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Invasión inesperada

La historia de la música que ha navegado por las aguas del Caribe es el testimonio de una larga cronología agobiada por la esclavitud, el deterioro ambiental y la ilusión de conjurar el desastre con los ritmos de una geografía cifrada por el mar.
Joaquín Loreo instala una chilinga, técnica artesanal sostenible en la ciénaga de Paredes, Santander. Foto de Natalia Ortiz Mantilla.
Joaquín Loreo instala una chilinga, técnica artesanal sostenible en la ciénaga de Paredes, Santander. Foto de Natalia Ortiz Mantilla.

Invasión inesperada

La historia de la música que ha navegado por las aguas del Caribe es el testimonio de una larga cronología agobiada por la esclavitud, el deterioro ambiental y la ilusión de conjurar el desastre con los ritmos de una geografía cifrada por el mar.

Tenemos tres clases de agua: dulce, salada y contaminada. Esta última es la que más inquieta porque crece incesante y se necesitan esfuerzos y recursos descomunales para contenerla y recuperarla.

 

Un poco de historia

Cuando nuestro continente aún no se llamaba América, transcurría sin sobresaltos bajo el dominio de los aborígenes, quienes con sus costumbres, creencias y rituales protegían la naturaleza y a los seres vivos que la habitaban.

Esa calma relativa de improviso se fracturó. La expansión del capitalismo comercial de Europa nos trajo en las carabelas a unos intrépidos personajes que se tomaron el mar en nombre de sus ambiciones y las de los reyes de España y de Europa. El Gran Caribe —que en su concepción más amplia abarca desde el sur de los Estados Unidos hasta el centro del Brasil, en Río de Janeiro, y, claro, comprende todas las Antillas mayores y menores, y las riberas y costas de los países que lo circundan en Centro y Suramérica— se iba a alterar de manera fundamental y por una actividad continua, intensa y violenta.

La invasión inesperada y dramática de los europeos (españoles, portugueses, ingleses, franceses, holandeses) trajo la esclavización de los africanos, que fueron vendidos en diferentes mercados de las islas del Caribe y sus tierras aledañas. Se les obligó a trabajar bajo el azote y los castigos del mayoral, solo con el alimento y la vivienda necesarios para sobrevivir.

La historia nos habla del primer desembarco masivo de esclavos en Cuba en 1517 y, poco después, en Cartagena de Indias y Santo Domingo. Nos dice Jesús Guanche: «La esclavitud alcanza su apogeo entre 1790 y 1860, periodo en que se introducen 1.137.300 esclavos, incluso los estimados del tráfico clandestino que coinciden con el auge de la economía agroindustrial y con el aceleramiento de la crisis estructural del sistema esclavista por su forma, pero esencialmente capitalista por su contenido».

Esta situación constituye un crimen descomunal que se prolongó por más de trescientos años, hasta que las rebeliones de los cimarrones, el cambio de la explotación cañera y otras labores en el tabaco y el café, sumados a las revoluciones contra la nobleza en Europa y la aparición de las primeras repúblicas, allanaron el cambio hacia la condena de la esclavitud y la proclamación de la libertad.

En la siguiente obra del cubano Adalberto Álvarez, Y qué tú quieres que te den, hay una síntesis de ese devenir histórico:

 

Desde el África vinieron

Y entre nosotros quedaron

Todos aquellos guerreros

Que a mi cultura pasaron

 

Obatalá, Las Mercedes

Ochún es la Caridad

Santa Bárbara Changó

Y de Regla es Yemayá

 

Va a empezar la ceremonia

Vamos a hacer caridad

 

No obstante, es justo reconocer en la balanza histórica que los europeos nos dejaron innovaciones como las lenguas, las herramientas, otros animales, semillas nuevas, inventos, otras religiones, arquitecturas, costumbres, trajes, la rueda y medios de transporte, conservación de alimentos, entre otros asuntos. Alguien agregó: «Lo mejor que nos dejaron los españoles y los africanos fueron las mulatas».

Hay que añadir que luego llegaron, forzados o libremente, otros inmigrantes: chinos, polinesios, árabes, judíos, japoneses, gitanos, culíes, quienes debían pagar sus pasajes para trabajar en Cuba con un contrato de trabajo firmado, por ocho años, para obtener su libertad.

 

La música en el Caribe

Los europeos traían sonidos propios, instrumentos y géneros, que practicaron en estas tierras: cantos religiosos, danzas profanas, trovadores con sus vihuelas, rabeles y laúdes, a los que se sumarían violines, violas, chelos, arpas, clavicordios, pianos y órganos. Así empezaron a sonar, junto a las voces y los géneros en la Conquista y la Colonia como música oficial y dominante, La vencedora, La gata golosa, Cuatro preguntas  y El agua, de María Grever.

La irrupción de la música de los esclavos reconstruyó los tambores que reprodujeron y acompañaron los cantos de un solista con una res-puesta coral tanto para los cantos y las danzas religiosas como para la música profana. «La superposición de planos tímbricos, que constituyen sis-temas expresivos independientes, es el gran aporte que el africano ha hecho al perfil definidor de la música de nuestra América y que tuvo su principal centro de dispersión en lo que para todo el continente significa el Caribe», anota el musicólogo cubano Argeliers León. «Y fue la percusión africana la que intervino para fijar culturalmente este principio constructivo de toda la música caribeña».

La irrupción de la música de los esclavos reconstruyó los tambores que reprodujeron y acompañaron los cantos de un solista con una respuesta coral tanto para los cantos y danzas religiosas como para la música profana.

