción de que las personas tenemos y hemos tenido antes las capacidades para organizarnos de otra manera. Sin eso es muy difícil que podamos abrir nuevos caminos.
¿Cómo podemos llegar a encontrar una solución a relatos que están totalmente enfrentados: el relato capitalista que destruye y usufructúa la vida, y una idea más interdependiente sobre los usos del agua?
La posibilidad de armonizar o de hacer compatibles el capitalismo y la conciencia de una vida interdependiente en este contexto de crisis ecosocial ya desatada no es posible. Actualmente hay un conflicto entre el capital y la vida: están en contraposición y, en este momento, hay que elegir una cosa o la otra. Elegir por la vía del capitalismo es priorizar la dinámica del crecimiento. Cada cosa material que crece lo hace a costa de vidas en el presente y en el futuro y eso hay que ponerlo encima de la mesa con toda su crudeza.
En cuanto miramos alrededor, vemos que hay muchísima gente experimentando cosas. Lo fatalista es tratar de resolver un problema que es estructural y es grave con las mismas lógicas que condujeron a que se creara. Eso ya no es solamente fatalista, sino, desde mi punto de vista, es bastante estúpido.
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