En 2016, junto a Julián Santana y Gilberto Hernández decidimos hacer una exposición colectiva sobre el problema minero energético en Suramérica. Desminado reunió un grupo de artistas colombianos y fotógrafos brasileños —los últimos habían testificado el desastre ecológico de Vila Mariana el año anterior—, y se presentó inicialmente en Desborde Galería, Bogotá. Posteriormente, la exposición fue invitada al Museo de Arte del Tolima (MAT), Ibagué, y al Museo Zenú de Arte Contemporáneo (Muzac), Montería, coincidiendo con las grandes movilizaciones en contra de los megaproyectos de minería a cielo abierto, especialmente en Ibagué, donde se defendió con firmeza la consulta minera contra el proyecto en Cajamarca de la multinacional AngloGold Ashanti. Desminado reunió a los principales artistas que se han ocupado del tema minero en Colombia, junto a más invitados de Brasil y Chile, donde la minería a cielo abierto ha sido desastrosa.
Motivado por el estrangulamiento del río Cauca —generado por la inoperante y faraónica represa— el proyecto evolucionó en 2019 y pasó a llamarse «De Hidroituango a Santurbán». Ese año se realizaron grandes movilizaciones en Bucaramanga y en todo Santander en contra del proyecto minero de la multinacional Grey Star en el páramo de Santurbán, y la muestra, invitada por la fundación Eco-Arte, contribuyó a la reflexión sobre el tema y a la defensa del páramo. Para ese entonces la exposición había crecido y reunía obras de artistas y colectivos que aportaban una interpretación amplia del problema. Visto en retrospectiva, este esfuerzo de incluir el arte en los debates urgentes sobre nuestra supervivencia, llevado a cabo generosamente por artistas, gestores culturales y directores de instituciones regionales, fue antesala de la explosión creativa y artística que caracterizó el estallido social de los años 2020 y 2021. Su motivación no fue económica y, como ya se mencionó, la exposición se convirtió en un nódulo de participación, reflexión y encuentro, recibido con entusiasmo en cada una de estas ciudades. Para recordar el clima tenso que se respiraba en esos años, y cómo trataron el tema, vale la pena seguir a los artistas en la muestra. Emel Meneses, quien dibujó el universo que une a la represa con el páramo y sus economías subterráneas, escribió:
«De Hidroituango a Santurbán», topográficamente hablando es un área de frontera, marginal, de colonización, de ilegalidad más parecido al «Farc West», que al fantasioso ideal de civilización y progreso de los tecnócratas del Gobierno Central, es un corredor de paso de forajidos, de quiñanderos, rebuscadores, comerciantes, andariegos… que excepcionalmente echan raíces, atareados como están tras la ilusión de la mina, que como bien dice la canción sólo se descubren ante Dios y ante la Patria. Temerosos de Dios, de Uribe y de los espantos, no les tiembla el culo a la hora de voliar machete defendiendo su honra, ni se aculillan en los socavones a cien, tres mil o un millón de metros bajo tierra [sic].
No sorprende que así lo describa este artista, que conoce y vive en ese territorio. Pero también podríamos empezar nuestro relato en el sur colombiano, con La batea de Stephen Ferry, quien junto a su hermana Elizabeth escogió esta herramienta para acercarnos a las luchas de los trabajadores artesanales del metal precioso. Juntos testifican el amor a una tradición, a una tierra y a un oficio. La que cuentan es también una historia de intimidaciones, de amenazas anónimas, y de comunidades que se organizan para defenderse.
