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Sexualidad cíborg

3 de julio de 2025 - 1:51 am
La multiplicación de prácticas sexuales mediadas por el teléfono nos permite ver cómo la sexualidad se instala en un espacio en el que se valora y se experimenta la libertad personal. Notas sobre el deseo, el placer y el celular.
Protodeseos dildotectónicos, 2025, es una ilustración con la técnica del gouache de Glenda Torrado que presenta una fábrica de formas alternativas de placer. Dentro de un mundo de tecno-ficción (no muy lejano), los que habitan el espacio no son cuerpos femeninos, son un conjunto de máquinas masturbatrices tragamonedas, rodeadas de cámaras de teléfono y transmisiones en vivo con drones, junto a pantallas que proyectan a sujetos sensibles recibiendo y dando placer a partir de objetos inanimados. El espectro innovador del protodeseo abarca la botella como la tecnología más rudimentaria de la masturbación y el emoji de berenjena como alusión fálica holográfica. En este laboratorio a la vez libidinoso y sintético, los cuerpos (que ya no necesitan ser tocados por otros cuerpos para sentir placer) han integrado los objetos como órganos que orbitan y vibran sobre ellos.
Protodeseos dildotectónicos, 2025, es una ilustración con la técnica del gouache de Glenda Torrado que presenta una fábrica de formas alternativas de placer. Dentro de un mundo de tecno-ficción (no muy lejano), los que habitan el espacio no son cuerpos femeninos, son un conjunto de máquinas masturbatrices tragamonedas, rodeadas de cámaras de teléfono y transmisiones en vivo con drones, junto a pantallas que proyectan a sujetos sensibles recibiendo y dando placer a partir de objetos inanimados. El espectro innovador del protodeseo abarca la botella como la tecnología más rudimentaria de la masturbación y el emoji de berenjena como alusión fálica holográfica. En este laboratorio a la vez libidinoso y sintético, los cuerpos (que ya no necesitan ser tocados por otros cuerpos para sentir placer) han integrado los objetos como órganos que orbitan y vibran sobre ellos.

Sexualidad cíborg

3 de julio de 2025
La multiplicación de prácticas sexuales mediadas por el teléfono nos permite ver cómo la sexualidad se instala en un espacio en el que se valora y se experimenta la libertad personal. Notas sobre el deseo, el placer y el celular.

Quienes crecimos en la década de los noventa posiblemente recordamos la película El demoledor. Luego de cumplir una condena de treinta y seis años en una prisión criogénica, John Spartan (Sylvester Stallone) despierta en un mundo extraño e insufrible. La ciencia ha desarrollado dispositivos que regulan cada deseo y cualquier forma de placer. Están prohibidas las malas palabras y el sexo se ha convertido en un acto aséptico.

Para Spartan, el extrañamiento ante el nuevo mundo alcanza su mayor intensidad tras una cita con Lenina Huxley (Sandra Bullock). Ambos visten sus mejores galas para una cena romántica. La comida no es la mejor, pero la coquetería está presente en cada parpadeo. Ya en su casa, Huxley le pregunta a Spartan si quiere tener sexo. Él, por supuesto, responde que sí y espera en la sala mientras ella se prepara. Huxley regresa vestida con una bata blanca y una caja plateada en las manos, de la que extrae dos artefactos que pone en sus cabezas. Una vez conectados, las ondas alfa alteran los sentidos de los protagonistas. Ella lo disfruta, mientras que Spartan, mareado, se quita el casco y trata de seducirla sin depender de ningún aparato; sin embargo, la mujer se muestra asqueada ante la posibilidad de besarse e intercambiar fluidos. Los bebés se crean en un laboratorio, le explica, y la mediación tecnológica es la única forma posible de tener algún contacto sexual. Spartan se va, ardiendo en un deseo irresuelto.

Algunos de los diálogos de la película no han envejecido bien, pero esta escena nos permite problematizar las transformaciones de nuestra sexualidad mediadas por las tecnologías. Si bien no hemos desarrollado artefactos tan sofisticados como los de El demoledor, vamos a todas partes con nuestros celulares. Gracias a su portabilidad y conectividad a internet, siempre estamos online y dispuestos para comunicarnos con los demás. Podemos producir mensajes en diferentes lenguajes y expresar nuestros deseos utilizando una combinación de imágenes (memes, fotografías, gifs), escrituras alfabéticas (chats, mensajes de texto) y elementos multimedia (videos, notas de voz).

