Gioconda Belli sonríe con una alegría que es, en sí misma, un acto de resistencia. En el exilio, en el despojo, en la pérdida, su voz sigue en pie. En el Hay Festival de Cartagena conversa con Ana Cristina Restrepo sobre su último libro, Un silencio lleno de murmullos, en el que narra la historia de Valeria, una madre revolucionaria, y Penélope, la hija que, tras su muerte, descubre a la mujer que sintió ausente cuando era niña. Aunque es una novela de ficción y Gioconda ha dejado claro que no es autobiográfica, sí revela también su historia, la de la poeta exiliada, la mujer que luchó por una revolución que terminó llamándola traidora.
Este libro ha sido una forma de tramitar el dolor: «Que lo que ocurre no me envenene porque es un triunfo que no les voy a dar».
La conversación gira, como la vida, entre la política y la intimidad. Entre la lucha y el cuerpo. Cuando se habla de la sexualidad de la madre en la novela, el público ríe. «Nadie quiere imaginar la vida sexual de sus padres», dice Gioconda, «mi madre me hizo sentir que ser mujer era lo mejor que me podía pasar».
Cuando iba a llegarle la menstruación su madre le habló con tanta belleza que sintió un profundo amor por su cuerpo. Le habló del poder de ser nido, fuente de vida. Fue tan hermoso que sintió pena por sus hermanos, quienes nunca menstruarían.
«Las mujeres hemos aprendido a encogernos, a bajar la mirada, a pedir permiso para existir. No dimensionamos el poder que tenemos. No podemos seguir parándonos en el mundo como si debiéramos disculparnos por nuestro poder».
«Los hombres están desempoderados. Perdieron el dominio del trabajo, ahora sienten que pierden el dominio de la mujer». A eso le atribuye el espacio de masculinidad fuerte y dominante que hoy reclama Donald Trump, entre otros hombres heridos. «La violencia, el miedo, la masculinidad herida, que no es culpa de los hombres, sino del lugar desde el que se pararon en el mundo, ha exacerbado una ambición desbocada del poder por el poder. El poder como fin, como se ve en el poco tiempo que lleva Trump como mandatario».
Volvemos al libro. A la casa vacía donde una hija reconstruye la vida de su madre. A la ficción como espacio para imaginar otros futuros: no se puede dejar de soñar. Gioconda habla del exilio. De cargar la piedra de Sísifo. «Pero si hay que empujarla, que sea con alegría. A todos nos toca empujar la roca y yo voy a hacerlo cuantas veces sea necesario».
La utopía, aunque duela, siempre vale la pena. «No hay que olvidar», dice, «que la revolución francesa, con toda su importancia, tardó cien años. Después de la revolución la mayoría murieron decapitados, volvió la monarquía y todo esto pasó antes de que Francia se convirtiera en una república. En Latinoamérica somos de tiempos cortos».
«El problema», dice, «es que a la política le ha faltado imaginación». Siendo una mujer de izquierda reconoce que «bajo la excusa de la justicia social, la izquierda ha hecho trizas la izquierda, porque el precio de la liberación es la libertad. Nadie quiere vivir lo que han vivido en Cuba, Venezuela o Nicaragua. Es tiempo de pensar en la política del cuidado».
El país no me lo han quitado, porque el país soy yo.
Es fundamental recurrir a la ficción para imaginar otros mundos posibles.
Hay que pararse en el mundo con rebeldía y alegría.
Nosotros no vamos a vivir nuestros sueños, pero hay que hacerlo por los que vienen. Hay que tener fe en la humanidad. Soñemos, esa es mi invitación.
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