Los Ferry contrastan la minería en Yolombó, Cauca —hecha con batea, escalones de madera y un vegetal usado para separar metales, la babosa—, frente al uso desmedido de retroexcavadoras, mercurio y arsénico de la minería ilegal. El fotógrafo escogió usar película análoga por sus haluros de plata, metal hermano menor del oro y usado en la fotografía desde sus inicios en el siglo xix. La película granulada materializa el polvo del socavón y alude a la búsqueda de la pepita de oro entre la arena del río o en lo profundo de la mina. El ojo se sumerge en el mundo minero de Segovia, Antioquia y de sus fiestas, que rayan en el paganismo, un universo mágico que también aparece en los dibujos de Meneses, donde se funden el sexo, el mito, las leyendas, la violencia y los sueños: la imaginación de los buscadores de oro. «El minero es como el judío errante, andariego de los dados, el billar, las putas y los naipes; que gusta de toda esa acumulación folclórica de la narrativa popular de extravagante religiosidad, tradicionalista, uribista a morir y supersticioso», informa Meneses y aclara sobre sus propios dibujos:
Imágenes de torturados y torturadores —en alusión al pasado reciente de los paras, que hicieron de este corredor su «casa de pique»—, putas bien putas y lujuriosos, borrachos y espantos; azabaches, ojos de buey y mal de ojo. Yelo de muerto, guandos y barbacoas; ópalos, cacho de unicornio, colmillo de morrocoy y la uña de la gran bestia; ojo de venado, nido de macuá, colmillo de caimán; el congolo y la covalonga; «luces fantásticas» como las ilusiones; las benditas ánimas del purgatorio, o el ánima sola… Lloronas, duendes y brujas; el Patetarro, la Colmillona, María la Larga, la Rodillona, la Madre del Río, la Tarasca, el Niño Poira, los Meneses, la Madremonte, la Patasola, el Boraro… un sinfín de Viruñas que llenan la tusta, la parla y los oídos de los mineros [sic]».
Volvamos al sur del país, donde Edinson Quiñones y Estefanía García, curadores del 16º Salón Regional de Artistas Zona Pacífico (2017), conectaron en su investigación las ciudades de Corinto, Cali y Quibdó. Es decir, la bota caucana, el Valle del Cauca y el litoral pacífico. En su «Minga de colonial» que la llevó a esos lugares, García dio cuenta de los estragos de la minería ilegal en la región Pacífico. En Chocó H2O (2018) lanza un sos por la vida: el mapa de ese departamento, en platinoides y magnetita, circundado en su centro por un anillo de oro. Es un mapa de misteriosa riqueza mineral y de profunda crisis ambiental. El anillo que emerge del centro de la imagen nos recuerda a Michael Taussig, quien en Mi museo de la cocaína enlaza el binomio de economías ilícitas del oro y la cocaína:
… así es el oro, fluyendo bajo la tierra como rayo petrificado. Así es la cocaína, golpe cristalizado. Lo que da al oro y a la cocaína su estatus peculiar y privilegiado medio piedra, medio agua, medio fijo, medio contingencia mutante, es la manera como se deslizan a través de la vida y de la muerte por medio de la seducción y gracias a la transgresión. La muerte acecha estas sustancias en la misma medida en que ellas animan la vida, encantan y obligan.
Nada es lo que parece
En lugares de larguísima tradición minera como Marmato, «pesebre de oro de Colombia»; Muzo, «capital mundial de la esmeralda», y Segovia, «puerta de oro del nordeste antioqueño», Rodrigo Echeverri realizó las fotografías que componen sus Ejercicios de sustracción (2017), consistentes en capas de collage sobre fotografías, donde formas abstractas geométricas se imponen sobre imágenes de minería. Echeverri, un pintor, escogió la fotografía como medio para experimentar con el género del paisaje, en este caso para tratar el sombrío clima de una economía gris que promete un futuro negro. Sus recortes de formas planas y sofisticadas se presentan como delirios racionalistas, reflejando la apropiación empresarial de la economía energética, la abstracción como diagrama del capital, el «menos es más» del minimalismo.
Eduard Moreno, por su parte, ha sido uno de los artistas colombianos que más consistentemente ha meditado sobre el tema mineroenergético, al menos, desde que este se presenta en la siniestra dimensión de los últimos veinte años. En Ilusión (2016) hizo un agujerito en la base de una batea artesanal en madera y situó el holograma de una pequeña rana tayrona en metal dorado, imposible de palpar a pesar de su asombrosa presencia.
