«El Dios de los Tikuna, / Gútapa /, furioso con su esposa
porque no le daba hijos —ya que no tenía vulva— la dejó
abandonada en el monte. Luego ella —salvada por el pájaro
Cacatúa— golpeó a / Gútapa / en la rodilla:
…y al poco tiempo / Gútapa / estaba enfermo de la rodilla. Pasaban los
días y la hinchazón aumentaba más.
…/ Gútapa/ llamó a su hermana:
—Si en verdad me quieres, revisa mi rodilla.
Ella observó que había un pequeño hueco, y que en el fondo, había
personas tejiendo mochilas.
/ Gútapa / le pidió que se los sacara de la rodilla, pero ella se negó,
diciéndole:
—No te los sacaré, porque es gente la que está creciendo en tu rodilla.
…
La gente que había en la rodilla del Abuelo era muy bonita y crecía muy
rápido, y cada vez que crecían, se le hinchaba más la rodilla.
Después de un tiempo,… salieron de la rodilla de / Gútapa /, eran de tamaño diminuto. Salieron con sus cerbatanas en dirección al monte,
aparecieron caminando por sus propios medios, porque eran fuertes y
conocían los secretos de la selva. Así fue cómo se formó la gente; antes no había…»
Los extractos de este mito, que a manera de exégesis fueron el origen de los Tikuna, vienen cargados con toda la fuerza del imaginario colectivo de los pueblos precolombinos de América, y hacen parte de la traducción libre al castellano de un conjunto de mitos de origen de la etnia, que bajo el nombre Maguta, la gente pescada por Yoí, compila, transcribe en lengua indígena y traduce al español el antropólogo Hugo A. Camacho, de la Universidad Nacional de Colombia, en trabajo conjunto con jóvenes y ancianos de varias comunidades Tikuna en el Trapecio Amazónico colombiano, como resultado de un proceso actual de fortalecimiento de la etnia y la cultura.
Dicho trabajo fue merecedor del Premio Nacional de Cultura en la modalidad literatura oral indígena, del año1994. Se trata del arreglo de una serie de mitos sobre el origen de los Tikuna, alrededor de un relato tradicional que contiene el ritual de iniciación femenino conocido como El rito de la Pelazón. La forma como se estructura el texto, con una versión libre en español —salido de un común acuerdo sobre las diferentes narraciones— y una transcripción de los relatos en lengua indígena con equivalencia de sentido al español, logran involucrar al lector no indígena en el complejo mundo conceptual de la cosmogonía tikuna —y, por ende, de los pueblos de la Amazonia— y revela la labor de rescate ético-cultural en que están empeñados algunos de sus protagonistas.
Esta labor revitalizadora de los Tikuna descubre una riqueza cultural tal, que repitió el Premio Nacional de Cultura en literatura oral indígena en 1995, con la compilación Nuestras caras de fiesta (Comp. H.A. Camacho), esta vez sobre las historias de los cantos y pasos ceremoniales del ritual de «la Pelazón», donde se presentan los elementos e instrumentos —personajes musicales— que participan en forma activa en este ritual de la pubertad.
Pero no era la primera vez que se premiaba un trabajo sobre la tradición oral indígena en el país. Ya en 1993 se había otro premio en esta modalidad, a un trabajo de recopilación y transcripción de la tradición oral Uitoto —en este caso no sobre mitos sino sobre relatos tradicionales y enseñanzas de vida— bajo el título Tabaco frío, coca dulce, llevado a cabo por el antropólogo Juan A. Echeverry, de la Universidad de Antioquia, quien se reunió, en varias ocasiones, con el cacique de la comunidad del río Igaraparaná (Resguardo Predio Putumayo, departamento del Amazonas) Hipólito Candre —cuyo nombre indígena es Kinerai—, para hacer las grabaciones de las que se sacaron los textos.
Allí se encuentran reunidos, a manera de conversaciones, oraciones o narraciones tradicionales, muchos de los preceptos del proceder Uitoto ante la vida, el trabajo y la familia, en la forma como se transmiten a las nuevas generaciones. Se organiza el libro en forma de textos, que recogen narraciones o conversaciones completas de Kinerai, primero transcritas en uitoto y luego traducidos al español —en forma libre pero ajustada al original—, seguidas de una sección de comentarios explicativos a los textos por parte del autor. Como en el caso anterior, la manera de presentar las narraciones y la traducción al español —tratando de mantener al máximo el espíritu de la forma narrativa de los indígenas— logra comunicar al lector mucha de la fuerza expresiva de la tradición oral indígena.
