Nunca fui de un lugar
nunca pude echar raíz
mirar hacia atrás era ver el vacío.
Cuando una no está enraizada
puede moverse en cualquier dirección
no rendirle cuentas a nadie.
Pertenecer trae responsabilidad
trae pesos, trae acuerdos.
Hablar de frontera
¿implicará un límite?
¿frontera para qué?
Permitir el ingreso
¿altera el orden?
Si alguien cruza la frontera,
¿ya nunca podrá regresar?
Ya no seremos los mismos, las mismas
¿pero queremos serlo?
¿Cuáles son las fronteras que de fondo
queremos transformar?
¿Quién inventó la frontera como límite y barrera?
Si alguien no la quiere cruzar
¿por qué no permitirle la quietud?
Diana Castillo
Una idea colectiva de frontera
Desde que era pequeña, hasta la adolescencia, salía a correr cada fin de semana y siempre estaba acompañada por mi papá —por lo menos en la infancia— y por mi perra Laica. Siempre corríamos por la montaña o buscábamos una cuando no estábamos en el barrio y, casi siempre, me encontraba con un límite establecido por el asfalto o por el cemento.
Todas las veces me detuve, inicialmente porque parecía que allí empezaba otro mundo.
Creo que cuando era pequeña me daba miedo pasar al otro lado, y cuando era más grande no pasaba por la mera costumbre. En cambio, Laica atravesaba los muros, corría sabiendo que
era su única oportunidad de libertad en la semana.
Hoy me pregunto si más bien para ella esa frontera no significaba eso, era piedra nada más y somos nosotros quienes intencionamos esos límites entre las cuadras, los barrios,
las ciudades, los mundos…
Soranny Vargas
Al reflexionar sobre el concepto de frontera nos enfrentamos a una
realidad compleja y multifacética que —así como el Museo de la Ciudad Autoconstruida— desafía las definiciones simplistas. Buscamos reconocer que las fronteras son mucho más que líneas en un mapa; son construcciones sociales que reflejan y perpetúan las dinámicas de poder y desigualdad en nuestra sociedad.
En primer lugar, nos interesa cuestionar la naturaleza misma de las fronteras. ¿Son simplemente bordes o límites? Esta perspectiva nos incomoda —lo que es un alivio que suceda— porque reduce la frontera a algo estático y unidimensional. Sin embargo, sabemos que las fronteras son entidades vivas, en constante transformación, que operan tanto en lo visible como en lo invisible, moldeando nuestras interacciones y percepciones
del «otro».
Era extraño ser el extraño. Mi forma de hablar, mi acento, mis palabras y hasta
mi forma de vestir eran indicios de
no pertenecer a este lugar.
No era tan agradable la zona donde habitaba y transitaba a diario, las basuras y
los fuertes olores acumulados determinaban
qué tan cerca estaba de un río lleno de basura y del inicio de la plaza de mercado, donde normalmente debía cruzar para comprar algunos materiales de mi trabajo.
A las pocas semanas entendí los caminos y los atajos para transitar de un lado a otro, intentando eludir aquellos espacios, olores y lugares, que a mi parecer no eran agradables, pero que para otras personas son parte de su cotidianidad y hasta
de su forma de vida.
Anghello Gil
Entendemos las fronteras como espacios paradójicos. Por un lado, actúan como barreras simbólicas y materiales que a menudo perpetúan la marginación y la desigualdad; por otro, son puntos de intercambio
y transformación. Esta dualidad nos lleva a cuestionar las estructuras de poder que determinan quién puede cruzar estas fronteras y en qué condiciones, y cómo estas decisiones impactan en la vida de las comunidades y sus territorios. En tal sentido,
las fronteras son, en esencia, límites andantes que se transforman con el tiempo y el contexto; representan un orden invisible en el que ocurren
acuerdos frágiles entre diferentes actores sociales y políticos. Nos proponemos ser críticos con la idea de fronteras fijas e inmutables, reconociendo que son construcciones que responden a intereses específicos y que pueden
ser desafiadas y renegociadas.
