Para los sistemas de conocimiento de varios pueblos del centro del Amazonas colombiano, las plantas maestras como la coca hecha mambe y el tabaco hecho ambil son el fundamento de la tradición y, en complementariedad con la yuca como saber hacer femenino, son clave para el ordenamiento y los equilibrios de la vida sobre el territorio. De acuerdo a la tradición, el ambil o esencia de tabaco inspira la palabra, el mambe le da vitalidad al cuerpo y al espíritu para mantener despierto al sabedor y a la comunidad y la manicuera (bebida de yuca endulzada con frutas) enfría o endulza la cabeza y el corazón.
Para muchos de estos pueblos de la Amazonía, la tarea fundamental de quien usa la coca de forma ritual y como conocimiento está en su capacidad de aprender a transformar una sustancia potencialmente enfermiza en alimento para el cuerpo y el espíritu, es decir «hacer coca» (Echeverri & Pereira, 2010). En la tarea, aprende a procesar un espíritu que es caliente y dañino para endulzarlo, refrescarlo y que se vuelva alimento para el cuerpo y el alma. La coca mambeada es acompañada de ambil (esencia de tabaco) que es el que da la embriaguez y otorga la conexión con la palabra. El ambil o el tabaco es por excelencia el espíritu que conecta con la palabra de consejo. La una y la otra son complementarias pues permiten mantenerse despierto y centrado en el camino de aprendizaje y de escucha de la palabra antigua, aprendiendo a sentir y a pensar con los otros. Es en la palabra de consejo del abuelo en donde la coca toma su espíritu nutritivo y benéfico. El mambeadero es una tecnología material y espiritual que le ayuda a las personas a mantenerse afinadas con la vida desde la cultura.
«El mambeadero es el espacio donde se aprende, donde se recibe consejo, donde usted tiene que pensar qué va a hacer. Porque todos los días y años tras años es un mambeadero que sirve, eso no se acaba, la palabra no se acaba, el pensamiento que dejaron nuestros abuelos no se acaba. Esa palabra y ese camino, eso es lo que nosotros traemos, no porque alguien nos lo contó ayer, eso viene desde la creación, esa palabra viene desde allá y a cada uno de los que está aquí presente. Y no todos nosotros como grupo indígena, no todos tenemos ese poder, esa inteligencia, pa’ poder llegar hasta allá porque es mucho sufrimiento, nosotros decimos mucha dieta, y por eso son aquellas personas que uno mira sentado, es porque ha pasado mucho sufrimiento, mucha etapa, son gente muy escogida para eso, igualmente nosotros venimos para poder llegar a eso» (Agga, 2024).
Las plantas maestras tienen un valor de sociabilidad dentro de las culturas. Ofrecen un aprendizaje moral, ético y espiritual y se vuelven formas de comportamiento y de vida. En el mambeadero, las plantas maestras exigen un aprendizaje corporal, experiencial y de disciplina y comportamiento social que está ligado al cuidado e integra a los sujetos en unas relaciones más amplias de comprensión de la vida. Desde la palabra de consejo, sus prácticas y saberes les sirven para pensar y repensar los conflictos y les ayudan a resolver la dificultad.
Las diferentes bonanzas económicas que ha vivido la región del trapecio amazónico en las caucherías, en las cacerías de animales para la extracción de sus pieles y de la explotación maderera configuraron unas formas comerciales que en los tiempos recientes han sido útiles para el procesamiento y comercialización de la coca para convertirla en cocaína. El dinero que ha circulado a manos llenas fruto de las bonanzas instaló en la región un estilo de vida que se centraba en la riqueza y que se hacía visible en el afán de ostentar productos que se consideraban de valor para la sociedad mayoritaria; entre ellos casas de material, electrodomésticos, motos y carros, todos obtenidos con rapidez y que poco a poco fueron transformando los valores de los pobladores de esta región, sus nociones de tiempo y de espacio pero sobre conceptos culturales tan importantes como la abundancia como valor distributivo centrada en la riqueza como soporte de la vida individual. Sin embargo, esto no operó de la misma forma para todos los pueblos amazónicos. La diferencia estuvo en la forma como algunos pueblos entendieron e interpretaron estas economías, teniendo como fundamento su memoria cultural ligada a sus tradiciones espirituales.
