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Gonzalo Arango y el Nadaísmo: historia de una pasión

Eduardo Escobar, uno de los cofundadores del movimiento nadaísta junto a Gonzalo Arango, escribió en 1976 para GACETA, a propósito de la muerte de su amigo en un accidente automovilístico, este texto en el que viaja por las contradicciones y recovecos del movimiento —y la persona— que revolvió la escala de valores de la sociedad colombiana. No llegar fue también el cumplimiento de un destino.
Gonzalo Arango por Angelita
Angela Mary Hickie, la última compañera de Gonzalo Arango, elaboró esta ilustración que se incluyó en la portada del libro Todo es mío en el sentido en que nada me pertenece y que hace parte de la colección de gonzaloarango.com. / Cortesía.

Gonzalo Arango y el Nadaísmo: historia de una pasión

Eduardo Escobar, uno de los cofundadores del movimiento nadaísta junto a Gonzalo Arango, escribió en 1976 para GACETA, a propósito de la muerte de su amigo en un accidente automovilístico, este texto en el que viaja por las contradicciones y recovecos del movimiento —y la persona— que revolvió la escala de valores de la sociedad colombiana. No llegar fue también el cumplimiento de un destino.

¿Uno pone a los muertos su propio rostro? ¿El cadáver del Otro es nuestro autorretrato? Cuando se mueren los poetas, se nos quedan, se nos quedan unos días por los periódicos: no sé cómo nombrar ese goce, tal vez involuntariamente negro, que se desliza por las opiniones. Se le pone al poeta nuestro falso rostro. Tal vez el rostro que ponemos a los muertos no es un rostro, sino una máscara.

Estas distinciones de la vida y de la muerte importan como los sueños, los sentimientos, las estrellas y las ilusiones… En todo caso, es cierto que la desaparición de un poeta nos rompe lo cotidiano en mil pedazos… Uno no puede evitar perderse, lejos del centro real, por las periferias ilusorias del personaje —peor, si era un amigo—. En este caso, todo es imposible, inútil e innecesario. Optamos por dejar que sea él quien hable. Después de todo, un nadaísta es «inteligente como un tratado de Magia Negra, ruidoso como una carambola a las dos de la mañana».

Hizo su Nadaísmo como pudo. Hay muchos nadaísmos, cada uno hace Nadaísmo como puede. Solo es común a todos los nadaístas su alianza contra unos mismos odios, la coincidencia en algunos amores. El Nadaísmo de Gonzalo Arango se caracteriza como división del alma, oscilación: entre el humanismo y la crueldad, entre la razón y la locura, entre la pasión guerrera y las visiones de la paz, el nihilismo y la fe, la fe en la poesía y el repudio de las palabras, entre la acción y el éxtasis. Esto se encuentra al repasar sus libros. Con semejante pasión por encontrarse con la duda, es apenas comprensible que lograra contaminar a sus amigos de grupo con este temblor que hizo de la razón el infierno y de la libertad un laberinto. Como quería Fernando González, los nadaístas llevaron la bandera del pirata. ¡No hay anclaje! La meta es el camino. «Y no llegar es también el cumplimiento de un destino». Ante todo, el Nadaísmo fue mucho más que un movimiento literario. Los libros del Nadaísmo son los testimonios de una ruptura con la muerte. El alma sofocada pedía un cuerpo para respirar el mundo. El país, salido de la dictadura militar y entrando por las dictaduras frentenacionalistas, era masa ciega e informe, que asfixiaba las conciencias para ocultar las 300.000 víctimas.

Gonzalo Arango había vivido su infancia en el campo, en Andes, en la montaña, inocente como guayaba, escapando de la escuela a los ríos, a la libertad del aire y de las nubes. Luego, se largó los pantalones y a Medellín… Un día creyó encontrar en el dictador el salvador de la patria, como tantos entonces. Poco después, todo fracasaba. Escapó a la selva. Se volvió un vagabundo. Y entre las negras hambres y la inmensa sequedad del espíritu, le ocurrió la idea: ¿qué tenía? ¡Nada! ¡Nadaísmo!

