En 2024, la reconocida poeta, narradora, dramaturga y profesora Piedad Bonnett recibió el XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. El jurado del premio destacó que su poesía luminosa tiene un trato elaborado del lenguaje que le permite acercarse a la experiencia vital con profundidad y belleza, y a responder con humanidad a la tragedia de la vida. Bonnett tiene una extensa obra que inicia con De círculo y ceniza en 1989. Su más reciente libro, La mujer incierta, fue publicado en 2024. A propósito de este reconocimiento, el poeta bogotano Juan Afanador la entrevistó en diciembre de 2024, justo a su regreso de recibir el premio en España. Hablaron sobre la soledad, la violencia política y contra las mujeres y sobre uno de los temas centrales de la obra de Bonnett: el duelo.
Juan Afanador: Piedad, quiero iniciar felicitándote por el premio. Me gustaría tomar tu discurso de aceptación, esa profunda reflexión que hiciste sobre el lugar de la poesía en la vida contemporánea, como el centro de gravedad de esta conversación. Allí dices, evocando las palabras de Elizabeth Cady Stanton, que de la conciencia trágica de la soledad del ser nace la poesía. Luego nos recuerdas que vivimos en una época de enorme soledad interior. Una época rendida a la productividad, al ruido, al consumo, a la hiper conectividad, a la falsa idea de que podemos controlarlo todo. Para preparar esta conversación volví a tu libro De círculo y ceniza donde encontramos, desde el principio de tu escritura poética, una mirada atenta a las distintas soledades que se encarnan en las vidas particulares de las personas. Quisiera que nos cuentes, entonces, cómo te ha acompañado esa experiencia a lo largo de los años y cómo se ha transformado para alimentar tu obra.
Piedad Bonnett: Gracias por la felicitación. Ahora, te voy a contar que yo no sabía qué orientación darle al discurso, pero dejé que la idea me llegara. Y de pronto vino la idea —porque yo creo que he trabajado siempre en relación con mi experiencia más profunda y personal— de hablar sobre mi descubrimiento íntimo de la eternidad. Ya no te podría decir qué fue primero, si la idea de la soledad o la idea de la eternidad, pero en algún punto visualicé la relación entre esos dos conceptos.
Yo estaba hablando con mi amiga Consuelo Gaitán, de la librería Ficciones, y le expliqué que cuál iba a ser el eje conductor del discurso. Ella me dijo «cuidado, porque Gabriel García Márquez habló de la soledad en su discurso de aceptación del premio Nobel». Pero yo le respondí que mi soledad no es la misma de la que habla García Márquez. Él está hablando de una soledad política. Yo voy a hablar de una soledad existencial. Y ella, entonces, me recomendó el libro de Stanton. Yo creo que en la literatura sucede mucho la casualidad o la relación, de algún modo, mágica. Yo me paro frente a una mesa en una librería y me brincan los libros que me van a iluminar sobre lo que estoy escribiendo. Entonces yo me vine con ese libro donde Stanton enuncia esa frase de la inconmensurable soledad del ser y dije: «esa es la soledad que me interesa, porque es de esa soledad de donde nace el arte».
Yo creo que hay mucha gente que pasa por la vida sin tener conciencia de esa soledad última y profunda de los seres humanos, pero creo que hay otra que la descubre desde una temprana edad. Y si a eso le sumas que pierdes a Dios —como en el caso mío— pues esa experiencia se profundiza enormemente y eso se corresponde también con la orfandad general del mundo occidental que enuncia Nietzsche, que es la muerte de Dios. No es sólo la muerte de Dios en el sujeto, sino que estamos en una sociedad que prescindió de Dios desde la intelectualidad y donde la espiritualidad pasó a un segundo término en una sociedad laica.
Entonces, esa manera de comenzar el discurso te puede indicar que yo desde muy pequeña me sentí en el filo de esa experiencia, pero no como concepto, sino como una manera trágica de estar en el mundo. Y que cuando yo hablo, en La mujer incierta, de una niña que se despierta con náuseas a los 13 años y que siente que no puede con la vida, eso tiene que ver con esa soledad esencial. Es como decir: en el fondo no hay quién me ayude. Vivir es difícil: esa era la idea central. Como dice Stanton, por más que haya gente a tu alrededor y que haya gente en función de ti, tú sabes, tienes conciencia en el fondo de ti, de que estás profundamente solo. Y de ese sentimiento trágico, nace la poesía como una manera de salvarte. O la pintura, o la música, o algo que le dé trascendencia a tu vida.
