La cita con Anne Applebaum fue en uno de los pasillos del Centro de Convenciones de Cartagena, en medio del ajetreo del Hay Festival. Llegó unos veinte minutos tarde; su acompañante, asignada por la organización, se disculpó. La escritora y periodista había almorzado en un exclusivo restaurante de la ciudad amurallada, donde la conversación se extendió más de lo estimado. Distintos medios la esperaban y escucharon de golpe su advertencia: nada de fotos, nada de video y no más de quince minutos de conversación.
Nació en Washington D.C., en 1964. Estudió en Yale y Oxford. Durante los ochenta fue corresponsal de The Economist en Varsovia, donde cubrió la caída del Muro de Berlín y las transiciones en Europa del Este. Luego se casó con el político polaco Radosław Sikorski y obtuvo la ciudadanía de ese país.
En Gulag (2004), su libro más célebre y con el que ganó el Pulitzer, expuso la brutalidad del sistema soviético. En Hambruna roja (2017), reconstruyó cómo Stalin borró de la historia el genocidio ucraniano. «Cuando los regímenes buscan reescribir la historia, intentan imponer una nueva interpretación del pasado para justificar su poder», dice Applebaum. La desinformación, sostiene, no es el mayor problema, sino la propaganda bien elaborada.
En El ocaso de la democracia (2020), tal vez su libro más reconocido en Colombia, analizó cómo las sociedades se fragmentan desde dentro, no solo por los líderes populistas, sino por redes de intelectuales, burócratas y empresarios que ven en el autoritarismo una oportunidad de poder.
«Cuando un líder se presenta como el único representante del ‘verdadero pueblo’ y ataca a las élites o a sus adversarios, esa es la primera señal de alerta», dice. Applebaum estudió cómo Chávez y Orbán usaron tácticas similares: «Fueron elegidos democráticamente, pero luego debilitaron las instituciones».
También ha explorado las tensiones geopolíticas en El telón de acero (2012), donde detalla la imposición del comunismo en Europa del Este, y en Entre el Este y el Oeste (1994), un recorrido por las fronteras culturales y políticas que han definido el continente.
El control del relato es esencial para consolidar el poder. La historia, agrega ella, se reescribe para justificar el presente y borrar los fracasos.
¿Por qué la manipulación de la historia es una herramienta tan poderosa para los regímenes autoritarios?
No usaría la palabra manipulación, sino propaganda. Para persuadir a las personas de abandonar un sistema político y adoptar otro completamente diferente, hay que convencerlas de que el sistema existente es malo, y eso se logra a través de la propaganda. La historia es un campo de batalla en estos regímenes, donde la memoria colectiva se reescribe para legitimar su poder y borrar errores del pasado.
En su libro Hambruna roja, usted muestra cómo la narrativa oficial ocultó la verdad. Cuando un gobierno comienza a reescribir su pasado, ¿cuáles son las señales de alerta?
Cuando los regímenes buscan reescribir la historia, intentan imponer una nueva interpretación del pasado para justificar un nuevo tipo de sistema político.
La mejor manera de combatir esto es con historia real, con historiadores que examinen el pasado a partir de archivos y documentos, buscando entender qué ocurrió realmente. La realidad es siempre el mejor argumento contra la polarización, porque la realidad es matizada y compleja, no se puede reducir a argumentos en blanco y negro. Un pueblo sin memoria crítica es un pueblo más fácil de manipular.
¿Está disminuyendo o sigue en aumento la desinformación para debilitar las democracias?
El problema principal, como lo mencioné antes, no es exactamente la desinformación, sino la propaganda: narrativas construidas con información real y falsa, diseñadas para convencer a la gente de que la realidad es distinta a lo que realmente es. Uno de los problemas centrales de internet y sus plataformas es que están diseñadas para maximizar la permanencia de los usuarios y vender publicidad, no para fomentar mejores debates, solucionar problemas o construir consensos en la sociedad.
Si queremos foros públicos más sanos, debemos regular las plataformas existentes o diseñar nuevas plataformas con objetivos distintos. El dilema es que, hasta ahora, los incentivos económicos han primado sobre los democráticos, y la desinformación se ha convertido en un negocio rentable.
¿Cuáles son las primeras señales de que una democracia está en riesgo?