Es muy grato ver que este imaginario colectivo, hasta hace poco restringido a las bibliotecas de las universidades y centros especializados, empieza a ser conocido por el resto de la población. Que en Colombia se premien trabajos que versan sobre la cultura indígena del país y sus manifestantes, es un signo de la madurez alcanzada por la cultura oficial, jalonada por sectores de la población, como el académico, que han mantenido el interés por este componente habitacional del país— generalmente despreciado, ignorado o explotado— que no deja de asombrarnos con la riqueza de su cultura a medida que no se nos va descubriendo sin prejuicios.
También es un signo de aliento que va en pro de la valoración y el reconocimiento de esa gran parte de la población colombiana —indígenas, negros y campesinos— que habitan las distintas regiones del país, le han dado gran parte de su folklor y han contribuido en gran parte a su progreso, sin que este, a su vez, les haya compensado. Ojalá no se traduzcan estos premios en beneficio solo para unos cuantos individuos.
Por último, son estos premios también el reconocimiento a aquellos individuos que, atentos a este auténtico patrimonio cultural del país, han logrado acercarse con sabiduría y respeto a los indígenas, y han sabido transmitirnos su mensaje de la selva, haciendo uso de los códigos escritos de dos lenguas que buscan comunicarse en igualdad de condiciones.
En el caso de los Tikuna, el trabajo se dio como resultado de una labor recuperación cultural y revitalización de la etnia que lleva más de quince años. Bajo el nombre Colectivo / eware /, líderes y ancianos de las comunidades Tikuna, al lado del antropólogo Camacho —coordinador del proyecto de Atención Integral a la familia indígena, del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) en Leticia— emprenden la gran aventura de rememorar y fortalecer la tradición cultural, a través de Talleres de Recuperación Oral. Esta labor ha dejado varios logros, como la elaboración de materiales didácticos bilingües; la realización de un video-documento sobre la Fiesta de la Pelazón; y la creación de un programa local de radio en lengua indígena con el nombre Al encuentro del Pueblo / Magutá /, en Leticia.
En ese colectivo ancianos de diferentes comunidades Tikuna, ante la creciente pérdida de la memoria cultural, tratan de encontrar medios para perpetuar a sus hijos el testimonio de su etnia particular, y creen que con los talleres se ha abierto un espacio para ello. Entre los líderes indígenas se encuentra gente como Federico J. Huiane, curaca de la comunidad de Arara, maestro bilingüe y promotor del ICBF desde hace más de 10 años, quien ha trabajado también para la división regional de Asuntos Indígenas del Gobierno en Leticia, durante más o menos ese mismo tiempo, y que ha tenido, entre otros cargos, la coordinación del programa de radio en Leticia, gracias a su vitalidad y al orgullo por su etnia. Según comenta Fedérico, solo hasta ahora, con trabajos como este de recuperación cultural, ha entendido el valor de su cultura y la necesidad por explorarla y revitalizarla. Antes siempre le había parecido que las instituciones del Gobierno estaban ahí para mantener dormidos a los indígenas.
En el caso de los Uitoto, podemos dejar que sean las palabras del mismo recopilador, el antropólogo Juan Echeverry, al comenzar la presentación del libro, las que nos manifiesten los antecedentes de este trabajo:
Estos textos, que según Kinerai son Palabra de vida, contienen la «…explicación de los fundamentos de la palabra de tabaco y coca…», a raíz del pensamiento y del proceder Uitoto ante el mundo, puesto que con ella fueron formados. Esta filosofía del entendimiento y las prácticas de vida de los Uitoto, a lo largo del libro, lo van llenando a uno de emociones y de asombro, por el despliegue del conocimiento empírico sobre el hombre y su entorno natural, que se va descubriendo al recorrer las líneas con que fue capturado en escritura.
Porque es que las palabras de Kinerai, de la manera como las presenta el autor del libro «… en una forma poética —entendiendo este término en su sentido más universal—», logran llegar a nosotros los ignotos de esta cultura, sino con todo, sí con buena parte del espíritu que los subyace. La ‘Palabra de vida’ de Kinerai es palabra que busca invocar al espíritu tutelar de los Uitoto, para que venga y enseñe a su pueblo cómo vivir y le permita crecer, es palabra que se convierte en beneficio tangible (comida, cacería, tabaco, coca), necesidad primaria al momento. Ya vendrá después la Palabra de baile, la que habla de la cosmogonía y los mitos de origen. Según comenta el antropólogo Echeverry, sobre el texto que recoge esta palabra de vida: «Sólo entonces —cuando ya hay gente, comida y cacería— se puede buscar la Palabra de baile… y los mitos ( …la cuerda de los antiguos)».
Es aleccionador ver el llamado al precio por lo propio que hace Kinerai en sus relatos, para darle vitalidad a su pueblo y no dejarlo ‘envolatar’ con la palabra de otros pueblos. De acuerdo a la forma poética que hace Echeverry, esta parte del Texto 4 queda traducido así al español:
«Por eso digo que (la propia enseñanza) no está en las profundidades
ni arriba en el cielo, sino aquí mismo en esta tierra.
