ETAPA 3 | Televisión

Estéreo Picnic 2025: una tentativa de agotamiento

1 de abril de 2025 - 4:15 pm
Más de 170.000 personas se reunieron a lo largo de cuatro días en el parque Simón Bolívar para celebrar el Festival Estéreo Picnic. Esta crónica, en colaboración con El Enemigo, pasa de las peleas de parejas a los parlantes con sonidos de aves, de los precios de las crispetas a las luces que rodean al busto de Bolívar, de las ausencias de último minuto al momento que vive el FEP. Y en el centro está la música: Olivia Rodrigo, Justin Timberlake, Nathy Peluso, St. Vincent y The Marías fueron los favoritos del autor.
Alanis Morissette. Foto de @missangie_ph, tomada del Instagram del Festival Estéreo Picnic.
Alanis Morissette. Foto de @missangie_ph, tomada del Instagram del Festival Estéreo Picnic.

Estéreo Picnic 2025: una tentativa de agotamiento

1 de abril de 2025
Más de 170.000 personas se reunieron a lo largo de cuatro días en el parque Simón Bolívar para celebrar el Festival Estéreo Picnic. Esta crónica, en colaboración con El Enemigo, pasa de las peleas de parejas a los parlantes con sonidos de aves, de los precios de las crispetas a las luces que rodean al busto de Bolívar, de las ausencias de último minuto al momento que vive el FEP. Y en el centro está la música: Olivia Rodrigo, Justin Timberlake, Nathy Peluso, St. Vincent y The Marías fueron los favoritos del autor.

Jueves 27

«Hidratación profunda con textura ligera», dice el aviso de Neutrogena en el paradero del SITP. Y el siguiente. Toda la calle 63 tiene la misma publicidad, la misma cara: es la de Tate McRae, cantante canadiense de veintiún años, sex symbol en ascenso como alguna vez lo fue Britney, y señal inequívoca de que ya estoy cerca del Festival Estéreo Picnic, de que voy a llegar a tiempo para recoger mi acreditación. La ciclorruta que rodea la Biblioteca Virgilio Barco se pierde entre decenas de carritos que venden cervezas, perros calientes, impermeables y combos inmejorables: un paquete de Cheetos, una mazorca y una Póker a 8.000. Todavía falta para llegar a la entrada del parque Simón Bolívar, que recibe al festival por segundo año consecutivo, pero esta galería comercial es su verdadero inicio, la última oportunidad de comer y beber a precios decentes. Acelero mis zancadas: empezó esta vaina. 

Subirse a la rueda de la fortuna es gratuito si compraste la boleta VIP. De lo contrario, cuesta veinte mil. En Estéreo Picnic pagas la entrada para empezar a pagar todo lo que te quieren vender adentro. Al pie de la rueda me encuentro con Julián y Sebastián y hablamos de lo que se habla en el FEP: nuestra agenda del día. Yo quiero ver a The Marías a las 20:45, la misma hora a la que se presenta Tate McRae. «Es como la nueva Britney», me dice Julián. «The Marías vuelven en cualquier momento, pero esta es la única oportunidad para verla a ella». No lo compro, pero es un argumento convincente. Desde que entras, Estéreo Picnic te recuerda constantemente todo lo que te perderás durante el fin de semana. Cada decisión es un rechazo a cinco alternativas.

¿De cuántas formas se puede cubrir un festival de música? En la sala de prensa están los sospechosos de siempre, el gremio del periodismo musical es pequeño y todos nos conocemos. También están Ignacio Galán y Efraín Rincón, de Shots de Ciencia, una página de periodismo científico. Les pregunto entre risas qué tiene que ver el FEP con la ciencia y me responden, serios, que la mecánica de fluidos podría analizar las multitudes para predecir cuándo podrían formarse estampidas humanas y así prevenir miles de lesiones o hasta muertes. ¡Ciencia!

