María Magdalena llora tras escuchar tus temas y es mejor que tengas cuidado con la prima de Judas. Son bienaventurados los que pecan en aceras entre paganos y prostitutas. Los siete días de la semana son para crear, descansar y derretir arbustos. Y en el medio, Luis7Lunes y Sison Beats mantienen la fe intacta con El Milagro, una reescritura bíblica en la que los versículos se hacen versos y el agua, ron.
Hablamos, entonces, de dos raperos de Medellín —dos de los mejores de Colombia— que se conocieron en Envigado hace más de una década, que han colaborado en varias ocasiones y que hace unos años crearon un coro que se volvió una canción que se volvió un EP y que, al fin, aterrizó como un disco conjunto al final del 2023.
En la portada, ambos raperos examinan las heridas abiertas de sus abdómenes. Sin embargo, este no es un disco vulnerable, más allá de cuando Sison conversa con sus fosas nasales y se pregunta qué está haciendo. Al contrario, son temas exuberantes en los que el de No Rules Clan y el de Afterclass —denominaciones de origen de alto calibre— fungen como antiprofetas, al difundir el verbo divino y difuminar el límite entre pecado y bendición. Las temáticas son competitivas y cotidianas, pero el giro novedoso viene, por un lado, en la imaginería religiosa que cifra sus ponches. Si Saramago reescribe la Biblia en El evangelio según Jesucristo, en El Milagro los misterios gozosos tienen lugar en el Valle de Aburrá, donde abundan las parábolas y los escapularios.
¿Cómo suena la bóveda de la Capilla Sixtina? Los beats de El Milagro intentan responder esta pregunta sinestésica. Sison marcó el norte con pistas luminosas y livianas, sintonizadas con un color específico de ese underground que él denomina como la ola y que en otras ocasiones ha sido llamada drumless o el renacimiento; «angelical, no cursi», rapea sobre el sonido de El Milagro. Kid Sánchez, Eztone, Ignorancia Sofisticada y Vic Deal siguen este rumbo con beats celestiales, en un ejercicio de cohesión sonora que redondea el disco.
De ahí que tenga tanto sentido la presencia de Franco Carter en «Envío divino»: el español se desenvuelve a la perfección en este tipo de atmósferas para predicar la buena palabra, como lo hizo hace unos meses con su álbum Sunday Truce. Si El puente (2022) de No Rules entabló un diálogo con la vanguardia del rap subterráneo, El Milagro continúa la conversación desde otro ángulo. Son distintos himnos del mismo libro de salmos. «Crea en el milagro, pero vaya y verifique / Acá esperamos en la orilla a que se los multiplique», rapea Luis para cerrar «El pecado original», la última canción del disco.
DAMN. empieza con una pregunta: «Is it wickedness? Is it weakness? You decide. Are we gonna live or die?». Luego de la crítica estructural de To Pimp A Butterfly (2015), Kendrick Lamar cambió su enfoque para cuestionar sus decisiones y las de su comunidad. También reajustó su identidad: «I’m an Israelite, don’t call me black no mo’, that word is only a color, it ain’t facts no mo’», rapea en «YAH.». Y añade: «Deuteronomy say that we all been cursed».
Kendrick se identifica con los hebreos-israelitas, que se consideran descendientes directos de las Doce Tribus de Israel. Según el Deuteronomio, libro del Antiguo Testamento, Moisés les advirtió que desafiar la ley divina les traería maldiciones, confusión y destrucción. La maldición del Deuteronomio también la explica Carl, primo de Kendrick, en «FEAR.». Su sufrimiento, explica Carl, se debe a que no ha vivido una vida correcta, se ha alejado de los preceptos religiosos.
Kendrick sufre porque sigue maldito, después de tantos años, y la única forma de liberarse de la maldición es volver a una vida correcta. Este es un álbum sobre las decisiones y la agencia que encontramos en una estructura adversa. En «DNA.» Kendrick se debate entre los elementos contradictorios de su herencia y en «FEEL» se pregunta quién reza por él, quién lo cuida si todos esperan que su música los cuide. En «XXX.», un amigo lo busca para encontrar paz y espiritualidad después de que asesinan a su hijo. Kendrick le responde que debe vengarse con violencia, no es momento de espiritualidad. Cuelga y da una conferencia en un colegio sobre el peligro de las armas.
