Esta es la introducción de El Club Negro de Colombia (2024), de Rosa Chamorro, publicado por MiCASa; léelo completo aquí. Y escucha aquí el pódcast de El Club Negro, narrado por N. Hardem.
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El estudio de la historia intelectual de la Colombia moderna se ha centrado casi exclusivamente en registrar la vida y obra de los personajes representativos de la élite que, en los dos últimos siglos, ha dominado el panorama económico, social, político y cultural. Entendemos por Colombia moderna el periodo iniciado con la revolución de Independencia, que cortó nuestros lazos de sometimiento a la Corona española y les permitió a quienes la comandaron darse a la tarea de construir una nación autónoma, gobernada por sus propios hijos, regida por sus propias leyes y custodiada por sus propios ejércitos. El proceso de construcción de nación contó con la participación de un gran número de personas del sustrato intelectual del nuevo régimen y dedicadas a «pensar el nuevo modelo de sociedad» que habría de sustituir al ancien régime.
Los círculos gobernantes, constituidos por quienes lograron concentrar en sus manos el poder económico, político y, sobre todo, militar, tuvieron siempre una base de apoyo intelectual; bien porque entre ellos mismos existieran personajes letrados y estudiosos de las ideas en boga, o bien porque contaran entre los letrados y estudiosos a sus más entusiastas seguidores y colaboradores en las tareas de gobierno, en la elaboración de las leyes, en la aplicación de la justicia o en la difusión de obras literarias o ensayos periodísticos que esparcieran ideas afines a las de los gobernantes. Muchos de ellos vistieron uniformes militares, empuñaron armas de guerra y jugaron un papel destacado en las contiendas internas que se libraron en las décadas posteriores a la declaratoria de independencia.
Las distintas facciones en las que se dividieron los nuevos gobernantes, según su visión de lo que debía ser la nueva sociedad ―que dependía, por supuesto, de sus intereses individuales y de clase―, batallaron durante décadas por hacerse al poder del Estado.
Para muchos de quienes se ocupan de la investigación de los hechos históricos, o para quienes recurren a los escritos históricos buscando fundamentar sus investigaciones en diferentes áreas del saber, se considera casi como un axioma que «la historia la escriben los vencedores». Dan por sentado que hay elementos de la historia, de los sucesos históricos o de sus interpretaciones sobre los cuales existen otras versiones: las de los vencidos, que no se conocen o se conocen muy poco. Con el transcurrir del tiempo, sin embargo, se ha logrado llegar a las versiones de los derrotados, o a parte de ellas.
Habría que agregar que la historia relatada por los vencedores no solo silencia las voces de los vencidos, sino también las de aquella parte de los ganadores que, por motivos de clase, raciales o de género, no son consideradas como dignas de ser tenidas en cuenta en la versión «oficial» de los hechos históricos. Esto explica aquella característica de la historia intelectual de nuestro país, que se centra en registrar la vida y obra de los personajes representativos de la élite que ha dominado el panorama económico, social, político y cultural de la nación.
La anterior es una visión unilateral de la historia intelectual de Colombia que ha sido poco cuestionada. La historiografía tradicional y la crítica literaria unidireccional han borrado ―tanto de la vieja como de la nueva historia― el papel de los autores negros y mulatos y sus aportes intelectuales, políticos y literarios (Flórez Bolívar, 2023). O, cuando los han presentado, lo han hecho como si fueran aportes de muy poco valor e importancia, y en ocasiones, incluso, estos autores han sido mencionados con el único fin de atacar y menospreciar su obra.
El estudio que llevó al desarrollo de este libro se centró en el análisis de las ideas que se encuentran en los escritos colectivos o en los trabajos individuales de los integrantes del Club Negro de Colombia en torno a los conceptos de raza y clase social. Este análisis parte del momento en el que surge el grupo que se conoció como Club Negro de Colombia, pero la indagación sobre sus ideas de raza y clase —aparte de considerar dos pronunciamientos suscritos por todos los miembros del grupo: el Manifiesto a los intelectuales del continente americano, en 1943 (El Tiempo, 1943), y la convocatoria del Centro de Estudios Afrocolombianos (CEA), en 1947— está enfocada en los escritos y en los apuntes biográficos y autobiográficos de los dos personajes que tuvieron una presencia y una actuación mucho más prolongada en el tiempo y más conocida en el ámbito público: Manuel Zapata Olivella y Natanael Díaz.
El Club Negro de Colombia fue un verdadero suceso intelectual y político que tuvo lugar en la década de los cuarenta, cuando se desarrollaba la última etapa de la República Liberal (1930-1946), durante el segundo mandato del presidente Alfonso López Pumarejo, y un poco antes de culminar la Segunda Guerra Mundial. Este grupo no surgió como un hecho aislado. Nació como una organización cuya razón de ser era la de hacerle saber a la sociedad bogotana que había una comunidad negra con presencia en la vida cultural y social de la nación y que había estado participando en el proceso de construcción de la identidad colombiana.
