Desaparecen personas, aparecen relatos. Se intentan borrar grupos sociales enteros, emergen resistencias. «Podemos pensar que las imágenes se han convertido en el principal acto de resistencia a la desaparición», dice el narrador de Forenses, una película en la que el desaparecido en Colombia adopta tres figuras distintas: una mujer transgénero que aparece asesinada ante la casa de la directora de cine, también transgénero, Katalina Ángel; un tío del director de la película Federico Atehortúa Arteaga, que desapareció hace años; y la antropóloga forense Karen Quintero Pardo, quien nos sirve de guía para entender los esfuerzos de las familias, personas e instituciones buscadoras en Colombia, y el alcance del daño que produce la desaparición forzada.
En los tres casos lo que vemos es que la persona desaparecida, en el hueco que deja, en su negatividad, se vuelve una potencia, una promesa de reunión y comunidad. El vacío se llena con ficciones: Katalina hace una película para devolver a la mujer desconocida una identidad y una historia; la familia de Federico y de su tío Jorge inventa versiones de los hechos con las que intenta no reconocerse como víctima, hasta que llega el momento de ver la herida. La ausencia se enfrenta con luchas como las de Karen y todas las personas que buscan a los desaparecidos en el país. El trayecto de esa lucha es largo y poco visible, como si la incertidumbre que provoca un crimen que solo fue tipificado en el 2000 (por medio de la ley 589 de ese año) se hubiera extendido como un síntoma a la sociedad entera, impidiéndole hacer, al menos, el esfuerzo de nombrar lo que no tenía nombre.
Mientras en países como Argentina y Chile el desaparecido y su búsqueda fueron definitivos en la refundación de sus democracias —tal como lo dice el narrador de Forenses —, en Colombia la desaparición forzada quedó ensombrecida entre las múltiples formas de violencia del conflicto armado, pese a que la Constitución de 1991 declara en su artículo 12 que «Nadie será sometido a desaparición forzada» y a que la cifra de desapariciones en el país, que hoy bordea el número de ciento treinta mil, es superior a la de todos países del cono sur del continente reunidos. ¿Por qué ahora estamos listos para nombrar al desaparecido y por fin hacer películas sobre su ausencia? ¿Por qué tardó tanto tiempo en fijarse la imagen de madres, hermanas, esposas e hijas caminando con la foto de un desaparecido como si ellas y las personas buscadas fueran un solo cuerpo?
Cuando se estrenaron películas colombianas como Impunity (Dirs. Hollman Morris y Juan José Lozano, 2010), Réquiem NN (Juan Manuel Echavarría y Fernando Grisalez, 2013), Oscuro animal (Felipe Guerrero, 2016) o Parábola del retorno (Juan Soto, 2017), ya el cine latinoamericano contaba con clásicos sobre los desaparecidos como La historia oficial (Luis Puenzo, Argentina, 1985, ganadora del Oscar a Mejor Película extranjera) y nuevos clásicos como Los rubios (Albertina Carri, Argentina, 2003) o Nostalgia de la luz (Patricio Guzmán, Chile, 2010). Una razón principal de este desfase puede ser la naturaleza multiforme y, si se quiere, excepcional del conflicto colombiano.
En Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Brasil existió una represión de la izquierda en el contexto de dictaduras militares; en Colombia se mantuvieron las formas democráticas, y eso sirvió de escudo de legitimación para los peores horrores.
Lo lleno, lo vacío y lo difícil de ver
Porque había que «mantener la democracia, maestro». En noviembre se conmemoran cuarenta años de la masacre del Palacio de Justicia en Bogotá, de la que al menos nueve personas continúan desaparecidas. En coincidencia con esa conmemoración, tres películas recientes se incorporan a la conversación pública sobre unos hechos que siguen estando en disputa. Noviembre, largometraje de ficción de Tomás Corredor Pulido, se estrenó en salas el 2 de octubre, y Fragmentos de otra historia, largometraje documental de César García Garzón y Laura Vera Jaramillo, tendrá proyecciones en la Muestra Internacional Documental de Bogotá-MIDBO (29 de octubre al 6 de noviembre). La ya mencionada Forenses de Federico Atehortúa Arteaga, una película ensayística y reflexiva, que también se puede ver en salas, aunque no se centra exclusivamente en el episodio del Palacio de Justicia, arroja preguntas que rebotan en las otras dos películas. Por último, Soñé su nombre, largometraje documental de Angela Carabalí, se exhibirá en el Festival Internacional de Cine de Cali (21 al 26 de octubre). Carabalí, siguiendo el impulso de un sueño, busca las huellas de su padre, un agricultor afrocolombiano desaparecido en la década de 1990 en el Cauca.