Nos parece clave reconocer que las fronteras no siempre son impuestas desde el exterior; a menudo, son autoimpuestas por las propias comunidades como mecanismos de protección o resistencia. Este aspecto nos lleva a cuestionar las narrativas dominantes sobre la integración y la globalización, y a valorar las formas en que las comunidades marginadas utilizan las fronteras como herramientas de autodeterminación y preservación cultural. Al mismo tiempo, vemos las fronteras como espacios de posibilidad. Son lugares de encuentro e intercambio, donde se entretejen diferentes culturas, ideas y formas de vida. Esta perspectiva nos desafía a imaginar fronteras más porosas y flexibles que faciliten el flujo de pensamientos y experiencias entre comunidades, enriqueciendo nuestros territorios con diversidad y pluralidad.
Salida de mi territorio de origen y llegada hacia un nuevo territorio en busca de
mejores oportunidades y refuerzo en el tema académico.
La tristeza que refleja el partir de un territorio de nacimiento, por primera vez en la vida, hacia un nuevo territorio. Fue difícil separarse de los familiares, es un sentimiento profundo de tristeza en el inicio de un nuevo rumbo a la llegada en la ciudad de Bogotá donde una hermana. Es muy extraño todo, pero lo más difícil en una ciudad tan grande es no conocer a nadie o ningún conocido, solo un familiar que casi no permanece con uno.
Entonces a partir de eso se experimenta la soledad, las perdidas en el transporte
público, siente miedo a la ciudad.
La medicina ancestral que he venido encaminando me facilitó que sea más fácil adaptarme en un nuevo horizonte y trazar el proyecto de vida que venía forjando a partir de un sinnúmero de conocimientos, no solo en medicina sino también en comunicador empírico de la vida. Creo que la comunicación siempre me sirvió desde que soy aficionado al tema, y por eso doy gracias a la vida por ese don que he tenido, porque a través de él conocí a una persona que me abrió caminos para que el potencial y el talento que tenía lo pudiera traer para ayudar a mi comunidad con el tema de liderazgos comunitarios.
Segundo Chindoy
Abrazamos una visión de las fronteras que vaya más allá de lo territorial y lo material. Las fronteras invisibles y simbólicas que existen en nuestras sociedades son igual de poderosas y requieren nuestra atención crítica. Estas fronteras culturales y sociales a menudo perpetúan exclusiones y desigualdades de manera sutil pero profunda. Nuestro desafío es reconocerlas, cuestionarlas y trabajar activamente para transformarlas en espacios de diálogo y entendimiento mutuo.
Relatos, experiencias y sentires de frontera
Nuestras cuerpas como fronteras.
Venus, una mujer agobiada por el asesinato de su esposo y sus hijos frente ella, abandona
sus ganas de vivir por la tristeza que inunda su cabeza.
Luego de esto, es secuestrada y llevada de su tribu a tierras europeas para ser violada
infinitas veces, para ser «atracción» de circo y para ser «objeto» de «investigaciones»
científicas con las particularidades de su cuerpo.
La historia deja en evidencia hasta la actualidad una frontera simbólica y material en una
estructura racial y de género que deshumaniza, cosifica, desterritorializa y excluye
a la mujer negra.
Así como en Europa Venus fue marginada, en Bogotá también lo somos.
Luego de tanto tiempo, ¿por qué se siente igual la frontera?
Karen Aponzá
Como colectivo de trabajo experimentamos las fronteras de maneras profundamente emocionales. A través de algunos relatos podemos ver cómo las fronteras no son simplemente bordes de un lado y otro, sino experiencias vividas que despiertan sentimientos como tristeza, miedo, soledad y extrañeza. Cuando nos alejamos de nuestros lugares de origen, como Segundo al mudarse a Bogotá, sentimos el peso de la separación y la incertidumbre de lo desconocido. La frontera se convierte en un umbral emocional que debemos cruzar, dejando atrás lo familiar y enfrentándonos a un nuevo mundo.
Al encontrarnos con nuevos territorios, nos convertimos en «el extraño», como Anghello en Barranquilla. Nuestras diferencias en el habla, el vestir y las costumbres marcan una frontera invisible entre nosotros y los lugareños. Esta experiencia de otredad nos hace conscientes de las fronteras culturales y sociales que existen incluso dentro de nuestro propio país. Sin embargo, con el tiempo, aprendemos a navegar estos nuevos espacios, encontrando atajos y adaptándonos a las realidades locales, aunque nunca perdemos completamente esa sensación de ser diferentes.