Muchas cosas empezaron a cambiar en este momento en el ambiente de la vida nacional, y cambiaron muchas cosas en la literatura colombiana. Para bien o para mal… Pero cambiaron. Gonzalo Arango, con una actividad febril, de apasionado, promovió, discutió, agredió, atizó la hoguera. ¡Era como resucitar! Estos primeros años de Nadaísmo fueron una aventura fascinante. Embriaguez, fuego de velocidad pura, se trataba de vivir la redondez terrestre con júbilo, con furiosa alegría, con locura frenética. Todos los delirios estaban permitidos. Para la literatura, el Nadaísmo ofrecía violencia delincuente contra la belleza, lo formal, la ortografía, la sintaxis, el discurso lógico. Las alineaciones casposas de los maestros de nuestra literatura eran para nosotros peste de mugre, pestilencia glorificada. Nada se salvó: todo fue sometido al fuego en salvas de la burla y el irrespeto. La mejor obra de Gonzalo son ruinas. Y tal vez por esto casi toda su obra escrita se forma de fragmentos, pedazos de un edificio, intentos de volver a pensar para escapar al desánimo…

En este tiempo de indolencia pragmática, la obsesión por la competencia y la ganancia se exige sobre todo: obras y trabajo. A nadie se le perdona su placer ni su vida, ni que haga dulces sus pocas cosas simples: hay que obrar, producir, la consigna es acción. Hay que correr, correr sin tregua, sin detenerse a mirar triviales crepúsculos, paisajes que después de todo no son más que un pantano disfrazado. La contemplación está proscrita, no se confunde con la vida. ¡Luz, cámara, acción! (Por eso nos gusta tanto el cine; ¿es nuestro invento?).

A pesar de sus libros, cuentos, obras de teatro, crónicas, manifiestos, antologías, poemas, a Gonzalo Arango siempre se le hostigó en este sentido: ¡tonterías! La obra era la vida. Y la vida del poeta siempre es camino difícil, y la vida de este poeta hizo el camino con tenacidad y respeto. Trabajador infatigable, de titánica capacidad, denunciaba, rompía velo, sacaba trapos sucios al duro sol, divulgaba la obra de sus amigos, esclarecía un estado del alma, explicaba; bregando por crear un nuevo lenguaje, ambiente de comunicación. Una generación de poetas sigue andando: sus amigos, honrados con su amistad e idealismo generoso.

La obra de cada poeta de cada generación es un poco nuestra obra. Padecemos los mismos malos hábitos, buscamos el mismo imposible, nombramos iguales cosas. Gonzalo Arango hizo varias antologías de poesía nadaísta. En la primera, 13 Poetas Nadaístas, escribía en el prólogo: «Esta belleza no tiene la culpa de ser así. / No se excusa por ser tan antibella. / Inocente como un olivo con respecto al diluvio, no pide perdón por sobrevivir a la muerte del antiguo Mito. / No es para almas platónicas, equilibradas ni razonables. No tiene nada que ver con la nostalgia de un mundo mejor, ni con un sueño de otro mundo. Se instaló en su tiempo, porque era allí donde tenía que instalarse, bajo un cielo de dolor, de brutalidad y agonía». Esta agonía de la razón, esta agonía que llamamos la Historia, merecía respeto y un poco de desdén también, si queríamos no ser aplastados. ¿Pero bastaban respeto y desdén? ¿No existiría también la exaltación? «Con base en nuestra experiencia personal podemos asegurar que la marihuana estimula un gran poder místico en el hombre. Lo eleva, a tal altura, que él se siente, por su influencia, el más grande entre los mortales. A esta experiencia mística que nosotros llamamos elevación del ser a la más alta cima de su esencia, no se podrá llegar en helicóptero, ni en cohetes, ni siquiera subiendo en ascensor al último piso del Empire State, debido a que esta energía no es atómica, sino una extraña potencia creadora que la marihuana multiplica en las profundidades misteriosas del espíritu».

