Hernando Salcedo: ¿Cómo podemos definir el hambre como un tema experiencial, vivo y contundente en la Colombia de hoy?
Angie Santamaría: En Colombia tenemos 19.2 millones de personas en insuficiencia alimentaria, es decir, que no tienen la cantidad de alimentos suficiente para cubrir sus necesidades nutricionales. Y tenemos 16.3 millones de personas recurriendo a estrategias de afrontamiento: toman alimentos prestados, fían, se saltan tiempos de comida porque no cuentan con recursos económicos para acceder a una alimentación completa. Para iniciar nuestro diálogo es importante reconocer que el hambre en Colombia es un problema, lo vemos claramente desde la salud pública.
Martha Rentería: La problemática va más allá de no tener la comida suficiente. ¿Quiénes poseen el territorio y los cultivos, y por qué? Colombia tiene hectáreas suficientes para sembrar alimentos, pero esa siembra y esa cosecha ha decaído porque los propietarios del territorio son otros. Hoy, una ciudad como Tumaco siembra el 40 % de lo que antes sembraba en sus zonas rurales. El hambre es un problema estructural que tiene que ver con el abandono de los territorios, y que está conectado con la guerra. El Kilombo de medicina ancestral que lideramos queda en el Centro de Atención a Víctimas de la localidad de Bosa, y uno ve que llega gente del territorio con desnutrición. No debería pasar, pero hoy en día en el territorio la comida es insuficiente y no es de calidad: la poca que se siembra, se siembra en medio de la guerra y de fumigaciones de los cultivos ilícitos.
En el mar hay ciudadanos extranjeros que están usufructuando las aguas a través de la pesca, entonces los pescadores campesinos ya no tienen derecho a esas aguas, a pescar en mar abierto. Ahora están rezagados pescando lo que queda. El problema del hambre está conectado con quién posee la tierra y con quién está usufructuando las aguas, pero también está ligado a la falta de inversión social y a la falta de vías de acceso para poder sacar el pancoger. El debate se debe abrir en torno a lo estructural.
El problema comercial de acceso y de recursos económicos que plantea Angie cambia cuando Martha plantea el problema de la tenencia de la tierra, de la reforma agraria. ¿Qué pasaría si pensáramos en el alimento como un bien común? Incluso el relator para el derecho a la alimentación de Naciones Unidas lo ha dicho. La palabra «banco», en sí misma, va en contra de la idea de bien común.
AS: Los bancos de alimentos trabajamos en dos frentes: el de emergencia y el estructural. Como dice Martha, hay causas que ocasionan el hambre y la inseguridad alimentaria más allá del acceso a los alimentos. Los bancos de alimentos trabajamos en la recuperación de esos excedentes desde lo agrícola, la industria de alimentos, los retail, los hoteles, casinos y restaurantes. En la emergencia nos dedicamos a rescatar los productos que son aptos para el consumo y a entregarlos a la población en condición de vulnerabilidad que padece hambre e inseguridad alimentaria. Atendemos a más de 1.4 millones de personas, y con los alimentos que entregamos aportamos un porcentaje nutricional diario equi- valente a, más o menos, el 16 % del total necesario de energía y nutrientes diarios que requiere una persona.
Por otro lado, nosotros también hemos identificado desde hace muchos años que es importante trabajar en lo estructural. Hemos estudiado la evidencia científica de quince intervenciones internacionales exitosas para desarrollar un plan de acción: ¿qué se debe hacer para evitar que una persona padezca inseguridad alimentaria? Más allá de entregar esas ayudas inmediatas, lo que requiere el país es actuar en lo estructural, que es lo que va a llevar a que las personas puedan salir de estas situaciones de hambre e inseguridad alimentaria en un mediano y largo plazo.
«La problemática va más allá de no tener la comida suficiente. ¿Quiénes poseen el territorio y los cultivos, y por qué?».
Angie, al escucharte, uno piensa que la posición de un banco implica una forma de asistencialismo que no puede actuar sobre lo estructural. Martha, ¿qué tienes que decir sobre la experiencia del hambre, lo estructural y qué podemos hacer desde las perspectivas comunitarias frente al asistencialismo?