En la maloca urbana de Leticia se celebró una asamblea en el 2010 para discutir diferentes problemáticas de los resguardos y las comunidades de la región. Uno de los temas era la ocupación de la tierra por parte de blancos y terratenientes que se dedicaban al monocultivo de la coca para su procesamiento como cocaína. En esta reunión, los líderes más jóvenes proponían recuperar estas tierras a la fuerza pues, como lo dijeron, eran sus tierras ancestrales. Sin embargo, en medio de la discusión un mayor indígena hizo la siguiente reflexión: «Nietos y parientes, ¿para qué queremos la tierra si ya no sabemos hacer chagra, si no la queremos para cultivarla y para cuidarla? Si vamos a hacer lo mismo que los blancos, monocultivo, pues nos vamos a convertir como ellos. ¿Para qué nos sirve tener tierra si ya no sabemos cuidarla?» (Agudelo, 2012).
La reflexión es importante pues pone el énfasis en los cambios de hábitos en la región y en la perspectiva generacional. El llamado de atención no era sobre la tierra como un bien material, que puede traer riqueza, de acuerdo con su aprovechamiento. La pregunta era sobre la palabra de abundancia, es decir, sobre la tierra como valor espiritual para el cuidado de la vida. «Son canastos diferentes», dirían los mayores. Si la planta de la coca se usa para conseguir dinero y adquirir riqueza, al tener la planta su propio espíritu y su propio manejo ritual, al desviarse su uso se puede volver ukube, enfermedad que calienta (ella en esencia es caliente) y puede quemar la casa de saber, causar guerra y violencia y de eso, de ese espíritu enfermizo, saben mucho las bonanzas.
Si la coca es abundancia, es alimento de vida y proporciona trabajo para el buen vivir, ofrece autonomía alimentaria, solidaridad y crecimiento colectivo. Por eso, «alejados de la jibina, nuestra coca, el canasto toma una forma diferente a la cultura y causa enfermedad» (Walter Agga). De ahí que el uso inadecuado de la coca ha traído conflictos, hambre y destrucción. Por eso y en el contexto de la maloca urbana fue recordada la palabra de mambeadero como palabra de vida, palabra dulce, amiga, palabra de paz, pues la palabra caliente no es permitida allí. En el mambeadero esta palabra se refresca con el aliento de vida en el consejo del abuelo para que se enfríe en el pensar dentro del corazón que, embriagado de tabaco, lleva el friaje a la inteligencia del pensar, y con ello ocurre el acto de curar el pensamiento, para que no resuene más el sonido de la guerra en la palabra. En ese sentido la palabra del abuelo recuerda:
«Para eso Dios crea las malocas, nuestros centros espirituales, nuestros centros rituales, nuestros centros de formación, nuestro centro medicinal. Desde ahí nosotros formamos al individuo para poder gobernar, para ejercer y ser médico tradicional, para ser buenos ambientalistas. Por tanto, nosotros nos denominamos conservadores del bosque, de la naturaleza. Es por eso que a través del mambeo, del consumo de nuestro ambil, que hoy en día estamos compartiendo con nuestros compañeros [los blancos], estamos para escucharnos porque es el paradigma de la vida de nosotros. Desde acá cuando existen diferentes dificultades, nosotros los maloqueros pues hacemos rituales, con eso limpiamos el planeta, nosotros con eso estamos limpiando y cuidando» (Agga, 2024).
En esta vía, los sistemas de conocimiento tradicional y ancestral devenidos de las plantas maestras, en este caso de la cocamama en forma de mambe, y el ambil, les han permitido a los pueblos retomar los caminos antiguos en el presente y en función del porvenir.
De acuerdo a la tradición, el ambil o esencia de tabaco inspira la palabra, el mambe le da vitalidad al cuerpo y al espíritu para mantener despierto al sabedor y a la comunidad y la manicuera (bebida de yuca endulzada con frutas) enfría o endulza la cabeza y el corazón.
Las plantas maestras y la cocamama. Un camino de abundancia para la humanidad
La comprensión y posicionamiento de los sistemas de conocimiento ancestral y tradicional y sus correlaciones orientadoras desde las plantas maestras son un tema fundamental que le puede aportar a una ecología de los saberes (de Sousa Santos, 2017) puesto que la práctica de estos sistemas de conocimiento tradicional encierra fundamentalmente conocimientos bioculturales.