Sé que cuando escribió esta carta a Noel Casady, no conocía Gonzalo todavía la marihuana. Pero interesa la referencia mística. Y el desprecio por la máquina. Casi toda su obra es una diatriba contra los tecnologismos que asfixian la inocencia y el cuerpo. Este terror sagrado, que el poeta conjura, lo inspiraba al artificio en su alma de campesino. Y se convirtió en su meditación constante. Horror al No-Ser, a las alienaciones. La poesía servía en este combate contra la muerte. En Poesía y Terror leo: «Poesía fue siempre y también es hoy Vida y Libertad. No es otra la misión del poeta: asegurar la vigencia de estas dos palabras en el mundo de la opresión y de la muerte». Se sabe, por anticipado, la muerte no puede ser vencida. Pero hay que enfrentarla con orgullo monstruoso, con infinito deseo de vencer: es la única forma de vivir… Al final hay que desarmar a la muerte imitándola. No es una metáfora: Gonzalo quería «matar al hombre muerto que hay en el hombre para salvar al hombre vivo que existe dentro de él: y para que una vez rota la servidumbre y liberado, funde en sí mismo, en su propia conciencia, el Reino del Hombre, o Paraíso que no está “más allá del espacio y el tiempo, ni en la nostalgia, ni en la ilusión, sino ahora y aquí, tan real y a la vez tan fantástico, tan cierta y tan increíble como un milagro»

El Nadaísmo propuso anticipar la fiesta. Tanto horror no podía quedarse sin celebración. Había que vivir brujo, todos los días eran esta guerra, esta fiesta. Por eso era inútil buscar en el Nadaismo «ideas lógicas y criterios unánimes, y la cohesión de un movimiento filosófico. El Nadaísmo se funda en las contradicciones de la sociedad que lo hizo posible. Es, antes que todo, una posición existencial cuya transitoriedad ha entrado ya en edad de la razón de los siete años de fundado, pero que puede durar el tiempo de la actual generación, o más aún, el tiempo de una vida». Así, el arte y la literatura, la bohemia, las drogas, el crimen, el homosexualismo, las desnudeces, los antisociales fueron aceptados dentro del grupo. Y así, se unieron a él muchos bandidos que hicieron lo que pudieron por nuestra mala fama. Varios escándalos que conmovieron a la nación fueron perpetrados en nombre de la poesía nadaísta. Finalmente, los diarios cerraron las puertas a los escritores del grupo. Para defender el inventico, como decía Gonzalo, escribió en las Promesas de Prometeo: «Si hay una insurrección del espíritu a nombre de la cual aceptamos ir a la cárcel, eso no quiere decir que el Nadaísmo sea un simple caso en el código de policía». Los nadaístas no entendieron la nueva posición. Amílcar se fue a los Estados Unidos, con algunos otros, y los demás nos quedamos ofendidos, haciendo cartas indignadas contra Gonzalo. Se le llamó traidor, vendido a la casta dirigente, oportunista. En verdad hacía falta la perspectiva del tiempo para entender aquella declaración en alguien que había escrito en 1958: «En la alternativa de claudicar para merecer los honores y las recompensas de la sociedad cuya mentira combatimos, o de renunciar a eso para quedarnos en el martirio, elegimos el martirio como una vocación, como el acto más puro y desinteresado de nuestra libertad». La verdad es esta: el Nadaísmo, a los siete años de fundado, estaba atrapado en su contradicción. «El Nadaísmo nada tiene que decir en el conflicto del capitalismo y el comunismo: nosotros nos situamos en otra realidad».