MR: Cuando era niña, nosotros no comíamos tres comidas, sino dos. El desayuno era la fruta que estuviera de cosecha. Hoy en día yo casi no como chontaduro porque, cuando había cosecha, mi abuela nos daba chontaduro todos los días; chontaduro con aguapanela. Yo nací en Cali, pero mi familia y mi conexión materna están en Tumaco, Nariño. Mi abuela tenía el pancoger en el patio de la casa, en el barrio Nueva Floresta de Cali, y nos ponía a moler café y maíz. Hoy en día veo que no ha cambiado nada, sino la calidad del alimento. Cuando yo estaba en el Centro de Atención a Víctimas y vi que llegó una mujer lactante, e Integración Social se preocupó por que ella fuera y se escondiera en un cuarto para que pudiera dar lactancia, le dije a la doctora: «¿Y por qué no le preguntamos más bien si ya desa-yunó? Son las diez de la mañana». La mujer solo había tomado una taza de aguapanela a las seis de la mañana. ¿Usted puede creer que, con ese primer alimento, que es tan importante para nosotros, ella podría administrarle nutrición al bebé o solamente lo estaba lle-nando? Yo a veces como arroz con huevo. Soy líder social, no voy a tener pensión porque me dediqué a cuidar a otros, porque el alimento está ligado al cuidado. El arroz con huevo no es un plato nutricional, es para que me quite el hambre y me llene. Integración Social me dijo: «Mire, caracteríceme unas personas que son víctimas del conflicto para meterlas a un programa ali-mentario». Yo les dije: «Con gusto. Les voy a enviar una familia que son gordos, pero tienen un concepto médico de que están con anemia y desnutridos». Que el alimento y la canasta familiar sean equilibrados y balanceados, como dicen los nutricionistas, tiene que ver también con el desempleo.
A veces esos programas asistenciales no impactan y no cubren la necesidad nutricional de una familia. Si yo soy de Tumaco y me dan cuchuco de cebada y avena, y yo en Tumaco no comía eso, entonces la canasta familiar está desbalanceada. Yo no digo que me tienen que dar lo que comía en mi territorio, pero ahí es donde la política pública alimentaria tiene que hacer enfoque diferencial. Hay personas que van llegando del Catatumbo, y hoy una señora me dijo que el niño tenía diarrea. Yo le dije: «Venga le doy unas plantas», pero aquí lo que está en juego es el cambio nutricional. Él en el Catatumbo comía unas cosas y acá viene a comer otras. Y llegan a la altura de Bogotá, donde el frío hace que el intestino funcione de otra manera: uno acá no suda. Todo eso tiene que ver con el alimento y con la experiencia que tenemos todos los días en el Centro de Atención a Víctimas con las personas que llegan de las regiones.
La evidencia científica es absolutamente clara: la comida indus trial, en particular todo lo que es ultraprocesado, está relacionado con los parámetros de obesidad y malnutrición, y que eso tiene una relación directa con las enfermedades crónicas no transmisibles. Angie, los bancos de alimentos trabajan sobre todo con productos comestibles ultraprocesados que en realidad no son alimentos. ¿Qué pasa con la calidad frente a la comida industrial? Además de que pueden presentarse conflictos de interés entre los bancos de alimentos y las industrias de ultraprocesados.
AS: Los bancos de alimentos recibimos todo tipo de alimentos tanto del sector agrícola como de toda la cadena de producción. Venimos desde hace cinco años impulsando la recuperación de excedentes agrí-colas. Específicamente, en el agro se pierde aproximadamente el 62 % de las cosechas, según un estudio del DNP de 2016. Por esta razón, nuestro enfoque es aumentar la recuperación de excedentes agrícolas, básicamente frutas y verduras, que para el cierre de 2024 representaron más de la mitad de los alimentos que entregamos.
En Colombia, por ser un país subdesarrollado, todavía no estamos en la capacidad de decir «no recibo este alimento, no se lo entrego a la población», porque todos los alimentos se necesitan. Si aquí no hubiese personas muriendo de hambre, podríamos tomar otras acciones. Tenemos 1.4 millones de personas en situación de vulnerabilidad, sin embargo, sabemos que la problemática va mucho más allá. Como les dije, 19 millones de personas se encuentran en situación de insuficiencia alimentaria, y 16 millones en situación de pobreza monetaria: esto quiere decir que reciben menos de 435.000 pesos mensuales. A partir de la alimentación saludable que ha establecido el ICBF en sus guías alimentarias, calculamos el costo del plato saludable trimestralmente, y sabemos que cuesta 535.000 pesos mensuales alimentar a una sola persona. Si una persona recibe 435.000 pesos mensuales, definitivamente no puede acceder a una alimentación completa, equilibrada y balanceada.