JA: Eso me hace pensar en el poema de Idea Vilariño que dice que “uno siempre está solo / pero / a veces / está más solo”. Por un lado, está la soledad existencial e individual de la voz poética, pero también, a lo largo de tu obra, te detienes a narrar las soledades de otros seres que vas encontrando en el mundo con los que encuentras algún tipo de afinidad. En el discurso tú hablas de esa soledad de la persona que escribe, pero explicas también que en ella vive una multitud: las generaciones anteriores, los lectores o las personas que ocupan sus afectos más íntimos. Yo estaba releyendo un poema de Nadie en casa que se llama «Centelleo del instante», donde tú mencionas esa mirada que toca el oscuro fondo de otra mirada. Y en el encuentro de esas miradas aparece algo que buscamos desde siempre, como especie, los seres humanos y que los dioses nos niegan. ¿Tú estarías de acuerdo si se afirma que en tu obra hay también una atención a la belleza, la fragilidad y la potencia de ese vínculo humano que es inestable, que es efímero, pero que está ahí, como una fuerza intensa que nos atraviesa?
PB: Sí. De hecho, lo que traté de decir en el discurso es que primero la poesía es una compañía. Mira los adolescentes cómo escriben en soledad, sin estar pensando en publicar, ni en el éxito, ni en ser escritores. La palabra es una manera de tratar de salir de la soledad. La palabra hablada por supuesto lo es, porque tú le haces la confidencia a tu amigo. Pero hay momentos en que la confidencia y la palabra hablada no se pueden dar. Entonces, tú te desdoblas a través de la palabra escrita y te encuentras a ti mismo — o tratas de encontrarte— en esa palabra. Ese primer gesto de la poesía es para acompañarse en la soledad profunda. Pero si eso se quedara ahí, no tendría ningún sentido, porque la palabra es comunicación. Entonces, yo pienso que todo escritor está vivamente interesado por el otro. El hecho de escribir, como digo en el discurso, es un acto de fe; y, además, de fe en la vida. Es como si la palabra le diera sentido a la vida. Cuando llegas a lo más profundo del nihilismo y cuando dices «este es un mundo invivible» —como de pronto nos está pasando ahora— entonces respondes: «pero existe la palabra y la capacidad de penetración de la palabra». ¿Para quién? Para los otros. La palabra es para comunicarte con otros, pero también para poner a vivir en esas palabras a todos esos otros seres solitarios.
Ahora que tú me lo dices, yo pienso en una novela como Donde nadie me espere. Esa novela era el posible destino de mi hijo Daniel. Él era un muchacho profundamente solo. Porque cuando tienes una enfermedad mental que no tiene solución, tu soledad es la más profunda que puede haber. Así tengas un psiquiatra, una mamá, unos medios económicos. Esa es la soledad del destino que te condenó. Yo durante mi docencia vi muchos muchachos solos. Los intuía. Yo veía grandes soledades. Uno de mi clase se suicidó. Y otros tenían anorexia. Otros tenían enfermedades mentales y desaparecían; luego llegaban los papás a explicar por qué no podían volver. No es solamente empatía con los jóvenes, es empatía con las personas en general: te duele saber que en este momento hay un montón de niños cruzando el Darién y es eso lo que te mueve también a escribir. Tus propios sentimientos te mueven, pero a veces son incluso inocuos. Son tuyos, sí, pero el mundo se abre para las otras personas.
Acabo de leerme un libro muy hermoso de Sigrid Nunez, la nuera de Susan Sontag, que se llama Los vulnerables. Tiene otro libro anterior que se llama Cuál es tu tormento. Ahí ella nos habla de las vulnerabilidades. Susan Sontag también habla de eso en su ensayo Ante el dolor de los demás. Y así, algunos escritores hablamos del dolor del otro, de su soledad. Ahora, eso por supuesto ha existido siempre, pero esta es una época de seres especialmente solos.
JA: Piedad, tú explicas en el discurso que la poesía, si bien no puede cambiar el mundo, sí puede ampliar los límites de la sensibilidad y de la conciencia, y explicas que en este mundo que pierde el sentido de lo espiritual, la poesía es una forma de trascendencia y también de resistencia frente a la mentira, la verborrea y la banalidad. Eso me hace pensar también en Roberto Juarroz cuando dice que la poesía es la verdadera resacralización laica del mundo.