Este saber vivir brujo en la trampa, en la vivencia profunda del agujero, se volvía lucidez: «El Nadaísmo —hay que confesarlo— no va dirigido a las masas obreras ni campesinas, y por eso su ideología y su estética carecen de mensaje socializante. Las revoluciones nunca se hicieron con literaturas sino con sangre cuando un pueblo se hundió sin esperanzas en el oscuro barro de la humillación y del desprecio. La revolución nacerá del dolor de la clase obrera y de su propia muerte. El proletariado debe hundirse históricamente aún más en la profundidad de su martirio, hasta que sienta por sí mismo que ha tocado fondo». Es decir, no caíamos en la ilusión pequeño-burguesa que aspira a hacerle la revolución a los trabajadores. Conocíamos nuestros límites. Además, la poesía era incompatible con la religión materialista que hacía de su dios un pan: «Que este no sea solamente pan sino alimento del espíritu, poesía, conciencia de vida. Ignoran que si no hay conciencia de vida tampoco hay vida, ni el pan alimenta nada, ni da sentido a nada. Pues lo que es inútil es el pan si su finalidad única es convertirse en digestión y excremento». ¡Burgueses! Gritaron los ciegos hijos de El Capital. Gonzalo respondía: «Nos hemos bebido, fumado, comido y acostado a la burguesía, que ve en nosotros a la continuación de los valores aristocráticos, pero nos burlamos de su admiración, y de paso nos vomitamos en sus floreros y en la bóveda azul de sus retretes. Gracias por el whisky, el cordero pascual del paganismo contemporáneo, etcétera, y lamentamos que las palabras que borbotaron nuestras calaveras borrachas y nuestros cerebros enloquecidos de intoxicación no significaran nada en vuestras almas».

Además, «en los últimos años hemos hecho y declarado muchas guerras, enfrentando nuestros sueños más puros a los fantasmas horrorosos. La experiencia que tengo de esta lucha es que para combatir la sociedad no hay que ponerse al margen, enfrentarla desde la otra orilla del espacio y el tiempo sino meterse dentro de ellas, abrir barricadas en su propio seno, cerca de sus sitios más vulnerables y hacer batallas estratégicas, no suicidas».

¡Una estrategia que no se comprometía con el suicidio! Fundó Nadaísmo 70, con el poeta Jaime Jaramillo. La batalla iba a ser dada a punta de tinta. Ocho números de la revista…. Que se fue quedando sin anunciadores, porque se publicaban fotos de hermosas muchachas desnudas y se denunciaban asuntos vergonzosos que vivía el país… y porque no apoyábamos al candidato del frente social. Imposible defenderse del desánimo sin una pizca de cinismo. ¿El Nadaísmo es un cinismo? Uno puede repetirse una y mil veces las consignas del humanista… y seguir siendo un cínico. Matar al Nadaísmo era hacer Nadaísmo. En el buque-escuela Gloria, Gonzalo Arango le propinó un golpe mortal a sus amigos. Él lo necesitaba. Es suficiente para un nadaísta.

¡Traición! Otra traición. Se hicieron —yo mismo hice uno— manifiestos contra Gonzalo Arango, que él mismo se encargo de hacer publicar con nuestras fotos. Nos dijo que había querido sacarnos del marasmo y la inercia, obligarnos a volver al ring, aunque fuera contra él mismo. Pero el daño estaba hecho. El Nadaísmo empezó a hacer agua en las aguas podridas de la bahía de Cartagena. Una sola fe le quedaba a Gonzalo: la fe en la poesía. Y aunque a veces también esta fe se le ablandaba, mantuvo como pudo la esperanza de encontrar los nombres del mundo, de hacer habitable la creación. «El poeta se torna divino y sucesor de Dios. Quien ha creado el Universo para que el poeta lo explique. Y el poeta triunfa sobre el absurdo o se enloquece». Pero también hay una misión cruel que debe cumplir el poeta: «El poeta es un solitario inadaptado, lobo hambriento, que odia el rebaño, y si hace estragos en el redil no es por hambre, sino porque el lobo ama la libertad y la soledad le pesa como un castigo». El Nadaísmo ya no servía de nada en el combate, pero el combate de la poesía seguía vigente: «El poeta debe ser combatiente cuando los cañones instalados en el despotismo del poder no tienen razón; cuando los hombres que los disparan están alienados; y cuando los imperios fundan su verdad y confían la defensa de sus razones en el poder de los cañones». Providencia, flota en el horizonte de su mar de dudas. Pero queda un poco de pólvora. Tenemos que cambiar de redentor y de camino. Nuestro tiempo exige que esperemos al enemigo con una metralleta detrás de los rosales. La presencia de una «rosa blindada». Contradicciones monstruosas, tensiones agotadoras que son el precio de ser un poeta: «Hay que pagar el precio de ser poeta, no se puede serlo inútilmente. Ojo al castigo, que sufrirán los que pasan por el mundo sin mejorarlo, como la luz por una nube. ¿Es que nos vamos a pasar la vida en una explosión de fuegos fatuos, disparando bellas palabras inofensivas?».