Y por eso digo que más allá sólo hay mentiras,
Sólo nos importan las cosas con que nos criamos
Y así, despreciando lo que tenemos
salimos a buscar otras cosas
pensando que vamos a encontrar otro camino
—pero no hay otro camino—.
Pero si aspiramos a las cosas propias, esas cosas obtendremos.
Entonces, si despreciamos esa palabra, nunca sabremos sobre esa palabra.
Y así, después, ¿qué le vamos a enseñar a los hijos?
¿con qué vamos a corregir los hijos?»
El conjunto de textos con la Palabra de vida de Kinerai, nos acerca a una pedagogía Uitoto tal vez hasta ahora nunca antes descubierta. Esa palabra fría y dulce para cuidar la vida, se nos va develando poco a poco, a través de las líneas, versos y estrofas, con que el autor estructura los textos, para tratar de acercarse a la forma de narración indígena y, a la vez, darle esa forma poética de que se habló antes. Con ella se enseña, entre otros, el cuidado de la palabra propia, la búsqueda de mujer trabajadora, la parte de la hoja de la madre a su hija y la parte de la hoja del padre a su hijo, la palabra de disciplina, la de fuerza, en fin, con ella se enseña la palabra de tabaco y coca, con la cual fueron formados los Uitoto. Esta palabra esconde la médula espinal del modelo de actitud Uitoto ante el mundo y ante los suyos.
Por su carácter de textos escritos los trabajos premiados nos presentan, por igual, una respuesta a favor de escribir la tradición oral, por parte de los mismos indígenas, envueltos no hace mucho —o, en algunos casos, todavía— en profundas discusiones sobre la pertinencia o no de graficar su lengua. Textos sagrados o profanos, por igual, encuentran ahora la posibilidad de perpetuarse a través de la escritura. Ante el debilitamiento de la transmisión de la cultura a través de la palabra hablada, la cultura echa mano de la lengua escrita para sobrevivir. En los textos Uitoto el autor comenta al comienzo del libro —donde se explica quién es Kinerai— refiriéndose a la palabra para cuidar la vida de que tratan sus relatos: «Como los hijos ya aprenden lo del blanco, van a la escuela y aprenden a leer, Kinerai buscó con nosotros poner esa misma palabra en un libro, para que quede a su descendencia».
En la presentación de este libro, el autor nos cuenta cómo los indígenas de hoy se encuentran ante la escritura como cuando se encontraron los antiguos ante el hacha de la gente blanca: «Esa hacha, dice Kinerai, era caliente. Los ancianos de ese entonces se reunieron y pusieron el hacha en medio de ellos para averiguar si servía o no. Ellos vieron que sí servía, pero que también era peligrosa si no se sabía usar».
Igual sentido subyacen las razones por las cuales los Tikuna se deciden a favor de la escritura de su lengua. Dice el autor —explicando los propósitos por los cuales se comenzaron los Talleres de Recuperación Oral— que buscaban: «…acopiar información que permitiera la elaboración de documentos bilingües encaminados a apoyar los trabajos de aprestamiento con los niños preescolares, y en donde pudieran participar activamente las propias comunidades».
Que podamos compartir este imaginario de los indígenas es algo que nos debe alegrar, porque es, por demás, rico en imágenes y vivencias. Sin hablar de interpretar o tratar ele comprender el pasaje del mito presentado al comienzo de este artículo, cuesta trabajo visualizar a / Gútapa / mirándose adentro de la rodilla, viendo crecer a sus hijos en miniatura dentro de ella y luego salir en procesión, cada uno mostrando su arte aprendido a los ojos de su padre —aunque es fascinante imaginárselo—.
No dejan de sorprender estas figuras a cualquiera, figuras que, con seguridad, son la fuente de mucha de nuestra vitalidad imaginaria y de nuestro realismo mágico. Tal vez sería otra la situación del país —tanto al interior como ante el mundo— si la juventud colombiana se nutriera de este otro tipo de imaginario colectivo, ni más cándido, ni más salvaje, sólo más natural, más afín a estas latitudes del trópico, imaginario nativo pero desconocido por sus propios connacionales.
Hay que mantener vivo el mito porque da cuenta de la razón de ser del pueblo, y es la existencia misma del pueblo lo que está en juego. Según Mircea Eliade: «… el mito se considera como una historia sagrada y, por tanto, una ‘historia verdadera’, puesto que se refiere siempre a realidades». Si se olvida el mito se pierde el origen y la significación del pueblo como tal, y sin ellos no hay pueblo diferenciado: «…la función principal del mito es revelar los modelos ejemplares de todos los ritos y actividades humanas significativas…».