Al igual que Lenina Huxley y John Spartan, el flujo imparable de imágenes y sonidos de estos dispositivos, pegados a nuestra piel, altera nuestros cuerpos y sensibilidades. El tiempo se acelera al ritmo de las notificaciones, mientras que el mundo se reduce al tamaño del microprocesador. Las experiencias más significativas de lo cotidiano ocurren, con frecuencia, a través del celular. Pareciera que hemos devenido en una suerte de cíborgs, descritos por Donna Haraway como organismos cibernéticos, una mezcla entre lo orgánico y lo artificial, entre la naturaleza y la tecnología; en últimas, el cíborg es una figura de la ciencia ficción que nos permite pensar los límites de la condición humana en el presente.

De mutaciones y sexualidad

Nuestra sexualidad como cíborgs es una mutación: una alteración de los mandatos sociales encarnada en un conjunto de experiencias sensoriales que viajan por las pantallas del celular; aparece ante nuestros ojos convertida en notificaciones que anuncian la llegada de palabras seductoras, de imágenes desbordantes de deseos que reclaman nuestra calurosa respuesta y de contenidos multimedia que nos hacen agradecer al cielo la invención de los vidrios antiespía, así nadie más pueda ver los videos que nos hacen fantasear y sonrojar.

Los celulares actúan como dispositivos prostéticos. Han cambiado cómo concebimos nuestros cuerpos y establecemos vínculos con los otros. Y así, han transformado la exploración de nuestra sexualidad, que se instala como un espacio en el que se valora y se experimenta la libertad: la autonomía y la realización personal se materializan en aquello que hacemos con nuestros cuerpos.

Los modos de experimentar el sexo en los entornos virtuales no pueden ser leídos al margen de las transformaciones producidas desde la segunda mitad del siglo XX. La multiplicación de prácticas sexuales mediadas por el celular nos permite ver cómo la sexualidad abre un espacio en el que se valora y experimenta la libertad personal.

Cuatro factores han posibilitado las transformaciones de nuestra sexualidad como cíborgs. El primero de ellos es el impacto cultural del psicoanálisis. No solamente como campo de conocimiento sobre la psique humana, sino como fuente de la preocupación contemporánea por el amor propio y de una noción de bienestar vinculada con cierta idea de una sexualidad saludable. Preguntas sobre el placer, la composición de la pareja, lo normal y el desarrollo de la personalidad hacen parte de la reflexión cotidiana de hombres y mujeres, además son un tema recurrente en libros de autoayuda, canciones de la cultura popular y cientos de comedias románticas. Este hecho es fundamental para entender la sexualidad en el contexto digital. La creación de perfiles en aplicaciones de citas —es decir, la producción de relatos autobiográficos en nuestras redes— se originan en esta transformación cultural: no hacemos otra cosa que hablar sobre nosotros mismos, de nuestras visiones del mundo; no aceptamos ningún atisbo de negatividad o incomodidad. La información que compartimos en estos escenarios virtuales alimenta una serie de algoritmos que regulan nuestras posibilidades de establecer vínculos con otros. En aplicaciones como Tinder conectaremos de mejor manera con aquellos cuyos intereses sean cercanos a los nuestros.

El segundo factor es la democratización del placer, de la vida personal y la intimidad, proceso que introduce el debate en torno a la importancia del goce femenino, visibilizando aquellas sexualidades que escapan al mandato heteronormativo: el placer ya no está centrado en una perspectiva exclusivamente masculina. Pactar en torno al sexo se ha vuelto una necesidad. En su libro El capital sexual en la Modernidad tardía, Eva Illouz y Dana Kaplan señalan que el sexo se racionaliza y se materializa en una serie de saberes, industrias y tecnologías, al tiempo que se convierte en un atributo de la personalidad y la identidad. El capital sexual está presente, por ejemplo, en la manera en que construimos nuestras selfis para redes sociales: nos definen ante los otros como sexis y deseables, nos permiten circular en el mercado del deseo. Compartir mensajes sexuales, permitirle a quien acabamos de conocer por Tinder que escuche nuestra voz, enviar nudes, son acciones que hablan de nuestra autonomía, ponen en juego la posibilidad de construir vínculos de confianza y reflejan cómo nos percibimos. Esto evidencia las tensiones entre libertad y mercantilización que constituyen la experiencia de la sexualidad en los entornos digitales. Contemplar sus riesgos merecería un análisis aparte.