Las meditaciones sobre la agencia, la tentación y la redención convergen en «DUCKWORTH.», el cierre del disco. Ducky sabe que Anthony ya ha robado el KFC donde trabaja, e incluso le disparó a un cliente, así que le da pollo extra cada vez que lo ve, un gesto amable que quizás le salva la vida. Los dos hombres se encuentran de nuevo décadas después: Anthony dejó la violencia y se convirtió en Top Dawg, la cabeza del sello TDE; Ducky, diminutivo de Duckworth, tuvo un hijo llamado Kendrick Lamar, que conquistó el mundo con TDE.
Incluso él mismo, el mejor rapero del mundo, es fruto de la coincidencia, dice Kendrick. Si Ducky no hubiera sido amable con Anthony, o si Anthony lo hubiera matado de todas formas, quizás su carrera no habría empezado. Habría crecido sin padre y habría muerto rápido. Cada uno tiene que decidir. ¿Maldad o debilidad? La pregunta queda abierta.
Kanye West despertó en Los Ángeles con la mandíbula hecha trizas en un carro estrellado. A los que lo visitaron en el hospital les dijo que había entendido la señal divina: así como Dios podía darle el mundo, se lo podía quitar. Si seguía vivo era para afirmar su punto de vista y dar un mensaje que solo él conocía. Y entonces hizo The College Dropout, su álbum debut.
College Dropout está atravesado por la fe de su autor. Podemos verlo desde los coros góspel que acompañan las canciones y las hacen majestuosas: los que estuvieron en el estudio en esos primeros años del siglo XXI recuerdan toda la plata y el tiempo que Kanye gastó buscando capturar el espíritu perfecto, ese sonido basado en el soul que se conectaba con toda la tradición de la música negra.
Y podemos verlo en las letras. En «Two Words» le pide ayuda a Jesús para que su hambre de victoria no cambie sus principios: para que en el Juicio Final, Dios lo mire a los ojos y se dé cuenta de que es el mismo de siempre. Cuando fantasea con escapar de su trabajo en GAP, invoca a Dios como testigo a través de un sample de Marvin Gaye. Y justo antes de esa canción, su primo canta su propia versión de «I’ll Fly Away», la canción más grabada en la historia del góspel, compuesta por un cultivador de algodón de Oklahoma que soñaba con el cielo luego del sufrimiento terrenal, pero que en College Dropout parece hablarnos del escape de una vida mundana para alcanzar el destino con el que soñamos.
College Dropout fue un punto de inflexión en el rap, al redefinir cómo podía verse una estrella del rap, de qué podía hablar, cuál podía ser su origen social. Todo esto se cristaliza en «Jesus Walks», un desafío en el medio de un álbum desafiante, un gran dedo medio levantado contra todas las convenciones de la industria. «They say you can rap about anything except for Jesus / That means guns, sex, lies, videotape / But if I talk about God my record won’t get played, huh?», rapea Kanye.
Antes de que se considerara a sí mismo un dios en Yeezus (2013), acá se presentaba como un rebelde cuya mayor insurrección era cantarle a Jesús. Su intención no era ni predicar ni convertir a los ateos, sino retar lo establecido. Esa misma mentalidad antisistema luego lo llevó a apoyar a Donald Trump, pero entonces le permitió defender su fe y llevarla hasta la radio. O hasta los Grammy, donde ganó «Mejor canción». O hasta las discotecas: miles de personas de fiesta mientras Kanye buscaba a Dios mientras el Diablo intentaba hundirlo.
Hay una guerra afuera de la que nadie está a salvo. Es una guerra espiritual que Crudo Means Raw, rapero y productor de Medellín, libra contra la mentalidad de peón, la guerra contra las drogas y las enseñanzas new age envueltas en humo de palo santo. Con la convicción de un cruzado que busca recuperar la Tierra Santa, Crudo lucha por Dios; también por su libertad y por Colombia. Lo hace a través de las siete canciones que componen War Dog, anagrama de «Raw God».
Desde el saque, en la triunfal «The Wonder Years», su misión es clara: usar su don para romper cadenas, las suyas y las nuestras. Se trata de evitar ser un peón y pasar a ser un patrón, dialéctica que permea todo War Dog y que remite a su postura frente a los guiños coquetos que recibió de grandes disqueras hacia 2018. También recorre su camino de la mano de Dios, una fe robusta que no había mostrado antes. El coro de «The Wonder Years», como una oración radiante que alaba al Altísimo; este es un disco de góspel para combatir ataques físicos y espirituales, para limpiarse las impurezas y acercarse a Él y sus mandamientos.