Cuando un líder o partido político se presenta como el único representante del «verdadero pueblo», ya sea «los verdaderos americanos», «los verdaderos polacos», «los verdaderos colombianos», y plantea una lucha contra las «élites falsas», los «extranjeros», los «inmigrantes», esa es la primera señal de alerta.
La democracia requiere que todos los ciudadanos tengan los mismos derechos políticos, independientemente de su ideología. Cuando un líder dice que solo su grupo representa al pueblo y que los demás no tienen legitimidad, es el primer síntoma de un problema.
Después viene el segundo síntoma: cuando un líder electo democráticamente comienza a atacar las instituciones democráticas: la Constitución, los tribunales, los medios de comunicación, etc. Esto varía según el país, pero la clave es escuchar cómo hablan, cómo describen las elecciones y a sus adversarios políticos. Normalmente, la erosión institucional comienza de manera sutil, con pequeños cambios que, acumulados, terminan desmantelando la democracia desde dentro.
¿Y las armas o la represión?
Existen regímenes autocráticos relativamente moderados que no recurren a la violencia, porque encuentran formas de construir consenso, como en el caso de Singapur. Allí, el control se ha basado en el desarrollo económico, la educación y un estricto orden social que ha generado estabilidad sin necesidad de represión abierta.
Sin embargo, tarde o temprano, cualquier líder que quiera mantenerse en el poder sin apoyo popular probablemente recurrirá a la violencia contra sus opositores. Y, en muchos casos, cuando los dictadores empiezan a perder apoyo, utilizan la guerra como una estrategia de supervivencia política. Eso fue lo que hizo Putin en Ucrania. En la historia, la guerra ha sido el último recurso de los autócratas cuando las crisis internas amenazan con derrocarlos.
¿Cuáles son las similitudes entre los populismos y autoritarismos en América Latina y en Europa del Este?
Los procesos suelen ser similares. Lo que hizo Hugo Chávez para ganar poder en Venezuela y lo que hizo Viktor Orbán en Hungría tienen muchas semejanzas.
Ambos fueron elegidos democráticamente, pero, una vez en el poder, socavaron las instituciones, cooptaron el sistema judicial, reformaron las reglas electorales a su favor y consolidaron un discurso nacionalista que justificaba la concentración de poder. En el caso de Orbán, el control sobre los medios ha sido clave para modelar la narrativa del país, mientras que Chávez construyó un aparato de propaganda estatal que vendió su revolución como inevitable e incuestionable.
De hecho, tengo una conferencia en la que comparo de manera muy precisa la primera etapa de Chávez en el poder con el gobierno populista-autocrático que tuvimos en Polonia entre 2015 y 2023. Aunque cada contexto es diferente, las estrategias de poder terminan repitiéndose: una mezcla de populismo económico, control mediático y reformas institucionales que garantizan la permanencia en el poder.
¿Cómo se puede fortalecer la democracia frente a estas amenazas?
Depende del país, pero, en términos generales, es clave encontrar formas de aumentar la participación ciudadana. Tal vez, mediante un uso más creativo de internet, que hasta ahora no hemos explorado completamente, para integrar mejor a la gente en el proceso democrático.
También es fundamental el fortalecimiento de la educación cívica. No se puede defender una democracia si la población no entiende cómo funciona ni cuáles son sus principios fundamentales.
¿Qué impacto tendrá en las democracias el actual fenómeno migratorio?
Esa es una pregunta demasiado amplia. Pero es evidente que, en muchos países, especialmente en Estados Unidos, los migrantes están siendo demonizados y utilizados como blanco de ataques políticos.
No es exactamente lo mismo que declarar una guerra, pero sí es una forma de consolidar alianzas políticas, creando un «nosotros» contra un «ellos». Esta es una táctica que se está viendo en muchos lugares del mundo. La migración ha sido históricamente un tema explotado por los populismos, ya sea para justificar crisis internas o para movilizar a una base política mediante el miedo.
¿Alguna opinión sobre la situación en Colombia?
Necesitan aliados. Lo digo en serio. Colombia necesita trabajar con otros países para tener una estrategia común frente a Estados Unidos. No sé exactamente quiénes serían esos aliados: ¿Brasil con Lula?, pero es necesario un esfuerzo diplomático conjunto para construir una política coherente.
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