También reconstruyeron marímbulas, marimbas o xilófonos y balafones. En ellos fueron usuales los ritmos binarios, la síncopa y un indefinible sabor o swing en el canto y el toque, adaptándose los ritmos cubanos por parte de los palenqueros que tomaron de trabajadores cubanos llegados para construir y trabajar en los ingenios de azúcar en Berástegui (1872) y Sincerín (1907). Destaco la pieza En las orillas de un río, por el Sexteto Tabalá, y Aguacero de mayo, de Totó La Momposina:

 

Bonita la mañanita, bonita la mañanita

Cuando viene amaneciendo, cuando viene amaneciendo

Los gallos merodeando y los trapiches moliendo

Los gallos merodeando y los trapiches moliendo.

 

No hay que olvidar que los indígenas, despojados de sus tierras, no se apabullaron y, contra el desprecio y persecución, bailaron sus areitos grupa-les y resonaron con fuerza sus cascabeles, sus maracones, sus raspadores, sus flautas de varias dimensiones y los tambores gigantes de madera tales como el mayohuacán. Sin embargo, su música es la menos radiada, grabada y difundida en el país.

 

Volver al agua

Las músicas y los cantos dedicados al agua y al mar son, en su mayoría, sobre la diversión o el aprovechamiento irresponsable y cuantioso de peces y mariscos, así como también nos hablan del amor.

 

En el mar la vida es más sabrosa

En el mar te quiero mucho más

Con el sol, la luna y las estrellas

En el mar todo es felicidad.

 

En el mar es una pieza musical de Osvaldo Farrés, interpretada por Carlos «Argentino» Torres con La Sonora Matancera. Sin embargo, tendríamos que recordar cómo en el mar también hay saqueos criminales de parte de los conglomerados pesqueros de Japón, España, Reino Unido, Francia, Estados Unidos, la Federación de Rusia. «Se ha estimado en setenta y tres millones de ejemplares de tiburones a los cuales se caza o se les cortan sus aletas con el fin de satisfacer a los consumidores más exigentes que pagan hasta cien dólares por un plato o sopa de aletas de tiburón», según la BBC.

En Malpelo, en el Pacífico colombiano, denunció Alice Perry, de la Organización Internacional de Conservación Océano, que un barco de bandera costarricense sacrificó dos mil tiburones por sus aletas.

El compositor puertorriqueño Catalino «Tite» Curet Alonso escribió «Estampas marinas», cantada por Cheo Feliciano, que describe una tragedia masiva: son muchos los humildes pescadores que se enfrentan al mar sin los elementos apropiados para sobrevivir y encuentran la muerte.

 

Ni una bomba más

La música de Latinoamérica y el Caribe ha sido una compañera y defensora de las sociedades y sus recursos naturales.

El 7 de septiembre de 1977, Jimmy Carter y Omar Torrijos firmaron el tratado por el cual los Estados Unidos devolvían 1.400 km2 a Panamá y se desmantelaban catorce bases militares norteamericanas. Lo firmado se materializó el 31 de diciembre de 1999 con intenciones de comenzar el nuevo siglo sin intromisiones coloniales.

Los trances de esta epopeya estuvieron respaldados por los músicos panameños: Bush y sus Magníficos, La Orquesta 11 de Octubre, el pianista Danilo Pérez, Rubén Blades con su tema «Patria», y muchos más. Asimismo se manifestó el infaltable Daniel Santos con su LP Revolución y el apoyo incondicional de Gabriel García Márquez.

Hay que recordar cómo, en mayo de 2024, se cumplieron veintiún años del jubiloso triunfo puertorriqueño frente a los Estados Unidos. Lograron con amplia solidaridad internacional el retiro definitivo de la base naval de la Isla de Vieques, en una conquista que condujo radicalmente a parar la contaminación ambiental y radiactiva que causó daños graves a la fauna, la flora y los mares boricuas, y provocó la muerte de más de cincuenta pobladores viequenses, sin contar con el alarmante número de enfermos de cáncer.

Frente a esta situación se manifestaron, entre otros, «Tite» Curet, Norma Salazar, Andrés Jiménez, Antonio Cavan, Cheo Feliciano y Ricky Martin. Ray Barretto retrató lo sucedido en Guajira para Vieques, también conocida como Ni una bomba más.

 

Ondas musicales en las olas del mar

 

Luna, ruégale que vuelva

Y dile que la quiero

Que solo la espero

En la orilla del mar.

 

José Berroa, En la orilla del mar

 

El mar es quizás el recurso natural más inspirador a la hora de componer canciones y boleros para el amor feliz, el amor desdichado y otros estados intermedios.

Muchos conocen la predilección de Gabriel García Márquez por el bolero En la orilla del mar, que gozó de fama internacional por la versión de La Sonora Matancera con Bienvenido Granda. Pero existen varios ejemplos menos reconocidos, de gran categoría, en los que convergen la música, la poesía, los amores y el mar.

La inspirada compositora puertorriqueña Sylvia Rexach creó una de las obras cumbres del «bolero filin» boricua, Olas y arenas, donde logra con muy pocos elementos una bella analogía entre una relación amorosa quimérica y el movimiento natural de las olas del mar sobre la arena:

 

Soy la arena, que en la playa está tendida

Envidiando otras arenas que le quedan cerca el mar

Eres tú la inmensa ola que al venir casi me toca,

Pero siempre te devuelves hacia atrás.

 

Y las veces que te derramas sobre arena humedecida

Ya creyendo esta vez me tocarás

Al llegarme tan cerquita, pero luego

Te recoges y te pierdes en la inmensidad del mar.

 

Otros boleros —Prisionero del mar, El mar y el cielo, La barca, Nave sin rumbo y Reina del mar— son la pasión hecha música, tanto así que el escritor Gonzalo Archila considera como un «bolero apocalíptico» el que nos dice que se quede el infinito sin estrellas / o que pierda el ancho mar su inmensidad…

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