En Forenses, Karen Quintero Pardo habla de su primer caso como antropóloga forense —los desaparecidos del Palacio de Justicia— y de sus diferencias con respecto a otros casos de búsqueda. «Para ese caso hay acervos enormes de información. Son muchos folios, muchos documentos que componen el expediente». En esa disputa por la memoria aparece el lugar central de los medios. Dice Karen que lo «que jugó un papel fundamental realmente fueron los medios de comunicación y su cubrimiento de las noticias. Se tomaron muchísimas imágenes sin ninguna intención investigativa, forense, judicial. […] Pero todos estos recursos de imágenes han permitido poner sobre la mesa un mapa mucho más robusto y detallado de lo que sucedió en el Palacio».
¿Tenía que ocurrir el delito de la desaparición en el corazón de la capital del país, y ante los ojos de millones de televidentes, para que al fin lo viéramos, así fuera años después de ver esas imágenes por primera vez? El trauma del Palacio de Justicia incluso para quienes solo vivieron los hechos por televisión es confirmado por Tomás Corredor Pulido, director de Noviembre. Lo escuchamos en el episodio 23 de Gaceta Podcast: «Tenía nueve años, llegué a la casa del colegio y empecé a ver eso en televisión y me desbordó. En ese momento no entendía, pero sí es un punto clarísimo de una especie de primera escena freudiana. El Palacio es un parteaguas en el que uno puede entender el país en el que vive de una manera muy clara». La productora de Noviembre, Diana Bustamante, ya había dirigido en 2022 Nuestra película, con un punto de partida semejante al de Corredor Pulido. La guerra vista por televisión creó una subjetividad —una intersubjetividad, más bien— alterada. La pantalla televisiva nunca es del todo suficiente como barrera para separar a los que sufren la guerra de los que la ven. Esa frágil pantalla se quiebra simbólicamente y quedamos expuestos a padecer una guerra mediatizada que ni siquiera nos da la posibilidad de una cercanía que nos permita humanizar al contradictor. Ficciones como Noviembre procuran quebrar la pantalla de otra forma: para ver, justamente, de cerca. Y empezar a decir «nosotros» donde antes decíamos «ellos».
El testimonio de Corredor Pulido encuentra algún eco en el narrador de Forenses: «Este episodio [del Palacio de Justicia] dio inicio a una nueva relación entre la violencia y quienes la observan. Fue el nacimiento del espectador televisivo de la guerra en Colombia. Desde entonces, todos los frentes armados tomaron conciencia del aspecto mediático y teatral del conflicto. […] Una guerra en función de un espectador, de alguien que mira. Durante décadas, la guerra se ha expresado en los términos de la televisión y su tecnología. Y no solo la guerra, también sus formas de resistencia se imaginaron en esos términos».
Hay varios matices en esa afirmación. En efecto, como afirma nuestro narrador: «las imágenes de la toma y retoma del Palacio de Justicia han sido transmitidas y analizadas no solo por la destrucción que documentan sino también porque son el último registro de muchas personas que fueron desaparecidas por el Ejército. Estas imágenes han servido como pistas para determinar la responsabilidad de estos crímenes». Fragmentos de otra historia acompaña la búsqueda que ha emprendido Helena Urán Bidegain, hija del magistrado Carlos Horacio Urán Rojas, para saber la verdad sobre la muerte de su padre, a quien, a través de registros en video, se ve salir vivo del Palacio de Justicia, y es posteriormente asesinado. 33 años después, la familia de Urán Rojas recibió su cuerpo identificado con plena certeza. La amplitud del expediente del Palacio de Justicia se puede ver en este documental que, sin embargo, mantiene una proximidad humana con las víctimas.
En 2014, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado colombiano por desapariciones forzadas, torturas y ejecuciones extrajudiciales en el operativo de retoma del Palacio de Justicia. No fue, sin embargo, la primera condena de este tipo. Una década antes, la misma corte condenó también a Colombia por la desaparición de 19 comerciantes en la vía Cúcuta-Medellín. La corte comprobó la connivencia de la Fuerza Pública con los paramilitares en la ejecución del crimen. Años después, y como parte de la reparación a las víctimas, el Centro Nacional de Memoria Histórica acompañó la realización del documental En busca de los 19 comerciantes, que se estrenó y socializó en 2024. Este documental «permite a las familias compartir sus experiencias, puntos de vista y reivindicaciones, así como posicionar su búsqueda de justicia y reparación integral y colectiva» dijo en uno de los eventos de socialización una de las voceras de la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ).