Las fronteras también pueden manifestarse en nuestros cuerpos y en nuestras interacciones con los demás. Como nos muestra el relato de Karen sobre Venus, nuestros cuerpos pueden convertirse en fronteras simbólicas y materiales, especialmente cuando se intersectan con estructuras de raza y género. Estas fronteras corporales pueden ser dolorosamente reales, separándonos de los demás y de nosotros mismos, creando barreras que persisten a través del tiempo
y el espacio.
A medida que crecemos y cambiamos, nuestras percepciones de las fronteras también evolucionan. Julieth nos recuerda cómo de niños las fronteras pueden ser invisibles o irrelevantes, pero con el tiempo se vuelven más pronunciadas y cargadas de significado. La violencia y los cambios sociales pueden crear nuevas fronteras donde antes no existían, transformando espacios de juego y conexión, en territorios divididos por líneas no visibles pero poderosas.
Me pregunto si de niña sabía qué era una frontera, si entendía de límites y separaciones, o si es una palabra —que como muchas— empieza a pesar en el andar.
Vuelvo a los recuerdos de niña y entonces me veo jugando con mis primos arriba en la loma, decía yo. Jugábamos a ser doctores, astronautas y veterinarios; jugábamos a las carreritas
y a la cocinita en el patio de mi tía. Íbamos cada año, en
Navidades, cumpleaños y fechas especiales.
Pero con los años fuimos menos y entonces las distancias empezaron a ser cada vez más grandes y aquellos con los que jugaba empezaron a marcar y remarcar eso que hoy llaman las fronteras invisibles. La violencia y el microtráfico cambiaron nuestras Navidades, dejamos de jugar y empezamos a crecer.
Julieth Corredor
Reconocemos que las fronteras no son siempre impuestas desde fuera, sino que a veces las creamos nosotros mismos. Como reflexiona Soranny sobre sus carreras de la infancia, a menudo nos detenemos ante límites que existen principalmente en nuestros sentires. Nos preguntamos si estas fronteras son realmente tan sólidas como parecen, o si, como la perra Laica, podríamos simplemente atravesarlas si nos atreviéramos. En últimas, nuestras experiencias con las fronteras nos invitan a cuestionar los límites que nos rodean y los que llevamos dentro, desafiándonos a redefinir constantemente nuestro lugar en el mundo.
Experimentamos las fronteras de formas diversas y profundas a lo largo de nuestra vida. Desde nuestra infancia comenzamos a percibir límites invisibles que separan espacios, comunidades y realidades. Recordamos cómo de niños jugábamos libremente, sin ser conscientes de las divisiones que más tarde se hacen evidentes y pesan. Con el paso del tiempo, empezamos a notar cómo ciertos lugares se vuelven inaccesibles o peligrosos, marcando el fin de una etapa y el inicio de otra más compleja.
Nos vemos obligados a adaptarnos a nuevos olores, sabores y ritmos de vida, trazando mapas
mentales para navegar espacios
desconocidos y, a menudo, hostiles. Estas experiencias nos enseñan que las fronteras no son solo divisiones espaciales, sino construcciones sociales y cultu-
rales que debemos aprender a
negociar.
En nuestro caminar, descubrimos que las fronteras pueden manifestarse en formas inesperadas. A veces son tan simples como un cambio en el pavimento o el final de un sendero de montaña. Otras veces se materializan en muros de concreto, alambres de púas o en la segregación de barrios enteros. Nos damos cuenta de que estas divisiones, aunque aparentemente físicas, son en realidad proyecciones de nuestras propias percepciones y miedos. Nos preguntamos si acaso no somos nosotros mismos quienes creamos estas barreras, limitando nuestro propio movimiento y el de los demás. Al reflexionar sobre nuestras experiencias colectivas comprendemos que las fronteras también pueden existir dentro de nosotros mismos. Nuestros cuerpos se convierten en territorios de conflicto, en límites entre lo interno y lo externo, entre lo que sentimos y lo que expresamos. En momentos de coyunturas sociales o personales, nuestros cuerpos se transforman en barricadas, en fronteras vivas que median entre nuestra indignación interior y la realidad exterior que buscamos cambiar. Esta dimensión corporal de la frontera nos reafirma —como ya hemos dicho— que los límites no son solo geográficos, sino también económicos, políticos, de clase, de género, de raza, de etnia, además de impuestos y violentos.