En las décadas anteriores había hecho presencia activa un gran número de intelectuales negros y mulatos que ya habían incursionado en el mundo de la literatura, la política, el ejercicio del derecho, la medicina, la ingeniería, la antropología, la docencia, la actividad editorial, el periodismo y la administración pública (Flórez Bolívar, 2023, pp. 14-17). Ellos tenían en común con los integrantes del Club Negro, no solo el color de la piel, sino también la defensa de la igualdad de todos los hombres y mujeres en la sociedad, con los mismos derechos y libertades, independientemente de su condición económica, étnica, de género, ideológica, religiosa o de cualquier otra índole.
Las luchas por la igualdad social y por los derechos universales de todos los ciudadanos, que habían librado los intelectuales negros y mulatos antecesores del Club Negro, evocaban las gestas militares y políticas en las que habían participado sus ancestros y que habían logrado separar a América de la dominación colonial europea. Por su presentación en sociedad y por las ideas que plasmaron en sus escritos en tanto que organización, como también por el pensamiento que dieron a conocer en obras literarias, discursos políticos, ensayos académicos, columnas periodísticas y en el trabajo de algunos como congresistas, el Club Negro consolidó una élite intelectual y política de negros y mulatos de la que no hay registro en la historiografía oficial ni en las antologías literarias.
El Club Negro inició labores en una fecha emblemática, el 20 de junio de 1943, cuando los integrantes protagonizaron lo que se conoce como el Día del Negro, inicialmente concebido como una protesta contra el linchamiento de dos obreros negros en Estados Unidos, pero que resultó siendo una cita histórica para visibilizar la presencia negra en la capital colombiana y en todo el proceso de construcción de la república.
Para entender la importancia que tuvo aquel 20 de junio en la historia de la cultura negra en Colombia, cabe hacer una analogía con el movimiento creado años después en Estados Unidos, el Black Pride —Orgullo Negro—, que tuvo como símbolo y eslogan el puño del Black Power —Poder Negro—, y, como expresión política, el partido Black Panthers —Panteras Negras—. Aunque con diferencias sustanciales, podemos decir que el 20 de junio es, a nuestra manera, el Día del Orgullo Negro.
La diferencia central radica en que el movimiento negro norteamericano se basaba en una postura antagónica al supremacismo blanco pregonado por los racistas más radicales como reacción contra la lucha por los derechos civiles emprendida por la población negra. Mientras que el Día del Negro en Colombia se realizó para hacer visibles a los negros ante los ojos de la sociedad bogotana y para destacar las realizaciones intelectuales, artísticas, políticas, culturales y el papel que históricamente han desarrollado en el proceso de creación de la república; es decir, no expresaba una confrontación de los negros contra los blancos.
No deja de llamar la atención el hecho de que los integrantes del Club Negro de Colombia hayan sido unos jóvenes que trabaron amistad durante su permanencia en la capital del país como estudiantes de diferentes universidades, provenientes de dos regiones distantes entre sí pero con características poblacionales, culturales y sociales que acabaron por hermanarlos. Más que el frío —que a las gentes capitalinas volvía serias y, en ocasiones, hoscas hacia los foráneos, mientras que a los «calentanos» los impulsaba a buscar el calor de las personas llegadas de regiones similares—, el acercamiento entre los negros del Caribe y los negros del Pacífico era un hecho desde los tiempos coloniales.
Esta vieja conexión, que permitió el arribo de personas esclavizadas desde Cartagena —donde atracaban los barcos de la trata— hasta los centros mineros del Chocó y más allá, a las haciendas azucareras del Gran Cauca, fue la que facilitó la integración de los hermanos Manuel y Delia Zapata Olivella, provenientes de la Provincia de Lorica y de Cartagena, donde habían estudiado, con los nortecaucanos Natanael Díaz, de Puerto Tejada, los primos Marino y Víctor Viveros, Adolfo Mina Balanta y Helcías Martán Góngora
―el Poeta del mar―, originarios de Guapi, a la orilla del Pacífico. Todos ellos eran estudiantes foráneos en la capital. Y fue también la marginación de la que venían siendo objeto las poblaciones negras y mulatas por parte del poder central que, a la sazón, y desde hacía varias décadas, aplicaba la peregrina teoría de las diferencias geográficas y raciales que hacían de las gentes del trópico y las tierras cálidas seres inferiores frente a quienes habían nacido en tierras altas y frías.
Para los colombianos negros y mulatos, la lucha por la libertad no terminó con la declaratoria definitiva de independencia frente a España, tras la batalla de Boyacá en 1819, ni siquiera con la expedición de la ley que abolió la esclavitud en 1851. Las diversas etapas por las que atravesó el proceso de construcción de la república, con los vaivenes propios de la confrontación entre los grupos económicos y políticos que se disputaban el poder, se vieron acompañadas a lo largo del siglo XIX por varias constituciones políticas que, generalmente, fueron el resultado de confrontaciones armadas entre ellos.
