Carolina Caycedo habla rápidamente y su tono está lleno de certezas. Son las certezas que acompañan a quien ha estudiado, investigado, recorrido y comprendido el tema del que habla durante más de diez años. Ahí reside la fuerza de su exposición Situamos la vida en el centro, abierta al público hasta el 21 de julio en el Museo de Arte Miguel Urrutia del Banco de la República, en Bogotá.
Esta artista colombiana —nacida en Londres y residente en Los Ángeles, California— ha expuesto su obra en escenarios tan importantes como el Whitney Museum, la Bienal de Venecia, y el Museo de Arte de Sao Paulo MASP. Situamos la vida en el centro reflexiona sobre soluciones alternativas a la crisis climática global, que se apoyan en el ecofeminismo y la justicia ambiental. Es la muestra más ambiciosa que ha presentado en el país y consiste en una serie de 72 obras en las que textiles, videos, instalaciones y otros formatos dialogan entre sí. Caycedo la construyó en conjunto con otros artistas, así como colectivos y movimientos sociales dedicados al cuidado del medio ambiente a lo largo y ancho del continente americano.
«Desde el comienzo de este proyecto quería ver de una manera hemisférica cómo se está dando la transición ambiental en el continente. Entender que no se está dando en un solo lugar, sino que somos muchos empujando hacia el mismo lado. Somos muchas y muchos», cuenta. Como lo demuestra la arpillera que recibe al visitante en la exposición, y que creó de la mano con participantes de Estados Unidos, Chile, Brasil y Colombia, las historias deben contarse en comunidad.
La arpillera —un tejido grueso, como de costal— se convirtió en un símbolo de la resistencia contra la dictadura de Pinochet en Chile, pues las mujeres bordaban allí sus historias de dolor y denunciaban las violaciones a los derechos humanos. Desde entonces se ha convertido en una especie de bandera de quienes buscan un mundo más justo, y allí es donde Carolina Caycedo se mueve, teje sus propias redes, participa en diálogos, ayuda a conectar comunidades del sur y del norte global que sufren la inequidad causada por el avance, al parecer imparable, del «progreso» capitalista. En Situamos la vida en el centro, hay un textil que recoge las cosmovisiones, gritos y frases de resistencia bajo la sombrilla «Por una transición ecosocial justa».
Este interés en trabajar desde lo colectivo es una búsqueda permanente de Caycedo. «Desde hace alrededor de cinco años siento una resistencia como artista a tener una exposición individual, me aburre muchísimo. Prefiero mucho más poder abrir el diálogo, aprovechar esos espacios grandes donde hay recursos, lo que te da un museo, lo que te da una sala grande, para entrar en diálogo con otros artistas o con otras obras de arte. Eso pasa en esta exposición».
Sobre la idea de la artista como tejedora de redes, o mejor, como parte de una red de diálogo en la que interactúan muchos actores, Caycedo sabe que puede suscitar críticas, pues el trabajo artístico es, a menudo, una actividad solitaria. Su respuesta es clara: «El trabajo colectivo enriquece, no te quita, sino que te da un respeto, no solo al nivel del mundo del arte sino en todos esos niveles de diálogo político que siento la responsabilidad de llevar. Entonces, ¿cómo voy a tener un diálogo político y no abrir ese espacio de la presentación final a esos diálogos?».
«El trabajo colectivo enriquece, no te quita, sino que te da un respeto, no solo al nivel del mundo del arte sino en todos esos niveles de diálogo político que siento la responsabilidad de llevar. Entonces, ¿cómo voy a tener un diálogo político y no abrir ese espacio de la presentación final a esos diálogos?».
Que esta sea la exposición más grande que ha liderado en Colombia no es un dato menor. «Me hace mucha ilusión que conecta los dos lugares que me alimentan mayoritariamente. El lugar que me sostiene, donde vivo, que es Los Ángeles, y el lugar donde están mis raíces, que es Colombia. También porque, desde el comienzo, con esta exposición Situamos la vida en el centro y este proyecto, quería ver de una manera hemisférica cómo se está dando la transición energética y ambiental en el continente», explica. Reconoce que el título puede interpretarse como un alineamiento con el gobierno de Gustavo Petro, que repite la idea de hacer de Colombia una «Potencia mundial de la vida».
«Mi expectativa es cómo va a ser recibida esta exposición en este momento político en Colombia. En donde se habla desde el Gobierno de comunidades energéticas, de que somos “el país de la vida”, y el título Situamos la vida en el centro obviamente tiene algo de eso, aunque no sea intencional. O mejor, aunque no es intencional, sí hay una corriente que está empujando a la gente, que estamos trabajando desde el arte, desde la pintura, el cine, los movimientos sociales».
Su trabajo, su cercanía con los movimientos ambientales en Colombia, comenzó a tomar fuerza en 2012, cuando, en una visita al país, conoció la construcción de la represa de El Quimbo, sobre el río Magdalena. «Yo viví unos años de mi adolescencia sobre el río Magdalena, mi papá era agricultor allí, y eso me llamó la atención. ¿Qué está pasando? ¿Por qué van a construir una represa? ¿Cómo van a desviar un río tan grande como el Magdalena? Y coincidió con que conocí a alguien que estaba siendo parte de la resistencia en el Huila a la construcción de esta represa, me invitó, y por ahí empecé a entender qué es la justicia ambiental, cómo las comunidades se ponen en resistencia».
De ahí nació el trabajo Represa/Represión, que explora y dialoga con otras formas de resistencia ambiental en Colombia, México, California y Brasil, especialmente de las comunidades afectadas por la construcción de represas destinadas a la generación de energía hidroeléctrica.
«Represa/Represión miraba mucho cuáles son las afectaciones del extractivismo sobre los territorios, sobre los cuerpos humanos, sobre los cuerpos de agua. Y hace cinco años, precisamente por seguir en diálogo y por estar atenta a cuáles son las agendas de estas comunidades en pie de lucha, hay un cambio y hay un reposicionamiento: de enfocarse en las afectaciones a empezar a pensar en las soluciones», recuerda.
Esta es la clave que da pie a Situar la vida en el centro, pues la búsqueda de soluciones cambia la óptica de todos los actores involucrados. «¿Cuáles son las soluciones y cómo se están acuerpando? Hay demasiadas, hay muchísimas que ya están pasando y eso no es tan fácil de ver, porque a eso no se le da prioridad. Y porque siguen siendo circunstancias en desventaja, porque son muy de comunidad de base, y porque va en contra de actitudes más globales que dicen: “Ah, la solución del cambio climático es el mercado de carbono”. No, las soluciones se van a encontrar dentro de lo local y al nivel de las bases. Mi proceso, de Represa/Represión a Situar la vida en el centro, ya habla de ese cambio de perspectiva, pero también de una necesidad propia de hablar desde la abundancia y desde la felicidad y desde la posibilidad, no solo dedicarse a hablar de las consecuencias relativas del extractivismo».
Es la importancia de pensar en una idea de futuro. O, como ella misma dice, «de una diversidad de futuros, de una pluriversalidad de futuros».
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