Somos capaces de reconocer una intimidad, un deseo propio y gozado. Y, aunque fuerzas conservadoras exijan ocultarlo, lo cierto es que circulan imágenes, discursos, videos y diferentes proyecciones sexuales de una forma amplia y descontrolada. Entonces, si el sexo ya está presente en nuestro día a día, ¿por qué dedicarle toda una revista hoy?
Visitando las efemérides de 2025 para programar el calendario editorial, destacaba los sesenta años de Profamilia. Según cuenta la periodista Daniela Díaz en el reportaje Derechos sexuales, derechos humanos: «El crecimiento demográfico de Colombia en 1965 estaba desbordado: la población crecía más de 3 % cada año. Era un país confesional, donde la moral católica rechazaba los métodos anticonceptivos, que no eran ni siquiera una posibilidad para los más pobres». Hoy la tasa de crecimiento demográfico no llega al 1 %.
¿De qué manera esta revolución, de lo íntimo a lo social, perfiló la manera en que nos relacionamos y construimos a partir de ello? La pregunta fue creciendo hasta hacer de las inquietudes del sexo reproductivo solo una arista, acercándonos a esa dualidad de gozo y dolor que significa poner el placer en el centro.
Disponemos, gracias a la reconstrucción del código poético, de un vocabulario más amplio y generoso para hablar de sexo. Una especie de «átopos» en el lenguaje y en el perreo, como describe en Diluvio, devoción y asimetría amorosa en el reguetón la crítica Camila Gutiérrez para este número. La música juega un papel especial en lo que otras personas consideran es la crisis del cortejo en la forma de relacionarnos actualmente.
El miedo de acercarse al otro ha ido segmentando nuestras posibilidades hasta definir, en algunos casos de manera inamovible, lo que somos y no somos. Proyecciones monolíticas del cuerpo y el deseo, determinadas por estructuras identitarias que, contrario a la celebración incierta de lo diverso, multiplican los límites de nuestro ser y del otro hasta la predicción.
Se ha ido allanando el camino para descubrirnos. Como dice la escritora argentina Camila Sosa Villada: «La identidad es algo que pertenece al sistema […] Antes el otro era un peligro, un abismo, una suerte de pozo al que caerse; y vos eras lo mismo para el otro. Ahora todo se explica, todo se habla, todo se dice».
Aplicaciones de citas o encuentros sexuales han consolidado esas definiciones del yo para que el camino hacia el otro sea cada vez menos incierto. En el ensayo literario que abre este número, del periodista cultural Pedro Adrián Zuluaga, se cuentan —por memoria o por trauma— hasta cuarenta y una opciones de identidad de género para elegir cómo presentarse: «Me dio alegría y vértigo. Y no pude saber si era un triunfo de la diversidad o la astucia de los segmentadores de mercado».
Los dispositivos transformaron la sexualidad y la manera de acercarnos hasta el punto de convertir a los teléfonos celulares en prótesis puestas al placer y al encuentro. Una especie de sexo incorpóreo, con afectos en algunos casos virtuales y anónimos. El tacto propio como una elucubración del tacto ajeno.
Porque, como dice Pitu Aparicio, educadora social y formadora, en entrevista para el diario El Salto: «El porno te hace pensar que todo el mundo folla muchísimo y de una manera determinada y es mentira. Lo único que genera son expectativas y frustraciones a las que no llegamos ninguna».
La pedagoga María Acaso se pregunta en Besos con lengua la manera en que los menores se acercan al sexo por primera vez: «Qué puede significar disfrutar para un varón blanco cis y hetero de doce años que manda continuamente stickers de orgías donde las caras de las mujeres que asisten han sido sustituidas por las caras de sus compañeras de clase, o de sus profesoras, o de la madre de alguno de ellos que les ha reprendido por cualquier cosa».
Y, sin embargo, sigue existiendo algo necesariamente incierto. Como explica Jorge Palomino en su ensayo Sexualidad cíborg: «Con el sexting podemos tener relaciones sexuales a través del celular mediante videos, fotos, videollamadas, notas de voz, textos y emojis. No estamos en el mismo espacio que la otra persona, lo que genera un cambio fundamental en el encuentro sexual. No podemos leer ni actuar sobre el cuerpo de nuestra pareja: el éxito depende de la interpretación y la construcción de los mensajes». Ninguna predicción, ningún modelo de segmentación sobre el deseo, ninguna forma de controlar, imaginar o proyectar logra mitigar la sensación incierta, caliente y profundamente desconcertante que significa la interpretación del otro cuando el deseo es honesto.
Reivindicar el buen polvo, la celebración y el milagro del encuentro es urgente. Volver sobre la pregunta por la mística y la búsqueda de lo sagrado en el sexo —desde el Grindr, las drogas, el catolicismo y lo divino—, como lo hace Giuseppe Caputo en el collage literario que presenta este número: «En la memoria de la conmoción sexual comienzan a sonar todas las canciones que le he cantado al sexo místicamente, con el aturdimiento de lo que acaba de pasar, con la conmovida sorpresa de haber vivido algo tan inédito que pareció teñir la carne de imposibilidad o fantasía».
Sirva esta revista para poner una vez más el placer en el centro.
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