Entender los elementos culturales que permiten la transmisión y recreación de la cultura para su pervivencia y como modelo de salud integral es alimentar un camino de la pervivencia con perspectiva de actualización y bienestar. Estos sistemas de conocimiento plantean una relación diferente con las otras especies y seres de la naturaleza, por ende, se trata de un pensamiento que piensa y siente desde la diversidad en función del cuidado de la vida. Esa diversidad se expresa en la palabra de los pueblos en cada cosa que vive. Por ejemplo, hablando del aire, la palabra de los mayores/as nos recuerda que todo respira desde sus diferentes formas de aliento y ese hálito vital diferente contribuye a la respiración común en el acto de nutrir el aire y brinda una posibilidad de equilibrio entre quienes son diferentes. Así lo nombra Agga,
«El mambe y el ambil es el que regula, el aire puro que nosotros respiramos. Entonces eso tiene la interrelación entre el pensamiento creador de los indígenas para manejar el cosmos. Entonces por eso nosotros decimos: “la hora ya está tranquila”, en la noche cuando ya estamos mambeando, se conecta con el aire puro que respiramos y la coca es la que da vida. Entonces cuando alguien se nos desmaya, allá invocamos a ese espacio para que regule con la que nosotros respira porque a la persona se le va el espíritu y muchas veces el espíritu de ella lo lleva para allá. Ese aire que hoy en día necesitamos para volver a reconstruir, digamos el mundo necesita de volver a conservar todo el equilibrio de la diferente biodiversidad en los cultivos ya que hoy en la mayoría se utiliza monocultivo y esa es la que nos está acabando la falta de biodiversidad. Con la diversidad de cultivos nosotros construimos energía, cuando uno llega trae energía, cuando otro indígena llega trae energía y eso lo depositamos en la ciudad y decimos: “ojalá ellos lo moldeen bien, lo revisen y sigan consultando” (Agga).
En una vía intercultural de lo que se trata es de entender los beneficios de estos saberes y de estos sistemas de conocimiento tradicional que forman parte de un sistema de cuidado de la vida que puede permitirle a nuestras sociedades rehacer un puente entre la comprensión cultural del fenómeno y su posible solución. Es una relación inversa, pues entiende que estos saberes ancestrales, con siglos de preservación, nos pueden servir para abordar un problema de forma novedosa pero ya comprobada por la misma tradición. Es decir, se propone la construcción de un nuevo ethos que dialogue con los sujetos que encarnan estos saberes.
En Colombia, a pesar de que en los últimos años el uso del mambe y del hayo han llegado a las ciudades, fuera de su contexto territorial, pero en muchos casos como parte de sus usos rituales, no se han hecho estudios, entre muchos otros faltantes, sobre la relación entre la mamacoca y sus usos tradicionales, rituales y terapéuticos, ni dentro de las comunidades y mucho menos por fuera de ellas. Esto no ha impedido que se dé una creciente revaloración de los saberes tradicionales alrededor de las plantas maestras, iniciada por el uso ritual del yagé que comenzó a implementarse en rituales en las ciudades desde los años 90 del siglo anterior. Asimismo, se ha vivido un creciente uso medicinal y terapéutico de estas plantas en el mundo. En ese sentido, no son pocos los retos y desafíos que enfrentan las plantas maestras en la globalización, dado su enorme potencial en el tratamiento integral y holístico de adicciones y otras enfermedades psicológicas.
La nuestra es una reflexión sobre la experiencia de los pueblos como parte de la experiencia de la humanidad y de lo humano en sus diferentes formas de existencia y de comprensión de lo vivido. Es una reflexión sobre el pluralismo epistémico y ontológico que quiere escuchar y comprender la experiencia del otro como parte de una historia común de la humanidad. Estas experiencias se presentan como alternativas para enriquecer las perspectivas sobre lo vivo y las diversas formas de relacionarnos con los ecosistemas y los seres sentipensantes. Las experiencias de los pueblos presentan formas esperanzadoras de aprender a relacionarnos con el todo, en la necesidad del cuidado de la vida y de lo vivo dentro de la Madre Tierra. Para nosotros, la esperanza está, silenciosa y calma, en los intersticios del alma. Debemos entenderlo como una siembra para el porvenir, que en nuestros contextos es aquí y ahora.
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