Tú has transitado por distintos géneros literarios, pero la poesía está siempre en el centro. De hecho, has dicho que consideras que esta es una de las expresiones más altas del arte. Entonces, me gustaría que nos cuentes qué lugar le asignas a la poesía en tu obra, pero, también, que nos profundices tu reflexión sobre las posibilidades de la poesía en este mundo convulsionado que describías.
PB: Bueno, en mi obra la poesía es lo medular. Yo nazco a la literatura como poeta, a los 15 años. Intento por todos los medios ser narradora, porque eso era lo que me perseguía desde esa edad y, como no me funciona, vuelvo a la poesía. Porque la poesía es mi lenguaje natural. Ahí tendría yo que decir, pasando a la segunda parte de tu pregunta, que lo que tiene de maravilloso la poesía es que moviliza las palabras de una manera insólita e irrepetible. En ella, tu cabeza y tu entraña se relacionan con el lenguaje desde una oscuridad muy particular. A mí me gusta como lo dice Bifo Berardi: es como un montón de partículas que, de pronto, se juntan de una determinada manera para decir lo que el lenguaje cotidiano no puede decir. Entonces, si nosotros somos básicamente lenguaje, dime si no es una tarea fundamental darle una segunda vida a las palabras para que hablen de eso que el lenguaje cotidiano no alcanza a nombrar. O por lo menos para darnos la ilusión de que estamos llegando a una parte de la realidad que nos sobrecoge: la belleza, el dolor, el amor, el misterio de la muerte, el misterio de la amistad. Me refiero a todas las grandes cosas que se dan también en pequeño. Incluso, ya un gran tema es la rutina: que tú te levantes y organices tu vida y la estructures de esa forma particular, que es de lo que habla Mario Levrero en El discurso vacío.
Hay miles de motivos para la poesía y basta que esos motivos resuenen en ti para que tú los trabajes tratando de ir hasta el fondo, de descifrar o por lo menos de iluminar el misterio que hay ahí encerrado. Entonces por eso yo digo que la poesía es una de las artes más excelsas y que requiere un tipo de sensibilidad y un tipo de cerebro muy particular. Y pienso, como George Steiner, que lo único que supera la poesía es la música. Porque produce turbulencias emocionales brutales sin palabras. Es lo que más se parece a la divinidad o a una fuerza superior. Porque la palabra tiene la servidumbre del sentido. Está atada al sentido. Y lo que tú haces en la poesía es tratar de que ese sentido no sea único, sino que haya pluralidad.
JA: Pienso ahora con lo que dices, que parte de lo que hace la poesía, en esa riqueza de sentidos que abre, es que nombra la complejidad emocional, el paisaje interno de lo que somos. La poesía se niega a que seamos meras cifras o números. Y eso se puede relacionar con la forma en que tú abordas el asunto de la violencia en tu obra. Mencionas en el discurso que nosotros vivimos en un país que no se quiere resignar a la violencia pero que parece condenado a ella. Y eso me lleva a tu conocido poema «Cuestión de estadísticas». En ese poema parte de lo que haces es enrarecer o fermentar esa frialdad del dato o de la cifra de la estadística para transformarlo, por medio de las palabras, en un testimonio más vívido del dolor. También escuchaba una reflexión que tú hacías en una entrevista que te hizo la Comisión de la Verdad donde decías que sólo a través de la emoción y de la conmoción podemos sentir empatía por el otro, que lo demás que hagamos va a ser al final un testimonio frío. Entonces, te quería preguntar cómo, desde tu punto de vista, la escritura puede testimoniar la violencia.
PB: En ese poema que tú mencionas —que a mí no me gusta, pero lo ponen en todas partes— yo señalo una cosa muy obvia y es que la noticia del horror nos llega a través de lo numérico. Desde Gaza: «han muerto 3.000 niños». Eso nos horroriza de algún modo, pero lo que verdaderamente nos conmueve es cuando la imagen —y de eso justo habla Susan Sontag— nos muestra al niño herido. La cifra es una forma de abstraer. La cifra dice: murió un líder social hoy, el lunes, el martes, el miércoles. Han muerto 184 líderes sociales. Pero, ¿quién se conmueve con eso de verdad?