La Constitución de 1821 creó la Gran Colombia, que se disolvió en 1831 tras la separación de Venezuela y Ecuador. La república que quedó tras esa ruptura, Nueva Granada, Confederación Granadina, Estados Unidos de Colombia, Colombia, dio a luz seis constituciones —1832, 1843, 1853, 1858, 1863 y 1886—, redactadas según se impusieran en las guerras internas los unos o los otros. Por un lado, estaban los partidarios de conservar un régimen político en el que predominaran los intereses de los grandes propietarios de la tierra, herederos de títulos y concesiones de la Corona española —y que afincaban su poder no solo en la propiedad de la tierra, sino también en la continuación del trabajo esclavo o, a lo sumo, la transición al trabajo servil, en el que ya no eran dueños de los trabajadores pero sí de su resultado, y pugnaban por un sistema político que solo reconociera derechos políticos a quienes detentaran el poder económico y títulos heredados del poder colonial—. Por el otro, estaban los partidarios del libre comercio y la libre circulación de la mano de obra como condiciones para cimentar una agricultura y una industria prósperas, pavimentar el camino del progreso y la democracia como sistema de organización y crear una nueva sociedad en la que todos los ciudadanos mayores de edad gozaran del derecho a decidir quiénes debían gobernar.
La disputa hizo surgir dos bandos políticos opuestos: los conservadores y los liberales, y en ese pleito ideológico y político se fueron alineando los ciudadanos de la naciente república. Con la decisión de los liberales de abolir la esclavitud en forma definitiva mediante la Ley del 21 de mayo de 1851, bajo el Gobierno del general José Hilario López, la gran mayoría de los ciudadanos negros y mulatos abrazó la causa liberal o radical, como también eran llamadas. No es un hecho de poca monta, porque va a definir en buena medida el rumbo ideológico y político que toman los intelectuales negros y mulatos en las décadas posteriores al proceso de independencia. No fueron pocos los intelectuales ni es desdeñable su contribución al fortalecimiento de la vanguardia intelectual y política de la nación en el periodo clave, hacia mediados del siglo XX, en el que se sentaron las bases definitivas de lo que sería la Colombia moderna y contemporánea, no solo independientemente considerada, sino como parte del nuevo mapa geopolítico que se construyó en el mundo una vez culminada la Segunda Guerra Mundial.
Según el profesor Flórez Bolívar (2023), desde el último cuarto del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, hay dos grandes periodos que definen las adscripciones políticas y los movimientos sociales, intelectuales y culturales de los colombianos. El primero inicia con el retroceso de aquellos radicales que habían logrado imponer el control político y militar en los nacientes intentos por construir una república encaminada a desarrollar el capitalismo, pero que fueron derrotados por Núñez con la bandera de «regeneración o catástrofe»; y, ya al final del siglo XIX, en forma más contundente y definitiva, por el Gobierno conservador en la guerra de los Mil Días. Los liberales se vieron obligados a claudicar y a padecer la Hegemonía Conservadora, que se prolongó por treinta años más.
El segundo periodo abarca desde la derrota conservadora, en 1930, hasta 1946, conocido como la República Liberal. La mayoría de los personajes, si no todos, a quienes la historiografía predominante ha intentado invisibilizar, reivindicaron en la vida pública su condición étnica y los aportes que ese sector poblacional ha venido haciendo a la construcción de la sociedad desde los tiempos de dominación colonial. Esta característica esencial se mantuvo en firme pese a los cambios de orientación filosófica, ideológica o política que se produjeron a lo largo de los dos periodos descritos (Flórez Bolívar, 2023). El valor como pensadores o intelectuales negros o mulatos fue siempre reivindicado por ellos, ya en el periodo de los regeneradores y en el de la Hegemonía Conservadora, ya en el de la República Liberal, no obstante los bandazos que, en uno u otro sentido, dieran los gobernantes en lo tocante a la importancia del papel de los negros y mulatos en la sociedad.
Los dos grandes periodos constituyen el marco dentro del cual surge, en 1943, el Club Negro de Colombia y explican las realizaciones de los personajes que formaron parte de él y los que participaron, posteriormente, en una de las tareas intelectuales y académicas en las que más se empeñaron: crear el Centro de Estudios Afrocolombianos, la obra más duradera y de mayor impacto del trabajo del Club Negro como colectivo.
Fue sobre el legado intelectual y político de sus antecesores que los creadores del Club Negro construyeron su apuesta organizativa, con trasfondo académico y político. Esta es la otra cara del desarrollo de la vanguardia intelectual y política de la nación: la que no se encuentra ni en los manuales de historia, ni en las antologías literarias.
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