Las palabras necesitan garras, claridad: vacilaciones declaradas, padecidas en la carne. Imposible que los poetas tengan ninguna verdad maquillada, dispuesta siempre para sacarla a los desfiles…. El ejercicio de la soledad es el único que permite desarrollos conscientes, es decir, vida plena, vivencia, no mentira cerebralizada. ¿Pero no es esto santidad? «El poeta es, en esencia, un santo al revés». Y hay una tarea. Propuso a Evtushenko: «Un gran movimiento revolucionario de poetas libres de intervencionismo partidista. Hacer NUESTRA revolución con la poesía, desde la poesía. No desde sindicatos de poetas generalmente dirigidos por no-poetas de mente dogmática y sueños burocráticos». Una queja: «Para nosotros, los poetas de América Latina, salvo el ejemplar caso cubano, la relación entre arte y revolución está profundamente divorciada, deteriorada. Casi no existen puntos de contacto y no es por culpa del artista, que es un revolucionario de buena voluntad, de corazón y vocación. Es por culpa de la ceguera y la sequedad de los políticos hostiles a todo tipo de expresión estética que no sea sumisa al principio dogmático de lo que llaman abstractamente «literatura comprometida», lo que no es más que una vaga generalidad escolástica, de esas que limitan y sofocan el bello y fuerte ímpetu creador».

¿Por qué para un poeta la solución es siempre imposible? Entre Lenin y Gandhi nadie ganaba el alma del poeta. Interminable la lucha contra el no-ser, fuera de lugar siempre: «La visión de la ciudad es espléndida desde esta altura. Puede pensarse en un paisaje ideal para místicos, pero aquí viven los industriales antioqueños».

La soledad, una constancia de vida. Soledad, ni manzanas: entre el amor y la soledad, fuera de lugar. Eres impura y hasta tu corazón lo tienen maquillado del polvo «coqueta». No vuelvas a profanar a mis dioses ni a mi soledad: lo ignoras todo de la muerte y lo sagrado. Y «estoy en marcha hacia una meta que no existe, entre la locura y el sol». Y entre el amor y el pecado: una oscura turbación que necesita para su trabajo y en su placer, para impurificarse. Horror de ser puro, aprendido en ciertas noches campesinas tibias, lúbricas y profundas: oscuridad iluminada. «El amor, aunque es mi sentimiento más creativo, no puede ser nunca la imagen de un amor feliz. Tiene que ser, necesariamente, un sentimiento de turbación, de ruptura». ¿Aguas paradas de insatisfacción? No, definitivamente le quedaban las islas maravillosas. Islanada, Providencia. Pero para volver siempre a la política, como si el Paraíso fuera expulsión, fugacidad: «La generación que nos suceda o que ya trabaja en la revolución política encontrará un desgarramiento de confusión en las almas y en el orden social, y este anarquismo crítico que hemos formulado dará origen a nuevos valores y un renacimiento. Este es el invisible, pero efectivo aporte de nuestro nihilismo activo a la revolución colombiana». Pero este consuelo tampoco dura… Las palabras tropiezan con la indiferencia del mundo. El poeta, temblando, devuelve indiferencia también: hasta que el mundo vuelva a sacudirlo…