Desde la Red de Bancos de Alimentos rescatamos al año aproximadamente 41.000 toneladas de alimentos de todas las categorías. Hay mucho por hacer y muchas personas a las que llegar, pero somos la oenegé del país que más atiende a estas personas. De alguna manera estamos llegando con la ayuda que necesitan en una emergencia.
MR: En la búsqueda de la solución al hambre hemos tenido iniciativas propias, como las huertas caseras, pero sé que no van a solucionar el problema de raíz. Nosotros tenemos una propuesta de circuito cerrado de alimentación. Desde 2010 tengo un comedor comunitario. Antes recogía la comida —ya no, porque en Abastos no dejan— y atendía a 228 niños y niñas que estaban sin alimentación en los colegios. Se les daba una nutrición balanceada. Yo estoy de acuerdo con pensar la soberanía y autonomía alimentaria, porque cuando hay autonomía alimentaria yo decido qué comer. En este momento, en El Kilombo tengo una huerta y en el Centro de Atención a Víctimas tenemos una huerta para abastecer cada ocho días a las familias que van y la trabajan. Y a los que no van a trabajar les decimos que hagan el favor y nos lleven alimento para los perros, porque no se trata solamente del derecho a la alimentación del humano, también está el derecho de los animales, que se la libran duro.
Yo soy una reclamante de tierra y tengo cincuenta familias caracterizadas reclamando tierra. Amo Bogotá, amo la localidad de Bosa, pero debemos partir otra vez para nuestra tierra, para, como víctimas del conflicto, renacer en el campo. A mí me preocupa la sobreproducción, porque el hambre se está convirtiendo también en un problema comercial, de unos pulpos a los que no les interesa la soberanía alimentaria ni la autonomía y menos el hambre de los demás. Hay veces que me toca interponer muchos derechos de petición porque nos entregan alimento que ya está viejo y no sirve. Uno dice: «Bueno, esto también es dinero público». El hambre se ha vuelto un foco de corrupción con los pulpos que la manejan.
«Que el alimento y la canasta familiar sean equilibrados y balanceados, como dicen los nutricionistas, tiene que ver también con el desempleo».
Voy a interpelarte, Angie. Si en vez de seguridad alimentaria habláramos de soberanía, si en vez de sobreproducción de cosechas habláramos de reforma agraria, si en vez de subdesarrollo habláramos de modelos económicos alternos a un modelo que implica únicamente pensar que la economía crece como los animales y las plantas, ¿no sería posible desmontar la idea de un banco de alimentos para generar redes de acción en beneficio de la soberanía alimentaria?
AS: Nuestro foco principal es evitar la pérdida y desperdicio de los alimentos. En la actualidad tenemos veinticinco bancos de alimentos en Colombia, estamos abriendo el de Urabá. En un país con políticas en torno a la soberanía alimentaria y al derecho humano a la alimentación, que atienda a la población que lo necesita con alimentos de calidad, raciones alimentarias completas, equilibradas y balanceadas, no existiría la necesidad de los bancos de alimentos. Sin embargo, la realidad que nosotros encontramos en los territorios, como Martha lo expresa, es que también existen falencias en la ejecución de los programas por parte de las entidades gubernamentales. Definitivamente hay niños y niñas, adolescentes y adultos mayores que no están accediendo a ningún programa del Estado, que no tienen acceso a ninguna ayuda. El asistencialismo lamentablemente se necesita en un país como el nuestro, porque hay personas que no tienen cómo acceder a los alimentos mínimos para no padecer hambre. Sin embargo, lo que queremos es que esos programas vayan más allá de la entrega de alimentos, que incluyan la educación alimentaria y nutricional; la autoproducción a través de huertas para el consumo de frutas y verduras; las acciones que tienen que ver con lactancia materna y alimentación complementaria que son tan valiosas e importantes tanto en los primeros mil días como en la primera infancia.
Sabemos que tenemos rezagos en cuanto a la información y que falta hacer mucho en la atención de la primera infancia. Creoque en un país como Colombia, cuando se tengan las bases y los cimientos necesarios para trabajar en torno a la soberanía alimenta- ria, al derecho humano de la ali- mentación —se espera que con la nueva reglamentación que salió recientemente se empiece a implementar—, habrá que hacer cambios frente a las acciones no solo de las entidades sin ánimo de lucro como los bancos de alimentos, sino también de todas las organizaciones que trabajan por la prevencióndel hambre y de la inseguridad alimentaria en Colombia.
