La influencia vegetal pasa como savia por las escrituras del 2024. A cien años de la publicación de La vorágine pareciera que aún nos jugamos el corazón al azar mientras intentamos regatear con lenguaje poético la violencia. Los libros en este año extienden sus hojas sobre las mesas de novedades de cada librería como una pulsión que invita a la reconexión a través de tapas donde plantas oficiosas están abiertas de par en par como protagonistas.
Durante doce meses el movimiento de cualquier librería se puede calcular por el destino de cada caja que entra y se trasforma en una pila de ejemplares que puja por atraer la mirada de ese lectore que iba para otro lado, pero quedó atrapado por alguna rama que lo atrajo hasta un jardín. Algunos de estos libros no solo terminan en los espacios de cada lectore si no en la retina del librere que quisiera encontrar más cómplices de sus lecturas para seguir propagándose como una enredadera que reviste una casa común.
Ninguna de las obras nombradas aquí es una ópera prima. Por el contrario, son la confirmación del trabajo con la palabra. El oído atento de estas escritoras demuestra la enorme capacidad que tenemos para narrarnos, cantarnos y enamorarnos doblando la esquina para que la violencia no nos arrebate el corazón. Nuevas hojas, nuevas ramas son techo para protegernos de las lluvias y las tempestades futuras.
Sumario de plantas oficiosas de Efrén Giraldo no solo es el primer ensayo ganador del Premio de No ficción Latinoamericana Independiente (publicado en simultaneo por nueve países distintos en nueve editoriales distintas) y el ganador del Premio nacional de Ensayo; también es un diario pandémico animado por la observación y curiosidad que despierta un brote de hierba atravesando el adobe: la mata que se propaga a pesar de la miopía humana, ese movimiento incesante del mundo vegetal que, aunque nos neguemos a ver, se mueve. Ese árbol en pie cuyas ramas apuntan en dirección a una bomba cuya devastación sembró el terror de la autodestrucción humana.
El movimiento vegetal se traslada a la escritura, que transita entre ensayo literario, el diario, la meditación y la memoria, evocando la hibridez y la cooperación como estrategias de sobrevivencia. Una escritura vegetal que trascurre entre el herbario de Emily Dickinson y las plantas carnívoras que tantos imaginarios de la ciencia ficción han alimentado. Las plantas en el centro de la vida con la habilidad de modificar el entorno como oposición al comportamiento humano, recurrentemente en fuga después del desastre.
Inevitable la cita a Thoreau y una refrescante referencia a Lispector muy a tono con el libro La idea natural de María Negroni. La familia literaria se entrecruza con el árbol familiar que intenta propagarse con el mismo éxito que la naturaleza ha logrado demostrar, antes y durante la presencia humana.
Primera V, protagonista de Jardín en tierra fría, dice al culminar el primer capítulo: “cuidar el pelo como cuidar las plantas, cuidar las plantas como cuidar la casa, cuidar la casa como cuidar a Papá V”. Es esa prosa poética tan decantada y trabajada a la que nos tiene acostumbrades Fátima Vélez. Esta segunda novela conserva ese ritmo de quien es una vieja conocida de la poesía. Aquí llueven Joyce y Woolf en un aguacero parejo como una constante salida de agua de una manguera hacia el jardín.
La casa y su respectivo jardín son el epicentro de la narración que dura 24 horas en concluirse. En esta novela los piojos son formas a disposición de una constelación, las relaciones sexoafectivas retan la heteronorma y los clips son materia poética más allá de su rudimentaria forma. Primera V quiere que le paguen por leer y los reinos de papel que son las librerías parecen ser el lugar ideal para trabajar (o no). Quizás es una libertad o un sueño, aunque el sueño irrumpa el dormir que es como estar muerto: “el que cierra los ojos se convierte en morada de todos los universos”. Reiteración y dobles, lectura y escritura, la escritura como una posibilidad para poner en la hoja los deseos enconados, para ensayar la atmosfera fría y libre a partes iguales.
Prohibido tocarse, del joven escritor manizalita Juan Camilo Morales, entreteje las historias de tres hombres que batallan desde su lugar durante el encierro pandémico. Tres golpes de azadón, tres epígrafes de Fernando Molano Vargas, Thomas Mann y Oscar Wilde. Se abren los surcos en los que germinan los tres capítulos: un cruce de caminos en el que se logra entrever la acidez de la calle de quien desde la acera del frente no logra contar con certeza el número de pisos que componen el edificio de su amigo; un viejo que desde su vista privilegiada presencia como una nueva peste arrasa todo a su paso mientras bebe cerveza y un ángel con poca modestia que logra anudar las dos historias que le anteceden con la suya misma.
Desde fuera, la novela de Morales recuerda ese rojo con el que la editorial Angosta vistió el libro de cuentos de Juliana Restrepo. Su estilo es igualmente fluido, aunque en el caso de Morales es un salto sin red desde el piso 26. La construcción de tres voces no es tarea sencilla y, sin embargo, sale airoso. Por supuesto el hospital es parte de la novela, allí donde la luz blanca no permite sentir el paso del tiempo, ¿será lunes o martes? Los porros y el ruido de la moto se mezclan en medio de la vorágine urbana que parece más distopía que nunca por ese encierro que inició en simulacro y que nos terminó domesticando y empujando a la convivencia más extrema de nuestra generación, hasta ahora.
Las transformaciones no cesan en la escritura de Laura Ortiz Gómez, que tras brindarnos los esplendidos cuentos contenidos en Sofoco ahora nos invita a habitar una casa en la Argentina de comienzos del siglo pasado bajo el título de Indócil. La primera novela de Ortiz es un juego poético en el que esta casa tiene la capacidad de autonombrase y con ello prosperar en la memoria. Los arrebatos y las contradicciones el espíritu punk y anarquista se sirven de poesía y belleza natural frente al abuso de los hombres.
Es una historia coral protagonizada por mujeres que escoba en mano construyen una barricada de resistencia. Un hecho histórico es el punto de partida donde la complicidad, la ternura, el amor y el deseo se materializan para avanzar y expandirse hasta donde la pampa lo permita. En esta casa de encanto se permite fruncir el ceño frente a la envidia de otras vecinas y abrir los canales en ríos de agua que acompañan los orgasmos de las noches entre mujeres.
El jaguar como amuleto acompaña a Ortiz desde los cuentos que le permitieron ganar el Elisa Mujica y continúa enraizando y expandiendo las hojas de su obra en todas las direcciones donde una librería se encuentre, donde una lectora sienta el llamado de la solidaridad y el acompañarse en el viaje. La huelga continua escoba en mano, amuleto fuertemente agarrado.
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