Un Ser Rojo estaba siendo atacado. ¿Quién lo atacaba? El olvido, el silencio, la soledad. Lo rodeaba el peligro,
el exterminio. Este Ser Rojo no tiene pies, no se mueve, está sembrado, él no
decidió en dónde estar, otros
decidieron por él y él estuvo de acuerdo.
Siglos después, el Ser Rojo que no sabía el nuevo idioma ya no se podía comunicar; un día el Ser Sin Color decidió ayudarlo, le dijo: ¿de dónde eres? El Ser Rojo dijo que siempre había estado ahí y que él era solo por su existencia,
que su tarea o razón de existir
no tenía que ver específicamente con un lugar.
El Ser Transparente le dijo que para pedir a los seres de vestiduras era necesario definir su lugar, pues así él podría contarle la historia a los de aquí o a las de allá.
El Ser Rojo se negó, prefería dejar
de existir a ser un objeto poseído, pues su consejo o historia siempre habían
sido para hacer acuerdos, unir, tejer, crear, multiplicar.
El Ser Transparente obedeció, llamó a un lado y llamó al otro, ambos acudieron. Los seres de vestiduras no sabían que el otro existía y no se habían dado cuenta de que, aún sin conocer al Ser Rojo, su consejo siempre estuvo en las historias y el camino. Al encontrarse ambos lados decidieron que Ser Rojo era un nudo que acogía muchos hilos y que debía seguir existiendo.
Ser Rojo es un punto de encuentro y aunque las historias se mueven, cambian de voz, se cargan de sentido, se transforman, se comparten. El nudo es el inicio de la red. Aunque Ser Rojo
esté sembrado, su palabra danza a la par con quienes lo cuidan. El límite está en el cuido,
en la palabra y el acuerdo.
Ahora, al Ser Rojo lo rodea el encuentro, la luz viva, el calor y la vida. Ahora,
para escucharlo llegan los de un lado y los del otro, los de arriba y los de abajo.
Eso nunca importó, en el origen, el diálogo y el encuentro
fueron el centro, el pilar.
Diana Castillo
Vemos que las fronteras, en su complejidad, también pueden ser puntos de encuentro y transformación. Como el Ser Rojo del relato de Diana, entendemos que a veces es necesario trascender las nociones convencionales de pertenencia y lugar para crear espacios de diálogo y entendimiento mutuo. Nos damos cuenta de que las fronteras, lejos de ser solo barreras, pueden convertirse en nudos que unen diferentes hilos de nuestra experiencia colectiva, permitiéndonos tejer una red más amplia llena de conexiones y significados compartidos.
¿Cómo llegamos aquí?
El Museo de la Ciudad Autoconstruida es un espacio de encuentro, participación y reconocimiento de las personas y las comunidades que han trabajado por el fortalecimiento del tejido social en Ciudad Bolívar y el borde sur de Bogotá. Es la materialización de un deseo de la comunidad y de diversas organizaciones sociales y comunitarias que derivó en la consolidación como un escenario para la construcción de la memoria del territorio.
Es un espacio pensado, sentido y dinamizado por un equipo de trabajo que, como el museo mismo, habita un territorio que está atravesado por dinámicas sociales, económicas, culturales y ambientales propias de la localidad. Su equipo acuerda prácticas y procesos de organización, defensa y resistencia en el territorio. Ellas son: Diana Castillo, Wilson Güiza Moya, Segundo Chindoy, Karen Aponzá, Daniel Zapata, Soranny Vargas, Anghello Gil, Julieth Corredor y Daniela A. Quiroga.
El Museo de la Ciudad Autoconstruida es un espacio habitado por la reflexión y la construcción de narrativas que desmantelen y problematicen las dinámicas de segregación y exclusión socioespacial en la ciudad; así, es un espacio que dialoga cotidianamente con las fronteras, sus estructuras y niveles.