Suena «Murder On The Dancefloor», de Sophie Ellis-Bextor, en el club Aora, un «cabaret íntimo de baile y liberación» patrocinado por los condones Durex. Frente a la entrada hay una banca, donde una mujer le pide perdón a su novio. «No me pidas perdón», le responde él, pero no responde su «te amo». Apenas es el primer día de cuatro y parece que cada veinte pasos me encuentro con una pelea. Quiero decirle a esa pareja que no pueden tratarse de esa manera si alrededor de sus cinturas hay flotadores rosados de cisne: que se los quiten y ahí sí retomen los gritos. Las lágrimas limpian el maquillaje escarchado de la cara de otra mujer, en otra banca. No hay mejor lugar para llorar que donde el mandato es pasarla bien. 

Mi opinión sobre el concierto de Arde Bogotá se resume en un hombre dormido en el suelo al anochecer, mientras la banda española canta una canción sobre «un amor que sale bien». Él se levanta rápidamente y corre a revisar la foto que le tomaron. 

Ser una mujer joven, de un barrio popular, de un pueblo, es una responsabilidad para Kei Linch. La rapera de Madrid, Cundinamarca, lo confiesa desde el escenario Falabella: rapea para la gente que sueña en grande, que viene de pedazos difíciles. Rapea para la gente como ella. Esa determinación es tangible en su álbum debut de 2024 Dulcinea —por la combinación de «dulce» y «nea»—, que funciona como una profecía materializada. «Soñaba llenar la mesa de cream / Par de sambas en Brasil / Par de galas en París / Ahora de viaje y vestidos de Nike con el team / Lo veía venir», rapea en «Bendecida $ afortunada», y un público pequeño pero lleno de fervor canta con ella. Brinda por su primera vez en el FEP y bebe de su vaso, con una sonrisa que desarma; uno a veces olvida lo que llegar a estas tarimas significa para los músicos de Colombia. Respaldada por DJ Softkiller, Kei Linch pasa del rap al perreo procaz a la ranchera melancólica. Mi barra favorita de su presentación la entrega a capella: «Llegó la placa de YouTube y la usé pa’ reposar la pola». Es esa irreverencia la que la hace una estrella en potencia. 

Entre todos los sonidos que se funden en una gran capa de ruido Nathalia distingue unos pájaros que trinan. «¡Esperen!», advierte, y mira a su alrededor buscando algo. Lo encuentra en un parlante a diez metros del camino principal: nos acercamos y los trinos se hacen más nítidos. O sea que un festival cuestionado por su impacto ambiental en el ecosistema del Simón Bolívar pone parlantes para simular el canto de las aves silenciadas —tal vez desplazadas— por sus operaciones. La metáfora es tan evidente que mejor ni la señalo. 

Uno siempre va tarde en Estéreo Picnic, siempre los pasos son rápidos, siempre hay un concierto que ya empezó. Esta vez es el de The Marías, que me alegra la noche con un solo de trompeta como el de «SpottieOttieDopaliscious» de Outkast. La voz de la puertorriqueña María Zardoya tiene un toque frágil, lejano. Camina por el escenario como si el viento la moviera suavemente, lento, muy lento, y canta un soul psicodélico en inglés, para luego volver al español. «Esta se la dedico a Benito», anuncia antes de «Otro atardecer».

Indicadores económicos del FEP: los perros calientes cuestan veinticinco; las bolsas de crispetas, veintidós. No cuenten conmigo. Nathalia dice que se nota el impacto de Live Nation, la masiva promotora de conciertos que en 2023 compró la mayoría de Páramo Presenta, que organiza Estéreo Picnic. Y es verdad que hay tantas tiendas, tantas activaciones de marcas, tantas luces de neón que por momentos la música puede pasar a un segundo plano, ruido de fondo, o apenas una posibilidad de consumo más: el FEP como un gran centro comercial, uno con buenas playlists y mucha gente conocida. Tal vez estamos sesgados, le digo a Nathalia. ¿Y si Estéreo Picnic siempre ha sido así y ahora lo miramos con mayor sospecha? Mi respuesta no parece convencerla. 