Yo tengo un poema que es una noticia policial donde aparece un joven que es una víctima. Ahí vemos el rostro a la víctima. Entonces eso nos lleva a una cosa: la literatura se ocupa de lo particular, incluida la poesía. En la narrativa ni se diga. ¿Por qué conmueve tanto lo de Daniel? Porque no son todos los enfermos mentales del mundo, sino porque es un muchacho con sueños, con talentos, con una mamá, un papá, un camino. Ese libro permitió que la gente se conmoviera profundamente y llorara con la historia de uno que no conocía, y a través de ese uno conoció que la enfermedad mental puede ser desgarradora para una familia y para un ser humano. Entonces, la literatura siempre está trabajando con lo particular, mientras la filosofía trabaja con lo general, mientras la ciencia trabaja con lo general, mientras la estadística lo que muestra es lo general. Incluso el ensayo histórico trabaja en lo general. El arte es el único que puede apuntar a lo particular. Y, de todas maneras, cuando la poesía evoca la multitud, es una multitud muy concreta. No es la multitud de la prensa, sino una multitud atravesada por unas emociones y por lo humano. La literatura, de algún modo, acorta las distancias.
JA: Ahora te quiero preguntar, Piedad, acerca de otro tipo de violencia que tú narras en tu obra que es la violencia contra las mujeres. Cuando te dieron el premio, Ana de la Cueva, la presidenta del Patrimonio Nacional de España, decía que tú has «dado voz a una generación de mujeres educadas en la sumisión y la obediencia que, con los años, han expresado y sentido la rebeldía, la necesidad de libertad y de romper los límites de lo establecido por la tradición». Yo recuerdo, y agradecí mucho, cómo nos invitaste a tus estudiantes a reconocer esa genealogía —no siempre vista— de poesía escrita por mujeres latinoamericanas en el siglo XX. También, en La mujer incierta, nos encontramos con esa voz que cuestiona las violencias múltiples que pueden vivir las mujeres a lo largo de su vida. Entonces te quisiera preguntar si nos puedes compartir alguna reflexión sobre tu experiencia como escritora y sobre el lugar incómodo y necesario de desestabilización del canon que ocupa la escritura de las mujeres en una tradición fundamentalmente construida sobre una mirada masculina.
PB: Te diría lo siguiente. Yo misma sucumbí al patrón o al prejuicio y durante mucho tiempo no visualicé la importancia de la causa feminista. Fui una persona rebelde enfrentándome a la autoridad masculina sin tener un aparato teórico que me dijera: es por ahí. La vida me fue haciendo ver que aquellas pequeñas afrentas que yo sufría eran las afrentas de muchas. Pero mi literatura se fue encauzando hacia allá muy lentamente. Lo que pasa es que yo no he sido una teórica del feminismo, porque eso me supera. He leído mucha literatura feminista: desde Simone de Beauvoir, que me la leí cuando tenía 20 años, hasta Elisabeth Badinter. Pero no es desde ahí desde donde me interesa el feminismo. Aunque yo hace muchísimos años escribí obras de teatro profundamente feministas. A mí me parece que yo he hecho feminismo desde la concreción de la literatura. Mi primera obra de teatro es sobre una mujer que se disfraza de hombre para conseguir un trabajo. En realidad, la idea es de otro, de Bertolt Brecht, pero a mí me llamó profundamente la atención eso. Luego está una obra de teatro que es de dos hermanos hombres. El uno que es un soñador loco y el otro que es un tipo que seguramente está en la guerrilla o en el paramilitarismo —no se sabe— y vemos también a tres mujeres confinadas que viven la violencia de sus hermanos. Es decir, yo estoy retratando ese tipo de fenómenos desde hace mucho tiempo. Lo que pasa es que no los enuncio teóricamente, sino que funcionan dentro de la literatura.
Me he interesado mucho en los últimos años por el micromaltrato. Me he dado cuenta de que es la forma más agresiva del machismo porque está completamente naturalizada: el que te manda a callar, el que dice la última palabra sobre todo, el que no te habla y de esa manera te agrede. Son todos esos mecanismos soterrados del machismo que son los más difíciles de identificar.
JA: Piedad, yo me imagino que en nuestra tradición poética, donde el lugar de las mujeres ha sido difícil, tú tuviste que dar una lucha por encontrar un lugar, para que tu voz fuera escuchada.
PB: Pues mira, con decirte que todavía hoy a algunos grandes poetas les preguntan por la poesía colombiana y no nos nombran a las mujeres. Con decirte que en la universidad encontré violencia machista: en los ámbitos más sofisticados y de pensamiento más elaborado. Entonces, ¿qué será de los mundos donde la misma mujer cree que debe ser una subordinada porque así le dijeron su madre y su abuela que debían ser las cosas? El cambio de las mentalidades es un asunto muy difícil y lento.