El Museo y las reflexiones de frontera
Como equipo del Museo de la Ciudad Autoconstruida hemos reflexionado sobre cómo el museo se relaciona con el concepto de frontera. Reconocemos que el museo en sí mismo representa una frontera simbólica y física dentro de Ciudad Bolívar. Por un lado, es un espacio físicamente delimitado que la gente visita específicamente, marcando una distinción entre el museo y el resto del barrio. Sin embargo, también ha permitido romper algunas fronteras internas del territorio, facilitando que personas de diferentes sectores de la localidad transiten y se encuentren en un espacio común.
Observamos que el museo dialoga constantemente con las fronteras en múltiples niveles. Desde lo cultural, abordamos las comunidades étnicas y sus experiencias en la ciudad; en lo geográfico, exploramos las divisiones administrativas y las fronteras invisibles entre barrios, localidades y sectores de la ciudad; y en lo social, analizamos las barreras de acceso y derecho a la ciudad que enfrentan los habitantes del borde sur. A través de las mediaciones, exposiciones y procesos educativos buscamos tejer puentes entre estas fronteras, generando diálogos y encuentros con diferentes comunidades, organizaciones y procesos.
Reconocemos que el museo también pone en conversación fronteras raciales y socioeconómicas de la ciudad; la concentración de población afrodescendiente
en localidades periféricas como Ciudad Bolívar, evidencia patrones de segregación espacial. A través de nuestro trabajo buscamos visibilizar y cuestionar estas dinámicas, generando incomodidad —siempre que sea necesario— al poner estos temas en discusión.
Además, hemos observado que el museo se ha convertido en un espacio de encuentro que desafía las fronteras internas de la localidad. A través de eventos como la Noche de Museos, hemos logrado convocar comunidades de diferentes barrios y sectores de Ciudad Bolívar, incluyendo la zona rural, promoviendo el diálogo y el intercambio entre comunidades que históricamente han estado separadas por fronteras muchas veces invisibles e impuestas. Nuestro trabajo con los relatos de frontera va más allá de simplemente exhibirlos. Nos esforzamos por ser un agente activo en la transformación de estas realidades, proponiendo nuevas formas de entender y habitar la ciudad. Buscamos no solo visibilizar las fronteras existentes, sino también contribuir a su deconstrucción y debate, promoviendo una ciudad con relaciones más justas y dignas para todos sus habitantes.
El cuerpo como frontera.
En algunos momentos el cuerpo ha sido barricada, ha sido límite. Para los álgidos días de 2021, cuando el límite era lo que la indignación nos llevara a hacer, el cuerpo fue la frontera, en el interior la rabia, la indignación, el desconcierto; en el exterior la vida colectiva y el pueblo haciéndose escuchar, el cuerpo fue el lugar de
intercambio, el lugar para manifestar lo que
adentro se pensaba y lo que afuera sucedía
Güiza Moya
Insistimos en que el museo no solo habla de Ciudad Bolívar, sino que aborda la experiencia de ciudad y cuestiona el modelo de desarrollo urbano en su conjunto. Al hacerlo, trazamos conexiones y abrimos debates que desmantelan y desafían los límites impuestos. Por ejemplo, al descentralizar la oferta cultural y traerla al barrio, disputamos la segregación y la desi-
gualdad en el acceso a bienes y servi-
cios culturales. Nuestro objetivo es
ser un escenario de encuentro y diálogo que permita transformar estas fronteras. Vemos al museo como una plataforma para recoger y amplificar las voces y las experiencias del borde sur de la ciudad; nuestro objetivo es ser un puente que permita que estos relatos, dolores y esperanzas lleguen a toda la ciudad, cuestionando las narrativas dominantes y resaltando las experiencias y las prácticas de resistencia. Al hacerlo, buscamos contribuir a transformar las relaciones centro-periferia y las múltiples fronteras que atraviesan el territorio urbano. Así, somos un museo física y simbólicamente fronterizo.
Ministerio de Cultura
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Bogotá D.C., Colombia
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Lunes a viernes de 8:00 a.m. a 5:00 p.m. (Días no festivos)
Contacto
Correspondencia:
Presencial: Lunes a viernes de 8:00 a.m. a 3:00 p.m.
jornada continua
Casa Abadía, Calle 8 #8a-31
Virtual: correo oficial –
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(Los correos que se reciban después de las 5:00 p. m., se radicarán el siguiente día hábil) Teléfono: (601) 3424100
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