«Yo solo quiero escuchar una canción de Alanis y comprobar que existimos en el mismo universo», dice Nathalia. Tengo treinta años, y cada vez son más los conciertos en que soy mayor que el promedio del público. Pero no ahora: Alanis Morissette ha convocado a una audiencia que ronda los cuarenta y ruge cuando su voz llena el parque, aunque ella todavía no aparezca. Y cuando aparece es un huracán, uno que toca la armónica y camina con rapidez por el escenario con un vozarrón que solo se puede comparar con los grandes fenómenos naturales. Como rapeó alguna vez Franco Carter: «Yo no analizo nada, solo sé si me emociona». Esto me emociona, pero, de todas formas, nos vamos después de la primera canción. Esta es una maratón y apenas vamos por el primer cuarto: hay que guardar reservas. 

O sea que un festival cuestionado por su impacto ambiental en el ecosistema del Simón Bolívar pone parlantes para simular el canto de las aves silenciadas —tal vez desplazadas— por sus operaciones. La metáfora es tan evidente que mejor ni la señalo. 

Parcels. Foto de @missangie_ph, tomada del Instagram del Festival Estéreo Picnic.
Parcels. Foto de @missangie_ph, tomada del Instagram del Festival Estéreo Picnic.

Viernes 28

Llego al festival pasadas las seis de la tarde, y me encuentro con Becca, que ya se va para su casa. ¿Qué pasó? ¿Cuál fue el problema? Ninguno, ya vio lo que quería ver, eso es todo. Dentro de cada festival hay decenas de festivales posibles, y las primeras veces que fui al FEP quería vivirlos todos al tiempo, que la experiencia fuera completa. En los últimos años me relajé y abracé el poder de la renuncia: de una forma u otra me voy a perder a artistas una chimba porque tocan muy temprano o muy tarde, o porque se cruzan con otros que quiero ver más, o porque tengo hambre. Intento correr cada vez menos, incluso ver menos conciertos por día. Es una estrategia que va en contra de la voracidad que propone el FEP, pero es liberadora, y la mejor estrategia que he encontrado para disfrutar con tranquilidad y sin culpa.

La llovizna se vuelve aguacero, y el torrente nos obliga a resguardarnos. Son las siete de la noche en el templo del perreo curado por la discoteca Perro Negro, un mundo distinto dentro del mundo distinto: si allí afuera es el espacio para descubrir música, aquí cada hit es conocido, incluso predecible, tanto como que el DJ va a mutear «Pa’ que retozen» para que el público cante que «las más putas son las más finas». La fiesta de reggaetón necesita certeza, familiaridad, poder cantar las canciones verso a verso para regresar a esa época cuando las bailaste por primera vez. A la salida, Camilo busca la tienda de Koaj para comprar ropa nueva: está empapado. Aparece un par de horas después con la merch oficial del Estéreo Picnic, y descubro un vínculo entre lluvia y comercio que no había considerado. 

En el Estéreo Picnic desaparece la plata. Lo llaman cashless, y quiere decir que hay que recargar la manilla para poder comprar cualquier cosa: agua, lechona o whiskey. Pero no funcionan los datáfonos así que no podemos recargar nuestras manillas. Al lado de la estación de recarga una canción acaba y una voz saluda a Bogotá: «Sabemos que estaban esperando a Incubus. Nosotros también nos enteramos a última hora, entonces esperamos que entiendan», dicen los de l280 Almas, institución del rock bogotano que se sumó al cartel en el último minuto para reemplazar a la banda estadounidense. «Y si nos van a tirar piedras, que sean de piedras de amor. ¡Vida, resistencia y rocanrol!». Al lado mío, alguien pregunta: «¿Eso es una banda real? Parece una parodia»; es un público inclemente. Al fin aparece una estación móvil de cashless, y ya estamos listos para gastar. 