El tercer factor tiene que ver con la mercantilización de las relaciones íntimas. Hablamos de nuestros vínculos afectivos como si se tratara de transacciones económicas. En los momentos más dolorosos de las rupturas amorosas, hablamos del tiempo y los recursos invertidos en esa persona que nos rompió el corazón.

Ariana Grande explica mejor esta economía amorosa. En su canción de 2019, «Thank U, Next», celebra la finitud del amor y la posibilidad de retornar al mercado del deseo para adquirir una nueva experiencia. Antes de la diva norteamericana, Zygmunt Bauman ya había analizado la dinámica en la que cosificamos al otro, lo convertimos en una mercancía que consumimos y desechamos. En este contexto, el sexo se ha convertido en una suerte de «activo» intercambiable, y hace parte de ese conjunto de necesidades que se pactan en el contrato que da forma a nuestros vínculos.

En este proceso de economización de la vida afectiva y sexual, nos objetivamos a nosotros mismos. Crear un perfil en una aplicación de citas nos convierte en una mercancía que espera ser consumida. Seleccionamos una imagen y describimos nuestras principales cualidades para hacernos desear. Si somos arriesgados, sincronizamos nuestro Tinder, Grindr o Bumble con nuestras cuentas de Instagram y Spotify, para ofrecer más información sobre nosotros mismos, para ser escogidos dentro del mar de opciones que ofrece internet.

El cuarto factor es la división que hemos construido entre la sexualidad y el amor. El siglo XIX, a través de los relatos que le dan forma al amor romántico, mezcló el placer, la sexualidad y el amor. El amor se convirtió en una experiencia transcendental, tan fuerte que cuando los enamorados tenían sexo, dos cuerpos se convertían en uno y el placer alcanzaba nuevos umbrales de goce. Esta visión estableció roles de género desde los que se confinó la sexualidad de las mujeres a lo doméstico, mientras que a los hombres se les daba licencia para buscar el placer en lo público. El amor romántico es una utopía de la vida privada, en la que hombres y mujeres nos asumimos como príncipes y princesas de cuentos de hadas: tenemos una conducta intachable, y un historial sexual con pocas o con una única pareja.

En los siglos XX y XXI se resquebrajó la relación entre el amor y el sexo. El desarrollo de la pastilla anticonceptiva, la democratización de la vida íntima, los discursos de los feminismos, entre otros, han transformado nuestra intimidad. Frente al paradigma de la fidelidad han emergido otros modos de relación: amigos/as con derechos, relaciones abiertas, etc. Así también hemos creado diversas formas de navegar la sexualidad y los vínculos afectivos que se plasman en la pantalla del celular. En ocasiones, a los cíborgs nos persigue el fantasma del romanticismo. Todavía hablamos sobre hacer el amor, sobre el placer de estar con la persona que se ama; para muchos, la pareja tradicional es un destino deseado.

Un radar para localizar solteros

No puedo pensar en nuestra sexualidad como cíborgs sin pensar en Donna Summer. Los responsables de esta asociación son Donna Haraway y Peter Shapiro, que con sus planteamientos sobre el cíborg y la música disco me han convencido de que la canción «I Feel Love» es el primer vestigio que tenemos de la copulación entre una máquina y un ser orgánico: una mezcla de voces orgásmicas y sintetizadores. Siempre he creído que cuando escuchamos esta canción accedemos a un plano de experiencia particular, en el que los cíborgs adquirimos las habilidades con las que podemos experimentar el sexo a través del celular.