No hay sutileza alguna en este mensaje: no solo las letras de War Dog rebosan de alusiones religiosas, sino que en los videos de YouTube hay infinidad de versículos y textos bíblicos, son el marco teórico desordenado que en su exceso deja al disco hinchado y del que nace lo que escuchamos. Y lo que escuchamos suena bellísimo: «Glory» resalta el poder de la música para protegernos y, de nuevo, le brinda toda la gloria a Dios con un coro celestial, sobre una instrumental que suena a J Dilla en misa. Por su parte, «Rich» continúa con los rezos sobre un drumless místico. Quizás el placer que evoca la buena música como esta, ese pellizco por debajo del pecho, es la máxima prueba de que Dios existe.
La tierra prometida es Colombia, como sugieren las cuerdas de la guitarra que acaricia Ily Wonder, un viejo conocido de la casa, en «White Lady», o los acordes de Adán Naranjo en «Sound Healer». Crudo compara su flow con el río Cauca, clama por la protección del Amazonas, saluda a los Embera y destaca la panela como el mejor endulzante. El camino acaba con «Leave it in the hands». Como su nombre indica, es un llamado a entregarse completamente a Dios y a su voluntad. En sus manos estamos seguros.
Ka, rapero de Brownsville, Brooklyn, murió el 12 de octubre del año pasado a los 52 años, y dejó una discografía marcada por distintas mitologías: los dioses de la antigua Grecia, el Japón de los samuráis. Con cada disco fundía las diferencias entre Brooklyn y esos otros mundos, esas otras épocas, un trasfondo dramático que resaltaba las continuidades entre todas las sociedades: dolor, honor, esperanza, amor.
Entre los temas centrales en la obra de Ka está su meditación sobre la herencia: lo que recibimos de nuestros antepasados y cómo eso abre ciertas posibilidades mientras cierra otras. Presenta estas reflexiones en Descendants of Cain, un viaje al Antiguo Testamento en busca del origen de la violencia, ese pecado original. El título tiene dos sentidos: uno es fonético y plantea el tráfico de cocaína como el origen de toda una generación. El segundo rastrea el origen de su dolor hasta el fratricidio de Caín contra Abel; alude a esto en «Solitude of Enoch» y recuerda la vez que casi mata a su primo antes de que su hermana interviniera. No son anécdotas lejanas; él encarna los episodios sobre los que rapea.
«All our Santas carried them hammers / Our guidance counselors was talented scramblers / Spiritual leaders, ran a number hold / Tycoons moved in vests, and kept a money roll» rapea en «Patron Saints». No conocía otra cosa, así que su respuesta fue imitar lo que aprendió. «From the ‘ville, still payin’ for the sins of my father» insiste en el coro de «Sins of the Father».
«You can tell I’m in fact a native / I live this vivid shit, I ain’t that creative», aclara en «Land of Nod», mientras le pide a Dios que revele los misterios. Y que lo haga rápido: el Diablo está ganando la batalla. Aunque estén separados por milenios, el Brownsville de Ka y el Antiguo Testamento se funden en «Old Justice», porque esas mismas reglas antiguas de entonces —ojo por ojo, diente por diente— gobernaron su vida durante años. ¿Será eso que permanece constante lo que nos hace humanos?
Ka admite que ha visto demasiado como para que su fe sea inquebrantable. Lo repitió en «Fragile Faith», de The Thief Next to Jesus, su último álbum, lanzado apenas un par de meses antes de su muerte. El título evoca una imagen que todos conocemos, pero cambia la perspectiva para centrarse en los otros dos hombres crucificados, los que no aparecen en las iglesias y las postales. No es coincidencia que, en Honor Killed the Samurai y Orpheus and the Recluse, Ka parezca identificarse con sus referencias, mientras que en los álbumes con marcos religiosos, su postura sea crítica, aunque no lo diga directamente y prefiera dejar que una cita hable por él. En la introducción de «Cross Your Bear» una voz que no es la suya afirma que la iglesia fue cómplice de la esclavitud, la segregación y los linchamientos. Las discrepancias temporales colapsan aquí de otra manera, mientras Ka analiza cómo su gente fue torturada sobre los cimientos de esa religión. Por eso no puede identificarse con Jesús. Por eso, en «Hymn and I», le pide que le dé armas a sus líderes.
El último tema de The Thief Next to Jesus, y de toda su carrera, es «Holy Water». Parece que Ka se sacrificara: «I’m here for you, sweat, bled and shed a tear for you». El «you» queda flotando en el aire; podría ser cualquiera que escuche la canción, cualquiera que la necesite.
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