La música de Parcels es agradable, perfectamente adecuada para ambientar un café de Chapinero donde un tinto no se llama tinto y te lo venden a diez mil. ¿Me gusta porque está hecha para que me guste? ¿Porque su sonido es familiar como el de una playlist genérica de Spotify? ¿Porque apunta al groove sin tener que llegar al groove? Obviamente Beto, el vocalista de Rawayana, es el invitado especial de la banda australiana: si entrecierras los ojos puedes ver que son agrupaciones equivalentes.

Reconozco una tendencia del FEP 2025: cada vez hay más gente con protectores auditivos, que son cada vez más bonitos. Estoy seguro de que Tool es una gran banda, pero ese rock no es lo mío. No eres tú, Tool, soy yo. O de pronto son tus visuales que me intimidan: ese ojo enorme, esos alienígenas, esos canales auditivos. Santiago está absolutamente fascinado con cada tema, definitivamente el problema es mío. 

La estética de Estéreo Picnic es arrolladora y lo engulle todo, hasta al busto de Simón Bolívar, enmarcado en intensas luces púrpuras que lo vuelven inmediatamente fotografiable, parte oficial del festival. 

A Juan Antonio, de El Enemigo, no le gustó el concierto de Justin Timberlake: demasiado gringo, demasiado limpio. Y para mí esa es la gracia: lo escucho y siento que estoy comiéndome una hamburguesa doble con adición de queso y tocineta acompañada de una malteada de fresa masiva. Hay hits que estaba esperando —«Señorita», «Cry me a river», «What goes around comes around»— y otros temas que ni recordaba, pero que me entusiasman de todas formas —en el 2007 seguro que «Ayo Technology», su colaboración con 50 Cent y Timbaland, fue mi tema más escuchado—. Es una estrella pop de otra época, entrenado en la gran maquinaria para bailar, sonreír y complacer: un profesional del escenario. Lo que eleva su presentación es su banda, los Tennessee Kids, que me dan el groove que no encontré en Parcels. Hasta ahora, mi concierto favorito: quiero todas esas calorías. 

A Juan Antonio, de El Enemigo, no le gustó el concierto de Justin Timberlake: demasiado gringo, demasiado limpio. Y para mí esa es la gracia: lo escucho y siento que estoy comiéndome una hamburguesa doble con adición de queso y tocineta acompañada de una malteada de fresa masiva.

Nathy Peluso. Foto de @diegocuevasph, tomada del Instagram del Festival Estéreo Picnic.
Nathy Peluso. Foto de @diegocuevasph, tomada del Instagram del Festival Estéreo Picnic.

Sábado 29

El bus no pasa. Cuando finalmente aparecen dos seguidos, ninguno se detiene en el paradero. Así que me subo a un taxi que de inmediato viola cinco o diez normas de tránsito, y el taxista me dice que si lo llaman Toretto no es por lo calvo ni por lo lindo sino por lo rápido. «Uno lo que debería hacer en este concierto es vender vicio», propone cerca del Simón Bolívar. «Ayer era el día del rock, ¿no? Y usted sabe cómo son los rockeros, les gusta fumar harta marihuana. Hoy es más electrónica, entonces yo creo que toca vender perico, de pronto tussi». «¿Y mañana?», le pregunto. «No sé, mañana sí de todo».

«Es como góspel, ¿no?», dice Daniela durante el concierto de LosPetitFellas. Cómo no lo pensé antes: esa es la clave de su encanto, de ese coro de diez personas que los respalda en la tarima, de la pasión de sus aficionados que cantan sus temas como si fueran salmos.