El celular aumenta nuestra disponibilidad para entrar en contacto con otros. Tenemos la posibilidad de siempre estar en línea, de nunca dejar de hablar con quien queramos. Restarle importancia a la condición material del celular es una trampa de la que debemos escapar. Este dispositivo prostético se activa cuando lo tocamos, y para usarlo de la mejor manera debemos desarrollar una serie de sensibilidades y habilidades. Esta ampliación de lo sensible implica un cambio fundamental para la experiencia de la sexualidad. Gracias a la conectividad que garantiza el celular podemos tener relaciones sexuales sin necesidad de estar juntos, lo que puede aumentar su intensidad y la frecuencia.

Discutamos dos experiencias de la sexualidad cíborg —el sexting y la búsqueda de encuentros sexuales, que pueden ocurrir en paralelo o por separado— para ver algunos de los cambios que las tecnologías móviles han generado sobre nuestra sexualidad.

Con el sexting podemos tener relaciones sexuales a través del celular mediante videos, fotos, videollamadas, notas de voz, textos y emojis. No estamos en el mismo espacio que la otra persona, lo que genera un cambio fundamental en el encuentro sexual. No podemos leer ni actuar sobre el cuerpo de nuestra pareja: el éxito depende de la interpretación y la construcción de los mensajes.

Cuando estamos juntos, nuestra interacción se basa en poder descifrar datos como la entonación de la voz, el movimiento del cuerpo y los gestos. En los encuentros mediados por celulares, debemos interpretar textos y, en algunos casos, imaginar las acciones del otro. El sexting suele iniciar mediante una conversación sobre la sexualidad, las fantasías sexuales y el placer. Esta dinámica resalta el continuum entre lo virtual y lo real. Esperamos que la otra persona esté excitada, que no esté fingiendo, que se masturbe.

Sin embargo, el sexting no siempre resulta placentero. Quizás nos frustran las imágenes que recibimos. Fotos del pene erecto comparado con un frasco de desodorante, cuartos completamente desordenados y uñas de pies sin cortar pueden romper la fantasía romántica. Tal vez nuestros compañeros en el arte del sexo solitario no logran encontrar las palabras adecuadas para estimularnos. Puede que, cerca del clímax, nos frene una llamada o una notificación que rompe con las artes de seducción. El coito se interrumpe, solo quedan la frustración y la molestia.

El gps convierte al celular en un radar para localizar posibles parejas sexuales a través de las aplicaciones de citas. Nuestro primer reto consiste en seducir al otro a partir de nuestras fotos y la escritura de nuestro perfil en la app, sumado al esfuerzo de entablar una conversación atractiva sobre sexo con un desconocido. La mayoría de las conversaciones fracasan en esta etapa de conquista: nos dejan y dejamos en visto. Este desenlace tiene dos explicaciones posibles: (i) la otra parte fue seducida por otro de manera más eficaz o (ii) simplemente se ocupó y no pudo continuar con la conversación.

Si tenemos suerte, podemos pactar un encuentro sexual de manera inmediata. También podemos trasladar la conversación de Grindr/Tinder/Bumble a WhatsApp. Nos seguimos en Instagram, donde intercambiamos infinidad de reacciones de fueguitos y emojis de diablitos, y nos sumergimos en una sobreinterpretación de sus significados. También es posible que hablemos y hablemos y jamás concretemos una cita; probablemente intercambiamos fantasías sexuales durante las conversaciones, y por eso idealizamos el encuentro. Y siempre puede suceder que se concrete la cita, pero que el hechizo del «tinderazo» se rompa ante la presencia del otro; su olor no es atractivo, su voz no seduce, la química solo era textual.

Nuestra sexualidad como cíborgs oscila entre la promesa de un buen polvo, encuentros sexuales exitosos, la frustración de no poder verse y la decepción de encuentros poco placenteros. Las aplicaciones de citas han multiplicado el acceso a la oferta sexual, al tiempo que han aumentado la decepción que genera la acumulación de experiencias erótico-afectivas fallidas. El impacto de la tecnología en la sexualidad humana tiene que ver con las tensiones y las contradicciones en la base de este modelo. Al final del día, son más las ocasiones en las que terminamos con la frustración de Spartan —ardiendo de deseo y naufragando en el océano de la decepción— que con el canto celebratorio y orgásmico de Donna Summer.

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