El revés y el derecho; indiferencia: todo es nada, y nada es todo. Hay que traicionarse constantemente a sí mismos: «Confieso cínicamente mi escepticismo por los asuntos humanos, y no quiero tener más acciones en sus negocios de la guerra y de la paz. Asumo, ante la confusión de nuestro tiempo, una indiferencia airada, una libertad solitaria que se niega a erigir como la Verdad, la bandera de una causa política y religiosa». Definitivamente, este es un umbral infranqueable…. «Sé que todo embanderamiento conduce a la matanza. Y uno marcha ciegamente a la matanza porque los idealismos enceguecen a la Razón». Enemiga Razón. Para conjurarla, una «locura razonable». Con esta sola, imprescindible certidumbre que es como la única razón de vivir: «La sola certidumbre de que un ideal de belleza implica el padecimiento de estigmas como el sufrimiento, la duda, la canallesca soledad, el doliente éxtasis del santo, la resistencia del mártir, los delirios de la locura, el pavor a la muerte, la angustiosa sensación de los límites, la impotencia del conocimiento, en fin, todo esto grande y cruel que marca el espíritu y sus nostalgias de Absoluto». Esta experiencia, este experimento, lo sostiene «en la terrible creación y en la exaltada fe de mí mismo. Los resultados no sé de qué calidad serán, pero si hay una lógica de espíritu, ella dará testimonio de esta lucha. Y ese seré yo en última instancia, sin apelación. Ni un genio, ni un idiota, sino yo mismo, yo único en la solitaria dimensión de este amor por la belleza y por la vida, mis verdades de siempre, a las que rindo diariamente, como dioses, algún modesto sacrificio». Sobre todo, miedo a la comodidad del pecado. Y entre la fe y la desesperanza, el oficio de escribir, como tortura: «Mi religión, mis dioses, mis ritos, mi sentido de la salvación y del infierno convivirían conmigo en el Reino de la Belleza. Esta ocupó el trono de Dios, y desde allí ejerce un poder soberano aterrador y fascinante sobre mi vida, hasta confundirse con mi destino».

Puede decirse que Gonzalo cumplió su destino como hubiera querido: no llegó a ninguna meta, se mantuvo en los caminos. Buscándose Otro, ganó su vida y realizó su presencia. La víspera de su muerte (como si la desesperanza lo estuviera acosando de nuevo) había prometido no volver a escribir otra palabra, mientras los caminos no se hubieran aclarado. Es necesario reconocer que su obra fue intensa, la escrita y la vivida: testimonios de caminante. Otra cosa es querer volverlo ahora santo, maestro, padre, símbolo o no sé qué. Como Fernando González, Gonzalo Arango ejerció su ministerio bregando por crear solitarios. Discípulos y seguidores no harán más que perder su vida chupando como parásitos una savia ajena. Creo que con el correr del tiempo, la obra de Gonzalo, su vida y sus escrituras, se nos irán aclarando. Cuando el Nadaísmo no sea ya un problema personal para los que aspiran después de él a realizarse en la cultura. No nos importa tener razón. Hemos vivido con alto y fuego, nunca hemos sido tibios, y también hay que ser fieles a las noches del alma. La vida es cruel: «Éramos reyes y nos volvieron esclavos / Éramos hijos del sol y nos consolaron con medallas de lata / Éramos poetas y nos pusieron a recitar oraciones pordioseras / Éramos felices y nos civilizaron / ¿Quién refrescará la memoria de la tribu? ¿Quién revivirá a nuestros dioses? / Que la salvaje esperanza siempre sea tuya, querida alma inamansable».

*Este texto hace parte del número siete de GACETA de 1976. Puedes consultarlo en este enlace.

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