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Los cinco del 24: MÚSICA

N. Hardem, Felipe Orjuela y Gato ‘e Monte, Bella Álvarez, Carlos Rizzi y Kei Linch publicaron algunos de los discos más interesantes de la música colombiana del 2024.

Los cinco del 24: MÚSICA

N. Hardem, Felipe Orjuela y Gato ‘e Monte, Bella Álvarez, Carlos Rizzi y Kei Linch publicaron algunos de los discos más interesantes de la música colombiana del 2024.

La banda sonora de Colombia es cada vez más diversa. Ritmos en apariencia tradicionales como la cumbia hacen parte de experimentaciones temáticas y de fusiones sonoras. El rap es la voz de tantos barrios y ciudades, y continúa su expansión con discos maduros que ofrecen matices a la competencia inherente al género. Al mismo tiempo, el llamado género urbano constituye una caja de herramientas inmensa que permite jugar con distintos estilos y colores, y en ese sentido refleja bien el espíritu actual de la música en Colombia. Mientras tanto, el ambient y la electrónica son espacios de profundo peso conceptual sin perder su capacidad para hacernos bailar. No pueden faltar las baladas impulsadas por el desamor, un motivo universal en el que siempre podemos encontrar nuevos reflejos. Este es el marco en el que se mueven algunos de los discos que llamaron mi atención en el 2024, pero es solo una muestra pequeña de una escena musical variopinta, que en su diversidad encuentra las razones de su buena salud. 

 

 

Mal de Altura, de N. Hardem (Oso Polita, 2024)

Mal de Altura, el séptimo disco de N. Hardem, es un uróboros de esfuerzo eterno. El bogotano defiende su posición como uno de los grandes del rap en español, y al mismo tiempo se permite dudar: «No es el trofeo, es el alivio que hay detrás / Y el equilibrio corcovea, y lo que se volea pa’ conseguirlo», confiesa en «INTERNACIONAL WELTER». Ni siquiera las victorias aplacan los malestares, y esa es una de las formas en que se manifiesta este Mal de Altura. «Víctima de mi invento como Murcia Guzmán / Pero lo intento, ustedes no hacen nada, nunca ni van» propone en «CÓRCEGA», en la que se define como el primero de cocina en contraposición a los que ni siquiera conocen el fuego. Cada medalla guarda una decepción que la contextualiza, lo que hace de Mal de Altura un disco perfecto para los que vamos entrando a los 30. La de Hardem es una mirada curtida, madura. Es la mirada de un sobreviviente que no se rinde, como expresa en «NÃO MORRI» o «AIR». Esa ambigüedad tiñe la portada, una foto de Juan José Ortiz-Arenas. Vemos la suela de la zapatilla de Hardem, recortado contra una antena que rasca las nubes de Bogotá, a 2.600 metros sobre el nivel del mar, suficientes como para marear al extranjero.  Lo vemos en la cima, o caemos con él. O ambas. 

LA DOSIS MÁXIMA, de Gato e’ Monte y Felipe Orjuela (In-Correcto, 2024)

Aunque el futuro de Alberto Gamero como técnico de Millonarios es incierto, dos de sus hinchas le dejan un homenaje a su cabellera. Con «El poema de su greñero», Gato ‘e Monte y Felipe Orjuela aplauden el qué y el cómo del entrenador samario; esta también es la síntesis de LA DOSIS MÁXIMA, un álbum en el que los códigos culturales rolos brillan sobre fusiones bastardas que mezclan las cuerdas del altiplano cundiboyacense con las rancheras, el punk y, sobre todo, un derroche de cumbia. Con la producción de Iván Medellín (Conjunto Media Luna y La Sonora Mazurén) sumada al aporte de Yeison Perilla en los arreglos, LA DOSIS MÁXIMA se pierde para encontrarse, al igual que Gato, que sale de fiesta y termina en Funza en «Ya yo cambié»; además del fútbol, las noches impredecibles pueblan el universo del disco. Orjuela reafirma su visión singular de la música tropical para hacerla contemporánea, y Gato demuestra sus habilidades como escritor de juergas, luchas y pasiones. Juntos vuelven al folclor para desestabilizarlo y reimaginarlo, y le suman temáticas inusuales, anticipadas por el bodegón de la portada. En ese mestizaje retratan la inmensidad de Bogotá. 