Yo estoy muy feliz de que me lean muchas mujeres. Yo no pienso que yo haga literatura de mujeres para mujeres, yo pienso que yo hago literatura de mujeres para todo el que me quiera leer. Pero que me lean muchas mujeres jóvenes y mayores, que mujeres de 70 años digan que se reconocieron en mis libros, me emociona. Pero a ese camino yo llegué naturalmente; no es que yo me ponga el propósito de hacer una novela feminista. Yo escribo sobre una historia y ahí sale todo lo que yo siento en relación con lo masculino y lo femenino.
JA: El rector de la universidad de Salamanca, Juan Manuel Corchado, cuando te dio el premio, explicó en su discurso que tus versos nos invitan «a vivir la poesía como un acto de sanación, una “catarsis” que no solo alivia, sino que también nos transforma». Eso por supuesto está asociado a lo que tú ya has contado en esta entrevista, la muerte por voluntad propia de tu hijo Daniel a quien está dirigido «En el borde» que es el poema que leíste en tu discurso. Esa reflexión sobre la muerte y sobre el duelo ha sido algo que has explorado en muchos de tus libros. También te aventuraste a presentar poemas en un formato no convencional: en el performance Daniel, voces en duelo, que realizaste junto con Chantal Maillard cuyo hijo, también llamado Daniel, decidió quitarse la vida. Pienso en ese poema tuyo que nos recuerda que «no hay cicatriz, por brutal que parezca, / que no encierre belleza» y recuerdo que alguna vez me dijiste que el arte tiene la capacidad de exorcizar de algún modo los horribles sueños. ¿En qué medida, hoy, sigues estando de acuerdo con esa afirmación?
PB: Sigo pensando exactamente lo mismo. No quiere decir que uno escriba para sanarse. Hay espacios en que la gente escribe para sanarse, que son espacios terapéuticos: después del estrés postraumático, después de violencias colectivas. Pero un escritor no escribe para sanarse, o por lo menos no conscientemente. Puede ser que la literatura no sane, pero apacigua y permite una distancia. Yo ahora tengo una condición que se llama parosmia, una secuela del COVID-19, y lo único que se me ocurrió es escribir sobre eso, porque mi vida cotidiana está tan afectada que, si yo me dejo arrasar por eso, caigo en una depresión. Entonces la palabra coge esa experiencia y la convierte en una revelación de otras cosas. No me siento y simplemente cuento que tengo parosmia para desahogarme. No. Encuentro cómo la parosmia tiene que ver, primero que todo, con cómo estamos constituidos: un cerebro que no dominamos y una amenaza universal que es un virus. Es un misterio: que un virus coja a la humanidad entera y la revuelque y la haga pensar en qué está haciendo mal es algo impresionante. Entonces la escritura es una manera de sacar todo lo que te remueve y que, al removerte, se convierte en una perturbación interna. Esto pasa incluso con la belleza; es decir, cuando la belleza te desborda. Para muchos esa experiencia lleva, simplemente a decir con perplejidad «Dios mío, qué belleza». Pero hay unos que vamos a tratar de hablar de esa belleza. Es como fijar, como decir: «esto existe, compártanlo conmigo».
Entonces mira que también es como un sanar colectivo. Cuando todo el mundo llora con la obra de Daniel, están llorando por cosas que no les han pasado a ellos, pero están llorando por el dolor de muchos. Porque Daniel no es solo Daniel, él es muchos. A mí me decían algunas personas, cuando escribí Donde nadie me espere, que ya no podían ver a una persona que vive en la calle sin pensar qué le pasó, en qué momento decidió estar ahí, qué historia hay detrás de él. Eso es lo que persigue la literatura: que la gente se pregunte esas cosas y se aproxime a la compasión.
Mira tan linda la palabra compasión, que es sufrir con el otro o alegrarse con el otro. La poesía también hace eso: habla del sol, de la belleza de estar vivos, de la belleza del mar. Pero es esa experiencia compartida. Por eso cuando a mí me preguntan, bueno, «¿y es que uno no puede escribir para uno mismo?» Yo respondo que uno puede escribir para uno mismo, pero eso no tiene sentido social. Yo siempre escribo para otro. Cuando estoy escribiendo sobre la parosmia no estoy escribiendo para mí, estoy tratando de que eso sea lo más revelador y lo más amplio posible. Es una cuestión de vulnerabilidad. A mí me parece que la literatura básicamente muestra vulnerabilidades. Hasta las cosas más nimias o irónicas en la poesía revelan algo de la condición humana.
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