Durante la pandemia vimos que muchos sectores, incluso las plazas de mercado, apoyaron las estrategias comunitarias que permitieron dar una respuesta a la emergencia. Y eso hace pensar que la gente tiene capacidad de respuesta. ¿Cómo tratar de articular esa respuesta de las personas y los programas del Estado y reformular también los bancos de alimentos? Es paradójico que una entidad sin ánimo de lucro se llame «banco», que le resuelva un problema a la sobreproducción agrícola que tiene que ver con el mercado, de retención y acaparamiento, y de un sector industrial que sigue produciendo comestibles que no son alimentos. Hay un proyecto de inclusión del derecho humano a la alimentación en la Constitución colombiana: ¿ustedes cómo creen que se podrían articular las políticas estatales con todo esto?
AS: Quiero mencionar una cosa. En el agro, donde hay la mayor pérdida de frutas y verduras en Colombia, no solamente se trata de la sobreproducción sino también de temas estructurales de vías de acceso y de falta de comercialización de las cosechas que se están produciendo: muchas veces los campesinos no tienen la capacidad de sacar de sus territorios las frutas y verduras y venderlas a precios justos.
MR: Tiene toda la razón. Con mi compañero estuvimos sembrando plátano en Guavatá, Santander, y era más fácil dejar que los pájaros se lo comieran maduro que sacarlo a Puente Nacional para venderlo: costaba más. La estrategia que se usó en pandemia mostró la realidad de Colombia y de muchos países de América Latina. Y pienso que el banco de alimentos debería hacer unas estrategias con la comunidad, que también tiene propuestas de superación de la hambruna. Estaba mirando la alerta que hizo la fao en 2022, y hablaba de la hambruna que va a vivir Colombia, especialmente las comunidades étnicas, negras e indígenas que viven en los territorios abandonados. Hacer una estrategia ahí es bajar a la realidad comunitaria.
Yo compraba productos en el banco de alimentos cuando tenía el comedor comunitario, y dejé de comprar porque un día me dijeron: «Tiene que comprar Coca-Cola». Entonces, yo dije: «Pero si hicimos una campaña en el 99 contra Coca-Cola, ¿por qué voy a comprar un producto azucarado, una bebida azucarada y además muy mala para la salud humana y sobre todo para las mujeres?». Ahorita en el Distrito se está tejiendo una política pública alimentaria. Miremos si está enmarcada en la comercialización de la necesidad del alimento o, realmente, en impactar y dar respuesta a la necesidad alimentaria de las comunidades de acuerdo con su estrato socioeconómico y a su posibilidad de acceder a un alimento nutricional, porque este se volvió un privilegio. El banco de alimentos debería promover una mesa de trabajo para hablar sobre el derecho a la alimentación, pero también sobre el hambre. ¿Cómo hacemos para que el alimento llegue hasta el último rincón de la comunidad que lo requiere y no tiene fuerza monetaria?
AS: Quiero aclarar que nosotros desde los bancos de alimentos no vendemos producto. Se establece un aporte solidario, el 10 % de lo que nos cuesta el transporte y recuperar esos productos. La atención de los bancos de alimentos se hace a través de organizaciones beneficiarias, sin ánimo de lucro y verificadas, que conocen a las comunidades, los territorios.
Aparte de entregar los productos, ejecutamos proyectos y programas a partir de lo que indica la evidencia. En La Guajira estamos haciendo varias cosas, no solamente huertas, sino también entrega de gallinas para producción de huevo. También tenemos proyectos de turismo social, tiendas solidarias en los sitios más remotos de La Guajira, a donde se llevan productos de primera necesidad de la canasta básica de alimentos para que esta población pueda acceder a una alimentación básica. Estamos trabajando todos los días para que nuestros programas y proyectos vayan más allá de la entrega de paquetes alimentarios balan- ceados, diseñados por nutricionistas que están al tanto del inventario.
Al ser donaciones, nosotros no podemos comercializar nuestros productos. Si encuentran alguna evidencia de comercialización, pueden hacer la respectiva denuncia ante la Red de Bancos de Alimentos para tomar las acciones respectivas.