Lo que hay que crear
Forenses y Noviembre muestran que las imágenes no son solo pruebas judiciales o vehículos de reparación simbólica sino superficies sobre las que resuenan preguntas éticas y estéticas que también nos pueden ayudar a salir del círculo de las repeticiones que se ha vivido en una guerra como la colombiana. El diálogo entre Corredor Pulido y el editor web de GACETA, Santiago Cembrano, en el episodio citado del pódcast de la revista, esclarece muchos de los caminos que encontró Noviembre para rehuir la tentación de volverse una ficción instalada en la comodidad de algo que pasó hace tiempos. Somos arrojados a la narración a través de un archivo de la radio, las imágenes de un lugar en ruinas (el baño donde ocurren los hechos) y un cuerpo herido que es movido de lugar, dos veces, por una mujer armada en un espacio encerrado. Con un contexto histórico mínimo y una escueta presentación de los personajes, los espectadores tenemos que estar ahí, en una situación límite que vuelve igual de vulnerables a los civiles rehenes y a quienes los mantienen retenidos, los miembros de la guerrilla. Y a nosotros, quienes no podemos escapar de ese descenso a los infiernos.
La película de Corredor Pulido no es una ficción documentada sobre lo que pasó en los baños del Palacio de Justicia en las 27 horas de la toma y retoma. Es ante todo una experiencia sensorial. La narración, que empieza in media res, más que progresar linealmente va entre repeticiones y retornos, alteraciones y suspensiones. Lo que ocurre adentro dialoga con un afuera que es convocado por el trabajo sonoro y por las imágenes de archivo. Hay que ver la película para entender el poder del fuera de campo en el cine, es decir, de aquello que no vemos en el encuadre pero lo afecta.
Noviembre también deja en evidencia algunas trampas de la ficción. La crudeza física y emocional de la película a veces entra en cortocircuito con el cuerpo actoral compuesto en buena parte por figuras reconocidas que nos distancian del efecto realista y glamurizan lo que estamos viendo. Por los días del estreno de la película, su protagonista Natalia Reyes, quien interpreta a «La Mona», Clara Inés Enciso, única guerrillera que sobrevivió a la masacre, dijo que en Colombia derecha e izquierda son lo mismo*. Esa trivialidad contrasta con otro tipo de reconocimientos que suceden en la película, que son viscerales y/o sentimentales, sin que Noviembre deje de ser herramienta de memoria política donde la vulnerabilidad de los civiles y la ingenuidad de los guerrilleros contrasta con la máquina de guerra de los militares.
Forenses, por su parte, es una película que se atreve a proponer ideas políticas y estéticas que llevan a otro lugar el problema de la representación de aquello que no está. Hay intrepidez y, quizá, uno que otro exceso, en el surtidor de ideas que es la película, segundo largo del mismo director de Pirotecnia (2019), un ensayo visual que se preguntaba por la ausencia de algunas imágenes nacionales (y del cine nacional) y su suplantación a través de otras. El mayor arrojo conceptual de Forenses es lo que funciona como una suerte de premisa de la película: encontrar e identificar a los desaparecidos es, en sí, una forma de crear un país. Porque un país es antes que nada un relato compartido, y los desaparecidos podrían ser la base de ese relato. Dejar de decir «ellos» y empezar a decir «nosotros».
En diálogos posteriores a las proyecciones de Forenses, su director Federico Atehortúa Arteaga ha dicho que a los desaparecidos más que rememorarlos o recrearlos hay que crearlos. Y la película lo hace a través de diversas materialidades: mapas, animaciones, fabulaciones. Vemos nacer un nuevo cuerpo hecho de fragmentos, de voluntad y de deseo. No se trata solo de memoria sino de justicia. El cine en particular y la ficción e imaginación en general serían pues formas concretas de intervenir en la realidad. Forenses es una película performance cuyo modelo es El baile de los ángeles, la ficción con la que Katalina Ángel crea a Brenda —en la película dentro de la película— donde había solo un hueco y una identidad borrada (la mujer transgénero que encuentra asesinada). Brenda no es una representación, dice el narrador de Forenses, es una intervención en la realidad. Una transformación a través del cine.
Forenses y Noviembre nos traen a la vez la fuerza del documento, su valor de vestigio, y la potencia de la imaginación. En el documento hay indicios de cómo pasaron las cosas. Forenses utiliza archivos de distintos tipos y crea, allí donde no lo hay, un archivo nuevo. Noviembre, según su director, sigue las investigaciones sobre el Palacio de Justicia de Ana Carrigan y Olga Behar, entre otras autoras. Pero las dos películas van más allá.
La ficción puede imaginar las cosas de una manera distinta a como ocurrieron y con esa libertad abrir el espacio de lo posible. Ahí está toda nuestra esperanza.
Ver:
En busca de los 19 comerciantes: https://youtu.be/R65cTKGvov8
Escuchar:
GACETA Pódcast: https://youtu.be/IL495H2u8O4?list=PLVLwiWhcxDjEuKJAVJ29H3DGxsD1RP1Si
*Esta declaración la hizo Natalia Reyes como respuesta a una pregunta sobre el gobierno de Gustavo Petro.
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