En 2012 Arcángel cantó: «A veces en la vida hay que tomar decisiones, a veces esas decisiones rompen corazones». Estaba profetizando cómo me iba a sentir luego de abandonar el concierto de St. Vincent para ver a CA7RIEL & Paco Amoroso. No sabía que Annie Clark (St. Vincent) era tan sexy, que su voz me iba a sacudir así: nunca la había escuchado y bastaron dos temas para que su concierto entrara a mi lista de favoritos. Así que el arrepentimiento es inmediato cuando llegamos a CA7RIEL & Paco. Supongo que para algunos funcionó el chiste de «¿Lo conocés a Marcelo? Agachate y conocelo». El pico de su presentación fue «La que puede, puede», el centro de su viralidad luego de su Tiny Desk del año pasado. En fin, fue un concierto insustancial y frívolo.

Es una ilusión, lo sé, pero la disfruto durante una hora: Nathy Peluso domina el escenario y me convenzo de que la vida es cuestión de voluntad, de un deseo ardiente, tan intenso que se materializa a las buenas o a las malas. La película que interpretó se llamaba La verdad de la milanesa y ella era la protagonista, en lucha contra el mundo. «Mientras nosotras nos dedicamos a triunfar, otros y otras se dedican a odiar», dijo antes de «Envidia»: sobre un piano lento repite que nació para ganar, y yo pienso que sería una gran villana de telenovela. Recorrió Grasa, su último álbum, y los principales éxitos que ha presentado en una década de carrera. Pasó por la bachata («Ateo»), la salsa («Mafiosa»), el rap («SANA SANA», el único tema en el que se habla del FMI y el clítoris a la vez), el R&B («Buenos Aires») y el funk carioca («MENINA», con Lua de Santana). Estas dos últimas fueron los mejores temas de la noche, la primera porque suaviza su fuego y la segunda porque lo enmarca en otro ritmo. Al final, su convicción de que nació para ganar es la que guía cada gesto, cada tema, cada disco. Su histrionismo, su exceso, me ha alejado en otras ocasiones, pero ahora me conquista. Es una voluntad absoluta que calla el ruido —las críticas, las dudas— y moldea el mundo hasta que se incline ante sus pies.

Astropical —la unión de Bomba Estéreo y Rawayana— tiene algo en común con el trapero puertorriqueño Eladio Carrión: ambos les piden a su público que guarden su celular por una canción, que la disfruten a fondo. Los primeros convierten el barro de Simón Bolívar en una playa de Palomino —no es un elogio— y el segundo debe ser el único cantante que le pide a su audiencia que lo llame «cabrón», repetidas veces. Promociona su disco DON KBRN y regresa a palos como «Kemba Walker» y «Mbappe» —sí, le gustan las referencias deportivas tanto como las de alta costura— para que Bogotá trapee con él. Se despide de prisa y sale corriendo del escenario aunque todavía falta media hora según la programación. Luego explicará que cantó el tiempo pactado con el festival y el festival no explicará, entonces, por qué la programación decía otra cosa; lo mismo que pasó con Drake hace unos años. Y los jodidos somos nosotros, los que quedamos en la mitad. 

«Atentos, ya va a salir el man de Rawayana», dice Santiago en la mitad del concierto de Justice. El diseño de los franceses —de luces, del escenario— es impresionante, pero no encuentro el alma en su presentación, ni nada que me mueva, por más enérgica que sea su música. Mis amigos están fascinados, así que, de nuevo, el problema soy yo. 

Al final, la convicción de Nathy Peluso que nació para ganar es la que guía cada gesto, cada tema, cada disco. Su histrionismo, su exceso, me ha alejado en otras ocasiones, pero ahora me conquista. Es una voluntad absoluta que calla el ruido —las críticas, las dudas— y moldea el mundo hasta que se incline ante sus pies.

Olivia Rodrigo. Foto de @juanografoo, tomada del Instagram del Festival Estéreo Picnic.
Olivia Rodrigo. Foto de @juanografoo, tomada del Instagram del Festival Estéreo Picnic.