«El asistencialismo lamentablemente se necesita en un país como el nuestro, porque hay personas que no tienen cómo acceder a los alimentos mínimos para no padecer hambre».
Martha, ¿cómo piensas que la cultura popular de la olla comunitaria y los conocimientos tradicionales pueden servir para construir un proceso de soberanía alimentaria en Colombia?
MR: La olla comunitaria podría ser el símbolo de la resistencia, mas no solucionaría el problema. El problema se soluciona más a fondo, con las organizaciones que tienen los alimentos. Debemos sentarnos sin egos para resolver un problema de la comunidad y los más desprotegidos, las personas que no tienen suficiente adquisi- ción monetaria y que además están desnutridos. En Bogotá me quedo aterrada por los niños desnutridos que hay. Dentro del Kilombo hago las harinas de plátano, y les pido panela a los paneleros para que los niños y las niñas, al menos, se tomen una colada de plátano al día. Eso lo hago yo, Martha Rentería, una líder que también está en las mismas condiciones que ellos, buscando soluciones. Debemos sentarnos todos y todas, y también el Gobierno nacional, a mirar cómo salimos de esta problemática. Si hay una buena nutrición, la salud estará bien. En un país donde la salud es un comercio, resulta que yo me enfermo porque no estoy bien alimentada. Mire toda la conectividad que tiene el alimento: provee una buena salud, un buen vivir, un vivir sabroso. Y si usted tiene garantizada la alimentación y tiene garantizada la salud, por ahí entonces va rodando la educa- ción, porque con el cerebro claro y el estómago nutrido y el cuerpo bien, puedo ir al colegio, puedo ir a la universidad, puedo estar en las batallas. La olla comunitaria es un símbolo de resistencia. Hacemos una cada quince días en el Centro de Atención a Víctimas. Cuando hay paro, es lo primero que se monta. La olla comunitaria es un símbolo de resistencia, del derecho a la alimentación.
Angie, ¿cómo ves las posibilidades de vincular a los territorios y a los agricultores y campesinos a los propios programas para cambiar la mirada únicamente comercial? Porque ustedes terminan hacién- doles márquetin social a unas empresas y a unos conglomera- dos, y no necesariamente cumpliendo con su misión.
AS: Hernando, lo venimos trabajando fuertemente en el programa Reagro. En el Banco Alimentación de Saciar, creado hace más de vein- ticinco años en Medellín, existe un programa en el que los benefactores —no donantes, sino benefactores— son los campesinos, que hacen un aporte desde el corazón. No solamente lo que les sobra o no pueden comercializar, sino que donan parte de su cosecha para lograr atender a la población en situación de vulnerabilidad. Entonces sí lo trabajamos. ¿Que hace falta mucho más esfuerzo? Claro que sí. Como todas las oenegés en este país, trabajamos casi que con las uñas frente a la dis- ponibilidad de recursos que tene- mos. Desde hace más de cinco años nos enfocamos en recuperar más alimentos del agro para lograr llegar con un mejor aporte nutricional a la población que lo necesita.
Estamos abiertos a hacer mesas, y las hacemos desde nues- tros bancos de alimentos, que son los que trabajan en el territorio. Ellos tienen contacto directo con las comunidades, las conocen, saben de sus necesidades y por eso desde ahí se crean los proyectos. También tenemos experiencias de ollas comunitarias, nuestro banco de Cartagena es superexitoso con las ollas comunitarias, que se crean desde las comunidades, no desde los bancos.
MR: Hablar del alimento es hablar de la vejez. Hablar del alimento es hablar de todos los ciclos vitales, del joven, del mayor, de la mujer, de los niños y de las niñas. Aquí se juega la memoria histórica de quiénes han tenido la tierra y quiénes han producido y cómo se ha producido, bajo qué premura, y el recurso de producción a dónde ha ido a dar. Estamos en el momento histórico de resarcir ese daño, en vez de pensar que somos islas aparte. Debemos aunar esfuerzos de todos los lados, porque no siempre está bien nutrido el que tiene la plata. Conozco niñas con dinero, pasantes de Psicología de la Universidad Javeriana, y también están desnutridas. La mala alimentación y el hambre nos afecta a todos y a todas. Busquemos una forma de tejer y trenzar esa necesidad para poder avanzar como comunidad, con los empresarios y la academia: todo el mundo tiene que estar allí definiendo qué vamos a hacer en contra del hambre.
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