 

Neotusa Vol. 1, de Bella Álvarez (Falso Ídolo, 2024)

Un minuto es todo lo que pide Bella Álvarez en «Lamentar», donde las presencias espectrales se confunden con las dulces miradas. La cantante de Medellín describe así, quizás sin darse cuenta, dos características de su voz, que es tan dulce como espectral. Y ese minuto que pide Álvarez lo utiliza para sentir todo el peso de una ruptura, que cubre todo Neotusa Vol. 1. Producidas por el baterista Adán Naranjo, estas trece canciones son iluminadas por el soul, el R&B y el folk, y sobre estas atmósferas descarga Álvarez su «Corazón ruidoso»: le duele, y aún así canta. Mejor: le duele, por eso canta. El dolor cobra distintas formas: el de un cuerpo entumecido en «Tumor» o el del recuerdo de «El segundo sol» que ya no brilla: «No puedo obligarme a quererte / No puedo obligarme a quedarme / No puedo hacerlo nuevamente», canta Álvarez sobre arreglos profundos de Naranjo. Y entonces recordamos que ni el dolor ni la tusa, ni tampoco la dulzura ni la espectralidad, apagan la fuerza que impulsa todo este disco.

Teselas, de Carlos Rizzi (Sabana Records, 2024)

Confirmé que Teselas era una de mis discos favoritos del 2024 hace unas semanas, cuando Carlos Rizzi lo presentó en Paradisco, una sala de Chapinero: sus transiciones entre el frenesí y la calma, entre texturas gaseosas (los interludios) y contundentes invitaciones al baile («Truco»), entre la reflexión y el baile, me fascinó. Primero fue el turno de las presentaciones de Nanzamil y Rosarito ½, que reconoció a Rizzi como guía de sus exploraciones, que desembocaron en Los Días Sin Nombre. Esta anécdota no es gratuita: la cuento porque esa noche enmarca el valor de Rizzi como una de las cabezas de la eléctrica escena de ambient que se está desarrollando en Bogotá, y porque con el sistema de sonido de Paradisco pude apreciar bien todos sus paisajes sonoros, sus juegos de samples, su experimentación feroz. Teselas es un álbum que puede ser muy divertido: el medio de «Albatros», con ese sample vocal, es una prueba de varias posibles. Y aún así, en temas como «Esta Terrible Inmensidad Sin Fin» hay una pátina de nostalgia que lo cubre todo y que me inquieta, me atrae y me engancha para volver una vez más.

Dulcinea, de Kei Linch (Sony Music, 2024)

Se llama Dulcinea porque combina lo dulce y lo nea; o, más bien, lo ñero, ya que Kei Linch es de Madrid, Cundinamarca. Esta combinación resulta en una personalidad magnética, tan segura de sí misma que es contagiosa: «Ya no tengo miedo a lo que pueda venir, tengo todo lo que me prometí», rapea en «Cerkita del cielo». El horizonte emocional de Dulcinea se cifra en ese juego entre la vulnerabilidad y la certeza, entre los obstáculos con los que tropezó en el camino y la misión definida que evitó que cayera. La combinación de su ternura y las lecciones callejeras, sus múltiples facetas, también se muestran en el juego de géneros: «Bendecida $ afortunada» apuesta por el trap&B  («Aún no toco la cima / Pero no cumplo horarios, no mandan extraños / La vida es sencilla», canta) mientras que «Furyosa >:(» se decanta por un rapeo afilado, estremecedor en su potencial de violencia sobre las baterías lentas. Hay espacio para el reggaetón («Tú m haces mal .I.») o el regional mexicano («Ay amor»). Si su carrera ha consistido en desafiar marcos rígidos, tiene sentido que su álbum debut los rompa todos. 

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