Domingo 30

Ya se habían caído del cartel The Black Keys, Fontaines DC e Incubus. Y bueno, así pasa. Pero me despierto y veo que JPEGMafia canceló su concierto de esta noche y me molesta. Al parecer tenía un problema con su agencia de booking, pero eso no es problema nuestro; debería al menos explicar qué pasó, disculparse. Estamos desprotegidos ante los caprichos de los artistas —más allá de la salud imprevisible— y el festival tampoco nos da mayor información. ¿Y entonces qué? 

Hace una década era impensable que el rap colombiano fuera protagonista en el Estéreo Picnic. De los últimos cinco, este ha sido el año con menos rap, pero contó con una de las puntas de lanza de la generación que hizo posible que el hip-hop nacional llegara hasta acá. Desde discos con Gordo Sarkasmus como Herejías hasta proyectos como solista como Círculo Vicioso y Obra Negra, Granuja ha expresado una mirada cínica que en el humano ve a una bestia como cualquier otra. «No somos nada, no somos nadie, solo partículas que flotan en el aire», rapea en “Partículas”. Acompañado por Deejohend y una banda de dos integrantes —nunca me van a convencer de que un concierto con banda es mejor que escuchar los beats originales—,  el rapero de Apartadó puede ver desde la tarima lo lejos que ha llegado el rap colombiano, y una carpa Falabella desbordada le da sus flores coreando sus temas más icónicos como «De pe a pa». La aparición del rapero suachuno Jamblock Jr es un signo de admiración inesperado, palpitante.

Este año vino menos gente al Estéreo Picnic que en las ediciones anteriores. Más allá de las cifras, se nota en la entrada, en la salida —en Briceño era cuestión de horas y ahora es muy fácil, gracias por eso—, en las filas, y en los públicos mermados ¿Es un problema de este cartel en específico y sus headliners o los grandes festivales atraviesan una crisis más profunda? A Coachella le costó vender entradas el año pasado, y los rumores decían que el FEP estaba intentando lo que fuera para atraer más gente, desde las entradas para menores hasta las entradas por Rappi. Puede que sea un tema de plata, de entradas cada vez más caras luego de que pasara el auge pospandémico de la música en vivo. Y quizás el FEP ya no es the place to be como antes, un evento que definía lo cool, una vitrina para ver y ser visto, una expresión de prestigio social, de buen gusto cultural. Supongo que son ciclos, es difícil que una marca se mantenga en la cima eternamente. Pero es el último día y en el FEP hay miles de personas consumiendo a manos llenas. ¿Es el sold out el único indicador de éxito en un festival? Precisamente, para alejarse del sold out como indicador de éxito están otros festivales más pequeños, otras curadurías más arriesgadas. Uno no viene al FEP a hablar de decrecimiento. 

Nunca había vivido un concierto como el de Olivia Rodrigo. Hay tanta gente llorando a mi alrededor, desviviéndose con cada tema, que yo también me emociono y casi lloro. Las experiencias colectivas como los conciertos no tienen igual, y ahora mismo el piso tiembla, la multitud salta y grita y Olivia sonríe. Su atuendo negro de dos piezas apenas cubre lo esencial, pero no le quita cierta inocencia juvenil, esa con la que dice «fuck» o «fucking» como cruzando un límite sin que sus padres se den cuenta. En los toques de rap no me encuentro con esta euforia femenina tan pura, y no sabía que me hacía falta. Me adentro en los misterios del pop y ella le pide a Bogotá que grite y se desahogue: la respuesta es absolutamente ensordecedora y me hace sentir parte de algo más grande, una de las principales virtudes de la música. Estéreo Picnic existe para conciertos como este, el mejor de todo el fin de semana. 

En los toques de rap no me encuentro con esta euforia femenina tan pura, y no sabía que me hacía falta. Me adentro en los misterios del pop y ella le pide a Bogotá que grite y se desahogue: la respuesta es absolutamente ensordecedora y me hace sentir parte de algo más grande, una de las principales virtudes de la música.

Esta crónica es una colaboración con El Enemigo, un medio musical que acaba de cumplir diez años. Síganlo acá y léanlo acá.

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