Entre los Tikuna hay que celebrar la Fiesta de la Pelazón para no contrariar al dios / Yoí /, que la instituyó para «ordenar la vida de sus hijos». Hay que recobrar el mito para volver a vertebrar al pueblo. Preocupados los ancianos Tikuna, por el encantamiento de una púber (relato alrededor del cual se estructura la primera parte de Magüta), por haber relajado y olvidado las costumbres propias, dice uno de ellos: «¡Es una prueba de / Yoí / ! Hemos dejado a un lado lo que él nos ha enseñado; nos parecemos cada día más a los patrones que nos tienen esclavos: nos olvidamos de hacer la fiesta…» .
Este tipo de testimonios le van haciendo a uno comprender poco a poco la lógica de los mitos y su función vital en el mundo de los indígenas. Mitos poco depurados, muy cercanos a lo humano, alejados de toda traza de sacralidad a la que no pueden acceder los terrícolas, mitos que van despejando la riqueza y la complejidad de ese pensamiento indígena tantas veces tildado de asistemático y anárquico, porque no logra encajar dentro de la lógica de una cultura impositiva que, como algunos investigadores han afirmado, se constituye en un modelo autónomo… a menudo restrictivo y hegemónico, que busca establecer los valores de la inteligencia de los pueblos en general, a partir de sus propios parámetros.
Con esta perspectiva, ve uno, por ejemplo, cómo adquiere sentido el descanso y regocijo que sigue a una ardua labor. Entre los Tikuna, el descanso llega al pueblo, una vez ha obtenido lugar y alimento para vivir: «Ya tenemos alimento y casa dónde vivir, vamos a celebrar la primera fiesta». Entre los Uitoto, ya vimos cómo Kinerai primero habla Palabra de vida, para invocar el beneficio a su pueblo y después Palabra de baile, para celebrar y narrar los mitos. En ambos casos es vital primero el bienestar del pueblo para después narrar el mito y realizar la fiesta, con la que podrán celebrar y agradecer a su dios estar vivos.
Y es que al ver la riqueza de la cosmovisión indígena de cualquiera de los pueblos nativos de América, no se alcanza uno a imaginar cuánto mayor habrá sido su contenido, trastocado y empobrecido por las circunstancias reales. Porque no es sólo una gran riqueza en creatividad, sino también una gran sabiduría, lo que contiene esta visión alterna del mundo, ya que estos textos no narran historias fantásticas ni son creaciones ociosas, sino que reconstruyen la historia vital y verdadera de pueblos del lugar, acostumbrados a batallar su territorio, hoy por hoy apabullados por la colonización, a la deriva por conflictos de fronteras ajenas, muchas veces arrancados de tajo de sus ríos tutelares al vaivén de las prósperas bonanzas y su contraparte: la explotación, pero renuentes a dejar su nicho ecológico.
(…) Ojalá todavía se pueda alegrar el mundo con «… el motelo, tambores, bocinos y la bulla de la gente», que acompañan a las fiestas Tikuna; que vuelva el baile de los tikunas enmascarados y que haya suficiente carne de guangana (puerco de monte) para invitar; que los instrumentos musicales —personajes vitales de las fiestas— sigan sonando para cumplir sus funciones particulares en el ritual; que vengan los Tigres, Ardillas y Arrieras a enamorar a Garzas Paujiles y Cacatúas; que vuelva el canto a la selva y se apague el zumbar de las sierras y motores.
Que se siga desempolvando la Palabra de vida de los Uitoto y se le quite el moho de hace más de quinientos años que la quiere corroer; que la sabiduría y vitalidad de estos pueblos se siga viendo reflejada en su Palabra de vida para buscar… el crecimiento de la gente —nuevas criaturas, nuevas generaciones—; que haya muchos más Tigres de Cananguchal —clan al que pertenece Kinerai— compartiéndonos su alentadora y refrescante pedagogía de vida.
En fin, que se sigan celebrando los ritos que estructuran sus mitos de origen, para que estos pueblos puedan recobrar el regocijo de su ser. Según Eliade, el mito es una conmemoración del origen noble de la humanidad. Es el regocijo de los pueblos por ser ellos, regocijo amainado —pero no apagado— por el embate de otros pueblos, con otra visión de la tierra y de los hombres. Por eso hay que mantener el mito vivo, que no deja olvidar la nobleza de su origen; hay que mantener la tradición oral, que contiene la esencia de la palabra propia; hay que dejar hasta que la conozcan los de afuera, porque ahora es motivo de orgullo y de ejemplo, no de esconder. En palabras de Eliade: «Todos estos relatos son para los indígenas, la expresión de una realidad original mayor y más llena de sentido que la actual, y que determina la vida inmediata, las actividades y los destinos ele la humanidad».
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