Según Claudia del Fierro, «el ilusionista permite que la icónica pieza nos mande un mensaje que viaja desde una galaxia remota y que se nos aparece tridimensional, pero se desvanece al tacto. Ilusión se sitúa en el centro de un problema fundamental para América: el fantasma del pasado precolombino muestra la llaga histórica que en tiempos de crisis se nos vuelve al presente».
Tayrona, de Miguel Ángel Rojas, es parte de su instalación Unas de cal, otras de arena: El tesoro (2015). En concreto, un lingote de supuesto oro, con la palabra que le da su título labrado junto a la también incisa figura del escudo de la Corona española. Para Del Fierro, «el lingote, hecho de materiales menos nobles, se viste de oro, denotando por diferencia el valor que los conquistadores adjudicaran al mineral. La pieza no es lo que parece. El tesoro es el objeto del deseo, el orgullo local, la leyenda y la materialización de una riqueza robada».
Julián Santana es el tercero de estos artistas que se ha interesado en el significado y el destino del oro antes, durante y después de la llegada de los españoles. Para La fiebre del oro (2016) tomó la imagen de una pequeña figura antropomorfa exhibida en el Museo del Oro en Bogotá, la cual, en una secuencia fotográfica, empieza a sudar y a opacarse, convirtiéndose en una versión plomiza de sí misma, una víctima colateral del uso indiscriminado de metales pesados en la calentura del oro, que nos recuerda el empleo del mercurio y el arsénico, que se ha llevado por delante la vida de los ríos en el país del agua.
De vuelta a la cordillera Oriental nos encontramos una vez más con Santurbán, páramo en el que nacen cinco ríos, incluyendo el Zulia, que tributa en el lejano lago de Maracaibo. Páramo de cuya agua dependen más de dos millones de personas en Cúcuta y Bucaramanga, y cuyo oro ha sido buscado y codiciado históricamente: por franceses e ingleses en el siglo xix, por japoneses y coreanos a lo largo del siglo xx, y por los norteamericanos y saudíes subidos en la locomotora minera en años recientes.
En Vetas, un pequeño pueblo en el arrugado relieve de Santurbán, el fotógrafo Freddy Barbosa encontró una comunidad minera que trabaja el oro desde que tiene memoria. Los vetanos, según Barbosa, más que artesanales son mineros ancestrales, sembradores de agua en el fuego cruzado del debate sobre la explotación aurífera de alta montaña. Este fotógrafo santandereano los retrató en blanco y negro utilizando técnica análoga —como lo hizo Ferry en La batea— y llevando a cabo una serie de paisajes en blanco y negro que honran a una comunidad esforzada y valerosa. Ancestralía mayor. Sembradores de agua, nombre del proyecto, nos permite sacar una esquiva conclusión: sobre la explotación del oro en el páramo, en cualquier páramo, hay mucho que debatir.
Finalmente, y sobre el páramo de Santurbán, hay que decir que su futuro parece esperanzador. Colombia ganó una multimillonaria demanda a la minera canadiense Eco Oro, antes llamada Grey Star, que tenía presencia en la zona desde los años noventa. La victoria ante un tribunal internacional frente a esta estrella gris de la minería a cielo abierto se suma a la ya obtenida contra la también canadiense Red Eagle, que había acusado a Colombia de incumplir acuerdos firmados en el tlc, al prohibirles la entrada a territorios donde podrían convertir en campos de muerte las fuentes de vida. No puede negarse que, en estos triunfos, la sociedad civil en su conjunto jugó un papel fundamental al haberse manifestado masivamente y sin bajar la guardia. De formas diversas, críticas e imaginativas, los artistas colombianos testificaron y acompañaron la defensa del agua, que unió a los sectores más diversos de Santander tal y como lo había hecho años atrás en el Tolima.
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